• La historia de este barrio tradicional del centro de la capital reposa en la memoria de Luis Alberto Tovar, un bogotano que luchó contra la delincuencia y mejoró la calidad de vida de sus vecinos.
  • Lucho, como le dicen sus amigos, también fue uno de los habitantes del sector que ayudaron a darle vida a una huerta ubicada al lado de los 32 lavaderos de ropa fundados por Jorge Eliécer Gaitán.
  • Homenaje a una leyenda huertera que sigue trabajando por el bienestar de su comunidad.

Luis Alberto Tovar Mora, un hombre de estatura baja y cabello platinado, siempre se levanta temprano. Todos los días se despierta antes de escuchar el canto de los gallos en medio de la neblina de la madrugada.

A las seis de la mañana ya está bañado, vestido y perfumado. Luego de desayunar, coge su bastón y sale de su casa de la Fábrica de Loza, un barrio de la localidad de Santa Fe donde el pasado sigue vivo.

A paso lento, Lucho se mete por caminos estrechos, empedrados y rodeados por viviendas de un piso y fachadas viejas que exhiben el paso del tiempo. Los ciudadanos lo saludan y algunos hacen venias cuando lo ven pasar; lo consideran una leyenda viva.

El septuagenario detiene su caminata en un predio ubicado en la Avenida Los Comuneros con carrera 2A, al lado de un parqueadero. Saca una moneda del bolsillo de su chaqueta para golpear una reja.

Tres perros criollos comienzan a ladrar. Arturo Moreno, un hombre alto y maduro, los calma y luego lo acompañan hasta la puerta enrejada para dejar entrar a Lucho, un amigo con el que ha batallado.

Decenas de personas del barrio lo esperan en los 34 lavaderos de ropa que fueron fundados por Jorge Eliécer Gaitán en 1936 para las mujeres de la antigua Fábrica de Loza. Lucho los saluda fraternalmente sin alargar la conversación.

Todos se organizan en un pequeño invernadero situado al frente de un estanque de aguas cristalinas y huerta escalonada llena de lechugas, acelgas, arvejas, caléndulas, tomates de árbol, lulos y espinacas.

Luis Alberto se sienta en la única silla plástica. La comunidad lo rodea y espera con respeto su intervención. La leyenda de la Fábrica de Loza fija sus ojos azules en un cielo libre de nubes y empieza con su relato.

“Hoy les voy a contar parte de la historia de Fábrica de Loza, un barrio que ha sido el protagonista de mi vida y por el que he luchado duras batallas para salvarlo de la delincuencia y el olvido”. 

Líder 

Según Lucho, el origen del barrio se remonta a finales de 1832, cuando la Sociedad de la Industria Bogotana montó una fábrica de loza fina en este terreno rodeado por Belén, Lourdes, Las Cruces y Girardot.

En 1845, la fábrica donde se elaboraban platos, tazas y vajillas fue comprada por Nicolás Leyva, empresario antioqueño que la tuvo a su cargo hasta su muerte en 1887. El negocio quedó gobernado por el abandono.

Los terrenos aledaños a la fábrica fueron ocupados por los antiguos operarios. La gente del barrio también asegura que bajo el suelo hay túneles que conectan varias zonas del centro de la ciudad.

La familia de Luis Alberto fue testigo de esa parte de la historia. Por ejemplo, sus abuelos trabajaron en la fábrica luego de vivir en Soacha y su madre, Blanca Lilia, nació en la zona cuando ya no funcionaba la empresa y los trabajadores ocuparon el terreno.

“Yo nací en este barrio en una época en la que éramos conocidos como la escoria del centro debido a los robos y venta de droga. La Policía hacía operativos y nos sacaban de las casas como si todos fuéramos malandros”.

En su infancia, Lucho encontraba piezas de loza enterradas en las calles aún sin pavimentar. Sin embargo, los recuerdos de esa época son más bien amargos porque tuvo que pedir plata para llevarles comida a sus hermanos. 

“En la casa, mi padrastro me daba palo todos los días en la cabeza; no estoy loco de puro milagro. A los 12 años, la escasez de dinero me llevó a robar ropa y zapatos para mis hermanos, pero también les llevaba cosas a los niños más pobres y necesitados del barrio”.

En la adolescencia, Lucho empezó a ser conocido como un líder comunitario que se enfrentaba sin miedo a los policías, quienes seguían maltratando a sus vecinos porque pensaban que todos eran delincuentes.

“En esa época varias personas se creían los dueños del barrio y comenzaron a cobrar arriendos a los habitantes. Los reuní y les dije que no pagaran nada y que con esa plata podíamos pintar las fachadas de las casas y mandar a hacer el alcantarillado”.

Los lavaderos de Gaitán

En 1936, cuando el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán era alcalde de Bogotá, fundó unos lavaderos comunitarios en la carrera 2 con calle 3 para que las mujeres dejaran de lavar la ropa en la quebrada San Juanito.

“El dueño de las tierras se las regaló a Gaitán. Mi madre Blanca Lilia fue la primera mujer que se encargó de cuidar los 32 lavaderos, un sitio donde se construyó un estanque redondo para captar el agua cristalina que venía de los cerros”, recuerda el líder comunitario.

La mamá de Lucho lo llevaba seguido a los lavaderos para que la acompañara en sus turnos de celadora. Sin embargo, no fue sino hasta 1976, cuando tenía 25 años, que se metió de pies y cabeza para evitar que desaparecieran.

“Los lavaderos se convirtieron en un fumadero, violadero y sitio de venta de drogas. Como yo andaba armado y tenía el apoyo de la comunidad, saqué corriendo a esos malandros y comenzamos a recuperar la zona”.

Varias mujeres fueron seleccionadas para cuidar los lavaderos, incluidas la mamá y esposa de Luis Alberto. “Con el apoyo de ellas fundé la primera junta de mejoras y decidimos cobrar 50 pesos por lavar la ropa”.

Con ayuda de los curas Miguel y Osvaldo Jaramillo, Luis Alberto carnetizó a las mujeres que iban a lavar y llegaron al acuerdo de cobrar 2.000 pesos al mes. “Podían ir cualquier día y demorarse todo el tiempo que quisieran”.

Los habitantes de calle y personas de El Cartucho ingresaban seguido a los lavaderos, una presencia que no le gustó para nada a Lucho. “Venían a robar las cosas de la casa y hacían sus necesidades. A todos los sacaba corriendo con mi revólver”.

¡A mejorar el barrio!

En esa época, según la mente prodigiosa de Lucho, la delincuencia y la drogadicción gobernaban en la Fábrica de Loza, un barrio que era conocido como El Túnel debido a los recovecos que hay entre las casas y por donde se movían los ladrones y vendedores de droga.

“Me propuse sanear el barrio de esa problemáticas y obtener la personería jurídica para que la comunidad tuviera los servicios básicos. El alcalde local me dijo que debía conformar una junta de acción comunal; me reuní con 80 personas del barrio y enviamos papeles a todo lado”.

Su trabajo comunitario no gustó en varios sectores del centro, como las Juntas de Acción Comunal (JAC) de los barrios Lourdes, Santa Bárbara, Girardot y La Concordia, vecinos que demandaron a Lucho ante el Ministerio del Interior.

“Ellos se creían los dueños de la Fábrica de Loza. Me gritaban ladrón, marihuanero y vendedor de droga del Túnel y la Policía no hacía nada; seguía maltratando a la gente del barrio así fuéramos buenas personas”.

En una reunión con sus opositores, Luis Alberto salió victorioso por ser la única persona que conocía los linderos del barrio. “La carrera 1 al oriente, la carrera 4 al occidente, la calle 3 al sur y la calle 5 al norte. Luego de muchas luchas, logré la personería jurídica”.

Su trabajo no se detuvo. Lucho empezó a tocar las puertas de las entidades del Distrito para pavimentar las calles y poner los servicios de luz, agua, alcantarillado y teléfono en el barrio que lo vio nacer. “

Pero los vendedores de droga seguían haciendo de las suyas. Me reuní con ellos y les dije que tenían que responder económicamente por cada persona que asesinaran. Fue una batalla larga que al final llegó a buen término”.

Como presidente JAC del barrio, Luis Alberto concretó otro logro: que sus vecinos sacaran las escrituras de sus casas. “Fue un proceso extenso donde hicimos los planos de las viviendas y fuimos a la Notaría. Cuando lo logramos, la Policía disminuyó su maltrato”.

El huertero

Hace 20 años, Luis Alberto lideró un nuevo proyecto comunitario en la zona donde las mujeres colgaban la ropa que lavaban en los lavaderos, un predio con una alta pendiente cubierto de pasto.

“Con Marina Caballero, Juan Avendaño y Euclides Rojas, otros líderes sociales y grandes amigos, nos propusimos montar una huerta para sembrar hortalizas, frutales y plantas medicinales. Andrea Navia, de la asociación Manos Amigos, nos ayudó bastante”.

Los cuatro líderes con edades que superaban los 50 años, recibieron cursos de agricultura urbana por parte de la asociación y aplicaron los conocimientos en el terreno cubierto por la sombra de un pino.

“Adecuamos el terreno a punta de azadón, pico y pala. Hicimos más de ocho camas para los cultivos con tablas de madera que la gente dejaba en la calle y poco a poco fuimos sembrando semillas e incorporando plántulas que compramos con nuestros recursos”.

La huerta fue llamada Fábrica de Loza como un homenaje al barrio que los vio nacer. Lucho recuerda que los primeros cultivos fueron de lechuga, perejil, tomate cherry, acelga, calabacín, fresa y cilantro.

“Lo que daba la huerta era para el consumo de nuestras familias y personas necesitadas. Luego empezamos a vender los productos y con el dinero creamos un fondo para comprar las plántulas y semillas; recibimos apoyo del Jardín Botánico de Bogotá y la Alcaldía de Santa Fe”.

Algunas mujeres del barrio también sembraban en la huerta, pero al poco tiempo la abandonaron porque no querían participar en el fondo. “Su única intención era lucrarse económicamente. Solo seguimos Marina, Euclides, Luis y mi persona”.

La huerta Fábrica de Loza funcionó a la perfección durante muchos años gracias al trabajo de los cuatro líderes, tanto así que fue uno de los sitios más reconocidos en Bogotá por el manejo agroecológico de los cultivos.

“Personas de otras localidades venían a conocer nuestro proyecto y quedaban maravilladas con los cultivos y los lavaderos. Este terreno es un regalo que nos dejó Jorge Eliecer Gaitán y el cual seguiremos cuidando meticulosamente”.

El renacer

El coronavirus puso en aprietos a la huerta Fábrica de Loza y la salud de sus cuatro custodios. Debido a las cuarentenas, la zona quedó sin quien la cuidara y estuviera pendiente de sus requerimientos diarios.

“Como somos personas de edad, nuestros hijos no nos dejaron salir a trabajar en la agricultura urbana. La huerta estaba cubierta por un invernadero, un techo de plástico que se cayó durante la pandemia y afectó todos los cultivos”.

Lucho y sus amigos sufrieron problemas de salud y por eso no pudieron recuperar los daños de la huerta. “Todos los cultivos se murieron y la huerta quedó invadida por la maleza. No poder estar allí nos enfermó el alma”. 

En 2021, el Jardín Botánico de Bogotá decidió revivir la huerta comunitaria. Como los cuatro huerteros no podían acompañar el proceso, le pidieron ayuda a Joaquín Sánchez, quien lidera un grupo cultural de más de 20 adultos mayores.

Joaquín y sus más de 20 abuelas, guiados por los profesionales de la entidad, recuperaron la huerta con nuevas hortalizas, frutales y plantas aromáticas de colores vivos. Fue escogida para ser parte de la ruta turística agroecológica del centro de la ciudad.

“Es muy importante que la ciudadanía conozca este sitio histórico de la ciudad. Las personas que nos visitan a través de esta ruta turística ambiental, conocen el proceso de la huerta y la historia del barrio y los lavaderos de Jorge Eliécer Gaitán”, concluye Lucho.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá