• Las semillas nativas siempre han estado presentes en la vida de Carol Rojas, tesoros ancestrales que conoció de niña en la finca boyacense de su abuelo.
  • A través de la Red de Semillas Libres de Colombia se convirtió en una custodia o guardiana y hace 15 años creó su proyecto personal, llamado Semilla Nativa Colombia.
  • En su paso por el Jardín Botánico, esta ecóloga coordinó la creación del nodo de biodiversidad de los Cerros Orientales, ubicado en la localidad de San Cristóbal.
  • Crónica de la eterna enamorada de las semillas criollas, una mujer que también canta bullerengues donde las plantas son protagonistas.
Semillas nativas

Carol Rojas es una ecóloga que lleva varios años trabajando con las semillas nativas de Colombia.

Aunque nació en Bogotá, por sus venas corre sangre campesina. Su familia materna es de Boyacá, uno de los emporios agrícolas más grandes del país, y la paterna proviene de La Mesa, municipio de Cundinamarca conocido por la caña.

Debido a ese legado, Carol Rojas Vargas se define como agrodescendiente. “Los recuerdos más bonitos de mi infancia están en Chinavita, territorio boyacense donde Liborio, mi abuelo materno, tenía dos fincas llenas de café, plátano, papa, ganado, gallinas y ovejas”.

En esas fincas, una ubicada en una zona montañosa al lado de un bosque de niebla y la otra cerca del río Garagoa, Carol conoció desde niña de dónde provenían los alimentos que llegaban a la mesa.

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Liborio, su abuelo materno, fue el encargado de mostrarle a Carol las semillas nativas. Foto: archivo personal Carol Rojas.

“Mi abuelo guardaba en el zarzo de la casa varias semillas de maíz y recogía en la finca frijoles y arvejas, sus alimentos favoritos. También dejaba que las papas se enraizaran para luego sembrarlas en la parte más alta de una de las fincas”.

Ese contacto constante con el campo y la biodiversidad de Boyacá fue el detonante para que Carol decidiera estudiar algo relacionado con la naturaleza o la siembra luego de terminar el bachillerato en Bogotá, ciudad donde vivía con sus padres.

“Primero pensé en veterinaria porque desde pequeña mi abuelo me inculcó un gran amor por los animales, pero la descarté al conocer la biología. Comencé a estudiar esa carrera hasta que descubrí una ciencia que cambió mi rumbo académico”.

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El maíz es una de las plantas que más apasiona a Carol debido a su ancestralidad.

Se trataba de la ecología, una ciencia que estudia las relaciones entre los organismos y su entorno. “Solo dos universidades contaban en ese momento con esa carrera en Colombia, la Javeriana y la del Cauca en Popayán. Me matriculé en la primera”.

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En la Universidad Javeriana, Carol se enamoró perdidamente de la ecología. “Me encantó porque iba a aprender sobre las relaciones que tienen las plantas y los animales con el hombre, es decir entender las dinámicas de los ecosistemas”.

Las semillas que conoció gracias a su abuelo también estuvieron presentes en sus años de preparación como ecóloga, aunque admite que no les prestaba tanta atención. “Hice mi tesis sobre plantas medicinales, donde investigué sobre su uso y reproducción”.

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Las semillas nativas de maíz las conoció desde pequeña. Foto: archivo personal Carol Rojas.

Semillas: un cambio de vida

Al terminar sus estudios universitarios, hace 15 años, Carol recibió dos regalos: su diploma como ecóloga y la llegada de Inian, su único hijo. “En esa época fue cuando las semillas nativas o criollas se adueñaron de todo mi ser”.

Cuando dejó de lactar, la nueva madre comenzó a preocuparse por la alimentación de su hijo. No quería que creciera consumiendo los productos tradicionales que hay en el mercado, todos llenos de azúcar y carbohidratos.

“El consumismo en la ciudad nos vende una alimentación poco saludable para los niños. Por eso, con el papá de mi hijo decidimos salir de Bogotá e irnos a vivir a La Calera, un municipio donde podríamos cultivar nuestros propios alimentos”.

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Inian (su hijo) y Liborio (su abuelo) sacando semillas en la finca. Foto: archivo personal Carol Rojas.

En La Calera, la pareja montó una pequeña huerta con varias hortalizas. “Como vengo de una familia agricultora se me hacía fácil sembrar. Sin embargo, para poder cultivar debía ampliar mis conocimientos sobre semillas”.

Carol recuerda que en esa época le gustaba mucho hacer germinados con lentejas y trigo, una pasión que la llevó a preguntarse de dónde vienen esos alimentos. Empezó a leer e investigar mucho sobre el tema de las semillas nativas.

