- Carlos Alfredo Yopasa lideró a más de 20 habitantes de este sector de la localidad de Engativá para darle vida a una huerta comunitaria con manejo agroecológico.
- En La Española, un terruño lleno de hortalizas, frutales y plantas medicinales que nació hace 14 años, la comunidad realiza proyectos de educación ambiental y soberanía alimentaria.
- Crónica de un bogotano con raíces indígenas y campesinas que se convirtió en un ícono de la agricultura urbana en la capital del país.
Aunque nació hace más de 80 años en Bogotá, por las venas de Carlos Alfredo Yopasa corre sangre indígena y campesina. Su familia paterna es descendiente de los muiscas, etnia que veneraba el agua y cultivos como el maíz.
“Varios de ellos fueron fundadores de Suba, uno de los territorios muiscas de la ciudad, en una época donde los cultivos y la naturaleza marcaban la parada. La familia de mi madre era campesina de la sabana de Bogotá”.
Arcadio y Matilde, sus padres, tuvieron 12 hijos y los criaron en una casa ubicada en la zona rural de esta localidad del norte de la ciudad. Sacaron adelante a sus retoños con las labores del campo y la alfarería.
“Mis papás decían que era mejor tener chinos por docenas, como los 12 Apóstoles, porque todos vendrían con el pan bajo el brazo”, recuerda Carlos.
Cuando cumplió los cinco años, sus padres le encargaron liderar varias tareas agropecuarias, como sacar a pastar el ganado y cultivar en los suelos fértiles de la finca, además de elaborar figuras en barro.
“Solo estudié hasta quinto de primaria porque me dediqué de lleno a las labores del campo. En la adolescencia conseguí trabajo en un laboratorio norteamericano donde estuve 30 años”.
En la Suba rural, Carlos se enamoró de Mariela Elena García, con quien se casó y tuvo cuatro hijos: Claudia Elena, Liliana, Cesar Alfredo y Carlos Andrés.
“Vivimos cuatro años en el barrio Patria, pero luego regresamos a Suba cuando a mi esposa le asignaron una casa a través de la cooperativa de la empresa donde trabajaba”.
Cuando uno de sus hijos fue diagnosticado con síndrome de Down, la vida de la familia Yopasa García tuvo un giro drástico: les tocó abandonar Suba para llevar a su retoño a los controles médicos.
“En esa época Suba era la despensa agrícola de Bogotá y no había casi transporte ni vías. Por eso empezamos a buscar otro sitio para vivir mejor”.
Carlos y Mariela encontraron una casa en La Española, barrio de la localidad de Engativá, y allí echaron raíces. “Es un sitio muy bonito, tranquilo y lleno de verde”.
Mientras su esposa se encargaba de la crianza de los hijos en casa, el descendiente de los muiscas recorría todo el país controlando los medicamentos piratas que llegaban a las droguerías.
En 2005, cuando el laboratorio norteamericano cerró sus puertas, Carlos trabajó en empresas de lácteos y comercializadoras de vino. “Así estuve hasta que recibí la pensión. Luego, la agricultura urbana cambió mi vida”.
Nuevo huertero
Corría el año 2009 cuando el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) empezó a realizar varias capacitaciones y talleres de agricultura urbana en el barrio La Española.
Según Carlos, con estos conocimientos varios de los vecinos del sector querían recuperar una extensa zona que se había convertido en un depósito de basuras y escombros con el montaje de una huerta comunitaria.
“El terreno llegaba hasta la Avenida Cali y en el pasado fue utilizado como parqueadero. Nuestro primer reto fue limpiarlo, una tarea muy pesada que nos dejó las manos llenas de ampollas”.
Carlos se encargó de liderar a 20 vecinos de La Española, adultos, personas de la tercera edad y jóvenes, para sanear el predio. A punta de palas, picas, azadones y rastrillos, retiraron las basuras y el pasto kikuyo.
“Luego, con la asesoría del JBB, dimos paso a la aplicación de tierra fértil para poder cultivar hortalizas, frutales y plantas medicinales y aromáticas. El 4 de julio de 2009 nació la huerta agrourbana La Española”.
El nuevo huertero recuerda que en esa época se gestionaron los primeros de tierra abonada con el JBB. “Pero como el terreno era tan grande, las ayudas no alcanzaban. Por eso reunimos dinero y compramos más tierra en el municipio de Cota”.
La comunidad implementó cultivos hidropónicos en la huerta, es decir infraestructuras en forma de pirámide que funcionan solo con agua y soluciones nutritivas. El líquido era suministrado por la Junta de Acción Comunal (JAC).
“Pero como era tanto el consumo de agua que requería la huerta, los recibos llegaban muy costosos y tuvimos que poner fin a los cultivos hidropónicos. No nos desmotivamos y empezamos a sembrar de la manera tradicional, es decir en el suelo”.
Lo primero que sembraron fueron acelgas, lechugas y cebollas, y al poco tiempo habas y papas criollas y sabaneras. Carlos plantó un durazno, un papayuelo, un curubo y varios lulos y brevos que hoy en día sobreviven.
Grupo comunitario
Los 20 habitantes del barrio y varias personas de la JAC elaboraron un plan de trabajo. Los días para huertear fueron los martes, jueves y sábados en dos turnos (mañana y tarde).
“Nos reuníamos para regar las plantas, quitar la maleza y consentir las hortalizas, frutales y plantas medicinales; la cosecha siempre ha sido repartida entre los miembros del grupo”.
Aunque la mayoría de los habitantes de La Española estaban contentos con el trabajo comunitario liderado por Carlos, esto no evitó que salieran detractores.
“Unos vecinos llamaron a la Policía argumentando que estábamos construyendo un sanitario público y un sitio para el libertinaje. Las entidades nos visitaron y constataron que nuestro trabajo era para recuperar la zona”.
En 2014, un proceso de restitución del espacio público obligó a construir un sendero peatonal en la mitad de la huerta, ubicada en medio del salón comunal, el centro de salud y la parroquia Santísimo Redentor.
“Trasladamos la huerta a un terreno contiguo a la pared de la parroquia, decisión que contó con la aprobación de los curas. Luego trasladar algunas de las plantas y árboles, encerramos el terreno con plantas de ligustro”.
La JAC y la Secretaría de Integración Social les ayudaron a construir un sistema de riego. “El Centro Día instaló un tanque para recoger agua lluvia, líquido que llevamos a la huerta a través de mangueras instaladas en el suelo”.
Con el paso de los años, la huerta La Española se convirtió en uno de los sitios más conocidos en la localidad de Engativá por su proceso comunitario.
“Las personas aún se sorprenden al ver que sembramos sin aplicar químicos. Con el JBB aprendimos a hacer biopreparados para combatir las plagas y compramos muchas lombrices rojas californianas para montar nuestro lombricultivo”.
Sobreviviendo a la pandemia
El coronavirus causó profundas heridas en la huerta La Española. Debido a las cuarentenas, los huerteros de la tercera edad, como Carlos, no podían salir de sus casas para sembrar y cosechar.
“Eso nos apachurró el corazón y generó estragos en la huerta porque estuvo abandonada durante todo 2020. Los cultivos se murieron y el pasto y la maleza se apoderaron del lugar”.
A comienzos de 2021, cuando las restricciones de la pandemia bajaron su intensidad, Carlos regresó a la huerta. Al ver su nuevo aspecto, se echó a llorar.
“Con Amparo, Martha y Luis, quienes han estado desde el inicio de este proyecto comunitario, y Mario Torres, el presidente de la JAC, la empezamos a revivir”.
La salud le jugó una mala pasada en marzo de 2021, cuando le diagnosticaron problemas del corazón y estuvo un mes hospitalizado. “La huerta quedó en manos de mis compañeros”.
Al salir de la clínica, Carlos tuvo que volver al encierro en su casa para guardar reposo. “Duré como cuatro meses sin ir a la huerta, un tiempo que para mí fue toda una eternidad”.
En septiembre, los huerteros de La Española recibieron una buena noticia: el Centro Día de la Secretaría de Integración Social los iba a ayudar con la renovación de la huerta.
“Con el dinero que nos dieron compramos insumos para transformar de nuevo la huerta. Hicimos los cerramientos de las eras con ladrillos, aplicamos abonos en la tierra y sembramos nuevas plántulas”.
En noviembre tuvo que ausentarse de nuevo de la huerta para ponerse un marcapasos. “Los médicos me recomendaron no hacer actividades físicas pesadas, como echar pica y pala, pero sí estar al aire libre y caminar”.
La huerta le sirvió como terapia durante los meses de recuperación. “En este hermoso lugar sigo activo y dejo las tristezas y lo negativo en el olvido. Sigo trabajando a un ritmo más calmado para que la huerta siga reverdeciendo”.
Carlos considera la huerta agrourbana La Española como un hijo más. “Este espacio nos da comida sana sin químicos y nos genera una felicidad indescriptible. Aunque ya me cortaron las alas porque no puedo echar pica y pala, seguiré trabajando por este tesoro comunitario”.
Además de la agricultura urbana, en este terruño agroecológico de la localidad de Engativá se realizan otras actividades lideradas por la Junta de Acción Comunal del barrio.
“A través de un Proceso Comunitario de Educación Ambiental (PROCEDA), realizamos proyectos relacionados con la soberanía alimentaria y el cambio climático”.