- Magdalena Pinzón de Pinzón hace parte del grupo cultural de adultos mayores que ayudó a recuperar la Fábrica de Loza, una huerta del centro de la ciudad con olor a historia.
- Según Magolita, como la llaman sus amigos, el trabajo en este terruño agroecológico ubicado al lado de los 32 lavaderos de ropa fundados por Jorge Eliécer Gaitán en 1936, le ha servido como terapia para el alma y el cuerpo.
- “No hay mejor terapia que sembrar. Nos sirve como ejercicio, regresamos a nuestras raíces campesinas y nos alimentamos sanos. En la huerta aprendo, me divierto, bailo y estoy muy activa”.
Aunque ya supera las ocho décadas de vida, Magdalena Pinzón de Pinzón tiene más energía, vitalidad y alegría que muchos jóvenes. No se queda quieta por más de un minuto, le encanta poner rojos a los hombres con piropos picantes y su lengua parece no tener freno.
Magolita, como la llaman sus amigos, no para de sonreír y su cuerpo pequeño parece más un torbellino porque baila mientras camina. Siempre ha vivido en Belén, barrio de la localidad de Santa Fe que parece suspendido en el tiempo.
Uno de los recuerdos que más atesora fue la construcción de los lavaderos comunitarios de Jorge Eliécer Gaitán en 1936, un sitio ubicado en el barrio Fábrica de Loza, cerca a Belén, donde lavó ropa durante décadas.
“Cuando era niña también iba a lavar en las quebradas de la localidad de Santa Fe. En esa época había mucho verde, eucaliptos por montones que cubrían con su olor a sahumerio toda la zona y un camino que conducía hacia los cerros orientales”.
Desde hace más de 15 años ya no tiene que lavar su ropa en estos lavaderos históricos pintados con los colores de la bandera de Bogotá: sus hijos le regalaron una lavadora eléctrica que, según ella, maneja a la perfección.
“Sin embargo, vengo seguido a los lavaderos a recordar esa etapa linda de mi niñez, cuando en el barrio Belén celebramos muy tranquilamente la Semana Santa y en las Navidades nos regalaban cuadernos y tizas”.
“La danza me devolvió las ganas de vivir”
La muerte de su esposo, hace más de una década, la dejó postrada en la cama y sin ganas de vivir. Magolita perdió su sonrisa, dejó de hablarles a sus vecinas y solo le pedía a Dios que se la llevara pronto para estar en el cielo con el amor de su vida.
“La vida está llena de gozosos y dolorosos. Cuando perdí a mi esposo quedé sumergida en una tristeza infinita, pero las amigas que conozco desde joven me convencieron de participar en un grupo cultural que me llenó de amor”.
Joaquín Ramírez, un líder comunitario de la localidad de Santa Fe, fue hasta su casa para contarle todas las actividades lúdicas que realizaba con los adultos mayores, la mayoría mujeres, como danza, teatro, gimnasia, comparsas y coros.
“El profe me convenció y todas sus actividades me llenaron de nuevo el corazón de amor. Gracias a él y a las compañeras del grupo cultural recuperé las ganas de vivir y reír a carcajadas”.
Según Joaquín, cuando las mujeres se convierten en abuelas solo se encargan de cuidar a los nietos y pierden su esencia como personas. “Por eso monté una casa cultural para que ellas entendieran los cambios sociales que iban pasando a través del teatro y la danza”.
Magolita quedó flechada con las comparsas con los mitos, leyendas y personajes más representativos del centro de Bogotá que creó Ramírez, como la loca Margarita’, Pomponio, el bobo del tranvía, la mula herrada, el cura sin cabeza, los Reyes Magos y el diablo.
Las más de 20 mujeres adultas mayores del grupo también le rinden un homenaje a las actividades que hacían la mayoría de mujeres del centro de la ciudad en el pasado, como las chicharroneras, chicheras y lavanderas.
“El personaje que más me gusta es la chichera porque soy una experta en preparar esa bebida deliciosa. Cuando tenemos presentaciones me pongo un vestido naranja y verde con una falda larga y grande y empiezo a moverme como una maraca”.
La alegría y dicharachería de Magolita contagian a todas las compañeras del grupo y por eso es conocida como el alma de la fiesta. “Cuando estoy en casa me duelen mucho las rodillas, algo que se me olvida cuando bailo. Con mis amigas y el profe me divierto mucho”.
¡A recuperar una huerta!
Hace 20 años, Luis Alberto Tovar, el líder social más reconocido del barrio Fábrica de Loza, dio marcha a un proyecto comunitario en una zona con alta pendiente contigua a los lavaderos de Jorge Eliécer Gaitán, sitio donde las mujeres colgaban la ropa.
Con Marina Caballero, Juan Avendaño y Euclides Rojas, otros líderes del barrio, Lucho lideró el montaje de una huerta para sembrar hortalizas, frutales y plantas medicinales, terruño que recibió la ayuda de la asociación Manos Amigos.
“Por tratarse de una zona con pendiente, primero se adecuó el terreno a punta de azadón, pico y pala. Hicimos más de ocho camas para los cultivos con tablas y maderas que la gente dejaba en la calle”, recuerda Lucho.
La huerta fue llamada Fábrica de Loza como un homenaje al barrio que los vio nacer. Luis Alberto recuerda que lo primero que sembraron fueron lechuga, perejil, tomate cherry, acelga, calabacín, fresa y cilantro.
Magolita tuvo la oportunidad de conocer todo el proceso adelantado en esta huerta y en algunas ocasiones la dejaron ayudar a sembrar y cosechar. “Cuando era niña aprendí a trabajar la tierra y por eso esa huerta me transportó a mi niñez”.
La pandemia del coronavirus causó profundas cicatrices en la huerta Fábrica de Loza. Debido a las cuarentenas, ninguno de los líderes sociales pudo ingresar y el terreno quedó gobernado por el olvido. “Todos los cultivos se murieron”, informó Luis Alberto.
Terminadas las cuarentenas, el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) decidió revivir esta huerta icónica del centro de la ciudad. Como los cuatro líderes sociales no se encontraban bien de salud, Joaquín Ramírez y sus adultas mayores asumieron el reto.
“Llamamos a Joaquín Ramírez, un líder social que lleva muchos años con su grupo cultural de mujeres de la tercera edad. Con la asesoría del JBB, él y sus abuelas fueron las personas que le inyectaron vida al terreno y dejaron la huerta muy hermosa”, apuntó Lucho.
Las mujeres de la tercera edad del grupo de Joaquín fueron las encargadas de sembrar, trabajar la tierra y poner la huerta lo más hermosa posible. Profesionales del JBB las capacitaron para que su trabajo fuera efectivo.
“Aunque fue un trabajo duro y de varios meses, logramos darle vida a esa huerta que nos ha acompañado durante tantos años a los habitantes del centro de la ciudad. Yo aprendí mucho de plantas y puedo decir que soy una nueva huertera”, aseguró Magolita.
La huertera bailarina
El trabajo en la huerta Fábrica de Loza fue el primer contacto con la naturaleza que tuvieron las mujeres del grupo cultural después de los meses de encierro del covid-19, un virus que las contagió pero sin consecuencias graves.
“Las primeras siembras fueron mágicas. Todas lloramos de alegría en la huerta porque estábamos sembrando vida y cuando se dieron las cosechas pudimos llevar alimentos sanos a nuestras casas”, informó Magolita.
El baile y sonrisa expresiva de esta abuelita no desaparecieron durante su trabajo en esta huerta de la localidad de Santa Fe. Según ella, sus compañeras se retorcían de la risa cuando la veían bailar en medio de la tierra abonada.
La huertera bailarina de la Fábrica de Loza también se llenó de vitalidad al tener un nuevo contacto directo con los recursos naturales. “No hay mejor terapia que sembrar y cosechar alimentos sanos. En la huerta aprendo, me divierto, bailo y estoy activa”.
Esta huerta histórica fue seleccionada por el JBB para ser parte de la ruta agroecológica ‘De huerta en huerta’ del centro de Bogotá, junto a Santa Elena, Casa Museo Quinta de Bolívar, Del Cóndor y Botánico Hostel.
Debido a esta estrategia, cientos de turistas han visitado la Fábrica de Loza y conocido los talentos para el baile que tienen las mujeres mayores del grupo de Joaquín. Magolita les ha bailado y coqueteado como si fuera una sardina de 20 años.
“Me gusta coquetear y me río mucho más cuando los hombres se ponen rojos por mis piropos. A todos los turistas les muestro mi talento para el baile y creo que se enamoran de mí cuando cuando me disfrazo de chichera”.
Magolita asegura que la huerta y el grupo cultural le han permitido crear una bonita hermandad con todas las señoras, a las cuales conoce desde hace muchos años. “La vida es un ratico y por eso tenemos que ser felices”.