En esa profunda investigación, la ecóloga conoció la problemática de los transgénicos en las semillas, un panorama que la alertó.

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Carol se la pasa recogiendo semillas en todos los sitios que visita.

Los nuevos conocimientos la llevaron a buscar custodios de semillas nativas como su abuelo Liborio. Encontró varios campesinos en Chinavita, el pueblo de sus reminiscencias de la niñez, y en otros municipios de Cundinamarca.

“En esa exploración empecé a entender que el custodio de semillas cumplía una función fundamental para la vida: conservar la agrodiversidad y la biodiversidad. Fue así como el universo de las semillas se aferró en todo mi ser”.

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En La Calera, Carol comenzó a estudiar e investigar a fondo las semillas nativas. Foto: archivo personal Carol Rojas.

Redes de custodios

Mientras trabajaba en varios proyectos de educación ambiental con las comunidades, Carol empezó a guardar y conservar semillas nativas en su casa de La Calera y en la finca de su abuelo en Chinavita, y dio marcha a una iniciativa propia.

“Semilla Nativa Colombia empezó como un proyecto familiar y ahora busca recuperar y conservar las semillas criollas, apoyar proyectos comunitarios y prestar diferentes servicios. Llevo 15 años con este hijo y lo divulgo en las redes sociales (Instragram y Facebook)”.

En 2012 conoció a la Red de Semillas Libres de Colombia (RSL), un proceso abierto y descentralizado conformado por campesinos, indígenas, afrodescendientes, organizaciones, asociaciones y personas que trabajan por la soberanía alimentaria de los territorios.

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Carol hace parte de la Red de Semillas Libres de Colombia.

“Esta red empezó como un proceso liderado por dos organizaciones, Swissaid Colombia y el Grupo Semillas, quienes impulsaron un fuerte trabajo para darle reconocimiento a los custodios y guardianes de semillas”.

Según Carol, en esa época entró con fuerza el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia y Estados Unidos, lo que causó serias preocupaciones en los custodios y guardianes de las semillas nativas del país.

“Los transgénicos entraron con toda al país, especialmente el maíz. Empecé a preguntarme qué va a pasar con nuestras variedades nativas y criollas y por eso decidí vincularme como custodia en la RSL”.

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El objetivo de Carol es luchar por conservar las semillas criollas de Colombia. Foto: archivo personal Carol Rojas.

A salvar el maíz

Cuando era niña, Carol veía una gran explosión de cultivos de maíz en los extensos campos agrícolas de Boyacá y Cundinamarca, terrenos que con el paso de los años comenzaron a palidecer.

“Los campesinos dejaron de sembrar maíz porque aumentó la actividad ganadera, la cual reemplazó la agricultura en el Valle de Tenza. Eso fue algo muy triste porque los campos que tanto me gustaban de niña se transformaron en terrenos ganaderos”.

La gastronomía tradicional cundiboyacense también se vio alterada por la llegada del maíz extranjero. “En Chinavita ya no se veía la abundancia de envueltos, almojábanas y amasijos, productos que mis abuelos hacían con el maíz que sembraban”.

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Encuentro de la Red de Semillas Libres de Colombia en Nariño y Cauca. Foto: archivo personal Carol Rojas.

Según la ecóloga, lo mismo pasó con la chicha, la bebida insignia de los muiscas. “La figura social de la chichera empezó a desaparecer, tanto así que actualmente solo hay dos abuelas que permanecen escondidas”.

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Al evidenciar cómo la llegada de las semillas foráneas alteraba la alimentación, tradición y cultura del territorio, el rescate y conservación de las semillas ancestrales se convirtieron en la misión de vida de Carol.

“Comprendí que mi propósito es cuidar las semillas originarias del territorio, entre ellas el maíz, para que así no se pierda la memoria de mis ancestros, una problemática que sucede a nivel global”.

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Carol creó su propio proyecto para conservar la ancestralidad: Semilla Nativa Colombia.

Incidencia política

Carol encontró en la Red de Semillas Libres de Colombia, la cual fortalece el control local y la defensa de las semillas nativas, el espacio ideal para dar marcha con su nuevo propósito de vida.

Esta red, conformada por comunidades campesinas, indígenas y afrocolombianas, pequeños productores, organizaciones, grupos académicos, colectivos artísticos y consumidores, trabaja en seis nodos: Caribe, zona cafetera, centro, nororiente, suroccidente y suroriente.

“Cada nodo cuenta con un dinamizador que está en constante contacto con los custodios de semillas y se encarga de liderar acciones de recuperación, conservación y defensa. La mayoría somos voluntarios y nos encargamos de gestionar recursos”.

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La Red de Semillas Libres de Colombia genera incidencia política para conservar la ancestralidad. Foto: archivo personal Carol Rojas.

El accionar de la red está organizado en tres ejes de acción: conservación, recuperación y formación en el manejo de las semillas criollas; incidencia sobre políticas y leyes (acciones judiciales); y una estrategia de comunicación.

El eje de incidencia sobre políticas ha sido de suma importancia para las semillas nativas del país. Carol recuerda una lucha en particular de la red, cuando la Ley 970 les prohibía a las comunidades guardar y conservar sus semillas criollas.

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“Eso era atentar contra la soberanía e identidad de los pueblos. En el Paro Agrario de 2013 logramos modificar esa ley por la 3168, la cual les permite a las comunidades guardar sus semillas nativas”.

Hace poco, varias organizaciones que hacen parte de la Alianza por la Agrodiversidad, entre ellas la RSL, pasaron un proyecto de ley de agroecología, donde las semillas nativas son protagonistas.

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Carol trabaja con varios de los custodios de semillas que hay en el país.

Proteger los guardianes

Carol ha tenido la oportunidad de conocer varios de los custodios y guardianes de semillas que hacen parte de los seis nodos que conforman la red, quienes le han compartido sus experiencias y sabiduría ancestral.

“Las redes más fuertes están en el Caribe, zona cafetera, Cauca y Nariño. Los indígenas zenú (Córdoba) manejan muchas variedades de maíz, mientras que las comunidades de los resguardos Cañamomo y Lomaprieta (Caldas) conservan muchos frijoles nativos”.

En Boyacá y Cundinamarca, territorios del nodo centro, Carol ha identificado varios custodios de semillas nativas que hacen un trabajo increíble de conservación. “Algunos tienen maíces pira muy antiguos”.

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Carol en su trabajo con la Red de Semillas Libres de Colombia. Foto: archivo personal Carol Rojas.

Estos conocimientos los ha adquirido gracias a su trabajo en el eje de conservación, recuperación y formación de la red, donde se encarga de articular a los custodios para hacer investigación participativa.

“A través de este eje aprendemos a seleccionar, conservar y almacenar en buenas condiciones las semillas agroecológicas, es decir libres de transgénicos; identificar enfermedades o plagas que las afectan; y recuperar las semillas en nuestras parcelas”.

Con el apoyo de Swissaid Colombia, la red creó cinco escuelas regionales para formar nuevos custodios y guardianes. “También hacemos encuentros nacionales y regionales y ahora estamos trabajando en la creación de casas de semillas para poder comercializarlas a futuro”.

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La educación ambiental es una de las protagonistas en esta red de semillas. Foto: archivo personal Carol Rojas.

Paso por el Jardín Botánico

Carol estuvo vinculada 10 años en el Jardín Botánico de Bogotá (JBB), una entidad que considera como una familia y donde tuvo la oportunidad de aplicar sus conocimientos sobre semillas nativas.

“Mi primer trabajo en el JBB fue en el herbario, donde aprendí mucho sobre la taxonomía de las plantas. Por ejemplo, yo pensaba que las semillas de los árboles se podían propagar igual a las de las plantas de bajo porte, pero son muy diferentes”.

Luego pasó a Colegios Verdes, un proyecto donde su rol era trabajar con niños y jóvenes de colegios para hacer huertas escolares. “Fue algo maravilloso por la parte pedagógica con los chicos, pero sentía que me hacía falta algo: las semillas”.

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En su paso por el JBB, Carol lideró el nodo de biodiversidad de los Cerros Orientales.

Al poco tiempo le cedieron un contrato para que se encargara de la parte técnica del proyecto, un nuevo reto donde pudo trabajar con las semillas. “La propagación y la siembra son mis fuertes y por eso pude involucrar las semillas con los niños de 40 colegios de la ciudad”.

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Culminado su trabajo con las huertas escolares, Carol ingresó a uno de los proyectos más ambiciosos que tenía el JBB a través de un convenio con el Instituto Humboldt y la Secretaría de Ambiente: Conexión BIO (Nodos de Biodiversidad).

Esta iniciativa de innovación se presentó en 2013 al Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación del Sistema General de Regalías y tenía como objetivo crear un modelo para la investigación, apropiación social, valoración y aprovechamiento de los servicios ecosistémicos.

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En nodo de biodiversidad de los Cerros Orientales está ubicado en la localidad de San Cristóbal.

El reto era consolidar nodos de biodiversidad en ocho sitios de la región capital para mejorar las coberturas vegetales a través de la renaturalización, restauración y rehabilitación de los ecosistemas.

A Carol le correspondió coordinar el nodo de los Cerros Orientales, ubicado en la localidad de San Cristóbal, un sitio con problemas de remoción en masa y proliferación de especies exóticas.

A reverdecer los cerros

Durante cinco años, la ecóloga estuvo metida en las montañas de San Cristóbal liderando el reverdecer del nodo Cerros Orientales, pero sin dejar de lado su trabajo como custodia de semillas en la red.

“Lo primero que hicimos fue conocer la historia del territorio. El área donde íbamos a trabajar había sido habitada desde hace varios años por cientos de familias, quienes construyeron sus viviendas en un área de alta pendiente y con problemas de remoción en masa”.

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El nodo Cerros Orientales conserva las huellas de cuando el sitio fue ocupado por cientos de familias.

Esto llevó al Distrito a realizar un proceso de reasentamiento de las familias y demolición de las viviendas. “Por eso, cuando llegamos al terreno lo primero que vimos fue una cantidad enorme de escombros y residuos”.

Varios habitantes de San Cristóbal se encargaron de contarle sobre el pasado del lugar. “Nos dijeron que la zona fue habitada por algunas personas del M-19, quienes guardaron en sus casas las armas que utilizaron en la toma del Palacio de Justicia”.

En esta zona de los Cerros Orientales, el objetivo inicial era hacer una restauración ecológica, pero la idea fue descartada debido a las placas de cemento de las casas demolidas. “Si quitábamos las placas podía ocurrir una tragedia por remoción. Por eso decidimos hacer jardines ecológicos”.

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En los años 80, esta zona de los Cerros Orientales fue ocupada por el M-19.

En la limpieza de los escombros y acondicionamiento del suelo, Carol y los operarios que tenía a su cargo encontraron monedas y cucharas viejas, además de ropa y juguetes. “Fue un trabajo arduo y agotador por las condiciones del terreno”.

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El reverdecer comenzó con la construcción de un vivero y la elaboración de abonos con los residuos de las podas. “Fue una gran idea porque cuando terminamos las obras de bioingeniería con terrazas de acondicionamiento, ya teníamos el material vegetal para los jardines”.

Según Carol, la comunidad del sector fue muy importante en la creación del nodo. “Muchas personas de la zona fueron contratadas como operarios. Gracias a ellos le dimos vida a los jardines, donde hay plantas de jardín, especies medicinales, hortalizas, frutales y árboles y arbustos nativos”.

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El nodo Cerros Orientales es una explosión de biodiversidad del bosque altoandino.

Las semillas nativas también estuvieron presentes en este proyecto del JBB. “La comunidad aprendió que al sembrar las plantas y recoger las semillas, pueden contar con alimentos en sus casas. El propósito de este nodo fue que la gente conociera que sí se puede ser autosostenible”.

El nodo Cerros Orientales fue inaugurado en 2019, tiempo en el que Carol culminó su trabajo de una década en el Jardín Botánico. Sin embargo, no ha cortado el cordón umbilical con este territorio de San Cristóbal y tampoco pretende hacerlo.

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Carol y el grupo de operarios que trabajaron en el nodo Cerros Orientales. Foto: archivo personal Carol Rojas.

El guardián

Carlos Julio Roso, un hombre de 52 años que siempre ha vivido en el barrio El Manantial, fue una de las personas que le contó a Carol y a sus operarios del Jardín Botánico la historia del territorio.

“El área donde está el nodo antes era un bosque muy hermoso, un tesoro que fue afectado con la llegada de varias familias que construyeron sus casas de forma ilegal. La zona fue un territorio de invasión”.

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Carlos Julio Roso es el guardián del nodo Cerros Orientales.

Con el nodo de los Cerros Orientales, la naturaleza recuperó lo que el hombre le había arrebatado. “Volvió la vegetación nativa y muchas aves hermosas. Por eso decidí trabajar de manera voluntaria con el cuidado de los jardines del nodo, un trabajo que realizo con mi esposa Ángela”.

Casi todos los días, Carlos y su esposa van al nodo para realizar actividades como el deshierbe. “También trato de controlar el ingreso a la zona, aunque viene mucha gente a llevarse las plantas y arrojar basuras”.

Este guardián no recibe un solo peso por su trabajo en el nodo, algo que no le afana. “Lo hago de corazón porque amo mi territorio. A veces vienen turistas liderados por entidades del Distrito a conocer el proceso, al igual que niños, jóvenes y universitarios”.

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Carol y Carlos se convirtieron en grandes amigos en el nodo de los Cerros Orientales.

Con la asesoría de los profesionales del JBB, este centinela del nodo creó su propio emprendimiento ambiental: un apiario en donde saca la miel y el polen de las abejas para comercializarlos.

Carol mantiene una comunicación constante con Carlos. “Sin el trabajo de vigilancia y mantenimiento de Carlos y su esposa, los jardines del nodo ya no existirían. Cuando el tiempo me lo permite lo visito y recorreremos juntos este paraíso de San Cristóbal”, dice la ecóloga.

Nuevos aires

Aunque Carol considera al nodo de los Cerros Orientales como un gran logro en su vida profesional, no quiso continuar vinculada con el JBB. Al finalizar el proyecto se sentía agotada y asfixiada por haber estado tanto tiempo en medio del caos de la ciudad.

“Me hacía mucha falta estar en la finca de mi abuelo en Chinavita, donde tengo mis cultivos y semillas nativas. Cuando llegó la pandemia del coronavirus me fui para Boyacá y me dediqué a sembrar, recoger más semillas y cuidar mis gallinas”.

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Carol hizo grandes amistades en su paso por el JBB. Una de ellas es Yenny Rosas, profesional social de la entidad.

En esas épocas de confinamiento, la ecóloga cumplió otro de sus sueños: hacer una especialización sobre agricultura familiar. “Lo mío es trabajar con las comunidades rurales y por eso me matriculé en una especialización de manera virtual”.

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Luego le salieron dos nuevas ofertas laborales: la primera fue con la Corporación Autónoma Regional de Chivor (Corpochivor) para trabajar en el páramo de Rabanal con comunidades campesinas en el tema de reconvención productiva.

“La otra fue con Swissaid Colombia en la escuela de formación de custodios de semillas en Boyacá, un trabajo que me ha permitido estar mucho más activa en la Red de Semillas Libres de Colombia en la región cundiboyacense”.

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Cuando tiene tiempo, Carol recorre las montañas de San Cristóbal para recordar su experiencia con el JBB.

Su vida ahora se divide entre las tierras de Boyacá, Cundinamarca y Bogotá. “En la capital también hay varios custodios y guardianes de semillas que hacen parte de la red, comunidades con mucho conocimiento sobre papas nativas, por ejemplo”.

Sin importar el trabajo que esté liderando, las semillas siempre están presentes. “Algo que nos caracteriza a todos los custodios es que no la pasamos recogiendo semillas. Mi bolso y bolsillos de las chaquetas siempre están llenos de esos tesoros que recojo por todo lado”.

Amante del bullerengue

Las semillas nativas no son la única pasión de esta ecóloga. Desde pequeña sintió un gran gusto por la música raizal de Colombia y en sus años universitarios participó en varios grupos musicales y culturales.

“Cuando estudiaba ecología, Orlando Yepes, uno de los Gaiteros de San Jacinto, nos enseñó a tocar gaita. Con varios compañeros montamos un grupo musical y allí descubrí un talento oculto: el canto”.

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Carol hace parte de La Rueda, un grupo que canta bullerengues.

En algunas salidas de campo de la universidad, como en los Montes de María, Carol amplió su gusto por esta música caribeña. “Las letras de las canciones tienen una gran relación con las labores del campo: ‘oye Juan Ramón, ensilla el burro pichón’, ‘apila el arroz mamita’”.

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En uno de los Festivales del Bullerengue quedó flechada por las mujeres cantadoras. “En esa música la mujer tiene un rol fundamental, ya que en las canciones cuentan los sentires del parto y su relación con la vida y la naturaleza”.

Carol empezó a reunirse con varias amigas que compartían su amor por el bullerengue y que además eran madres. “En esa época, hace como 15 años, decidí participar en La Rueda Bullerenguera, un colectivo de hombres y mujeres que interpretamos y bailamos bullerengue”.

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Las canciones de La Rueda le hacen un homenaje a las plantas y semillas.

Muchas personas han pasado por La Rueda, la mayoría cachacos con un amor desbordado por el bullerengue. “Ahora la única costeña es Marcia, nuestra mayora. Es una mujer nacida en Río Viejo y sobrina de Ana Matilde Alvarado Sajonero, gran maestra de tambora que ya falleció y a quien le hicimos un homenaje muy bonito”.

Uno de los mayores atractivos de La Rueda son las letras de sus canciones, algunas con sentidos homenajes a las plantas y semillas. “El bullerengue habla de lo cotidiano y la naturaleza. Entre nuestras canciones están La hortensia, La matica de sauco y Sereno de luna llena; esta última habla de las plantas que utilizan las mujeres para sanar”.

Semillas nativas

Carol ha llevado las semillas nativas a todos sus trabajos y grupos musicales.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá