- Soley Durán fue una de las ciudadanas que más aprovechó su paso por el programa ‘Mujeres que reverdecen’ con el Jardín Botánico de Bogotá (JBB).
- Además de aprender sobre agricultura urbana, jardinería y arbolado, esta bonaverense creó su propio emprendimiento ambiental: vinagretas que elabora con varias de las plantas de las huertas, como cilantro, perejil, ajo, cidrón, amaranto, albahaca, uchuva, lulo, feijoa y ruibarbo.
- Su negocio ambiental es presentado en varias ferias locales y eventos como los Mercados Campesinos Agroecológicos.
Soley Durán nació en un municipio bañado por las aguas verdosas del océano Pacífico, un extenso territorio húmedo que alberga el principal puerto marítimo de Colombia: el Distrito especial, industrial, portuario, biodiverso y ecoturístico de Buenaventura.
Por sus venas corre sangre con aroma a mar, selva y palenque. Su papá nació en El Charco (Nariño) y su mamá en la zona de Naya (Valle del Cauca). Ambos fueron campesinos que sacaron adelante a sus ocho hijos con la pesca y algunos cultivos.
“No aprendí a cultivar ni a pescar porque nos criamos en los barrios urbanos de Buenaventura. Lo que sí me enseñaron mis familiares fue a cocinar los manjares del Pacífico; heredé la sazón de mi madre y abuela”.
La morena rubia y espigada tuvo una niñez tranquila en los barrios Matasiete, San Luis y El Cambio. Recuerda que en su infancia no sabía lo que era el conflicto armado y la violencia, algo que llegó a su fin durante la adolescencia.
“Buenaventura se convirtió en una zona roja por los grupos armados al margen de la ley y las bandas locales. Mi hermoso pueblo quedó gobernado por la violencia y la delincuencia; como no había más opciones, nos tocó quedarnos”.
Luego de graduarse como bachiller, a los 20 años, se casó y tuvo dos hijos: Dayana y Juan Sebastián. “Mis primeros años como madre los destiné a la crianza de mis niños; mi esposo no me dejaba trabajar”.
El dinero era cada vez más escaso en el hogar de Soley. Con el permiso de su esposo montó un puesto ambulante en el muelle turístico de Buenaventura, donde vendía jugos, gaseosas y aguas.
“Mi pareja me puso los cachos y la relación se deterioró. Nos separamos y me quedé con los dos niños, trabajando en el muelle o haciendo oficio en casas de familia”.
Soley volvió a darle una oportunidad al amor y tuvo a su tercera hija, Yermany. “Seguí con el puesto ambulante y haciendo otras actividades para llevarles comida a mis hijos. Así estuve muchos años, hasta que la situación se tornó insoportable”.
Las mafias de Buenaventura le pedían vacunas para que pudiera seguir con el puesto de bebidas. “La cuota era cada vez más alta y todas las ganancias eran para ellos. Si uno no pagaba la vacuna, lo mataban”.
Una amiga le propuso alzar vuelo hacia Bogotá para buscar una mejor suerte. Ambas se fueron en flota y Soley dejó a sus tres niños al cuidado de su pareja y otros familiares.
“En 2015 llegué a la nevera, al barrio Jerusalén de Ciudad Bolívar. Fui a varias entidades del Distrito para declararme como desplazada y me aprobaron los papeles; me quedé 15 días en la casa de una conocida de mi amiga”.
Luego se fue a vivir con una de sus hermanas y el esposo. “Los tres dormíamos en una cama chiquita. Conseguí trabajo en un sitio de comidas rápidas y con el primer sueldo compré una cama y muchas cobijas para soportar el frío”.
La bonaverense arrendó una pieza en el mismo barrio y le dijo a su familia que le mandara a sus tres hijos. El amor con su segunda pareja llegó a su fin y Soley se convirtió en madre soltera y trabajadora.
“Primero trabajé en una pescadería y luego una amiga me llevó a una obra de construcción, un trabajo muy pesado. En los pocos tiempos libres hacía oficio en casas y les ayudaba a los niños con las tareas del colegio”.
En 2017 tuvo una relación fugaz con un hombre y quedó embarazada. “Dilan Santiago fue un niño colado porque no estaba en mis planes ser madre de nuevo y además estaba planificando. No me organicé con el papá de mi bebé”.
Una nueva mujer
Mientras Santiago crecía en su vientre, Soley trabajó varios meses en la obra de construcción y pasó papeles en los programas sociales de Ciudad Bolívar para tener más recursos económicos.
“Cuando nació Santiago me convertí en vigilante. Solo estuve siete meses porque me tocaba ir de domingo a domingo y yo quería criar y cuidar a mi bebé. Me dediqué a hacer oficio en casas de familia”.
En septiembre de 2021, una amiga del barrio le comentó que la Alcaldía de Bogotá estaba buscando mujeres para participar en el programa ‘Mujeres que reverdecen’ y le envió un link por WhatsApp para que se inscribiera.
“Les compartí el link a varias amigas y a mi hermana. A todas, menos a mí, las llamaron del Jardín Botánico para informarles que habían sido seleccionadas. Llamé a la entidad para saber qué había pasado y me dijeron que tuviera paciencia”.
A los pocos días su celular sonó y una profesional del JBB le dio la buena noticia: tenía que ir al JBB a firmar un acta de compromiso. “Luego me citaron en el salón comunal del barrio Juan José Rondón en Ciudad Bolívar”.
Soley ingresó a un grupo de 30 ‘Mujeres que reverdecen’ de las localidades de Ciudad Bolívar y Tunjuelito. “Al ver a todas esas mujeres se me alborotó la timidez. Aunque soy del Pacífico me cuesta mucho socializar y me considero muy tímida”.
Según la vallecaucana, antes de empezar a aprender sobre agricultura urbana, jardinería y arbolado, la formadora Diana Castro les hizo varios talleres de meditación, autoconocimiento y perdón.
“Siempre he creído que por mi dialecto del Pacífico la gente no me va a entender y pienso mucho antes de decir una palabra. La lengua se me enreda y eso me genera una pena enorme”.
Con la ayuda de la formadora y sus compañeras, la morena se fue soltando poco a poco. “Todas son mujeres espectaculares que me acogieron muy bien. Logramos crear un grupo muy bonito basado en el respeto, compañerismo y amor propio”.
Las 30 ciudadanas ayudaron a reverdecer huertas como Chihiza-Ie, El Edén, Renacer, ASOGRANG y Años Dorados. “Aprendimos mucho sobre las plantas y las formas correctas para sembrar y cosechar”.
Una de las lecciones que más atesora Soley es el reciclaje, una actividad que desconocía. “Yo no sabía que era reciclar y todo lo botaba mezclado en la misma bolsa. Ahora separo todo en la casa y le enseño a mi hijo Santiago”.
Empresaria verde
En ASOGRANG, una huerta comunitaria de la localidad de Ciudad Bolívar, Soley se enamoró perdidamente de una planta ancestral que pinta toda la tierra con un color púrpura: el amaranto.
“Nunca había visto a esta hermosa planta porque no la cultivan en el Pacífico. Tampoco conocía todos los poderes nutricionales que tiene, como altas concentraciones de hierro y calcio, y menos que era la carne de los vegetarianos”.
Uno de los requisitos para graduarse en ‘Mujeres que reverdecen’ era crear un emprendimiento relacionado con los aprendizajes del programa, es decir sobre agricultura urbana, jardinería o arbolado.
“Yo quería que mi emprendimiento incluyera las semillas del amaranto. “La profe Diana Castro me propuso una idea novedosa que me llamó mucho la atención: hacer vinagretas con varias de las plantas de las huertas”.
Con la asesoría de Castro, Soley fusionó dos de sus grandes pasiones: la cocina y la agricultura urbana. La materia prima, como cilantro, perejil, ajo, cidrón, amaranto, albahaca, menta, uchuva, lulo, feijoa y ruibarbo, las obtiene de las huertas de Ciudad Bolívar.
“Toda la preparación de las vinagretas la hago en mi casa con ayuda de mi hijo menor. El producto natural lo envaso en frascos de vidrio y luego los vendo en varias ferias locales o a través de mis contactos de WhatsApp”.
Soley recuerda que la primera prueba de fuego fue una feria local en la localidad de La Candelaria, un evento donde participaron más de 20 de las ‘Mujeres que reverdecen’ del Jardín Botánico.
“La vinagreta que más le gustó a la gente fue la de cidrón con semillas de amaranto. Cuando probaban su sabor quedaban maravillados y por eso las 10 vinagretas de ese sabor que lleve se vendieron muy rápido”.
Una de las principales ventanas para comercializar las vinagretas han sido los Mercados Campesinos Agroecológicos del Jardín Botánico, encuentros con el campo que se realizan los primeros fines de semana de cada mes.
“El JBB me invita cada mes para que ofrezca mis vinagretas naturales, un emprendimiento que decidí llamar Sol, las primeras tres letras de mi nombre. Siempre me va muy bien en las ventas y además he conocido huerteros y huerteras maravillosas”.
Sigue creciendo
Soley no se conforma con llevar sus vinagretas a los Mercados Campesinos o ferias locales de la capital. Por ejemplo, presentó su emprendimiento a una convocatoria de mujeres emprendedoras de la localidad de Ciudad Bolívar.
“Me dieron tres millones de pesos para que mejorara mi negocio. Con ese dinero compré algunas máquinas y mandé a hacer la publicidad, es decir un afiche que llevo a todas las ferias y las etiquetas de los envases”.
El Jardín Botánico la invitó a participar en una alianza que suscribió con el Colegio de Estudios Superiores de Administración (CESA), donde los estudiantes de marketing les ayudaron a 16 huerteros y ‘Mujeres que reverdecen’ a mejorar la marca y comercialización de sus emprendimientos.
“Les envié toda la información de mi emprendimiento a tres estudiantes del CESA. Los muchachos me ayudaron a mejorar el logo y la presentación del producto; fue una experiencia muy bonita”.
Aunque Soley sobrevive vendiendo ropa y zapatos por catálogo a través de su celular y las redes sociales, asegura que el corto tiempo piensa dedicarse del todo a comercializar las vinagretas naturales por toda Bogotá.
“Ahora me invitan a muchas ferias locales. Casi todos los fines de semana estoy ocupada vendiendo vinagretas en localidades como Chapinero, La Candelaria y Ciudad Bolívar y además no me pierdo el Mercado Campesino del JBB”.
Soley no encuentra las palabras suficientes para definir su paso por ‘Mujeres que reverdecen’. “Aunque suene a frase de cajón, este programa me cambió la vida. Vencí la timidez, aprendí muchas cosas ambientales, hice amigas del alma y me convertí en empresaria”.
También aprendió a alimentarse mejor. “Yo antes no comía ensaladas, solo arroz, papa y yuca. Al conocer todas las hortalizas y plantas de las huertas, que no tienen químicos, decidí incluirlas en mi dieta diaria”.