• Neftalí Garzón lleva el campo en su sangre. Nació en Chocontá, un emporio de papa y fresa en Cundinamarca, y desde muy pequeño aprendió el arte de labrar la tierra.
  • Abandonó la agricultura para sacar adelante a sus hijos. Duró más de 50 años sin coger un azadón o untarse de tierra negra.
  • Hace más de dos años volvió a conectarse con sus raíces campesinas en la huerta El Edén, un paraíso verde ubicado en el barrio Nuevo Muzú de la localidad de Tunjuelito.
  • Su trabajo consiste en hacerle el mantenimiento diario a la huerta y realizar trueques con las vecinas: residuos orgánicos de las cocinas por hortalizas frescas.

Aunque nació en la Villa de Santiago de Chocontá, un municipio de Cundinamarca cubierto por cultivos como fresa, papa, arveja, haba, flores y maíz, los ojos claros de Neftalí Garzón no pudieron presenciar mucho esa explosión agrícola.

Al año de llegar a este mundo, sus papás, dos campesinos expertos en el manejo del azadón y el machete, tomaron la decisión de buscar una vida menos dura e ingrata en la principal selva de cemento del país: Bogotá. 

“Llegamos al barrio San Vicente, ubicado en la localidad de Tunjuelito, donde mis padres compraron un lote, construyeron la casa y montaron una huerta con lechugas, tallos, remolachas y zanahorias. También criaban cerdos y ovejas”, dice Neftalí, hoy con 76 años.

En la huerta familiar, sus progenitores le enseñaron a sembrar y criar los animales de corral. Neftalí recuerda que con sus hermanos iban hasta la calle 13 con carrera 30 a comprar un marrano flaco, el cual engordaban en el lote durante tres meses.

“Toda mi niñez y adolescencia las pasé en la huerta criolla de mis papás. Aunque no pude sembrar en Chocontá y he vivido toda mi vida en Bogotá, el campo fluye por la sangre que corre por mis venas”.

El amor tocó a su puerta a los 22 años. Neftalí se casó y con su mujer se organizaron en una casa dentro del lote de sus padres, donde nacieron Jhon Jairo y Viviana, sus dos únicos hijos. “En esa época, San Vicente era un barrio casi rural”.

Para sacar adelante a su familia, el joven campesino se vio obligado a dejar atrás el trabajo con la tierra, los cultivos y los animales. Primero trabajó en actividades de fundición y construcción y luego encontró un puesto más estable en una empresa de metalmecánica.

“No volví a coger un azadón ni a untarme con la tierra negra. En la empresa de metalmecánica estuve varias décadas, hasta que tomé la mala decisión de renunciar para emprender un negocio con unos amigos; perdí la pensión cuando me faltaban apenas 20 semanas”.

La mala racha llegó al campo sentimental. Se separó de su esposa y tuvo que irse a vivir con su hija Viviana en una casa del barrio San Vicente. “Como perdí el trabajo y ya no conseguía nada por mi avanzada edad, mi hija se encarga de pagar el arriendo y la alimentación”. 

Neftalí asegura que su estado de ánimo se vino al piso al perder la pensión y no poder valerse por sí mismo. “A los viejos nos dejan a un lado y nadie nos da trabajo. Mi hija es la que me ayuda a sobrevivir”.

Volver a las raíces

Para quitarle un poco las responsabilidades a su hija, Neftalí va al comedor comunitario del barrio San Vicente, un sitio donde recibe los tres golpes de comida diarios y hacen actividades para las personas de la tercera edad.

“Allí conocí a una señora que trabajaba en agricultura urbana en la localidad de Tunjuelito y me llevó a El Edén, una huerta ubicada en el barrio Nuevo Muzú liderada por César Molina. Él me propuso un trabajo que me cambió la vida”.

Durante la pandemia del coronavirus, la huerta El Edén, un proyecto comunitario con más de una década de vida, quedó prácticamente abandonada al no recibir el mantenimiento diario debido a las restricciones; la maleza se adueñó de la zona.

“César me dijo que si le ayudaba a revivir la huerta. Aunque no tenía un espejo para ver mi rostro, sé que me brillaron los ojos y sonreí más de lo normal porque iba a poder cumplir mi más grande sueño: volver a sembrar”.

Luego de aceptar encantado la propuesta, César le dio las indicaciones de su nuevo trabajo: limpiar la maleza a punta de pica, pala y azadón y luego sembrar varias semillas y plántulas donadas por el Jardín Botánico de Bogotá (JBB).

“Tengo muy buena mano para la tierra y todo lo que siembro germina. Eso se debe a las enseñanzas de mis padres, como sembrar solo cuando la Luna está en menguante; así lo hice en El Edén y todas las maticas crecieron hermosas”.

Neftalí lleva más de dos años como guardián de la huerta El Edén. Va todos los días a las 7:30 de la mañana y allí permanece hasta la una de la tarde. “Riego con una manguera de 100 metros, luego ablando la tierra y por último siembro lo que toque”.

Al comienzo, César Molina se encarga de darle las indicaciones para hacerle el mantenimiento diario a la huerta. Sin embargo, al ver todo el conocimiento que tiene Neftalí sobre el trabajo del campo, lo deja moverse como pez en el agua.

“Una de las actividades que más me gusta hacer son los trueques con las vecinas: ellas me llevan los residuos orgánicos de las cocinas, además de tinto, onces y a veces el almuerzo; yo a cambio les doy hortalizas, verduras y frutas de la huerta”.

Este campesino es experto en hacer abonos con los residuos que le dan las vecinas. Primero pica las cáscaras de las frutas y verduras en un plástico que extiende en una zona dura del terreno. 

“Ese material lo revuelvo y luego lo llevo al lombricultivo, donde las lombrices lo convierten en el abono que le aplicamos a los cultivos de la huerta. También he aprendido mucho a sacar las semillas, en especial las de la cebolla puerro”.

Las manos de Neftalí son las que tienen a la huerta El Edén llena de lechuga, brócoli, maíz, frijol, pepino, sábila, curuba, acelga, tomate, tabaco, hierbabuena, tomillo, canelón, cidrón, caléndula, patata, ruda, romero, papayuela, menta, perejil, papas y muchos más productos sin químicos.

A veces lleva algunos de los regalos que da la huerta a su casa para compartir con su hija. Sin embargo, asegura que la prioridad en este terreno agroecológico de la localidad de Tunjuelito es el trueque comunitario. 

“Además de las vecinas del barrio Nuevo Muzú, las señoras del comedor de Isla del Sol vienen cada 15 días a la huerta para hacer trueques de semillas y plántulas. En El Edén volví a sentirme útil y por eso vengo todos los días con una sonrisa de oreja a oreja”.

En esta huerta del sur de la ciudad, Neftalí revive su época de niño y joven. “Jamás pensé que iba a volver a sembrar, ya que llevaba más de 50 años sin hacerlo. Estoy encantado con esta bella huerta que me permitió cumplir el sueño de volver a mis raíces campesinas”.

Historia de El Edén

En 1999, cuando César Molina apenas tenía siete años, observó cómo un predio de 40 metros cuadrados al frente de su casa y atrás de un hospital de la Subred del Sur, se convertía en un botadero de basura.

“La zona parecía una montaña de residuos, la mayoría pupitres de colegio, lo que dio paso a la llegada de roedores y habitantes de calle. Como el predio no estaba cerrado, las jornadas de limpieza no servían”.

Durante la Alcaldía de Luis Eduardo Garzón, el Distrito realizó la recuperación del predio con la construcción de un vivero, fruto de una alianza entre el hospital, la Alcaldía Local de Tunjuelito y el Jardín Botánico.

Mientras estudiaba biología en la universidad INCCA, César presenció el abandono del vivero debido a algunos cambios en el funcionamiento del hospital de la Subred del Sur. “En 2013, el predio estaba totalmente pelado y solo sobrevivió la infraestructura del vivero”.

Ese año, el futuro biólogo decidió revivir el lugar. Se enteró que la Alcaldía de Gustavo Petro realizaría programas de medicina vegetal y hierbas medicinales y que el hospital iba a capacitar a los vecinos del barrio.

“Mi mamá les comentó a las directivas del hospital sobre mis intenciones de revivir el vivero y nos dieron las llaves del predio. Con cuatro amigos de la universidad compramos las primeras semillas y plántulas y limpiamos el terreno para montar una huerta”.

Pedro Hernández, un líder comunitario, los llevó a varias entidades para buscar ayuda, como la Alcaldía Local de Tunjuelito, el Jardín Botánico y el Instituto Distrital de Gestión de Riesgo y Cambio Climático (IDIGER)”.

“El JBB nos capacitó en agricultura urbana y nos dio tierra y mano de obra para armar las 10 camas. El IDIGER puso la malla eslabonada para cerrar la zona de la huerta que limita con el canal San Vicente 2”.

El terreno empezó a reverdecer con arvejas, frijoles, tomates, maíz (el cultivo más representativo), fresa, calabacín y plantas medicinales como romero, hierbabuena, ruda y caléndula.

En 2015, César decidió nombrar el terreno como “Huerta y vivero El Edén” una palabra que aparece en uno de los sones cubanos más conocidos y la cual lo deleitaba.

“Guillermo Portavales tiene una canción llamada El carretero que dice: soy guajiro y carretero, en el campo vivo bien, porque el campo es el edén más lindo del mundo entero. Por eso escogí esa palabra”.

Cuando el vivero resurgió, César sembró semillas de ají, un producto que lo inspiró a desarrollar su propio negocio. “Tijicum consta de picantes, salsas y dulces de fresa, mora, maracuyá y gulupa. Algunos ajíes salen de la huerta”.

Durante los primeros meses de la pandemia, el vivero llegó a su fin y la huerta se vio bastante afectada. “Fue una época muy dura para todas las personas del barrio que ayudamos con el mantenimiento de la huerta”.

Todo cambió cuando conoció a Neftalí Sánchez, el campesino que decidió ayudarlo con la reactivación de la huerta y aportó todos sus conocimientos sobre las mejores técnicas para sembrar y cosechar.

Cinco personas trabajan directamente en la huerta: César Molina y Elizabeth Perilla (su mamá); Pedro Hernández, el líder comunitario; Oriana González, vecina del barrio; y Neftalí, el guardián del terreno.

“Sin embargo, el más ayuda es don Neftalí, un hombre al que le debemos que hoy en día El Edén luzca reverdecido y con muchos cultivos”.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá