• César Molina, un biólogo de 30 años, lleva cerca de una década liderando el proceso comunitario de la huerta El Edén, terreno ubicado en el barrio Nuevo Muzú que comenzó como un vivero.
  • El trueque es el espíritu de este sitio de la localidad de Tunjuelito. Por ejemplo, las vecinas entregan los residuos orgánicos de las cocinas y a cambio reciben algunos productos de la huerta.
  • Neftalí Garzón, un campesino de la tercera edad, es el encargado del mantenimiento de El Edén, un trabajo diario que comprende actividades como la siembra, cosecha, riego y compostaje.
Huertas de Tunjuelito

César Molina y Neftalí Garzón son los encargados de cuidar esta huerta de la localidad de Tunjuelito.

Corría el año 1999 y César Molina cursaba los primeros grados de la primaria. De repente, desde el segundo piso de su casa, ubicada en el barrio Nuevo Muzú de la localidad de Tunjuelito, observó con tristeza cómo un predio de 40 metros cuadrados se convertía en un botadero de basura.

“El terreno estaba atrás de un hospital de la Subred del Sur, donde antes había un parqueadero. Tenía más o menos siete años cuando comencé a ver una montaña de residuos allí, la mayoría pupitres de colegio, lo que dio paso a la llegada de muchos roedores y habitantes de calle”.

La proliferación de basura produjo cientos de quejas por parte de la comunidad, peticiones que las entidades distritales competentes atendieron, pero sin concretar una cura definitiva para solucionar la problemática ambiental. “Como el predio no estaba cerrado, las basuras volvían a aparecer al poco tiempo de las jornadas de limpieza”.

Huertas de Tunjuelito

César Molina logró darle vida a una huerta en un antiguo botadero de basura.

La cercanía del lugar al canal San Vicente 2, que luego desemboca los vertimientos de aguas residuales al río Tunjuelo, agravaba aún más la problemática. “Había una alta frecuencia de habitantes de calle y muchos problemas de inseguridad”, recuerda César con algo de nostalgia y tristeza.

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Mientras estudiaba el bachillerato, el joven presenció una recuperación del predio durante los años de la Alcaldía de Luis Eduardo Garzón, cuando el programa ‘Bogotá sin hambre’ benefició a la comunidad con la construcción de un vivero.

“Se consolidó una alianza entre el hospital, la Alcaldía Local de Tunjuelito y el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) para hacer el vivero de árboles nativos y algunas hortalizas, frutales y plantas medicinales. Este sitio fue utilizado para hacerles fisioterapia a los pacientes del hospital”.

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La huerta El Edén cuenta con varios frutales, hortalizas y plantas medicinales.

Luego de graduarse como bachiller, César decidió estudiar algo relacionado con los recursos naturales. “Escogí biología en la universidad INCCA, una ciencia donde descubrí que mi gran amor son las plantas y la biotecnología. Pero en esa época nunca pensé en hacer algo por el predio ubicado al frente de mi casa”.

A recuperar el vivero

El vivero quedó abandonado debido a algunos cambios en el funcionamiento del hospital de la Subred del Sur. Según César, las jornadas de fisioterapia llegaron a su fin porque la edificación fue destinada únicamente para las actividades administrativas.

“En 2013, mientras continuaba con mis estudios de biología en la universidad INCCA, el predio estaba totalmente pelado y solo sobrevivió la infraestructura del vivero. Como ya tenía bastantes conocimientos sobre plantas, me motivé a hacer algo para revivir el lugar”.

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Los murales coloridos y sobre biodiversidad hacen parte de la huerta El Edén.

En ese entonces, César se enteró que la administración de la Alcaldía de Gustavo Petro iba a realizar programas relacionados con medicina vegetal y hierbas medicinales, y que además el hospital capacitaría a varios de los vecinos del barrio.

“Mi mamá, Elizabeth Perilla, les comentó a las directivas del hospital sobre mis intenciones de revivir el vivero y recuperar el punto de acopio de semillas y producción de plántulas; para fortuna mía, decidieron darme las llaves del predio”.

El trabajo no sería fácil: no había camas para sembrar las semillas o disponer las plántulas o árboles nativos. “En los primeros recorridos también evidencié problemas de inseguridad porque el predio solo estaba cercado por un alambre de púas”.

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Neftalí Garzón es el encargado de mantener intacta la huerta El Edén.

Como no podía solo, el joven ambientalista y futuro agricultor urbano involucró en el proyecto a cuatro amigos de la universidad y con sus propios recursos económicos compraron las primeras semillas y plántulas; a punta de picas, palas y azadones comenzaron a darle forma a una nueva huerta.

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“Pero los habitantes de calle ingresaban al sitio todos los días, una problemática que desmotivó a mis amigos y quedé solo durante cerca de seis meses. Todo cambió cuando conocí a Pedro Hernández, un líder comunitario que había participado en varios procesos de agricultura urbana en el barrio”.

Pedro Hernández sabía qué puertas debía tocar para ayudarle a César con su nuevo proyecto de vida y fueron a fueron a entidades como la Alcaldía Local de Tunjuelito, el Jardín Botánico y el Instituto Distrital de Gestión de Riesgo y Cambio Climático (IDIGER).

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El maíz es uno de los cultivos más representativos de la huerta El Edén.

“El Jardín Botánico nos dio capacitaciones sobre agricultura urbana, tierra con abono y mano de obra para armar las 10 camas donde queríamos sembrar y cosechar de una manera agroecológica, es decir sin utilizar químicos”.

Por su parte, el IDIGER le entregó la malla eslabonada para cerrar la zona de la huerta que limita con el canal San Vicente 2, lo que puso fin a los problemas de inseguridad e ingreso frecuente de los habitantes de calle.

“Logramos rescatar el vivero y el predio se convirtió en un punto representativo de la agricultura urbana en la localidad de Tunjuelito. Luego se acercaron otros procesos comunitarios, estudiantes, grupos de la tercera edad, empresas y vecinos del barrio”.

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La huerta El Edén ha contando con el apoyo del Jardín Botánico.

Según César, el primer paso para el reverdecer del terreno fue plantar especies arbóreas nativas de la zona, como abutilón, borrachero, siete cueros y chicalá, los cuales atrajeron a la fauna representativa de la ciudad como los colibríes.

“Luego del cordón de árboles nativos comenzamos con la siembra de hortalizas, frutales y plantas medicinales en las 10 camas que nos ayudó a montar el JBB. Tuvimos que retirar cuatro eucaliptos que presentaban un riesgo para el hospital y la comunidad.

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El terreno comenzó a reverdecer con arvejas, frijoles, tomates, maíz (el cultivo más representativo del lugar, con variedades como porva, negro y blanco), fresa, ahuyama, calabacín y plantas medicinales como romero, hierbabuena, ruda y caléndula.

“Por una sugerencia del JBB referente a las diferentes necesidades nutricionales de las especies vegetales de acuerdo con las familias botánicas, hicimos rotación de los cultivos en las 10 camas para contribuir con la fertilidad del suelo”

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La huerta El Edén logró poner fin a un botadero de residuos sólidos.

Nace El Edén

En 2015, mientras el predio tomaba forma de despensa agrícola, César decidió nombrar este terruño de la localidad de Tunjuelito como ‘Huerta y vivero El Edén’, una palabra que aparece en uno de los sones cubanos más conocidos y que lo deleitaba.

“Soy amante de la música cubana. Guillermo Portavales tiene una canción muy hermosa llamada El carretero, la cual dice: ‘Soy guajiro y carretero, en el campo vivo bien, porque el campo es el edén más lindo del mundo entero’. Por eso escogí esa palabra”.

Cuando el vivero resurgió de las cenizas, César decidió sembrar semillas de ají, en especial de un tipo llamado chivato. “Esta especie la sembraban desde los inicios del vivero y decidí seguir con ella. Nos salían cosechas de dos baldados de ajíes, pero no sabíamos qué hacer con ellos; a mí personalmente no me gusta mucho el picante”.

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Tijicum es el nombre del emprendimiento de César: picantes, salsas y dulces con las plantas de la huerta.

Luego de investigar en el mercado, el joven huertero decidió montar una empresa de ajíes llamada Tijicum, con la cual elabora picantes, salsas y dulces de fresa, mora, maracuyá y gulupa. “Todos los ajíes salían de la huerta y el vivero y logramos venderlos en sitios como las ferias de emprendimiento de la localidad”.

Pero la comunidad de la zona no veía con buenos ojos el vivero. Según César, muchos aseguraban que traía problemas de inseguridad por el ingreso de habitantes de calle y decidieron quejarse con la Alcaldía Local para que quitaran la estructura.

“Eso pasó durante los primeros meses de la pandemia del coronavirus. Tocó retirar los plásticos y palos de madera del invernadero, lo cual afectó la producción de los ajíes. Además, debido a las restricciones de la cuarentena, nadie podía ingresar y la huerta sufrió bastante”.

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Los frutales también son protagonistas en la huerta El Edén.

Productos como lechugas, maíz, habichuelas, arvejas y muchos más llegaron a su fin durante el primer año de la pandemia. Las únicas especies que aguantaron fueron algunas plantas medicinales como la ruda, el romero y la hierbabuena, y los árboles de gran porte.

“Fue una época muy dura para la huerta y para todas las personas del barrio que ayudábamos con su mantenimiento. Muchas veces pensé que este proyecto comunitario había llegado a su fin porque no podíamos ingresar”.

Trueque comunitario

Cuando las restricciones tomadas para contrarrestar los nefastos efectos del coronavirus fueron más permisivas, César, quien trabaja en una entidad del Gobierno Nacional como biólogo, regresó al terruño abandonado para revivirlo.

“Pero no podía solo. Entonces me enteré que algunos comedores comunitarios de la zona participaban en los programas de agricultura urbana de la localidad y di con el del barrio San Vicente. Allí encontré a la persona ideal que se encargaría de inyectarle vida a la huerta El Edén”.

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César y Neftalí son los dos huerteros que mantienen con vida a El Edén.

Neftalí Sánchez, un campesino de 75 años, aceptó ayudar a Cesar con la reactivación de la huerta porque en sus años de niñez y adolescencia había aprendido las mejores técnicas para sembrar y cosechar.

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“Luego de conversar con don Neftalí se lo presenté al celador del hospital, quien tiene las llaves de la huerta. Le dije que él iba a venir casi todos los días a quitar la maleza, sembrar las semillas y plántulas que nos dio el Jardín Botánico y hacer todas las actividades de mantenimiento”.

Además de Neftalí, otras tres personas le ayudaron a César con la reactivación de El Edén: Elizabeth Perilla, su mamá; Pedro Hernández, el líder que le dio una mano en los inicios de la huerta; y Oriana González, una amiga del barrio Nuevo Muzú.

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La huerta El Edén están conformada por 10 camas.

“En total somos cinco personas las que estamos trabajando directamente en la huerta. El que más ayuda es don Neftalí, un hombre al que le debemos que hoy en día El Edén esté bastante reverdecida y con muchos cultivos”.

El trueque es el nuevo espíritu de El Edén. Por ejemplo, las vecinas del barrio llevan los residuos orgánicos de las cocinas para hacer compostaje y a cambio reciben los frutos de las cosechas. “Las personas que nos ayudan también se ven beneficiadas con las hortalizas, plantas medicinales o frutales”.

Según César, en los nueve años que lleva liderando la huerta El Edén se han beneficiado de forma directa o indirecta cerca de 60 personas: vecinos, niños de colegio, estudiantes de universidades como la Uniminuto, INCCA y Nacional, y señores de la tercera edad.

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César y Neftatí hacen abonos con los residuos de las cocinas.

“Todos sabemos que con las cosechas no nos vamos a hacer ricos. Nuestro objetivo es beneficiarnos todos a través de los trueques, entregar productos a los que trabajan en la huerta y consolidar un tejido comunitario fuerte”.

Un grupo de jóvenes pintaron varias de las paredes del hospital con murales alegóricos a la huerta y la biodiversidad, como figuras de lechuzas, aves y plantas. “Los muchachos solo nos pidieron las pinturas para hacer su arte. Estos murales embellecen aún más nuestro vivero y huerta El Edén”.

El hospital de la Subred del Sur también quiso dejar huella en el terreno con la construcción de una zona para hacer el compostaje. “Allí tenemos un lombricultivo, donde las lombrices convierten los residuos orgánicos en abonos. Don Neftalí es el encargado de hacer esta actividad”.

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La huerta El Edén le ha permitido volver a sentirse útil a Neftalí.

César ya presentó todos los papeles y requerimientos que exige el protocolo de huertas urbanas y periurbanas en espacio público. Espera que la respuesta sea positiva para continuar con el trabajo comunitario de El Edén.

“El JBB nos ayudó con la asesoría para presentar toda la documentación. Estamos esperando la respuesta de la entidad administradora del espacio público y creemos que será positiva: tenemos un proceso consolidado, agroecológico y que beneficia a la comunidad”.

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Este líder social y ambiental sueña con volver a construir el vivero para que allí se germinen semillas y plántulas para la huerta y los sitios que necesitan de la presencia de más árboles nativos.

“Quiero plantar más árboles nativos en la zona, una actividad que requerirá del aval del Jardín Botánico. En el vivero tendremos semillas y plántulas para la huerta y muchos frutales y plantas con flor para atraer a polinizadores. Mi lucha por este espacio, ya cercana a los 10 años, está más viva que nunca”.

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César y Neftalí están bastantes comprometidos con mejorar cada vez más la huerta.

El guardián de la huerta

Neftalí Garzón nació hace 75 años en Chocontá, municipio de Cundinamarca que no alcanzó a conocer porque cuando era muy pequeño, sus padres tomaron la decisión de buscar mejor suerte en la capital del país, específicamente en la localidad de Tunjuelito.

“Llegué con un año de vida al barrio San Vicente, donde mis padres compraron un lote, construyeron la casa y montaron una huerta donde sembraban lechugas, tallos, remolachas, zanahorias. También criaban cerdos y ovejas”.

Sus padres le enseñaron a sembrar y a criar los animales de corral. Neftalí recuerda que con sus hermanos se iba hasta la calle 13 con carrera 30 a comprar un marrano flaco, el cual engordaban en el lote de sus padres durante tres meses.

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Neftalí es un gran conocedor de las propiedades de cada una de las plantas de la huerta.

“Mi niñez y adolescencia las pasé en la huerta criolla de mis papás, por lo cual me defino como un campesino. A los 22 años me casé y organicé en una casa dentro del lote familiar, donde tuve a mis dos hijos: Jhon Jairo y Viviana; en esa época, San Vicente era un barrio casi rural”.

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Para el mantenimiento de su hogar, Neftalí dejó a un lado sus conocimientos campesinos y se puso a trabajar en fundación y pulimento. “Luego me dediqué a la metalmecánica con una empresa donde estuve muchos años, pero me dio por emprender con unos amigos y perdí la pensión; me faltaban 20 semanas”.

Luego se separó y se fue a vivir a una casa en el mismo barrio con su hija Viviana, quien se encarga de pagar el arriendo y la alimentación. “Quedé muy mal por perder la pensión y por mi edad nadie me daba trabajo; mi hija es la que me ayuda a sobrevivir”.

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Por trabajar en la huerta, Neftalí puede llevar parte de la cosecha a su casa.

Desde hace varios años, Neftalí va al comedor comunitario del barrio San Vicente para quitarle algo de carga a su hija. En ese lugar conoció a una señora que trabajaba en agricultura urbana en la localidad y lo llevó por primera vez a la huerta El Edén.

“Debido a la pandemia, la huerta estaba muy abandonada y llena de maleza. Luego de recibir unas indicaciones por parte de César, me dediqué de lleno a mejorarla a punta de pica, pala y azadón; luego fui sembrando las semillas y plántulas que trajo el JBB”.

Este campesino asegura que tiene una buena mano para la huerta, ya que todo lo que siembra en la tierra germina. “Siempre siembro cuando la luna está en menguante y todas las maticas crecen hermosas”.

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La huerta El Edén ha estado varias veces en el Mercado Campesino Agroecológico del JBB.

Neftalí lleva más de año y medio en la huerta El Edén. Va todos los días a las 7:30 de la mañana y allí permanece hasta la una de la tarde. “Riego con una manguera de 100 metros, luego ablando la tierra y por último siembro de todo”.

Al comienzo, César le daba las indicaciones necesarias para el mantenimiento de la huerta, pero Neftalí, debido a las enseñanzas que le dieron sus padres desde niño, ya se mueve solo como pez en el agua.

“Ya sé lo que tengo que hacer. Todos los días hay trabajo y las vecinas del barrio me visitan para darme tinto, onces, a veces el almuerzo y los residuos orgánicos de las cocinas. A cambio les doy las hortalizas, verduras y frutas que están listos para cosechar; ese trueque es el espíritu de la huerta”.

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En la huerta El Edén, Neftalí aprendió a hacer abonos con los residuos orgánicos de las cocinas.

Para hacer los abonos, Neftalí primero pica las cáscaras de las frutas y verduras que le dan las vecinas en un plástico que extiende en una zona dura del terreno. “Ese material lo revuelvo y luego lo dejo en el lombricultivo, de donde sale el abono que aplico en la huerta. Una de las actividades que más me gusta es sacar las semillas, en especial de la cebolla puerro”.

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Las manos de Neftalí tienen bastante verde la huerta El Edén. “Tenemos lechuga, brócoli, maíz, frijol, pepino, sábila, curuba, acelga, tomate, tabaco, hierbabuena, tomillo, canelón, cidrón, caléndula, patata, ruda, romero, papayuela, menta, perejil, papas, curuba, tomate de árbol, cilantro, haba, ají, arveja, zanahoria, cebolla puerro y cabezona, ajo, pepino, cartuchos y geranios”.

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César y Neftalí también recogen las semillas de las plantas que hay en la huerta.

El guardián de El Edén a veces lleva a su casa algunos de los regalos de la huerta, pero asegura que la prioridad es el trueque comunitario. “Las señoras del comedor de Isla del Sol vienen cada 15 días y hacemos trueques de semillas y plántulas”.

En esta huerta de Tunjuelito, Neftalí revive su época de niño y joven. “Jamás pensé que iba a volver a sembrar, una actividad que llevo en mis venas y me llena de felicidad. Estoy encantado con esta bella huerta y espero seguir acá por el resto de mi vida”.

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Neftalí no tiene la más mínima intención de dejar de trabajar en El Edén.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá