- María Cecilia Galindo se crio en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde se enamoró perdidamente de la biodiversidad extrema de este lugar del Caribe y aprendió a sembrar bajo la batuta de su padre, un ingeniero agrónomo.
- Estudió artes plásticas, fue docente y los últimos años los ha dedicado a la agricultura urbana en dos huertas, una en la localidad de Teusaquillo y otra en el municipio de Guasca, sitios llenos de arándanos, fresas, lechugas, uchuvas y plantas medicinales cultivadas de una forma agroecológica.
Abrió sus ojos por primera vez en un hospital de Bogotá, pero al poco tiempo sus padres la llevaron a uno de los sitios más biodiversos y ancestrales de Colombia, un lugar único del planeta donde el agua de los glaciares baña los árboles de mil colores del bosque seco y nutre el mar diáfano del océano Atlántico.
“Me crie con mis tres hermanos en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en un pequeño pueblo llamado Prado Sevilla, la cabecera principal del municipio Zona Bananera. Llegamos a la zona porque mi papá fue contratado por el ICA e INCORA como agrónomo para trabajar con el algodón, cuando este era uno de los cultivos más prósperos del país”, asegura María Cecilia Galindo Oñate.
Toda su niñez estuvo marcada por la naturaleza extrema de la Sierra. Sus padres hacían paseos frecuentes a sitios como el Parque Tayrona y las playas paradisíacas del norte del país, como las de Dibulla y Palomino en La Guajira. “Ahora que soy mayor es cuando comprendo que tuve una infancia maravillosa y llena de recuerdos en medio de la naturaleza”.
La familia Galindo Oñate vivía en uno de los antiguos campamentos que la United Fruit Company construyó para hospedar a sus profesionales extranjeros. “Cuando la compañía se fue de la zona, las casas bien equipadas y con todos los servicios y comodidades, quedaron en manos de entidades que manejaban la agricultura, como el ICA y el INCORA. Ahí me contaron la historia de la masacre de las bananeras, algo de lo que prefiero no hablar”.
La primaria y parte del bachillerato los estudió en el colegio femenino de la Presentación en Ciénaga (Magdalena), una época que recuerda como una de las más bonitas de su vida. Sus amigos en el campamento eran franceses, italianos y ecuatorianos, ya que la FAO rotaba a sus expertos por todo el mundo. “Pasé mi infancia como costeña nadando en el mar, recorriendo los bosques secos y amando a la naturaleza”.
Los conocimientos del colegio los complementaba con las enseñanzas agrícolas que le daba su padre, Osvaldo Galindo Vargas. “Mi papá sembró algodón durante muchos años en la Costa. Tuvo una cooperativa de productores, trabajó en la Federación y era experto en el tema de riego. Su pasión siempre ha sido la agricultura antigua, es decir cultivar un solo producto en grandes extensiones, como el algodón que pintó de blanco varios sitios del país”.
María Cecilia recuerda que su papá no le regalaba muñecas o juguetes. Prefería llevarle matas de algodón, sorgo o arroz, cultivos que marcaron la parada en la región durante la década de los 70. “También me contó que recién graduado como agrónomo, se fue a María La Baja en Bolívar a trabajar en los cultivos de cacao. Hablar con mi padre de agricultura es toda una clase magistral”.
Cuando cumplió los 15 años, la joven que ya tenía marcado el acento costeño y hablaba cantado como si entonara una canción de vallenato, recibió una mala noticia: la familia debía abandonar las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta para radicarse del todo en Bogotá, la ciudad donde nació pero que no conocía.
“Eran los años 80 y la situación en la Costa estaba muy complicada por la violencia y el narcotráfico. Entonces mis padres tomaron la decisión de enviar primero a sus cuatro hijos a Bogotá mientras resolvían las cosas en Prado Sevilla; sabían que era el único lugar del país con una verdadera ciudad y donde podríamos ser profesionales”.
El cambio de vida le dio bastante duro y no solo por el clima frío. En la costa estudiaba con mujeres y en Bogotá le tocó ingresar a un colegio público y mixto. “Lloraba todos los días y solo quería regresar al pueblo caribeño. Pero con el paso del tiempo comprendí que en la capital iba a tener un mejor futuro”.
Vida como docente
Las reminiscencias del Caribe, representadas en esos paisajes paradisíacos de la Sierra Nevada, le sirvieron como bálsamo para afrontar su nueva vida. También fueron las que la motivaron a pintar, actividad que se aferró a su corazón y a la cual quería dedicarse de grande. “Cuando me gradué del colegio no tuve que pensar mucho para estudiar artes plásticas en la universidad. Pintar, en especial la naturaleza, se convirtió en mi mayor pasión”.
Al terminar la universidad, María Cecilia alzó vuelo rumbo a España, país europeo donde quería aprender más sobre arte y pintura. En Madrid estuvo cuatro años, hizo un doctorado, se casó y quedó embarazada. “Pero no estaba interesada en que mi hijo Jacobo Pinto naciera en España. La razón era sencilla: quería que tuviera una niñez en compañía de sus abuelos, mis padres, a quienes yo extrañaba mucho. Para mí, la infancia es la etapa más importante del ser humano, por lo cual me genera mucha preocupación los niños que crecen en medio de la violencia porque tendrán un futuro complejo”.
En su regreso al país, esta cachaca con alma y corazón costeños comenzó a trabajar en colegios como profesora de arte, no sin antes aprender nuevas técnicas para ser una buena docente. “Yo era pintora y no sabía mucho de enseñar. Por eso estudié sobre pensamiento creativo y filosofía occidental para que los niños lograran entenderme”.
Como docente transcurrieron los siguientes años de su vida, tiempo en el que comprendió que el arte debería ser un aspecto fundamental en todos los colegios. “Solo se le da prioridad al lenguaje y las matemáticas. Por ejemplo, a los niños los obligan a dibujar, cuando algunos prefieren la danza o el teatro. Deberíamos tener más apertura en las artes, por lo cual yo aplicaba trucos para descubrir los talentos de mis estudiantes y fortalecerlos”.
Nace una hortelana
María Cecilia vive con su esposo e hijo en el barrio Acevedo Tejada, en la localidad de Teusaquillo. Su hogar está en un apartamento de la torre Argentina, desde donde puede ver el parque Humboldt.
“Me enteré que querían cambiarle el nombre al parque por tratarse de un personaje extranjero, a pesar de ser un lugar emblemático del barrio. Eso me motivó a hacer una maestría sobre la historia urbana de la capital, donde aprendí que cambiarle el nombre a un sitio irrumpe con la historia y el legado”.
La pintora tomó sus pinceles y lienzos para dibujar el parque, trabajo en el que vio que le faltaban árboles y jardines. “Fui a la Universidad Nacional para aprender sobre el tema. Allí, Consuelo Arévalo, una docente que ya conocía y quien tiene una huerta en la terraza de su casa, me invitó a ver los invernaderos de la universidad”.
En ese proceso investigativo, María Cecilia conoció a Jairo Cuervo, uno de los mayores expertos del país en horticultura, una técnica del cultivo de plantas en las huertas. “El doctor Jairo me ha enseñado mucho sobre agricultura urbana y las mejores técnicas para hacer huertas. Por ejemplo, uno de los mayores aprendizajes fueron los policultivos, es decir zonas con una amplia variedad de cultivos. Gracias a él me convertí en una hortelana”.
La docente había visto un terreno ideal en su conjunto residencial para construir una huerta. Luego de estudiar el suelo de la zona y de varios meses para convencer a la administración del edificio, les dio vida a dos bancales con plantas aromáticas y tomates.
“Con 16 familias del edificio consolidamos la huerta Américas, la cual tiene seis bancadas cultivadas. Todo fue un proceso comunitario donde incluso retiramos con nuestras propias manos el pasto kikuyo y construimos las camas para las hortalizas y plantas”.
María Cecilia tomó el liderazgo de la huerta y les dijo a las familias que debían responsabilizarse de los cultivos. “También les enseñe a cultivar respetando las fases de la luna, como lo hacían los muiscas. Pero la mayoría de los jóvenes que nos ayudaban con la huerta se fueron retirando: cuando uno es sardino no se apega a muchas cosas”.
La pandemia del coronavirus fue fatal para los agricultores urbanos de las Américas. Según la pintora, cada vez que se reunían en la huerta para realizar las actividades, los vecinos les tomaban fotos y los denunciaban con la junta de acción comunal por no cumplir con las restricciones decretadas. “Éramos solo cuatro personas en la huerta. La persecución de los vecinos fue muy dura, y más cuando en este espacio encontrábamos la paz y tranquilidad que nos había quitado el encierro de las cuarentenas”.
En esos días de confinamiento, María Cecilia creó un curso virtual llamado ‘Cuaderno de huerta’, donde motivaba a los ciudadanos a dibujar lo que tenían en sus huertas y anotar los nuevos aprendizajes. “El profesor Cuervo participa y nos da consejos para experimentar, como usar maíz para hacer compostaje”.
La huerta Américas quedó con solo seis personas. La nueva hortelana propuso construir un sistema de riego que captara el agua lluvia desde lo más alto de la torre Argentina, pero su diseño fue descartado porque esa actividad estaba prohibida. “Seguimos llevando el agua en baldes tanto al parque Humboldt como a la huerta”.
Emprendimiento verde
En los invernaderos de la Universidad Nacional, María Cecilia siguió aprendiendo sobre agricultura agroecológica y la alimentación más saludable. En medio de las plantas y los cultivos revivió un sueño que nació cuando estaba embarazada. “Quería comprar un terreno en Subachoque para sembrar de una forma limpia y saludable, pero esa zona de Cundinamarca es muy costosa por tener los mejores suelos de todo el continente, los suelos triple A de la sabana de Bogotá”.
Unos amigos le dijeron que buscara en otros municipios como Guasca, que también cuenta con tierras muy fértiles porque antes eran una extensa laguna. “Empecé a buscar en ese océano verde hasta que, en diciembre de 2019, encontré mi terruño soñado: una hectárea en Guasca”.
Con la ayuda de familiares y unas amistades, María Cecilia hizo la primera era de su huerta, 15 metros donde sembró algunas verduras y hortalizas. “Casi nos matamos la espalda al retirar todo el césped y empezar a sembrar lechugas”.
Poco a poco fue consolidando seis eras en su huerta, la cual mide 20 por 20 metros y está ubicada en una zona de pendiente. “Decidí sembrar arándanos, fresas, uchuvas, moras, lechugas y plantas aromáticas y medicinales, semillas y plántulas que compró en Cota”.
Destina cinco días de la semana para cuidar su nueva huerta. Todo lo que siembra y cosecha lo comercializa a domicilio o en espacios como los mercados campesinos agroecológicos del Jardín Botánico, donde también lleva algunos de los productos de la huerta Américas.
“Los arándanos y las fresas han gustado mucho, ya que son productos limpios y sin químicos. No podemos decir que son orgánicos, ya que ese nivel es muy difícil de alcanzar. En la huerta no se desperdicia nada: por ejemplo, la fruta que ya no está fresca la destino para hacer el compost”.
‘Ie-Cho’ es el nombre de su nuevo emprendimiento ambiental, una palabra muisca que significa buen camino. Para llevar los domicilios de las frutas y hortalizas, María Cecilia se apoya en su esposo, ya que le tiene pánico a manejar por la ciudad.
“Mi papá me ha asesorado con la huerta, pero se ríe y me dice que soy una romántica por sembrar en un área diminuta. Él viene de la agricultura de la vieja data, la cual se dedicaba a cultivar en grandes extensiones como las que tenía en la Costa. No cree mucho en los policultivos”.
Con algunas de las frutas o verduras que ya no están frescas, la pintora hace confituras como mermeladas de mora y uchuva y cebolla caramelizada. También está innovando en los cultivos de espárragos y alcachofas.
María Cecilia creó un grupo de WhatsApp para comercializar los productos con sus amigos y conocidos, el cual va nutriendo con las personas que conoce en varios pueblos o en los mercados campesinos.
“Cada vez que cosechó mando las fotos e información por el grupo y enseguida me piden domicilios. También divulgo los emprendimientos que voy conociendo, como una familia que hace productos con la leche de la cabra en Ubaté. Todos los agricultores debemos apoyarnos; lo que hacemos está hecho con amor y mucha pasión”.
Además del grupo de WhatsApp (321-4241862), la artista también utiliza algunas redes sociales para mostrar los productos de su huerta y sus obras de arte: María Galindo en Facebook y @mariagaray17 en Instagram.
Legado verde
Su predio en Guasca está dividido en tres zonas: una donde está la casa campesina, otra para la huerta y media hectárea destinada a las labores de restauración ecológica del bosque andino, un trabajo que lidera su hijo.
“Jacobo estudió biología en la Universidad Javeriana y está dedicado a restaurar el bosque nativo andino. En nuestro predio lo que queremos a futuro es consolidar un jardín botánico para que la gente conozca y conserve el bosque”.
El compromiso con su huerta y la alimentación saludable será eterno. Según María Cecilia, no quiere nada industrial, a gran escala o construir un invernadero. “Todo debe ser natural y quiero aprender sobre los cultivos hidropónicos, donde se utiliza solo el agua y sustratos para sembrar”.
Cada vez que tiene la oportunidad, esta docente y pintora le hace un llamado a los ciudadanos y gobernantes para que valoren más el tesoro que es Colombia. “Somos un país invaluable y con un potencial natural y agrícola con el que podríamos ser autónomos. Me causa mucho dolor que estén importando cada vez más papa y arroz, lo que está dejando sin opciones al pueblo colombiano”.
Otros mensajes que siempre lleva a los espacios como los mercados campesinos agroecológicos del Jardín Botánico, son el reciclaje y una mayor responsabilidad en el momento de comprar. “Hay que pensar a dónde van a parar todos los empaques y envases que compramos. Es muy injusto que los habitantes de unos barrios en Bogotá tengan que vivir con toda la basura del resto de la ciudad. Es urgente que empecemos a reciclar”.
Su apartamento del barrio Acevedo Tejada es un vivo ejemplo del reciclaje. María Cecilia asegura que está lleno de cosas que arregla, recicla o reutiliza, algo que a veces les causa risa a sus invitados. “Si todos hiciéramos esas pequeñas acciones, el cambio sería impresionante. Juntos podemos sumar y cuidar el planeta”.
Los páramos de Colombia la apasionan. Además de dibujarlos y pintarlos en sus obras de arte, esta artista sensibiliza a sus conocidos sobre la importancia de cuidar estos ecosistemas. “Bogotá es un lugar privilegiado al albergar parte del páramo más grande del mundo: Sumapaz. Cuando la gente se queja porque está lloviendo mucho me da rabia”.
Por último, María Cecilia puntualiza que la agricultura necesita de la sabiduría de las personas mayores, quienes tienen una tradición muy valiosa. “Mi hijo ya me dijo que nunca iba a ser abuela. Por eso siembro semillas en todas las personas que conozco para que cambiemos nuestras conductas y nos dediquemos a embellecer este mundo”.