• Víctor Arévalo sacó adelante a sus tres hijos con su trabajo como ingeniero mecánico. Estuvo en una multinacional, fue docente y luego se convirtió en empresario independiente haciendo escaleras.
  • Su negocio se vio bastante afectado por la pandemia del coronavirus. Durante el confinamiento comenzó a buscar nuevas opciones laborales en el ciberespacio y quedó sorprendido con tres jóvenes que hacían abonos orgánicos en sus casas.
  • Este bogotano ahora vive de la venta de humus líquido y sólido, abonos que son producidos por las lombrices rojas californianas que tiene en varias canecas en la terraza de su casa. 

Víctor Arévalo es uno de los huerteros que participa en los Mercados Campesinos Agroecológicos del JBB.

Víctor Wenceslao Arévalo Vela tiene sus raíces bien incrustadas en Ricaurte, un barrio de 66 hectáreas de la localidad de Los Mártires conocido por albergar más de 5.000 empresas dedicadas a la comunicación gráfica, es decir etiquetas, empaques, avisos y volantes.

En este concurrido sector del centro de la ciudad, ubicado entre las calles 13 y 6 y las carreras 24 y 30, Víctor ha pasado la mayoría de sus 76 años de vida. Por eso es un gran conocedor de la historia del barrio.

“Cuando era niño, el barrio Ricaurte era cien por ciento residencial. Tenía unas casas coloniales muy hermosas que, desde hace 20 años, fueron modificadas para darle paso al comercio. Muchas se transformaron en fábricas y oficinas”.

El verde también palideció por la llegada de la actividad comercial. “Aunque el barrio aún cuenta con varias zonas verdes con árboles, estas coberturas vegetales eran mucho más dominantes y frondosas en mis años de niñez y juventud”.

La casa de sus padres, donde nació, creció y vive actualmente, resistió a los cambios del paso de los años. “Allí nos criamos con mis cuatro hermanos. Aunque no faltaron las ofertas para vender la casa, logramos mantenerla en honor a nuestros padres”.

Víctor ahora se dedica a elaborar abonos orgánicos en su casa del barrio Ricaurte.

Cuando se graduó como bachiller, Víctor ingresó a la Universidad América para estudiar ingeniería mecánica. Al terminar la carrera encontró trabajo en una multinacional, donde se encargó del área de ventas a nivel nacional.

“A los cinco años de graduarme me casé y tuve a mi primera hija, María Fernanda. Nos organizamos en el barrio San Felipe, en la calle 76 con carrera 20, pero la relación con mi esposa no funcionó y decidimos separarnos”.

Víctor se fue a vivir a Cedritos, barrio ubicado en el norte de la ciudad. Mientras trabajaba en la multinacional conoció a Cielo, con quien lleva casado 40 años, y tuvo a sus otros dos hijos: Víctor Andrés y María Paula.

Regreso al hogar

Su trabajo en la multinacional le permitió cruzar las fronteras del país. Viajó varias veces a México para manejar el área de ventas y asesorar a los arquitectos sobre la legalización de los contratos para que el producto quedara especificado.

“Luego de varios años en la multinacional renuncié para convertirme en trabajador independiente elaborando escaleras en madera y otros materiales. Me fue muy bien, logré sacar contratos grandes hasta que hice un negocio con un arquitecto que me robó toda la inversión”.

Víctor quedó en bancarrota y por eso volvió a la casa de sus padres en el barrio Ricaurte, donde con la ayuda de sus familiares se recuperó económicamente, reactivó su negocio de escaleras y sacó adelante a sus hijos.

Con las lombrices rojas californianas, Víctor elabora humos líquido y sólido.

“Me siento muy orgulloso porque mis tres hijos son profesionales. María Fernanda estudió artes y vive en España, Víctor Andrés es profesor de filosofía y María Paula es administradora de empresas. Como son muy inteligentes, dos de ellos pudieron estudiar en la Universidad Nacional”.

No quiso salir de la casa paterna para volver a conformar su propio hogar. “Mis hermanos ya tenían sus vidas hechas y ninguno podía quedarse en la casa cuidando a nuestros padres en su vejez. Por eso decidí acompañarlos con ayuda de mi esposa e hijos”.

Su negocio de escaleras metálicas y de madera fue bastante próspero durante varios años. Todo cambió en marzo de 2020, cuando el planeta sucumbió por la pandemia del coronavirus y la economía se vino al piso.

“Debido al confinamiento y las restricciones de la pandemia, ya no podía vender mis escaleras. 2020 fue un año crítico para mí, pero con el apoyo de mis hermanos y familiares logré resistir y salir adelante”.

Víctor elabora los abonos orgánicos en la terraza de la casa de sus padres.

Negocio orgánico

En el ciberespacio encontró una nueva opción laboral. En los meses de encierro por el coronavirus, Víctor navegó por YouTube, Facebook e Instagram y encontró a tres jóvenes que hacían abonos orgánicos en sus casas y enseñaban cómo hacerlo.

“Eran un argentino, un mexicano y un español que también se vieron afectados por la pandemia y decidieron compartir sus conocimientos en la web. Me contacté con ellos y me enseñaron a hacer abonos orgánicos con la lombriz roja californiana”.

Víctor conoció a un ingeniero agrónomo que vendía estas lombrices en el barrio Los Andes. “Me vendió una libra de lombrices a 50.000 pesos, las cuales metí en una caneca con tierra que organicé en la terraza de la casa de mis padres”.

Con los conocimientos que aprendió con los tres jóvenes, este bogotano dio marcha a la elaboración de abonos orgánicos, humus líquido y sólido que producen las lombrices rojas californianas.

Víctor conoció los abonos orgánicos durante el confinamiento de la pandemia.

“Compré varias canecas de pintura para iniciar con el proceso. Cada caneca tiene que quedar como una torta con varias capas: tierra negra con las lombrices, varias hojas secas, los desechos de la cocina picados finamente y más tierra”.

La capa de los residuos de la cocina está conformada por cáscaras de frutas y verduras y el cuncho del café. “No se puede echarle nada de cárnicos, es decir huesos o pieles. Ni material con aceite o sal”.

Al finalizar todas las capas, la caneca se cierra para que las lombrices hagan su magia. “Ellas se van comiendo los desechos de la cocina (que deben ser aplicados cada 15 días) y con el paso del tiempo los convierten en abonos que en sí son sus excrementos”.

La elaboración de abonos es un proceso largo y de mucha paciencia. Por ejemplo, las primeras canecas que Víctor trabajó en 2020 dieron sus frutos en 2022: una producción de 50 botellas de humus líquido y 50 libras de humus sólido.

“El abono está listo hasta que las lombrices suben a la última capa, luego de comerse todos los desechos. Cuando llegan a la punta de la caneca las meto en otra y repito todo el proceso. Ya no tengo que comprar lombrices porque se reproducen mucho; no sé cuántas hay en la terraza”.

La huerta de Santi es el nombre del emprendimiento de abonos orgánicos de Víctor.

Mercado campesino

En la terraza de la casa de sus padres Víctor tiene 18 canecas llenas de tierra, lombrices rojas californianas y residuos de cocina, un emprendimiento agroecológico que ha contado con la asesoría del Jardín Botánico de Bogotá (JBB).

“Durante la pandemia me inscribí en un curso virtual de agricultura urbana del JBB, donde fortalecí los conocimientos sobre abonos orgánicos. Cuando me gradué del curso, un ingeniero de la entidad me dijo que quería conocer mi producción”.

Además de los abonos, Víctor también siembra lechugas, tomates, pimentones y otros productos en una pequeña huerta que montó en la terraza. “El ingeniero me dio varias recomendaciones para tratar la mosca blanca que afecta los cultivos”.

En esos intercambios de conocimientos con el Jardín Botánico, el ingeniero mecánico bautizó su emprendimiento: lo llamó ‘La huerta de Santi’, un homenaje a Santiago, su único nieto de ocho años.

Víctor también elabora y vende accesorios en madera.

“A Santiago, hijo de Víctor Andrés, le encanta todo el proceso que hago con las lombrices rojas californianas. Cada vez que me visita me acompaña a alimentarlas y sacar los abonos líquidos y sólidos”.

A comienzos del año pasado, el Jardín Botánico invitó a Víctor a participar en los Mercados Campesinos Agroecológicos “Bogotá es mi Huerta”, evento que se realiza el primer fin de semana de cada mes con el apoyo de la Secretaría de Desarrollo Económico.

“Ahora soy uno de los huerteros fijos en el Mercado Campesino Agroecológico, un regalo caído del cielo porque me ha permitido mostrar y vender mis abonos, además de hacer muchos contactos”.

Las redes sociales también son otra ventana donde muestra sus abonos y conocimientos. “Los promociono en mis cuentas de Facebook e Instagram, pero también me pueden escribir al correo victorwarevalov@gmail.com o a mi WhatsApp (314-3006654)”.

Este ingeniero mecánico también brinda asesorías sobre abonos orgánicos.

Con sus abonos orgánicos, Víctor volvió a la docencia, actividad que desempeñó hace varios años en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. “Varias personas me contactan para que les enseñe a hacer abonos. El año pasado les dicté un curso a cinco jóvenes en mi casa; ahora vivo de eso”.

Su talento para manejar la madera no ha pasado a un segundo plano. A todas las ferias y mercados que asiste, como los del JBB, la Secretaría de Desarrollo Económico y el SENA, lleva accesorios de decoración de interiores que elabora en su casa.

“Ahora digo con mucho orgullo que soy un ingeniero mecánico que se dedica a hacer abonos orgánicos. Estoy inmensamente agradecido con el Jardín Botánico por permitirme estar en sus mercados y vivir de esta actividad tan hermosa”.

Los abonos, la madera y las huertas son las actuales pasiones de Víctor.

 

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá