• El programa ‘Mujeres que reverdecen’ le cambió la vida a Gloria Nelsy Jiménez, una mujer luchadora y amante de la naturaleza que sacó adelante a sus cinco hijos.
  • Además de ayudar a embellecer las coberturas vegetales del sur de Bogotá, esta llanera cumplió el sueño de montar su propia huerta casera, donde siembra hortalizas y plantas medicinales con la ayuda de su hijo menor y uno de sus hermanos.
  • “Mi hijo Juan Pablo es un niño especial que le encanta explorar, untarse de tierra y regar las plantas. Por eso nuestra huerta familiar lleva su nombre”.
Mujeres que reverdecen

Gloria Jiménez está dedicada a reverdecer las huertas y jardines del sur de Bogotá.

Gloria Nelsy Jiménez Buitrago tuvo una infancia maravillosa en medio de los cultivos, el ganado y la naturaleza extrema de la Orinoquia colombiana. Nació y se crio en una finca ubicada a las afueras de Villavicencio (Meta), donde sus padres le enseñaron a sembrar, ordeñar y montar a caballo.

“Con mis tres hermanos nos la pasábamos sembrando maíz, algodón, plátano, yuca, frutas y aguacate. Nos despertaban a las tres de la mañana para ordeñar las vacas y cuando terminábamos cogíamos los caballos para arrear el ganado”, asegura esta llanera de 60 años.

Las caminatas para ir a estudiar a la escuela eran eternas pero cargadas de vida, ya que los hermanos tenían que atravesar ríos, quebradas y bosques en alpargatas. “Nos demorábamos dos horas de ida y otras dos de vuelta, pero éramos felices en medio de esa naturaleza hermosa de mi llano”.

Mujeres que reverdecen

Esta llanera es una de las ‘Mujeres que reverdecen’ del Jardín Botánico de Bogotá.

A los siete años, Gloria tuvo que dejar atrás su vida como campesina. Su mamá estaba cansada del trabajo en el campo y de cocinarles a los trabajadores de la finca, por lo cual tomó la decisión de vender su parte del terreno para buscar mejores opciones en Bogotá.

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“Con ese dinero mi padre compró una casa en el barrio San Jorge, hoy llamado Granjas de San Pablo, ubicado en la localidad de Rafael Uribe Uribe. Recuerdo que la nueva adquisición no le gustó mucho a mi mamá porque la casa era muy pequeña”.

Según Gloria, el nuevo hogar solo tenía un piso, dos habitaciones y un sótano, y además carecía de los servicios básicos, como agua y luz. Sin embargo, los cuatro hermanos quedaron felices porque la zona estaba llena de árboles y cuerpos de agua.

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Gloria siempre soñó con tener su propia huerta para prepararles alimentos sanos a sus hijos.

“En esa época no existía la jungla de cemento que vemos hoy en la ciudad. La montaña estaba repleta de árboles y hasta había una laguna con muchos renacuajos. Nos sentimos muy felices porque era algo muy similar a lo que vivimos en la finca llanera de Villavo”.

Cuando terminó el quinto grado de primaria, sus papás le informaron que era el momento de dejar de estudiar. “Mi papá decía que las mujeres eran solo para las actividades del hogar y mi mamá aseguraba que con saber leer, escribir, sumar y restar, ya era más que suficiente”.

La joven llanera no compartía los pensamientos de sus padres y todos los días soñaba con estudiar el bachillerato. “Empecé a trabajar en varias casas de familia haciendo oficios varios y con el dinero que le pagaban, me matriculé en un colegio nocturno”.

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Desde pequeña, Gloria aprendió todo lo que necesitan las plantas para crecer.

Ángeles y desgracias

A los 16 años, mientras seguía con sus estudios por las noches, Gloria se enamoró de un joven del barrio y al poco tiempo quedó embarazada. La noticia no le gustó a su madre y le dijo que debía casarse para no ser la comidilla en los chismes de los vecinos.

“Mi mamá nos llevó a la iglesia para que un cura nos casara, pero no quise hacerlo. Esa decisión fue un escándalo en la familia y por eso me fui a vivir a la casa de mi suegra en el barrio Marco Fidel Suárez; fue salir de Guatemala y llegar a Guatepeor”.

La suegra era bastante machista y le daba consejos que solo beneficiaban a su pareja. “Desde que llegué a la casa me dijo que una mujer debe soportar todo lo que le haga el hombre. Me dijo que si me llegaba a pegar yo debía dejarme, algo que me dejó muy asustada”.

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Juan Pablo es el hijo menor de Gloria, un niño especial que ama estar en las huertas.

Cuando nació Harold Andrey, la felicidad de convertirse en madre se fue desvaneciendo por el comportamiento de su pareja. “Él era muy mujeriego y me daba mala vida. Pero como no tenía para dónde coger y era muy joven, soporté el maltrato por mucho tiempo”.

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Seis años después llegó su segundo hijo, William David, una nueva alegría que también se nubló por una decisión de su compañero de vida. “Su orden fue que dejara de trabajar para dedicarme solo a la crianza de los niños y al hogar. Me convertí en una mujer sumisa que solo obedecía”.

Aunque el amor que alguna vez sintió por su pareja ya no estaba presente, Gloria aceptó casarse por la iglesia y siguió viviendo bajo las órdenes de su esposo en la casa de su suegra, donde tuvo dos hijos más: Cristian Alberto y Ángel Sebastián.

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Gloria fue una de las ‘Mujeres que reverdecen’ que le dieron vida a la huerta del Hospital San Carlos.

“Seguí soportando la infidelidad y muchos malos tratos de mi esposo, aunque Harold Andrey, mi hijo mayor que ya estaba grande y trabajaba, me dijo que debía separarme. Cuando tomé la decisión de dejarlo, mi esposo me puso a elegir entre él o mis hijos; yo obviamente escogí a mis retoños”.

Gloria metió algo de ropa en unas maletas y se fue con sus hijos a vivir en una pieza en el barrio Santa Lucía. Cuando su mamá se enteró de la separación hizo hasta lo imposible por disuadir a su hija argumentando que era una pecadora.

“Me dejé convencer por mi mamá y regresé con mi esposo. Al poco tiempo quedé embarazada, una noticia que no le gustó porque aseguraba que no estaba capacitado para tener otro hijo; la verdad era que tenía otra mujer e incluso le ayudaba con la crianza de sus hijos”.

Mujeres que reverdecen

Gloria contó con la asesoría y apoyo del JBB para montar su huerta casera.

Con seis meses de embarazo y 45 años de edad, Gloria se armó de valor y fuerza para dejar a su esposo y comenzar una nueva vida con sus hijos. “Nos fuimos a vivir en una pieza chiquitica. Yo trabaja en lo que sabía hacer para sacar adelante a mis retoños, es decir lavar, planchar, cocinar y hacer oficio”.

Juan Pablo, su quinto hijo, nació con síndrome de Down, una discapacidad que no la asustó o desmotivó. “Todo lo contrario, la llegada de mi Juanpis me llenó de más fuerzas para seguir adelante y me puse en manos de Dios”.

Regreso al hogar

El padre de Gloria, quien estaba muy enfermo, le propuso que volviera a vivir en la casa del barrio Granjas de San Pablo, donde estaban su madre y sus tres hermanos y la cual contaba con tres pisos y una amplia terraza.

“Regresé a la casa antes de que mi papá falleciera con mis tres hijos menores (los dos mayores ya tenían su propia familia). Mi mamá seguía igual de temperamental conmigo y nos dio una pieza chiquita para los cuatro; yo no me quejé y me las arreglé para acomodarnos”.

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En ‘Mujeres que reverdecen’ Gloria hizo grandes amigas y se convirtió en huertera.

Gloria continuó trabajando en casas de familia haciendo oficio para sacar adelante a sus retoños. “Sin desmeritar a mis otros hijos, Juan Pablo ha sido la mayor bendición de mi vida. Él me ha enseñado que Dios sí existe y que los problemas se pueden solucionar”.

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Por ejemplo, asegura que nunca ha tenido que aguantar hambre cuando no hay trabajo. “Una señora que conocí me dijo que los niños especiales podían ingresar a un proyecto de discapacidad que siempre les va a dar la alimentación; como yo soy su cuidadora, jamás hemos pasado hambre”.

Sus cuatro hijos mayores ya conformaron sus propias familias, por lo cual Gloria vive solo con Juan Pablo en la casa paterna. “Para sobrevivir sigo haciendo oficio en casas, algo que a mis otros hijos no les gusta; aunque me ayudan cuando pueden, tengo que seguir trabajando”.

Mujeres que reverdecen

La huerta casera de Gloria está llena de plantas medicinales como la caléndula.

A reverdecer Bogotá

En septiembre del año pasado, Fanny Elsa, una de sus mejores amigas, le comentó que la Alcaldía de Bogotá estaba buscando ciudadanas para que participaran en un proyecto ambiental y social llamado ‘Mujeres que reverdecen’.

“Con Fanny empezamos a averiguar sobre el proyecto y nos contaron que querían capacitar a miles de mujeres en temas como huertas, restauración de ecosistemas, jardinería y arbolado. Aunque nací y me crie en el campo, jamás pensé que volvería a hacer una actividad relacionada con eso”.

Las dos amigas cumplían con todos los requisitos exigidos por el programa, como ser madres cabeza de familia. Luego de algunas entrevistas, ambas fueron seleccionadas entre las cerca de 1.000 mujeres que estarían vinculadas voluntariamente al Jardín Botánico de Bogotá (JBB).

Mujeres que reverdecen

Gloria no para de sonreír cada vez que habla de su huerta casera.

“A mediados de octubre empezamos las capacitaciones con los expertos del JBB. El objetivo del programa es aprender haciendo, es decir que todo lo vamos aprendiendo en el camino mientras trabajamos en el embellecimiento de las huertas urbanas, jardines y arbolado”.

Una tragedia le arrugó el corazón y el alma. Fanny, su gran amiga, se contagió de covid-19 y lamentablemente no pudo ganarle la batalla al virus, una pérdida que, además de causarle un dolor inmenso, la hizo pensar en abandonar el programa ‘Mujeres que reverdecen’.

“Antes de su partida, Fanny me dijo que, pasará lo que pasará, siguiera en el programa. Lo hice como un homenaje a esa amiga del alma y compañera de vida, una mujer luchadora que sigue viva en mi corazón y en el verde de la ciudad”.

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La Carlota, una huerta del Hospital San Carlos, fue embellecida por las manos de esta llanera.

Uno de los primeros retos de ‘Mujeres que reverdecen’ fue fortalecer la huerta La Carlota de la Fundación Hospital San Carlos, ubicada en el barrio Gustavo Restrepo.

Gloria, junto a otras 37 mujeres del sur de Bogotá, serían las manos que pintarían de verde la huerta. “Empezamos de cero con nuestro profesor Miguel Tobar, un ingeniero agrónomo del JBB que se encargó de volver a diseñar la huerta; lo primero que hicimos fue quitar los ladrillos viejos”.

Las 38 mujeres fueron divididas en dos grupos: uno en la mañana y otro en la tarde. Gloria escogió el matutino, ya que a esas horas Juan Pablo estaba en el colegio. “En la huerta nos volvimos arquitectas. Luego de darle forma de pandereta con ladrillos y baldosas, el paso a seguir fue arreglar el suelo revolviendo la tierra negra con el compost”.

Mujeres que reverdecen

Gloria se graduó como ‘Mujer que reverdece’ acompañada por su hijo Juan Pablo.

Durante más de tres meses, estas mujeres le inyectaron vida a la huerta La Carlota con la siembra de hortalizas como lechuga, apio, zanahoria, acelga y tomate; y frutales como mora, gulupa, tomate de árbol, uva, maracuyá, mora, uchuva, feijoa, fresa, limón y papayuela.

Mientras aprendía sobre agricultura urbana y ayudaba a darle un nuevo rostro a la huerta La Carlota, Gloria decidió rendirle un homenaje a su amiga Fanny con la plantación de un árbol, el cual representará su eterna amistad.

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“Los expertos del JBB me recomendaron plantar el árbol en una zona de ladera cerca de la huerta, para que en el futuro ayude a sostener la tierra. Escogí una eugenia, uno de los árboles que más le gustaba a Fanny y el cual crece a ritmo lento pero seguro”.

Todo el trabajo en la huerta La Carlota fue inmortalizado por Gloria en un pequeño cuaderno que le regaló a los expertos del JBB. “Con mi celular saqué muchas fotos de todo el proceso de la huerta. Este cuaderno es un testigo del trabajo arduo y la amistad de las Mujeres que reverdecen”.

Mujeres que reverdecen

Gloria es una de las ‘Mujeres que reverdecen’ más aplicadas y juiciosas.

Huerta propia

A finales de diciembre del año pasado, cuando tuvo unas semanas de descanso de sus actividades ambientales en la ciudad, Gloria decidió aplicar todos los conocimientos sobre agricultura urbana adquiridos en el programa para montar su propia huerta casera.

“Una amiga me llevó a la huerta de su casa y quise hacer la mía. Además de poder contar con alimentos sanos y sin químicos para alimentar a mi hijo Juan Pablo, esta huerta me iba a servir como el proyecto de grado que nos pedían en el programa”.

La terraza de la casa donde vive era el sitio para darle vida a la huerta, un espacio donde cuelgan la ropa y que es utilizado más que todo por uno de sus hermanos mayores, Francisco Édgar.

Mujeres que reverdecen

Francisco, su hermano, le ha ayudado mucho con el montaje y cuidado de la huerta.

“Como mi mamá es la dueña de la casa, le pedí permiso para utilizar la terraza. Su respuesta fue que hablara con mi hermano, que acababa de pensionarse y estaba muy angustiado por tanto tiempo libre; le propuse que montáramos juntos la huerta”.

Francisco Édgar es decorador de almacenes, por lo cual llevaba a la terraza muchas cosas que le sobraban de su trabajo, como láminas y partes de muebles. “El ingeniero Miguel del JBB nos recomendó utilizar ese material para construir camas altas y cubrir un poco la terraza con plástico para evitar que el fuerte viento hiciera destrozos”.

Gloria y su hermano comenzaron a construir tres camas largas con láminas, tablas y partes de un escritorio; también compraron plástico, alambre y algunos bultos de tierra negra. “Todo lo que hacíamos lo fotografiamos para luego enviárselo al profe Miguel, quien nos motivaba cada vez más”.

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La huerta de Gloria le ha permitido preparar varios platos saludables.

En una de las camas, que tiene una profundidad de 25 centímetros, los hermanos sembraron semillas de plantas aromáticas. En otra, de 40 centímetros de fondo, metieron semillas de cilantro, zanahoria, arveja y cebollín.

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Las semillas de cilantro y cebollín fueron las primeras en ser sembradas. “Cuando empezaron a salir las plantas sentí una sensación muy hermosa porque estaba generando vida. Llamé a Juan Pablo, mi hermano Édgar y varios sobrinos para que vieran el milagro de la naturaleza”.

Luego vinieron los cultivos de zanahoria, las arvejas y las plantas aromáticas. “No quisimos sembrar tomate porque es un cultivo muy difícil. Las arvejas fueron complejas y el cilantro está algo demorado, por lo cual llamé a los expertos del JBB para que me ayudaran”.

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Gloria siente una felicidad enorme cuando las plantas de su huerta florecen.

Alma Melo, técnica de agricultura urbana del JBB en la localidad de Rafael Uribe Uribe, ha visitado varias veces a Gloria para darle varios consejos. “El cilantro es demorado porque necesita mucho riego y calor. Además, es una planta celosa, es decir que necesita estar sola para que germine rápido”.

La experta le recomendó no seguir con el cultivo de arvejas y mejor sembrar tubérculos como rábano y cebolla cabezona. “Las especies se adaptan a los lugares. Tenemos que experimentar con otros cultivos y no cerrar los plásticos todo el día porque produce mucho calor. Si siembra rábano, a los 32 días va tener cosecha”.

Otra sugerencia es realizar un manejo cromático con las plantas para evitar la llegada de plagas y hongos. “Las plantas de ciertos colores cumplen esa función. Le recomiendo sembrar plantas con colores amarillos y naranjas y mejorar la parte del riesgo porque hay algunos alambres que pueden causar heridas”.

Mujeres que reverdecen

Gloria trata su huerta como a un hijo más. Todos los días le brinda cariño y cuidado.

Proyecto de vida

En los nueve meses que lleva con su huerta casera, Gloria ha aprendido que es un trabajo diario, constante y de mucha dedicación. “A veces se secan los cultivos y otras veces no salen. Pero hay que seguir dándole amor a la huerta y mejorarla, porque de acá va a salir el alimento de la familia. Quiero hacer trueques con los vecinos”.

Escoger el nombre de la huerta fue un proceso demorado. La llanera le propuso a su hermano nombrarla Jiménez, el apellido familiar, pero él lanzó otra opción: Juan Pablo, un niño que ama sembrar y regar las plantas.

“Yo prefería el apellido de la familia porque quiero que mi hermano se sienta parte del proceso; gracias a él pude construir las camas y está muy comprometido con la huerta. Pero él decidió que se Juanpis, mi hijo hermoso y compañero de vida”.

Mujeres que reverdecen

La huerta de Gloria cuenta con el apoyo del JBB y la Alcaldía Local de Rafael Uribe Uribe.

Gloria vive con Juan Pablo, un niño conversador y cariñoso de 12 años, en una habitación pequeña en la casa de sus padres. Sus otros hijos ya cortaron con el cordón umbilical y tienen sus propias familias, aunque están muy pendientes de ella.

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“A Juan Pablo le encanta estar en la huerta y nos ayuda a regar las plantas y sembrar las semillas. Está en una edad donde solo quiere explorar y replica todo lo que yo hago; nos va muy bien juntos y por eso somos un buen equipo”.

La huerta casera es el nuevo proyecto de vida de esta llanera y madre luchadora, un terruño al que le inyecta todo el esfuerzo y trabajo posible. “El programa ‘Mujeres que reverdecen’ me convirtió en una huertera y varias compañeras me llaman para que les ayude con sus huertas”.

Mujeres que reverdecen

Gloria quiere aprender a hacer aceites, jabones y pomadas con las plantas de la huerta.

Gloria tiene profundos lazos de amistad con varias de las compañeras de ‘Mujeres que reverdecen’. “Hicimos un grupo de WhatsApp que llamamos las ‘Damas que reverdecen’, donde todas nos ayudamos si alguna necesita algo. Gracias al programa tengo una nueva familia de mujeres luchadoras”.

Las actividades ambientales de esta madre cabeza de familia no han culminado. Además de seguir reverdeciendo su huerta con la ayuda de su hijo Juan Pablo, continúa fortaleciendo las coberturas vegetales del sur de la ciudad. “Nunca dejaré de ser una ‘Mujer que reverdece’ y el Jardín Botánico se convirtió en un nuevo hogar”.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá