• Ofelia Pinto es la encargada de sembrar, cosechar y cuidar las hortalizas, frutales y plantas medicinales y aromáticas de la huerta del Jardín Botánico de Bogotá (JBB), un amplio espacio donde la ciudadanía aprende sobre agricultura urbana.
  • Esta huilense lleva más de 18 años en la entidad, un largo viaje donde ha conocido los poderes, misterios y propiedades de las plantas y las semillas. También les da charlas, capacitaciones y asesorías a los huerteros y personas que visitan su sitio de trabajo.
  • Conozca la historia de vida de esta madre de seis hijos, una mujer que, a pesar de los avatares y sufrimientos, no ha perdido su sonrisa y las ganas de salir adelante.
Huerteras de Bogotá

Ofelia Pinto les siembra la semilla de la agricultura urbana a los ciudadanos que visitan el Jardín Botánico.

Aunque un tapabocas desechable cubre su boca, es evidente que sonríe. Sus ojos, de color aguamarina, lucen como una noche de estrellas intensas y brillantes. Su rostro rojizo por los intensos rayos del sol está lleno de líneas de expresión y su voz tiene melodías elevadas y folclóricas.

Las reminiscencias y añoranzas de sus años de infancia en Algeciras, un pequeño municipio del departamento del Huila, son las causantes de la alegría mezclada con nostalgia que revela la cara de Ofelia Pinto Marín, una mujer de 48 años que actualmente está a cargo de la madre de todas las huertas urbanas de Bogotá: la del Jardín Botánico.

“Mi niñez transcurrió en las quebradas, charcos y ríos del pueblo. Con mis hermanos íbamos todos los días a colgarnos de los bejucos y bañarnos en esas aguas cristalinas. Siempre andábamos descalzos y las mujeres no teníamos que ir a la escuela: eso era solo para los hombres y únicamente hacían hasta quinto de primaria”.

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Ofelia lleva más de 18 años en el JBB, tiempo en el que se enamoró de la agricultura urbana.

Raúl Pinto, su papá, tenía raíces indígenas, y Angelina Marín, su mamá, venía de una familia campesina desplazada del Tolima. Ambos procrearon 20 hijos en Algeciras, de los cuales solo tres fueron mujeres y hoy en día sólo sobreviven siete.

“Cuando mi mamá llegó al pueblo tenía apenas 16 años. Mi papá, que ya superaba los 40, le propuso a mi abuelo hacer un trueque: la finca por esa muchacha. Así empezó a conformarse esta numerosa familia donde no existían los zapatos por la tradición indígena de mi padre”.

En la finca de la familia Pinto Marín no había lujos. No los necesitaban, ya que tenían todo lo necesario a la mano para sobrevivir. La comida venía de los cultivos propios de papa, café, yuca, arracacha, maíz, caña y frijol, y de los pollos, vacas y marranos que permanecían libres por la zona.

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Ofelia sufrió del desplazamiento forzado por la violencia en el Huila.

“Teníamos luz gracias a las lámparas con gasolina o tarros de leche con pedazos de camisas impregnados de combustible. A mi papá le gustaba que sus camisas estuvieran bien planchadas, por lo cual hacíamos almidón con yuca y papa rallada para echarles a las camisas y que así quedaran sin arrugas”.

Todos los diciembres, el pueblo se vestía de fiesta con la lechona hecha en horno de barro, la chicha, el masato y los insulsos. “En esa época no existía el aguardiente. Con mis hermanos no sabíamos lo que era una muñeca o un carro, y la verdad no nos hacían falta”.

Ofelia recuerda que en una Navidad le hizo un pequeño reclamo a su papá por no tener regalos bajo el chamizo lleno de bolas rojas. “En una de las casas vi a unos niños con muchos juguetes. Le pregunté a mi papá por qué el Niño Dios no me había dado regalos, a lo que me respondió tajante: le voy a hacer el suyo”.

Con las hojas de una palma elaboró un lindo canasto y se lo entregó a su inocente hija. Luego le advirtió que el regalo sería su nueva forma de vida: “a partir de mañana va a empezar a coger café. Yo tenía como cinco años y desde ahí inicié mi vida como agricultora”.

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Esta huilense es la encargada de cuidar la huerta urbana del Jardín Botánico.

Zozobra en el campo

El primer trabajo de Ofelia en los cafetales fue recoger en el canasto que le dio su progenitor, las pepas de café que se le caían a los más de 40 jornaleros que laboraban en la finca. También se encargaba de regañarlos cuando no hacían caso.

“Desde pequeña tengo un temperamento muy fuerte. Esto se debe a que me críe con muchos hombres (mis 17 hermanos) y a punta de azadón, machete y barretón. Por eso no me gustan las faldas, el maquillaje y esas cosas de mujeres. Al jornalero que no hacía caso le echaba la madre”.

Con el paso de los años, Ofelia tuvo nuevas responsabilidades en el campo. En los cafetales se convirtió en un tipo de capataz, ya que era la encargada de decir cuáles palos cosechar y liderar los regaños. Cuando no había temporada de café se dedicaba a sembrar y cosechar frijol y arracacha.

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Ofelia llega bien temprano a la huerta para revisar las hortalizas, frutales y plantas medicinales.

Sus ojos risueños empiezan a desvanecerse al recordar 1988, cuando la tranquilidad de Algeciras llegó a su fin. Ofelia, que en esa época tenía 14 años, asegura que el pueblo se llenó de gente extraña y con movimientos raros. “Era un grupo armado al margen de la ley. Mi mamá, asustada por la vida de sus hijos, empezó a sacarnos del pueblo en camiones, sin saber el rumbo que cogeríamos”.

Ofelia fue enviada con mi amigo de la familia a Pereira. Luego de dormir varios días bajo los puentes o en parques de la capital de Risaralda, consiguieron trabajo en un cafetal, donde aplicó todo lo aprendido durante su infancia.

Allí se enamoró de Luis, otro caficultor. Ofelia tenía apenas 15 años y al poco tiempo dio a luz a Juan Carlos, su primer hijo. “Todo iba bien hasta que la suegra decidió vivir con nosotros. Esa señora me dio unas muendas duras, por lo cual me devolví al pueblo con mi hijo”.

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Ofelia les da charlas y asesorías a las personas que visitan la huerta del JBB.

Desplazamientos continuos

En Algeciras no había mucho que hacer. Los grupos armados seguían mandando en la zona y el trabajo para las mujeres era escaso, hasta en los cafetales. Por eso, Ofelia cambió de nuevo su rumbo, esta vez hacia Bogotá, la capital del país.

“Me tocó trabajar en lo que menos me gusta: haciendo oficio en una casa. Nunca me ha gustado cocinar ni nada de eso. Lo mío era el campo y los cultivos, y por eso hasta me vestía como un hombre. Jamás me he puesto una minifalda y para mí es muy difícil jalarme los pelos para peinarme”.

En la gran ciudad se enamoró de Ricardo, pero por las múltiples necesidades decidió regresar al pueblo con su nuevo compañero e hijo. “Estuvimos varios años en Algeciras trabajando en lo que saliera; en ese tiempo tuve tres hijos más”.

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La sonrisa de Ofelia esconde una vida llena de sufrimientos y avatares.

En una borrachera, su compañero de vida hizo una confesión que lo sentenció a muerte. Según Ofelia, Ricardo dijo que había prestado servicio militar, a lo que el grupo armado respondió con amenazas y un nuevo desplazamiento forzoso.

“Nos organizamos en el barrio Patio Bonito de Bogotá. Mi compañero consiguió trabajo como vigilante en Cafam de la Floresta y un día no regresó, se borró del mapa. Me dejó sola con mis cuatro hijos y nunca lo volví a ver. Luego supe que estaba en Pasto con otra vieja”.

La situación era precaria. Por eso, dos de sus hijos, el mayor y el menor, regresaron a Algeciras a vivir en la finca de sus padres. “Yo me quedé con los otros dos en Bogotá. Así pasaron los años hasta que una tragedia me nubló la vida”.

Un grupo armado quería reclutar a su hijo mayor, de 15 años, por lo cual fue enviado de regreso a la capital. “Pero no se amañó y se devolvió al pueblo, y un mes después me dijeron que estaba muerto. Nunca se supo qué le pasó y es mejor no averiguar”.

Ofelia no podía echarse a la pena: tenía otros tres hijos que alimentar. “Antes de la muerte de mi hijo trabajaba en lo que me tocara, en especial en casas de familia haciendo oficio y esas cosas que nunca me gustaron; pero cuando toca, pues toca”.

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Ofelia tuvo seis hijos. El mayor falleció en el pueblo que la vio nacer por circunstancias que aún desconoce.

Sale el sol

Corría el año 2004. Ofelia trabajaba lavando ropa en varias casas, por lo cual tenía que dejar a sus niños solos en su hogar del barrio Patio Bonito. Un día vio que una señora elegante estaba hablando con uno de sus hijos por la ventana.

“Era de Integración Social. Le expliqué mi situación y me propuso que metiera a mis hijos en un jardín de esa entidad mientras yo asistía a unos cursos en el Jardín Botánico de Bogotá (JBB). Como me iban a dar un subsidio, acepté”.

Durante un año, el JBB la capacitó en temáticas como diseño de jardines, plantas medicinales y elaboración de jabones con productos orgánicos. “Con lo del subsidio podía pagar el arriendo y llevar comida a la casa. Me gustaron los cursos porque me recordaban mi niñez en el campo, pero yo no sabía leer ni escribir; nunca había pisado una escuela”.

Finalizados los cursos, Ofelia y varias de sus compañeras pasaron sus hojas de vida al Jardín Botánico para trabajar formalmente. La huilense fue contratada para apoyar el mantenimiento del arbolado con actividades como el riego, algo que no le pareció extraño.

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La oficia de Ofelia es una huerta llena de hortalizas, frutales y plantas medicinales.

“Desde chiquita he estado familiarizada con los árboles. Lo que me asustaba era que supieran que no sabía leer ni escribir, pero como era buena para copiar los textos nadie se daba cuenta. Un día, una ingeniera me pilló y en lugar de burlarse de mí me matriculó en un colegio para que empezara a estudiar la primaria los días sábados”.

Mientras aprendía sobre árboles y plantas en el JBB, Ofelia terminó la primaria. Luego, el jefe de arbolado de la entidad le dijo que siguiera con el bachillerato y la ayudó con las primeras matrículas en una fundación. “En esos años tuve a una niña, es decir mi quinto hijo. Y en 2010, producto de una noche de copas, una noche loca, volví a quedar embarazada. En total tuve seis hijos, uno ya en el cielo, el mayor, que es como mi ángel”.

Siguen los retos

Para Ofelia, su ingreso al Jardín Botánico partió su vida en un antes y un después. Los trabajos en casas, lavar ropa y hacer oficio llegaron a su fin, al igual que el rebusque diario de la plata para la comida de sus hijos.

“Al tener un salario fijo ya tenía asegurada la plata para la comida, el arriendo y el estudio de mis hijos y el mío. Mi vida cambió al llegar al JBB, pero el destino me tenía preparado un nuevo reto: mi hijo chiquito, Jefferson, empezó a convulsionar, lo que le causó una gran pérdida de movilidad en su cuerpo”.

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Su trabajo en la huerta le recuerda sus años felices en el campo del departamento del Huila.

Su hijo menor, al que llama bebé, tiene epilepsia y retraso global, por lo cual necesita de muchos medicamentos. “Para ganar más platica y así mejorar la vida de mi bebé, tenía que terminar el bachillerato. Así lo hice y en 2011, una ingeniera del JBB me inscribió en el SENA para estudiar un técnico en educación ambiental”.

Con el cartón como técnica, esta huilense de estatura baja empezó a trabajar en la mayoría de áreas del JBB. Pasó por arbolado, jardinería, restauración ecológica, colecciones vivas y hasta en oficios generales. “Cuando estaba en oficios generales me dediqué a escuchar atenta todo lo que decían los intérpretes ambientales en las charlas con la ciudadanía. En todos los eventos me sentaba atrás para anotar en un cuaderno las lecciones de los expertos”.

Debido a todos esos conocimientos, en 2018 fue reubicada en la oficina de educación ambiental del Jardín Botánico. Su nuevo reto era acompañar a los profesionales a todas las localidades para sensibilizar a la comunidad en diferentes temas ambientales. “En esas charlas en el territorio aprendí mucho sobre agricultura urbana, reciclaje y manejo de suelos. Los profesionales quedaban sorprendidos por mis conocimientos en agricultura, ya que no sabían toda mi historia campesina en Algeciras”.

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Ofelia lidera el trabajo de las ‘Mujeres que reverdecen’ en la huerta del JBB.

A velar por la huerta

El año 2020 marcó el reencuentro de Ofelia con sus raíces campesinas. Pasó del área de educación ambiental a ser la cuidadora de la huerta del Jardín Botánico, la mamá de todas las huertas urbanas de la capital.

“Algo muy bonito de mi historia con la huerta es que fue fundada el mismo año que yo ingresé al JBB, en 2004. Recuerdo que en esa época era muy pequeña, ni la mitad de lo que es ahora. Es la mamá de las huertas porque acá han venido todos los huerteros a aprender sobre agricultura urbana”.

Su trabajo consiste en sembrar, regar, arar, cosechar y abonar la huerta, donde hay más de 120 especies de hortalizas, frutales y plantas aromáticas y medicinales. También tiene a su cargo realizar charlas sobre agricultura urbana con los ciudadanos que visitan el JBB.

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En sus 18 años en el JBB, Ofelia se ha convertido en una experta en plantas y hortalizas.

De lunes a viernes, sale a las 5:15 de la mañana de su casa (localidad de Ciudad Bolívar), donde vive con su hijo menor, quien se queda con una vecina que lo cuida. Se demora casi dos horas en llegar a la oficina, ya que le toca atravesar casi toda la ciudad en el sistema de transporte público.

“Luego de tomarme un café cargado me pongo mi uniforme y un sombrero para que no se me queme la cara. Con dos muchachos recorremos toda la huerta para ver que esté en buenas condiciones. Si está seca, como pasa en estas épocas de sequía, regamos los cultivos”.

Ofelia observa meticulosamente las hortalizas y frutales de la huerta, la cual cuenta con un diseño lleno de formas y colores. “Como no me gusta estarme quieta, durante todo el día hago podas, retiro las hojas que están amarillas y miro que las hortalizas no tengan bichos”.

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Ofelia también ha asesorado a varios ciudadanos para que monten sus huertas caseras.

La actividad que más le gusta son los recorridos por la huerta con los ciudadanos que la visitan, a quienes les habla de agricultura urbana y a veces de su historia en el campo. “También capacito a los huerteros que hacen parte del programa del JBB o las personas que quieren crear su propia huerta”.

Cuando es necesario, Ofelia se encarga de fertilizar la huerta con humus o compost. También aprende de las actividades del invernadero, donde están las semillas y plántulas de hortalizas y frutales que se les entregan a los huerteros urbanos y periurbanos de la ciudad.

“Lo que cosechamos en la huerta es para los trabajadores del Jardín o para las ‘Mujeres que reverdecen’, señoras de pocos recursos de todas las localidades que están reverdeciendo la capital. No utilizamos ninguna clase de químicos y hacemos un manejo agroecológico”.

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Las manos de Ofelia son las encargadas de mantener en buen estado la huerta del JBB.

Como no se aplican químicos para combatir las plagas y enfermedades, Ofelia siembra entre las hortalizas algunas especies de plantas que atraen a los insectos, como es el caso de las aromáticas y medicinales.

“Si nos ataca la mosca blanca siembro mucha caléndula, para que los bichos lleguen ahí y no a las hortalizas. Como a las babosas les gustan las coles, lo que hacemos es sembrar algunas coles chinas para que solo se alimenten de sus hojas y dejen a las otras plantas quietas; todo es como un juego, pero técnicamente es conocido como control biológico”.

Esta huerta, cercana a las dos décadas de vida, es un espacio para aprender sobre agricultura urbana y conectarse con el campo. “El que la visita queda maravillado y se entusiasma a hacer el curso para convertirse en un huertero. Es un muestrario de lo que puede ser una huerta”.

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Ofelia asegura que el aprendizaje en la huerta es diario.

Las hortalizas de la huerta están como en botica. A groso modo, Ofelia menciona cuatro especies de acelgas (verde, roja, amarilla y china), dos de espinacas, dos de repollos, cinco de cebolla y 16 de lechugas. “Tenemos el kale liso y rizado, que son ricas en calcio, y la hoja de ajo, una planta distinta a la que arroja el diente que utilizamos en la cocina pero sabe igual”.

Las plantas medicinales son bastante numerosas. En la huerta se pueden encontrar especies como el canelón, que sabe a panela, caléndula, falso boldo, cidrón, yerbabuena, ruda, manzanilla amarga y dulce, confrey y muchas más.

“En frutas encontramos tomate de árbol, mora, guayabita del Perú, brevos y lulo. También tenemos plantas que son indicadores del suelo, como el tabaco y la ortiga, y una muy parecida a la papa, la malanga, que es deliciosa para hacer ensaladas”.

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Ofelia les da instrucciones a las ‘Mujeres que reverdecen’ que trabajan en la huerta del JBB.

Más allá del alimento

Para Ofelia, la agricultura urbana es un tema que va mucho más allá de la seguridad alimentaria y la inclusión social. “No se trata solo de tener alimentos sanos para llevar a la casa y ayudar a las personas más vulnerables: es la mejor forma de proteger los recursos naturales y conservar la biodiversidad de este planeta”.

Por ejemplo, la reutilización de residuos que se hace en la agricultura urbana ayuda a disminuir la cantidad de basura que llega a los ríos y océanos. “Un repollo se puede sembrar en una caneca, guacal o bolsa, algo que técnicamente se llama trabajo en suelos duros. Si todos lo hiciéramos, imagínese la cantidad de basura que no llegaría a nuestros cuerpos de agua”.

Con los residuos orgánicos de las casas se pueden hacer abonos que sirven tanto para los cultivos de las huertas como para el arbolado en general. “Yo le echo esos residuos a las raíces de los árboles. También podemos hacer lombricultivos, donde las lombrices se comen esos residuos y generan abonos”.

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En la huerta del JBB, Ofelia les enseña a los ciudadanos a sembrar en materiales reciclados.

Los químicos le causan indignación a esta huilense, productos que no hacen parte de las recomendaciones que les da el JBB a los huerteros. “Para lavar ropa, la gente utiliza una cantidad enorme de químicos, como detergente, jabón de barra, blanqueador y suavizante; todo eso va a parar al río Bogotá”.

El trabajo que hace en la huerta, donde espera continuar por muchos años más, también es un homenaje a sus raíces campesinas. “La forma de sembrar siempre va a ser la misma, lo que cambia son los manejos y tecnologías. En la huerta explico lo difícil que es el trabajo del campesino y todo lo que se necesita para sacar un solo repollo”.

Su mamá, que nunca ha salido de Algeciras y acaba de cumplir 86 años, se siente muy orgullosa por el trabajo que hace su hija con la tierra. “Ella es una guerrera. Cada vez que hablamos me dice que con mi trabajo estoy sembrando semillas en la gente para que amen y respeten el campo. Nunca perderé mis raíces campesinas y seguiré sensibilizando a la comunidad para que valoren más nuestro trabajo”.

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Según Ofelia, la huerta le ha permitido continuar con el legado campesino de su familia.

 

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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