• Está ubicada en la sede D de la institución educativa Restrepo Millán, ubicada en el barrio Quiroga de la localidad de Rafael Uribe Uribe.
  • Los más de 130 niños y jóvenes embera que estudian en el colegio, participan en este proyecto agroecológico y ancestral.
  • Los pequeños, con la ayuda de los docentes y varios dinamizadores indígenas, siembran las especies que hay en sus territorios.

El conflicto armado ha dejado profundas heridas y cicatrices en la comunidad indígena embera katío, palabras que significan los habitantes de montaña. Debido a la violencia y el narcotráfico, en varias ocasiones se han visto obligados a abandonar sus territorios en Antioquia, Chocó y Córdoba.

En las selvas húmedas de estos departamentos, los embera sobrevivían de la siembra de maíz y plátano, además de la pesca y caza de los animales del monte. Las mujeres montaban huertas caseras y se dedicaban a elaborar canastos con bejucos y cántaros de barro.

Al llegar a las grandes urbes del país, en especial Bogotá, los indígenas tuvieron que dejar atrás toda esa tradición ancestral para sobrevivir en medio de la jungla de cemento. El desplazamiento forzado de esta etnia llegó a su punto más crítico en septiembre de 2021.

Más de 1.500 embera, tanto katíos como dodibas, salieron de sus resguardos y se asentaron en Bogotá en el Parque Nacional, ícono capitalino donde permanecieron durante ocho meses luego de concretar varias negociaciones con el Gobierno para retornar a sus hogares.

Sin embargo, la situación con los grupos armados en sus territorios no mejoró. En octubre de 2023, más de 700 indígenas volvieron al parque y allí se asentaron durante casi un año en medio de múltiples necesidades.

No todos los embera han regresado a sus resguardos. Por ejemplo, varios de ellos habitan en la Unidad de Protección Integral (UPI) La Rioja, sitio del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud ubicado en el centro de la ciudad.

Colegio embera

La Alcaldía de Bogotá, a través de la Secretaría de Educación, habilitó tres de sus instituciones distritales para garantizar el derecho a la educación de los niños, niñas y jóvenes de la comunidad embera.

Una de ellas es la sede D de la institución educativa Restrepo Millán, colegio ubicado en el barrio Quiroga de la localidad de Rafael Uribe Uribe donde más de 130 pequeños embera, la mayoría habitantes de La Rioja, estudian durante la jornada de la tarde.

Según María Helena Barrera, coordinadora del programa embera del colegio, esta iniciativa nació en 2020 y busca que los indígenas reciban una educación sin dejar de lado su cultura, arraigo y raíces ancestrales.

En la sede D del Restrepo Millán, la enseñanza dirigida a este grupo étnico incorpora una dirección de inclusión e integración de poblaciones, varios dinamizadores indígenas y un equipo especial de docentes. 

La red académica de la Secretaría de Educación informa en su portal que allí se combina la educación formal con las costumbres de los embera, fortaleciendo su identidad cultural y honrando su idioma y tradiciones. 

En este colegio del sur de la ciudad se habilitó un salón de artes exclusivo para los estudiantes embera, un recinto decorado con imágenes de la cultura y biodiversidad de su territorio, llamado Nama bairadapeda.

“En este salón, al cual llamamos la Casa del Pensamiento Embera, los niños tejen manillas y hacen dibujos y artesanías sobre sus territorios. También se dictan talleres y charlas sobre su cultura”, apuntó la coordinadora.

La huerta indígena

Desde que inició el programa embera del colegio Restrepo Millán, una de las propuestas más significativas para los niños y jóvenes embera era el montaje de una huerta donde pudieran sembrar varios de los alimentos que hay en sus territorios.

“La huerta escolar embera hace parte de la formación cultural y recuperación de la ancestralidad que reciben los niños. La siembra es una de las actividades que más recuerdan de sus hogares”, mencionó María Helena.

El primer intento de huerta fue en una zona del colegio donde ubicaron varias llantas para sembrar perejil, uchuva, tomate y cebolla. Sin embargo, la coordinadora evidenció que este material es obsoleto y hasta contaminante.

“Este año replanteamos el proyecto y escogimos otra zona del colegio que estaba abandonada y llena de escombros. El objetivo era representar las huertas que las mujeres indígenas embera tienen en sus resguardos”.

En mayo de este año, los cuatro dinamizadores indígenas, docentes del colegio y los estudiantes embera con más edad empezaron a darle forma a la futura huerta indígena, la cual fue bautizada Nama neuu.

El primer paso fue retirar el material de construcción de la zona rectangular ubicada detrás de unos salones. Según María Helena, lograron sacar 30 bultos de escombros y medio viaje de piedras grandes.

“Luego limpiamos toda la zona y la dejamos lista para aplicar 10 bultos de tierra abonada que nos dio un ingeniero ambiental de la Secretaría de Salud, una mano amiga que también les dictó varios talleres a los niños y jóvenes indígenas”.

Cuando el área quedó cubierta por la tierra negra, los estudiantes embera dieron inicio a la siembra de las semillas y plántulas de varias hortalizas, frutales y plantas medicinales y aromáticas.

“Varias de las piedras grandes que encontramos en la zona nos sirvieron para dividir las eras de la huerta. Nos demoramos más de cuatro meses en todo el montaje de la huerta, un sitio que quedó listo en septiembre”.

Foto: cortesía María Helena Barrera.

Soberanía alimentaria

El verde manda la parada en la huerta Nama neuu, un terruño agroecológico conformado por una gran variedad de alimentos como acelga, albahaca, cilantro, cidrón, lechuga, cilantro, kale, caléndula, menta, calabacín, papa, remolacha, maíz y ajo.

Algunos de ellos cuentan con señalética en el idioma de los embera, como pisol (frijol), betau (maíz), arabaka (albahaca), bakú jo (guama) y beo (aguacate). Los niños y jóvenes indígenas hicieron esta tarea.

“La mayoría de las hortalizas y plantas de esta huerta hacen parte de los cultivos que los embera tienen en sus territorios. También instalamos otras señaléticas con mensajes en su lengua”, indicó la coordinadora.

La comunidad estudiantil embera se encarga del cuidado de la huerta. Por ejemplo, los más grandes tienen la tarea de cosechar y deshierbar y los pequeños siembran y riegan los cultivos con una manguera.

Todo lo que sale de la huerta es para el consumo de las familias de estos niños y jóvenes embera. Cada vez que hay cosechas, ellos les llevan las hortalizas y plantas medicinales a sus padres; con las aromáticas hacen infusiones que curan los dolores estomacales.

“Ellos escogen los alimentos que quieren llevar. El que más piden es el cilantro, porque saben que es utilizado en las sopas y carnes. Los calabacines se los comen crudos y dicen que saben delicioso”, reveló María Helena.

Varios de los papás de los huerteros indígenas ya conocieron el proyecto agroecológico. En la última entrega de boletines, recorrieron la huerta y dieron algunos consejos para mejorar el terreno.

“Se ofrecieron como mano de obra para ordenar mejor los cultivos. Los embera son muy ordenados en la forma de sembrar y el año entrante van a participar en la organización de los surcos”.

El Jardín Botánico de Bogotá (JBB) ha asesorado este proyecto ancestral de la institución educativa Restrepo Millán. Alma Melo, técnica del equipo de agricultura urbana, ha estado desde el inicio.

“Lo que lograron los niños, jóvenes, docentes y dinamizadores en este terreno es impresionante. Antes no se podía ni caminar por ahí debido a la cantidad de escombros y residuos y hoy es una huerta próspera”.

Alma ya les llevó 100 bultos de tierra abonada para que fortalezcan el suelo de la huerta. En su más reciente visita, les recomendó cosechar varios de los alimentos antes de salir a vacaciones.

“No debemos desperdiciar los alimentos. Además, recordemos que diciembre y enero son meses de sequía, por lo cual deben escoger a una persona para que se encargue de regar la huerta”. 

María Helena aseguró que las personas de vigilancia y servicios generales van a realizar las actividades de riego. “En esta huerta estudiantil indígena participamos todos los que hacemos parte del colegio”.

Al observar el verde de las hortalizas y plantas medicinales de Nama neuu, la coordinadora no puede evitar sentirse orgullosa. Este proceso se convirtió en la primera huerta en Bogotá para niños y jóvenes embera.

“El mayor regalo es cuando los más pequeños ven cómo la semilla que sembraron en la huerta se convirtió en una planta que les va a servir de alimento. Estamos muy comprometidos con sacar adelante este maravilloso proceso”.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá