• Desde hace 15 años, la Asociación Colombiana Pro Personas con Discapacidad Cognitiva (ACONIR), ubicada en la localidad de Suba, trabaja en un proyecto agroecológico y terapéutico.
  • Se trata de una huerta urbana donde los niños, jóvenes y adultos con discapacidad cognitiva se relajan a través de la siembra y cosecha y obtienen alimentos saludables para sus familias.
  • Esta asociación también adelanta varias acciones ambientales como la reutilización del agua lluvia, compostaje y elaboración de ecobotellas. Con la asesoría del Jardín Botánico, montará varios jardines para los polinizadores.

Las zonas verdes mandan la parada en ACONIR, una asociación creada en 1963 y que ha tejido procesos de desarrollo social y familiar con más de 1.000 personas en condición de discapacidad cognitiva.

El predio, ubicado en el barrio Tuna Baja de la localidad de Suba y donde aún se puede respirar el aroma del campo, está rodeado por árboles de gran porte y cuenta con decenas de jardines coloridos y una amplia cancha de fútbol.

Ese panorama verdoso enamoró a Liliana Sanabria, profesional en terapia ocupacional, y la motivó a proponerles a las directivas de la Asociación Colombiana Pro Personas con Discapacidad Cognitiva (ACONIR) el desarrollo de un proyecto agroecológico.

“Cuando llegué a la asociación, hace 17 años, las directivas querían montar una granja llena de vacas y muchas calabazas. Sin embargo, les propuse que sería mejor consolidar una huerta urbana que les sirviera como terapia a los niños, jóvenes y adultos con discapacidad cognitiva”.

Luego de dos años de buscar aliados, la Corporación Nacional para el Desarrollo Sostenible (CONADES) decidió apoyar a la asociación con el montaje de la huerta y donó el material para construir un invernadero.

“Nuestra huerta, llamada ACONIR, está ubicada en la parte trasera del predio y colinda con la cancha de fútbol. El objetivo siempre ha sido que sirva como una herramienta terapéutica desde la ocupación humana”, dijo Liliana.

Al poco tiempo, el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) los empezó a apoyar con asesoría técnica en agricultura urbana y les dio insumos como semillas, plántulas y tierra abonada. La meta, según Liliana, era consolidar un proyecto agroecológico sin utilizar químicos.

El reverdecer del terreno contó con la ayuda de varios jóvenes de un colegio de Suba que hicieron su servicio social en esta asociación que desarrolla las competencias cognitivas y estimula las habilidades y destrezas de las personas con autismo o retraso mental.

“Ellos fueron los encargados de arar la tierra y nos ayudaron a construir las camas para sembrar las hortalizas, frutales y plantas medicinales y aromáticas. Por su parte, profesionales del JBB nos enseñaron las técnicas para sembrar”, informó la profesional en terapia ocupacional.

Más de 30 especies son sembradas en la huerta, tanto en las cuatro eras ubicadas en el interior del invernadero como en algunas áreas aledañas. Papa, tomate de guiso, perejil liso, apio, quinua, brócoli, sábila y yuca, están adentro.

“Al lado del invernadero montamos otro espacio para sembrar maíz, calabaza, un injerto de naranja con limón, curuba, tomate de árbol, feijoa, brevo, papa y eugenia, un arbusto que da un fruto que se puede consumir moderadamente”.

En otra zona verde del predio se montó un espacio especial para las plantas aromáticas y medicinales. Tanto el suelo como materas cuentan con toronjil, hierbabuena, menta, albahaca, caléndula y tomillo.

“La caléndula es la planta medicinal que más abunda en nuestra huerta. Hace varios años, el JBB nos enseñó a hacer pomadas para las quemaduras con los pétalos, los cuales maceramos y mezclados con vaselina”, apuntó Liliana.

Empieza la terapia

El espíritu de la huerta de ACONIR, más allá de contar con hortalizas y plantas para alimentarse de una forma saludable, era contar con un espacio terapéutico para los niños, jóvenes y adultos con discapacidad cognitiva.

Según Liliana, este terreno agroecológico fue concebido como un proyecto adicional a la atención integral con enfoque vocacional que reciben las personas para desarrollar nuevas habilidades, como confección, danza, artes plásticas y bisutería.

“Atendemos a una población entre los seis y más de 70 años que recibe actividades académicas, físicas y sensoriales. Tenemos un convenio con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para desarrollar fortalezas y habilidades en los más pequeños”.

Desde que la huerta quedó lista, es decir hace 15 años aproximadamente, se convirtió en un espacio terapéutico y de relajación para las personas que asisten a la asociación. Liliana recuerda la historia de una mujer de 30 años con dificultades comportamentales.

“Ella peleaba mucho, decía groserías y hasta amenazaba a los demás con tijeras. Como no le gustaba estar con sus compañeros, la llevamos a la huerta para que se conectara con la naturaleza y dejara su agresividad”.

Liliana recuerda perfectamente las primeras palabras que le dijo para convencerla de ingresar a la huerta. “Cuando entremos nos toca cantarles y hablarles a las plantas. Si estás de mal genio, ellas lo sienten y se van a poner tristes”.

Al comienzo, la mujer se ponía brava cuando se ensuciaba la ropa y las manos. Sin embargo, con el paso de los días dejó atrás su comportamiento y permaneció varias horas sembrando, cosechando o arreglando las plantas.

“Siempre estuvo acompañada por uno de los profesionales de la asociación. Su cambio comportamental fue más que evidente; cuando se ponía de mal genio, se iba corriendo hacia la huerta para estar con las plantas”.

La mamá de la nueva huertera también evidenció los cambios en su hija. Según Liliana, en un cuaderno que llenan los padres de las personas que asisten a la asociación, escribió que la huerta logró conectarla con la naturaleza.

La conducta de los niños, jóvenes y adultos con discapacidad cognitiva ha mejorado bastante con las actividades que realizan los profesionales de ACONIR en la huerta. “No es dejarlos solos para que se calmen. Les enseñamos deberes y responsabilidades en la huerta”.

Además de relajarse a través del contacto directo con las plantas y la tierra, también conocen de dónde vienen los alimentos cuando hay cosecha. Según Liliana, la mayoría piensa que las papas y hortalizas nacen en los supermercados o tiendas de barrio.

“Ellos se sorprenden mucho cuando sacamos una papa del suelo. Todo lo que cosechamos es pesado en una báscula, un proceso que les llama mucho la atención por los números y flechas del aparato”. 

Proceso familiar

El número exacto de personas beneficiadas o que han participado en los 15 años que lleva esta esta huerta terapéutica de la localidad de Suba, es todo un misterio. Según Liliana, la población varía cada año.

“El promedio anual de personas que reciben atención en ACONIR podría ser de aproximadamente 70, pero no todas asisten a la huerta. Además, también participan algunos padres de familia y los 15 profesionales de la asociación”.

A algunos padres de familia no les gusta que sus hijos sean parte del proceso de la huerta porque llegan a casa con la ropa untada de tierra o supuestamente con dolores de espalda por el trabajo de campo.

Según Liliana, ninguna persona está obligada a participar en la huerta. Sin embargo, le gustaría que los padres comprendieran que la agricultura urbana les puede dar muchos beneficios a sus hijos, en especial mejorar su comportamiento.

“Este proyecto no consiste en poner a trabajar a las personas con discapacidad cognitiva en la huerta. Es un aporte terapéutico a los procesos que desarrollamos en la asociación, es decir varias etapas de formación vocacional”.

Para que los padres de familia se suban en el bus de la agricultura urbana, la profesional en terapia ocupacional trabaja en un proyecto adicional que consiste en que cada familia monte una pequeña huerta casera en sus hogares.

“Al comienzo muchos no aceptaron porque pensaban que era tener una mata en el apartamento. Llevamos más de tres años de capacitación para que conozcan que una huerta casera también puede beneficiar a sus hijos”.

Esta actividad empezó durante la pandemia, cuando algunos padres de familia y sus hijos hicieron semilleros o sembraron algunas hortalizas en materas o botellas plásticas en sus casas o apartamentos.

“Elaboramos varias guías virtuales con recomendaciones de luz, espacio y especies más adecuadas, como lechuga, tomate y cilantro. Varios padres tomaron fotos del proceso y evidenciaron que no se necesitan de grandes áreas para hacer agricultura urbana”:

Las cosechas de la huerta de ACONIR son para el autoconsumo del personal y las directivas o preparar bebidas calientes, como es el caso de las plantas aromáticas. Cuando hay excedentes, varios de los productos son comercializados.

“Cosechamos con los niños, jóvenes y adultos con discapacidad cognitiva y hacemos paquetes o atados de hortalizas para venderles a los padres o varias personas del sector, como un señor que tiene una carreta de venta de verduras cerca”.

Las pomadas con la caléndula son benditas para las personas que asisten a la asociación. Por ejemplo, cuando se presentan arañazos, mordidas o golpes, los profesionales les aplican este ungüento y las heridas sanan rápido.

“Con unas estudiantes de educación especial de la Universidad Pedagógica estamos trabajando en un proyecto con la sábila. El objetivo es crear un emprendimiento con esta planta para poder comercializar la planta o transformarla”.

Un grupo de la Dirección de Carabineros y Seguridad Rural participa desde hace varios años en esta huerta terapéutica. Además de ayudar con el mantenimiento de las eras, llevan a los niños, jóvenes y adultos a la escuela de la calle 138. 

“Allí reciben un proceso terapéutico con los equinos y además siembran un poco en su huerta. Los Carabineros nos ayudaron a plantar varias eugenias al interior de la asociación, una actividad que también contó con la participación de nuestros usuarios”.

Más proyectos ambientales

La huerta de ACONIR hace parte de los proyectos de la política ambiental de la asociación, una estrategia que incluye recolección de agua lluvia, reciclaje, ecobotellas y uso adecuado de los recursos naturales.

Liliana lideró la construcción de un sistema de recolección de agua lluvia para regar las hortalizas, frutales y plantas medicinales de la huerta, un proceso que les ha ayudado a afrontar las fuertes épocas de verano.

“Instalamos una canal en el techo del invernadero que conduce el agua lluvia a un gran tanque que tiene una llave. La recolectamos en pequeñas regaderas que son utilizadas por los niños, jóvenes y adultos con discapacidad cognitiva en el riego de la huerta”. 

La asociación también realiza varias actividades en las principales fechas del calendario ambiental. Por ejemplo, para conmemorar el Día Mundial del Agua, involucraron a los padres de familia para conocer cómo ahorran agua en sus casas.

“Cada padre escribió en una cartulina en forma de gota de agua cómo están cuidado este importante recurso natural. Fue un ejercicio muy bonito y todo el material lo pegamos en una de las paredes de la asociación”.

Las ecobotellas es uno de los proyectos ambientales más exitosos de ACONIR. Consiste en llenar las botellas plásticas con material como las envolturas de las golosinas, una actividad en la que participan varias personas con autismo.

“Es ideal para ellos porque es muy repetitiva y los tranquiliza bastante. Destinamos varias horas para que llenen las botellas con las envolturas, un material que sus padres reciclan en sus casas. También participa un muchacho con dificultad visual”.

Todas las ecobotellas son recogidas por Botellas de Amor, una fundación de Medellín que busca transformar los residuos plásticos flexibles en viviendas, parques infantiles y mobiliario en plástico reciclado.

Una asociación de recicladores de la localidad de Suba se encarga de recoger todo el material del reciclaje de ACONIR. Cada tres meses, se lleva todo el material perfectamente separado según el tipo de residuo.

“Los papás de nuestros usuarios nos envían mucho material reciclado, clasificado y limpio de sus casas, como botellas, paquetes, tetra pak, bolsas de leche y cartón. Nuestra asociación está muy comprometida con el reciclaje”.

ACONIR también realiza el compostaje de las cáscaras crudas que salen de la cocina (verduras, frutas y huevos) y tiene una alianza con una fábrica vecina que produce clavos de las cerraduras de los caballos. 

“La fábrica nos ha ayudado mucho para el desarrollo de nuestros talleres. Por ejemplo, las personas con discapacidad ayudan a armar y plegar las cajas de sus productos y a cambio nos han dado materas para sembrar semillas”.

Liliana lleva más de tres años sistematizando toda la información de los proyectos ambientales de la asociación, es decir agricultura urbana, ecobotellas, recolección de aguas lluvias y reciclaje. “Ya contamos con indicadores y resultados bastante interesantes”.

Hotel para polinizadores

El Jardín Botánico de Bogotá ha sido una mano amiga constante en todo el proceso de agricultura urbana de ACONIR, más de 15 años que Liliana pretende seguir liderando y fortaleciendo. 

Recientemente, Édgar Lara, ingeniero forestal y profesional de la entidad en la localidad de Suba, le propuso trabajar nuevos proyectos ambientales tanto en la huerta como en otras zonas verdes.

“Además de continuar con las capacitaciones y la entrega de insumos como extractos naturales para evitar las plagas en la huerta, tenemos pensado realizar un taller de productos transformados, como jabones ecológicos con el aceite usado de cocina”.

Sumando a esto, Liliana ya visibilizó su nuevo reto ambiental: construir varios jardines en algunas zonas verdes del predio de la asociación, en especial los cercanos a la huerta urbana, para atraer a los polinizadores.

“Los presidentes de las Juntas de Acción Comunal Tuna Baja y Monarcas me presentaron a una persona que trabaja con niños y jóvenes en una huerta. Él me dijo que teníamos el área ideal para montar un hotel para los polinizadores, en especial para las mariposas”.

Con la asesoría del JBB, Liliana ya seleccionó los espacios y está en el proceso de ver cuáles son las especies más adecuadas para los polinizadores. “El lupino y la lavanda serán fijas. Con el ingeniero Édgar estamos trabajando en esa identificación”.

Ancizar Arredondo, un campesino que trabaja como jardinero de la asociación, será el encargado de adecuar el terreno para el hotel de insectos, es decir retirar el pasto kikuyo, retirar el escombro y rellenar con el material del compostaje.

“Las personas con discapacidad cognitiva nos ayudarán a hacer el compostaje y posiblemente sembrarán algunas plántulas. Algunos de ellos sienten una gran curiosidad por los insectos y por eso estoy segura que también les va a servir como terapia”, concluyó Liliana.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá