• Melva Castrillón lleva 18 años como líder de la huerta comunitaria ‘Guerreros y guerreras unidos en acción’, un terruño lleno de hortalizas, frutales y plantas en el barrio Fontanar del Río donde actualmente 20 habitantes de la localidad siembran y cosechan.
  • Hoy, en el Día Internacional de la Mujer, conmemoramos la historia de esta campesina y líder comunitaria, un ejemplo de resiliencia, superación y amor por el campo y la naturaleza.
Huerteros de Suba

La huerta que lidera Melva Castrillón es una de las pioneras en la agricultura urbana en Bogotá.

Aunque nació en Palmira, municipio del Valle del Cauca conocido por sus extensos cañaduzales, los recuerdos más vívidos de su niñez vienen del Eje Cafetero. Cuando era muy niña tuvo que abandonar el olor de la caña de azúcar para empezar una nueva vida en medio de los cultivos de café.

“Mi mamá, Lilia Rincón, se había separado de mi padre y no encontraba oportunidades para criar y alimentar a sus tres hijas. Estábamos pasando muchas necesidades en el Valle, por lo cual nos fuimos a la finca cafetera que tenía un tío en Calarcá, una zona hermosa del departamento del Quindío”, recuerda Melva Castrillón Rincón, hoy con 66 años de vida.

En su nuevo hogar nació un amor profundo por el campo y la agricultura al untarse con la tierra fértil de los cafetales, recoger las pepas rojas y luego ponerlas a secar y moler. Su trabajo como recolectora lo intercalaba con sus estudios de la primaria, los cuales pagaba con el dinero que recibía en la finca.

“No solo cultivaba café. Como esas tierras son muy buenas y se da de todo, aprendí a sembrar otros productos como plátano, yuca y varios cítricos. Gracias al campo pude terminar la primaria y el bachillerato, este último con ayuda de la Caja Agraria. Por ser una niña juiciosa y aplicada casi siempre me promovían de año”.

Huertas de Suba

Los cultivos siempre han estado presentes en los 66 años de vida de Melva Castrillón.

Al terminar sus estudios básicos, Melva empezó a buscar nuevos aires en el casco urbano de Calarcá. Allí conoció al amor de su vida, Gustavo Martínez, y tuvo a sus tres primeras hijas. “Trabajamos varios años como independientes hasta que hicimos un mal negocio y perdimos todo. Como mi esposo es del Tolima, decidimos emprender una nueva aventura en El Espinal y El Guamo, donde nacieron mis dos hijos varones”.

La pareja de enamorados no echó raíces en tierras tolimenses. Varios de sus familiares que vivían en el departamento del Huila los convencieron de cambiar su rumbo y así cumplir el sueño de tener una finca propia repleta con los cultivos que ambos aprendieron a sembrar y cosechar en la niñez y adolescencia.

“Con un crédito de la Caja Agraria comenzamos a pagar un terreno espectacular en el municipio de Acevedo. Recuerdo que cuando llegamos no había luz en toda la zona, por lo cual compramos una batería grande. Todas las noches los vecinos venían a la casa para ver las novelas en nuestro televisor”.

Con el trabajo arduo de este par de campesinos, la finca se llenó de cultivos de yuca, café, maíz y frijol, productos que luego de cosecharlos los vendían en el pueblo. “Al comienzo todo fue muy bonito. Estábamos trabajando en lo que amamos, el campo, y construyendo un sueño familiar”.

Huertas de Suba

Melva cumplió el sueño de tener finca propia en el municipio de Acevedo, en Huila.

Amor en los tiempos de zozobra

Corrían los últimos años de la década de los 80, una época en la que el campo colombiano se bañó de sangre por las acciones violentas e inhumanas de los grupos armados al margen de la ley. La familia de Melva no se salvó de los estragos de la violencia.

“Nuestra finca estaba en una zona roja. Casi que a diario nos visitaban hombres con uniformes militares iguales, lo cual nos impedía saber a cuál grupo pertenecían. Ignorábamos si eran paramilitares, guerrilleros o miembros del Ejército”.

Un sábado, cuando Melva y su esposo bajaron al pueblo a vender sus productos, un grupo se metió en la finca. “Estaban cocinando y nos lanzaron miradas desafiantes que nos advertían que no dijéramos nada. Toda la zona estaba asustada por las amenazas y sentencias de muerte”.

La zozobra empezó a ganarle la batalla al amor que ambos sentían por el campo. Según Melva, conciliar el sueño en las noches era algo casi que imposible por las constantes llamadas de los vecinos que avisaban la llegada de los grupos armados.

Huerteros de Suba

La violencia de las décadas de los 80 y 90 pusieron fin a la finca de Melva en Huila.

Uno de los recuerdos más duros que le apachurró el corazón fue con sus dos hijos menores. “Un día llegaron a la finca muchos hombres con armas y granadas. Escarbé entre las matas de plátano y con mis dos pequeños nos cubrimos con la hojarasca durante horas para que no nos vieran. No podíamos ni susurrar”, cuenta Melva con el rostro repleto de lágrimas.

El silencio de la comunidad era el común denominador en la zona. “Los paramilitares decían que éramos guerrilleros y la guerrilla nos tachaba de paras. Ambos frentes acusaban a la gente de colaboradores del Ejército. Nadie podía hablar y solo teníamos que obedecer; vivíamos en un silencio horrible y viendo muchos muertos por todo lado”.

Las noches eran largas y de desvelo. Los grupos armados tocaban a la puerta de Melva bajo la luz de la luna para pedir agua, panela o un sitio para descansar. “Tocaba hacer caso, no decir nada y menos mirarlos a los ojos. Yo vivía temerosa y asustada por la vida de mis dos hijos chiquitos, en esa época con apenas dos años y seis meses respectivamente”.

Los cerca de cinco años de trabajo en la finca la hicieron uno de los terrenos más prósperos del municipio. Pero ese reverdecer productivo no podía continuar por las amenazas diarias que recibían, a pesar de lo mucho que invirtieron, sudaron y construyeron.

“Sin ser millonarios vivíamos holgadamente porque la finca nos daba todo. La tristeza nos invadía con solo pensar en dejar los cultivos frijol, maíz, yuca, café y arracacha, al igual que los corrales con cerdos, gallinas y pollos blancos; pero nuestro sueño no podía continuar con esa vida de zozobra y pánico”.

Huerteros de Suba

La sonrisa de Melva Castrillón esconde un pasado de tristeza por los coletazos de la violencia.

Desplazamiento

En los primeros años de la década de los 90, la violencia seguía campando en la zona y la paz se veía distante. El crédito con la Caja Agraria para pagar la finca estaba vigente, por lo cual Melva y Gustavo no podían salir corriendo y empezar una nueva vida.

“El DAS se dio cuenta de la persecución en el sector y nos ayudó a enviarle una carta a la Caja Agraria para informarle que por la crítica situación no podíamos pagar más el crédito y debíamos salir de la zona”.

Hacia 1994, Melva, su esposo y sus dos retoños pequeños vieron por última vez su próspera finca en Acevedo para luego radicarse en tierras de unos familiares en el Tolima, donde por falta de trabajo solo pudieron estar dos meses.

“Nos tocó irnos a Bogotá. Llegamos a Bosa donde unos conocidos y el primer día fuimos a la oficina que atendía a los desplazados. El panorama era desolador: más de tres cuadras llenas de personas cubiertas con plásticos y cartones haciendo fila para que los atendieran. Algunos llevaban hasta tres días en esas”.

Huerteros de Suba

Desde pequeña, Melva aprendió el arte de labrar y cultivar la tierra.

Melva y Gustavo no estaban dispuestos a soportar una nueva humillación. No hicieron la fila y comenzaron a buscar trabajo para llevarles comida a sus hijos; lo encontraron vendiendo frutas en Corabastos.

“Algunos conocidos nos prestaron 10.000 pesos para comprar las frutas que llegaban en la madrugada a Corabastos. Pero el ambiente que vimos era hasta peor que el padecido en la finca de Acevedo: vendían mucha droga, mataban gente y había mucha mafia y corrupción. Era como salir de un conflicto y llegar a otro igual o peor”.

Los comerciantes de la plaza notaron que Melva tenía talento para vender. Una señora le propuso que hiciera parte de un negocio que al comienzo la tentó por las ganancias que dejaba.

“Me dijo que si la ayudaba a vender droga y así ganaría entre 50.000 y 100.000 pesos diarios, una millonada para esa época. Fue una tentación muy grande que Dios me quitó del camino”.

Huerteros de Suba

En su huerta comunitaria en la localidad de Suba, Melva revivió sus años felices en la finca del Huila.

En diciembre, un vigilante de Bosa les contó que la Federación Nacional de Vivienda Popular estaba recibiendo hojas de vida. Gustavo la llevó y a los pocos días lo llamaron para entrevista. “Yo lo acompañé. Un ingeniero nos comentó que el trabajo consistía en cuidar una casa en Suba donde iban a construir un barrio de viviendas de interés social”.

A los pocos días, Melva y Gustavo visitaron el terreno que tendrían a su cargo: una antigua hacienda amplia llena de eucaliptos con dos casas. Mientras hacían el recorrido, un señor le informó al ingeniero que se habían robado el sanitario en una de las casas, una noticia que les cambió la vida.

“Eso fue un jueves. El ingeniero nos preguntó si podíamos irnos a vivir a una de las casas el sábado, a lo que respondimos que sí. Eso puso fin a la tentación por el negocio ilícito propuesto y el 14 de diciembre nos fuimos de Bosa. No teníamos nada de corotos, ni siquiera una cama, por lo que el ingeniero nos ayudó con 70.000 pesos para hacer mercado”.

El nuevo hogar de la familia sería una casona enorme con calefacción y una cocina con todos los juguetes. “Alguien me comentó que ahí había vivido el presidente Mariano Ospina Pérez. Por las noches escuchábamos el craquear de las ranas y en las mañanas el canto de las aves”.

Huerteros de Suba

En Suba, Melva se convirtió en una líder social y ambiental que defiende a capa y espada a la comunidad.

Como era Navidad, Melva quería regalarles a sus hijos un televisor. Cotizó uno en el barrio La Gaitana, pero no tenía dinero para pagar la cuota inicial. Una de sus hijas mayores, que no estuvo con la familia en la finca del Huila porque se quedó en Calarcá, la llenó de alegría.

“Era 24 de diciembre. Me encontré con mi hija en el centro comercial Subazar para almorzar y me dio una platica para comprarle los zapatos del colegio a mis dos niños. Le dije que si mejor podía comprar un televisor con ese dinero y fuimos por él. Ese mismo día, el jefe nos adelantó la quincena y compré la cena; para mí una Navidad sin buñuelos y natilla no es Navidad”.

Casa propia

Además de cuidar la casona y no permitir que invadieran la hacienda, Melva y Gustavo tenían que mostrar la casa modelo del proyecto de interés social en Suba, llamado Fontanar del Río. “El proyecto era para personas con trabajos independientes, es decir sin sueldo fijo y que no podían acceder a créditos de los bancos. Una cooperativa se encargaba de darle créditos a la gente para tener su casa propia”.

Melva y su esposo metieron papeles para acceder a una de las casas del futuro barrio, la cual les fue entregada en el año 2003. “Mientras tanto nos dedicamos a atender a la gente que quería vivir acá y a veces vendía arepas rellenas de queso para tener más recursos económicos”.

Durante esos años, esta vallecaucana con las raíces clavadas en Quindío y Huila, se fue convirtiendo en una líder comunitaria. Por ejemplo, gestionó el primer comedor escolar para los niños de la zona y luchó para que pavimentaran varias vías.

Huerteros de Suba

La huerta Guerreros y Guerreras ha reverdecido con el trabajo comunitario liderado por Melva.

Las casas de Fontanar del Río oscilaban entre los 14 y 17 millones de pesos. “Eran casas básicas de dos pisos, pero amplias, con 4,5 metros de frente y 9 de fondo. La gente que fue juiciosa ahorrando en la cooperativa la pudo ampliar; acá hay casas hasta de cinco pisos, los cuales arriendan para pagar la deuda o tener dinero extra para el sustento familiar”.

Al poco tiempo de que le entregaran su nuevo hogar, Melva decidió llevar a su mamá y una de sus hermanas a la casa, ya que por cuestiones de salud no podían estar solas. “Renuncié a un trabajo fijo que tenía para cuidarlas. Estuve seis años dedicada a ellas, hasta que lamentablemente fallecieron para cuidarme desde el cielo”.

Nace una huertera

Al año de estrenar su casa propia, la fundación Crear, donde Melva había trabajado, le dijo que si quería hacer agricultura urbana en un lote de 700 metros cuadrados del barrio Fontanar del Río. “Volver a sembrar me llenó de felicidad. Con mi amiga Alicia empezamos a cultivar en el lote en 2004, pero como no estaba cerrado todo se lo robaban. Así duramos como dos años, pero nos desmotivaba bastante el comportamiento de la gente”.

Una zona del barrio se había convertido en un depósito de basuras y residuos, un terruño que Melva quería recuperar para darle vida a una huerta comunitaria. “En ese lote, que era de la asociación del barrio, se tenía proyectada la construcción de 1.000 viviendas. Pero no se pudo hacer porque eran terrenos que debían destinarse únicamente al manejo ambiental o usos como la agricultura urbana”.

Huerteros de Suba

Melva y su amiga Alicia fueron las primeras en darle forma a la huerta urbana del barrio Fontanar del Río.

La líder comunitaria comenzó a tocar puertas en varias instituciones del Distrito para limpiar el terreno. Las primeras fueron la Secretaría de Integración Social y el Idipron, quienes le ayudaron a recoger las basuras y los escombros y encerrar parte de la zona.

Cerca de 30 habitantes del barrio, bajo la batuta de Melva, se unieron para pintar de verde la futura huerta. “Llamé al Jardín Botánico de Bogotá (JBB), que en esa época estaba empezando con su proyecto de agricultura urbana en la ciudad. Los expertos nos capacitaron y dieron la tierra, el compost y los insumos para hacer las primeras eras, camas o surcos de los cultivos”.

Los miembros de la huerta, que fue encerrada con el anjeo utilizado para los corrales de los pollos, hicieron un concurso para bautizar su nuevo proyecto de vida. Por votación ganó ‘Guerreros y guerreras unidos en acción’, un nombre que le hace homenaje a todos los obstáculos que han tenido que superar.

“A todos nos ha tocado guerrear mucho en esta vida para poder sobrevivir a situaciones muy difíciles, como el desplazamiento y la violencia. Además de ser guerreros permanecemos unidos para poder gestionar bien las cosas de nuestro emprendimiento verde”.

Huerteros de Suba

La huerta Guerreros y Guerreras fue cogiendo forma con las manos de 30 habitantes del barrio Fontanar del Río.

Crece el verde

Con ayuda del Jardín Botánico, los 30 guerreros y guerreras reverdecieron el antiguo botadero de basura con una amplia variedad de hortalizas, frutales y plantas aromáticas o medicinales, todos cultivados con un manejo agroecológico que prohíbe el uso de químicos.

Pero el primer lote no daba abasto con todos los cultivos de la comunidad. Melva sabía que las zonas aledañas también podían ser destinadas al manejo ambiental y la agricultura urbana, por lo cual acudió a la Alcaldía de Suba para que le ayudara con el cerramiento.

‘Guerreros y guerreras’ quedó de aproximadamente una hectárea. Pero los miembros más mayores del grupo enfermaron y se vieron obligados a abandonar su trabajo en la huerta, una situación que les partió el corazón. “El Jardín Botánico fue fundamental en esa época. Como nuestros abuelos no podían ir a la huerta, los expertos fueron a sus casas y los ayudaron a construir huertas en las terrazas y antejardines de sus casas. Eso fue un aliciente y una bendición para ellos, ya que aman cultivar”.

Muchas personas de la localidad querían participar en la huerta. Ante esto, Melva y los miembros originales que quedaban crearon una serie de requisitos. “Primero tenían que ayudar a retirar los escombros en las zonas donde íbamos a ampliar la huerta. Para tener una era debían comprometerse a cuidarla y no dejarla abandonada. El lema es que la persona que no apoye el trabajo comunitario no tiene beneficios”.

Huerteros de Suba

En Guerreros y Guerreras, las personas que participan deben responder por los cultivos de cada una de las eras que tienen a su cargo.

En la huerta hay diferentes tipos de usos para los cultivos. Por ejemplo, las personas que tienen solo dos eras destinan sus hortalizas y frutales para el consumo propio, mientras que los de seis pueden vender los productos en el barrio. “Yo tengo 25 eras con una amplia variedad de cultivos. Con ese material llevo comida sana a la casa y sobrevivo de la venta de algunos productos en el barrio y otras zonas de Bogotá y del país. La mayoría de las personas tenemos semilleros en las casas y compramos plántulas en la Universidad Tadeo”.

Cada integrante tiene llaves propias de la huerta y maneja el tiempo como quiera. “Acá no hay horarios estrictos y nadie paga un peso por sembrar o cosechar. El compromiso es no dejar abandonadas las eras, porque si lo hacen pierden el beneficio de trabajar en esta tierra y vender”.

Una huerta diversa y rentable

‘Guerreros y guerreras unidos en acción’ ya suma 18 años de vida. Actualmente cuenta con cerca de 20 miembros de varios barrios de Suba, de los cuales solo cuatro están desde que nació la huerta. Según Melva, son un grupo diverso donde la discriminación no tiene cabida.

“Acá no miramos el color de la piel, el partido político, la religión o la inclinación sexual. Aunque la mayoría somos mujeres, tenemos variedad de género: por ejemplo, dos muchachos que son pareja llevan varios años sembrando en la huerta. Lo importante es amar la naturaleza y trabajar mancomunadamente”.

Huerteros de Suba

Varias de las mujeres del barrio Fontanar del Río le han ayudado a Melva a constituir la huerta.

A pesar de que esta es una de las huertas urbanas pioneras y más antiguas en Bogotá, sus integrantes poco participan en ferias. Melva asegura que esto se debe a que tienen consolidada una clientela fija que les compra casi que a diario. “Cuando hay cosecha los productos se venden muy rápido y por eso no damos abasto para llevar hortalizas o frutas a los mercados. Un grupo de profesores viene a hacer grandes mercados cada 15 días, productos que provienen de las más de 100 eras que hay en la huerta”.

Durante los meses más críticos de la pandemia del coronavirus, los huerteros guerreros ayudaron a los más necesitados. Contactaron a una fundación para llevar hortalizas y otras plantas comestibles a las personas que se quedaron sin comer por no poder salir a trabajar. “Somos guerreros que hemos pasado por muchas necesidades en la vida y vivido en carne propia cosas demasiado duras. Por eso tratamos de ayudar a todo el que lo necesite con nuestro trabajo en la huerta”.

La huerta, además de lucir como un edredón pintado con los colores de los cultivos, es un espacio donde todo se recicla y reutiliza. Envases y canecas plásticas fueron transformados en materas para hortalizas y plantas medicinales. “Con los residuos orgánicos de las casas hacemos abonos en el lombricultivo. Una huerta trae muchos beneficios, como la seguridad alimentaria, un tejido social con la comunidad, una alimentación sana en las familias y el cuidado de la naturaleza y los recursos naturales”.

Huerteros de Suba

Melva y los demás miembros de la huerta utilizan envases plásticos para sembrar hortalizas.

También asegura que la huerta sirve como una terapia y reencuentro con las raíces campesinas del pasado. Para Melva fue regresar a sus épocas de felicidad en el campo y empezar a tejer relaciones con la comunidad y las entidades para salir adelante.

“Forjamos lazos con las instituciones para gestionar los recursos e insumos, alianzas que nos han permitido seguir adelante. Este trabajo de 18 años no habría sido posible sin la participación de entidades como el Jardín Botánico y la unión de la comunidad. Todo es un mano a mano para ayudarnos unos a otros”.

Huerteros de Suba

El reciclaje está presente en toda la huerta Guerreros y Guerreras.

Primera ruta de huertas en Bogotá

El año pasado, el Jardín Botánico escogió a la localidad de Suba para crear la primera ruta agroecológica ‘De huerta en huerta’, la cual busca generar turismo en torno a la agricultura urbana y periurbana, crear experiencias locales auténticas, apoyar el comercio de productos locales y producir beneficios económicos a los agricultores.

Cinco huertas fueron seleccionadas para esta iniciativa. Entre los criterios evaluados estuvieron contar con amplias áreas de cultivo, diversidad de especies, programación de siembra, cultivos escalonados, aprovechamiento de los residuos, autosostenibilidad para las familias, seguridad alimentaria y productos limpios.

“Guerreros y guerreras unidos en acción, además de ser una de las huertas urbanas más antiguas en la ciudad, cumplía con todos los requisitos. Las otras huertas que conforman la ruta son Vivero Ambientes Naturales, Micaela, Cobá: el hogar de las abejas y Mirador de Los Nevados”, dice Melva.

Huerteros de Suba

Guerreros y Guerreras hace parte de la primera ruta de huertas de Bogotá.

El objetivo de esta ruta que cuenta con el apoyo del Instituto Distrital de Turismo (IDT) y la Alcaldía de Suba, es que los ciudadanos visiten las huertas para conozcan la variedad de especies frutales, aromáticas, plantas medicinales, cereales y hortalizas y los procesos agroecológicos.

“Las personas pagan para hacer la ruta por las cinco huertas. Además de contarles la historia de cada huerta, les damos a probar platos deliciosos y saludables como los buñuelos de lechuga. Con la agricultura urbana aprendemos a hacer muchas transformaciones con los alimentos y plantas medicinales, como las pomadas para los dolores”.

Melva cataloga la ruta agroecológica, la primera de las cinco que tiene proyectadas el Jardín Botánico en Bogotá, como una nueva bendición. “Además de darnos a conocer nos permite hacer intercambios de conocimientos con los otros cinco huerteros de la ruta. Por ejemplo, hemos aprendido de abejas, producción agrícola y las plantas ornamentales del vivero”.

A estos huerteros los llaman seguido muchas personas para participar en la ruta. Hace poco, Melva coordinó la de un grupo de ciclistas que lidera la Alcaldía de Suba. “Me comuniqué con los otros huerteros y el IDT para cuadrar todo. La gente sale muy contenta al ver que en Bogotá se puede cultivar y sin necesidad de químicos”.

Huerteros de Suba

Todo lo que se siembra y cosecha en esta huerta de Suba está libre de químicos.

Corazón en la huerta

Sus cinco hijos, 15 nietos y seis bisnietos no se cansan de decirle a Melva lo orgullosos que están por todo el trabajo comunitario, ambiental y campesino que ha liderado en Suba durante casi dos décadas. “Mi esposo y yo vivimos de los regalos de la huerta. Por eso la visito todos los días para sembrar, cosechar, limpiar, vender o atender a los visitantes. Acá me siento como en esos años de felicidad en la finca de Acevedo, antes de que la violencia nos sacara corriendo”.

Gustavo, el amor de su vida, ya no le puede ayudar con el cuidado de la huerta. Desde hace algunos años sufre de alzhéimer y lagunas mentales, lo que le impide salir de casa solo o trabajar en los cultivos. “Algo que no se le ha olvidado es la finca del Huila. En la pandemia, cuando el presidente salía a hablar en su programa de televisión, me decía que nos iban a devolver ese terreno donde fuimos felices unos años”.

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Melva y su esposo sobreviven con las hortalizas, frutales y plantas de la huerta.

Aunque la huerta les da alimentos para consumo y genera recursos económicos para pagar los servicios y gastos diarios, sus hijos no los han dejado a la deriva. “Como no somos pensionados todos están pendientes de lo que necesitemos. Pero la verdad a mí me da pena pedir porque lo que más me gusta es dar”.

Mientras tenga salud y el cuerpo lo permita, Melva estará todos los días entre los cultivos de sus 26 eras. “La huerta me ha dado todo y es mi mayor aliciente, ya que me permite trabajar en lo que más me gusta: el campo. Hace cuatro años nos condecoraron por ser una de las huertas pioneras con continuidad en la ciudad”.

Huerteros de Suba

La huerta en el barrio Fontanar del Río es el mayor orgullo de Melva Castrillón.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá