- Tamar Arzolay lleva seis años en Bogotá, ciudad donde saca adelante a sus tres hijas cuidando personas de la tercera edad.
- Esta venezolana fue una de las ‘Mujeres que Reverdecen’ del Jardín Botánico de Bogotá, programa que le permitió montar una huerta en la terraza de su casa y crear un emprendimiento de jabones y aceites.
- “Mi sueño es regresar a mi país para aplicar todos los conocimientos ambientales y huerteros adquiridos en esta maravillosa experiencia femenina”.
Nació hace 42 años en Maracay, territorio de Venezuela que fue llamado la Ciudad Jardín por el naturalista y geógrafo alemán Alexander von Humboldt en 1800 cuando quedó impresionado por su exuberante vegetación y árboles de gran porte.
En la capital del estado Aragua, que alberga uno de los pulmones naturales más importantes del país vecino, el Parque Nacional Henry Pittier, Tamar de Jesús Arzolay Rivero pasó toda su niñez en medio de la biodiversidad y los cultivos.
“Lo que más recuerdo de mi niñez es el solar de nuestra casa, una huerta donde mis padres sembraban mangos, aguacates, tomate, ají, yuca, plátano y cerezas; mi hermano y yo jugábamos con las gallinas, conejos y perros que teníamos”.
En sus reminiscencias de infancia también aparece la naturaleza extrema de su ciudad natal. “Maracay es un sitio de clima tropical con unos suelos muy fértiles. Me encantaba recorrer sus zonas verdes, en especial estar debajo de los enormes árboles”.
Su papá, un herrero experto en la construcción, les dio el estudio básico a sus dos hijos y sacó adelante a la familia. “Mi mamá se dedicó a cuidarnos y educarnos. Al otro lado de la casa vivía mi abuela materna, que también tenía un solar grande con muchas frutas”.
Al terminar los estudios de bachillerato, Tamar ingresó a la Escuela de Enfermería Militar en Caracas. Luego se convirtió en enfermera y trabajó durante 13 años en la Marina con las fuerzas armadas de Venezuela.
Los hospitales navales en las zonas costeras fueron sus principales sitios de trabajo. Durante esa época se enamoró perdidamente de un militar superior y tuvieron tres hijas: Alejandra, Sofía del Valle e Isabela.
Al mes de nacer Isabela, su esposo la abandonó y la joven se convirtió en madre soltera. “Luego, cuando trabajaba como enfermera en la Comandancia General de la Armada en Caracas, me di de baja para criar a mis hijas”.
Nuevos rumbos
Tamar encontró trabajó en varias clínicas de Maracay y Caracas, pero al poco tiempo la crisis social y económica de su país la llevaron a cambiar de rumbo.
“Las clínicas no generaban casi ingresos y comenzaron a despedir al personal, incluida yo. Una amiga que estaba radicada en Bogotá me propuso salir de Venezuela para comenzar una nueva vida en Colombia”.
Dejó a sus tres hijas a cargo de su mamá y cruzó la frontera de ambos países en Cúcuta. “En 2017 llegué a la casa de mi amiga en el barrio Ismael Perdomo, ubicado en la localidad de Ciudad Bolívar”.
Por fortuna no tuvo que realizar trabajos ingratos y pesados como vender dulces en el transporte público. “Encontré trabajo como enfermera cuidando a las personas de la tercera edad, abuelitos que me llenan de felicidad”.
Con los frutos de su trabajo pudo pagar una habitación en el mismo barrio. “En Ismael Perdomo estuve año y medio sola y luego me mudé al barrio Bosa Santa Fe, por recomendación de otra amiga”.
Su nueva morada era un apartamento apto para albergar a sus tres hijas, que seguían en Venezuela. “Mi mamá se fue a vivir a España donde mi hermano y por eso me tocaba traer a mis niñas a Bogotá”.
Su hija mayor, recién graduada del colegio, no se amañó en la capital de Colombia. “No le gustó el clima ni la dinámica de la ciudad. La enviamos a España, donde están mi madre, hermano y sobrino”.
Nueva huertera
Tamar tiene a su cargo el cuidado de dos abuelitas que viven en el barrio Las Aguas, en el centro de Bogotá. “Una tiene 100 años y la otra 90. Ambas caminan, están bien de salud y son unas mujeres hermosas que quiero mucho”.
Como su trabajo no es 24/7, tiene tiempo para hacer otras actividades. “En septiembre de 2021 me llamaron del Jardín Botánico de Bogotá (JBB) para que participara en un programa llamado ‘Mujeres que Reverdecen’. Creo que encontraron mis datos en el Sisbén”.
A mediados de octubre fue citada en las instalaciones del JBB para firmar un acta de compromiso que la convertiría en una de las casi 1.000 ‘Mujeres que Reverdecen’ vinculadas voluntariamente a la entidad en la primera fase del programa.
“Ese día tenía mucho susto por ser venezolana. Pensé que el programa era solo para mujeres colombianas, pero los expertos del JBB me dijeron que podía ingresar por ser una madre cabeza de hogar”.
Tamar pensó que solo aprendería a plantar árboles. “En las primeras clases teóricas todo cambió. Sara Sofía, una formadora del JBB, empezó a enseñarnos sobre huertas urbanas, semillas, plántulas y jardines”.
En su trabajo ambiental en varias huertas, jardines y arbolado de Bosa, esta venezolana se transportó a su niñez en Maracay. “Era como estar en el solar de la casa familiar, donde mis papás sembraban muchos frutales”.
La formadora del JBB les dijo a las más de 30 ‘Mujeres que Reverdecen’ de la localidad de Bosa que debían montar o buscar una huerta para realizar sus prácticas ambientales. “Me uní con cinco compañeras y cada una empezó a buscar el espacio”.
La casa donde tiene varios apartamentos y contaba con una amplia terraza para montar una huerta casera. “Le pregunté a la dueña de la casa si podíamos hacer la huerta en este sitio y su respuesta fue positiva”.
Las cinco mujeres compraron semillas de plantas comestibles, ornamentales y medicinales y algunas plántulas. “Luego cercamos con malla la huerta, que mide 3,5 por 2 metros, y fuimos sembrando en botellas plásticas de gaseosa y guacales de madera”.
Una de ellas hizo compostaje en su casa con las cáscaras de frutas y huevos. “Este material nos sirvió como abono para los cultivos de romero, lavanda, menta, orégano, canelón, cidrón, lechuga, rábano, zanahoria, pepino, papa nativa, remolacha, cilantro, perejil y apio”.
Emprendedora
Otro de los objetivos del programa ‘Mujeres que Reverdecen’ era que las ciudadanas utilizaran sus conocimientos sobre agricultura urbana, jardinería o arbolado para crear sus propios emprendimientos ambientales.
“Con mis compañeras nos inclinamos por elaborar jabones, pomadas y aceites con las plantas medicinales y aromáticas de nuestra huerta. La profe Sara Sofía nos enseñó todo, como cosechar las aromáticas, secarlas y preparar el aceite”.
El emprendimiento se llama Nativis, mismo nombre de la huerta casera. “Esta palabra significa extracto de nuestra tierra nativa. Nuestros jabones artesanales no tienen químicos, no le hacen daño al planeta y benefician la salud de las personas”.
Según Tamar, estos jabones son elaborados con aceite de benjuí, “que es bastante medicinal. Las hojas y flores de las plantas medicinales, como caléndula, manzanilla, romero, menta y lavanda, las maceramos con este aceite y con eso elaboramos los jabones”.
Nativis fue presentado en varias ferias de la localidad de Bosa y en los Mercados Campesinos Agroecológicos del Jardín Botánico. “Nos ha ido muy bien con el emprendimiento. Ahora voy a empezar a promocionarlos por redes sociales como Instagram y Facebook”.
Aunque estos jabones y la huerta son frutos del trabajo de cinco ‘Mujeres que Reverdecen’, Tamar es la líder de la iniciativa. “Algunas de mis compañeras se retiraron y otras están ocupadas”.
Quiere regresar
Esta venezolana divide su tiempo entre el cuidado de los adultos mayores, la crianza de sus hijas, el mantenimiento de la huerta casera y la elaboración de los jabones y aceites artesanales.
“Bogotá me ha tratado muy bien. No he pasado hambre o necesidades y además siempre encuentro trabajo. Pasar por ‘Mujeres que Reverdecen’ es otro regalo que me dio esta hermosa ciudad”.
Aunque no para de agradecerle a la capital del país por todas las oportunidades, Tamar sueña con regresar a su tierra para aplicar todos los conocimientos ambientales y huerteros adquiridos con el JBB.
“Quisiera regresar a mi casa en Maracay para sembrar en el solar. Ahora tengo conocimientos más especializados y tengo toda la certeza que podría montar una huerta muy próspera y hermosa en la ciudad que tanto amo”.
Además de reverdecer Maracay con una huerta, Tamar quiere continuar con su emprendimiento ambiental en el país vecino. “Aunque amo ser enfermera, va a llegar el día que por la edad no podré cuidar a los pacientes. Por eso mi nueva alternativa son los jabones, aceites y la huerta”.
Esta madre soltera asegura que nunca recibió una mala palabra por parte de sus compañeras del programa ‘Mujeres que Reverdecen’. “Al comienzo tenía miedo por la estigmatización que hay con los venezolanos. Pero las muchachas me acogieron muy bien y me abrieron su corazón”.
Este programa ambiental y social demostró que las mujeres sí pueden trabajar juntas. “Claro que hubo conflictos, pero los solucionamos a través del diálogo y el respeto. En este programa florecimos como mujeres y muchas nos convertimos en emprendedoras”.
Gracias 😊 por su apoyo muchas bendiciones 🙏