- La Casa Museo Quinta de Bolívar alberga un terruño que surtió de remedios caseros y hortalizas a Simón Bolívar.
- Se trata de la huerta Mestiza, 500 metros cuadrados repletos de plantas medicinales y alimenticias que son cuidados por Hugo Pedraza, el jardinero y huertero fiel de la Quinta.
- Esta huerta hace parte de la segunda ruta agroecológica de Bogotá, una iniciativa del Jardín Botánico que incluye otras cuatro huertas de las localidades de Santa Fe y La Candelaria.
La Casa Museo Quinta de Bolívar, un terreno de 16.501 metros cuadrados ubicado en las faldas del cerro de Monserrate, es una huella viva del pasado de Colombia. Hugo Pedraza, que lleva 39 años como el jardinero fiel de este lugar, se sabe de memoria su historia.
“Todo empezó en 1670, cuando Pedro de Valenzuela le donó a la ermita de Monserrate 100 varas castellanas de tierra. En 1800, el capellán le vendió el predio a José Antonio Portocarrero, que construyó una quinta campestre”.
Según Hugo, un santandereano que se encarga de mantener intactas las coberturas vegetales de la Quinta, la familia Portocarrero fue propietaria de la casa hasta junio de 1820, cuando el gobierno de la Nueva Granada se la regaló a Simón Bolívar.
“El Libertador fue su propietario durante 10 años, pero solo la habitó 423 días. En 1821 la ocupó por primera vez antes de partir a la campaña de la independencia de Venezuela en la Batalla de Carabobo; esto lo he aprendido en las casi cuatro décadas que llevo en este hermoso lugar”.
Varios afiches de la casona de un piso donde está el museo revelan más datos históricos. “En 1828, Manuelita Sáenz llegó al lugar. Ella brindó apoyo incondicional al Libertador y sus amigos y su presencia transformó la Quinta en un lugar de fiestas y reuniones”.
En 1982, cuando Hugo pisó por primera vez este terreno repleto de verde e historia, se enamoró profundamente del lugar. “En esa visita me contaron que en 1922 la Nación adaptó la casa para hacer el museo y en 1975 fue declarada Monumento Nacional”.
Dos años después fue contratado como jardinero de la Quinta. Su trabajo consiste en cuidar las plantas y árboles que fueron testigos de la historia del país. “Yo creo que me contrataron porque desde muy pequeño aprendí lo que necesitan las plantas y los árboles para sobrevivir”.
Desde que inició su viaje laboral en la Casa Museo Quinta de Bolívar, este campesino nacido en el municipio de San Andrés quedó maravillado con varios árboles de gran porte, troncos anchos y edades avanzadas.
“El que más me llamó la atención fue uno al que le decían el Ahorcado, un árbol que al parecer tenía más de 380 años y fue testigo de un altercado entre Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander”.
También se enamoró de unos cipreses, pinos americanos, sangregados, cedros rojos y negros y eucaliptos. “Los expertos dicen que son árboles patrimoniales porque tienen edades que superan los 200 años, es decir que han sido testigos de la historia de Bogotá”.
Una huerta histórica
Cuando sus ojos se maravillaron por primera vez con la Quinta de Bolívar, Hugo se transportó de inmediato a su época como campesino en Santander al ver una pequeña huerta ubicada en la parte trasera de la casona.
“Era un terreno chiquito donde se sembraba de todo, en especial cilantro, ajo, toronjil y cebolla. Los expertos de la Quinta me dijeron que esa huerta era muy antigua, tanto así que se remonta a la época de Simón Bolívar y Manuelita Sáenz”.
En 1991, el Gobierno Nacional le solicitó a la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá restaurar la Quinta de Bolívar, un trabajo que duró más de siete años y fue realizado entre la Subdirección Nacional de Monumentos y el Ministerio de Cultura.
“Además de recuperar el carácter de casa campestre y el aspecto que tuvo cuando el Libertador la habitó, los jardines y zonas verdes de la Quinta reverdecieron más con la plantación de nuevas especies, la mayoría nativas del bosque andino colombiano”, aseguró Hugo.
“Entre 1993 y 1998, años en los que se realizó la restauración de la Quinta, arqueólogos de las Universidades Nacional y Los Andes evidenciaron que la huerta era mucho más amplia de lo que se pensaba: descubrieron rastros del pasado que estaban ocultos por la maleza”.
Luego de retirar el pasto y la maleza a punta de azadón, pico y pala, la antigua huerta de Simón Bolívar apareció en todo su esplendor: en realidad era un terreno de 500 metros cuadrados, más de la mitad de lo que creían los trabajadores de la Quinta.
Hugo recuerda que durante esos años fue descubierto un antiguo pozo que almacena el agua cristalina del río Vicachá, líquido que nace en lo más alto de los Cerros Orientales y es utilizado en la cocina de la Quinta y en el riego de las plantas.
“La maleza mantenía oculto el pozo. Cuando se limpió la zona y lo encontraron, descubrieron platos rotos de la vajilla del Libertador que hoy en día están en algunos de los salones del museo de la Quinta”.
Remedios para el Libertador
Al revisar las crónicas de antaño, los académicos descubrieron que la huerta de la Quinta surtió al Libertador de verduras y condimentos, alimentos con los que sorprendía a sus invitados preparando ensaladas con lechugas, coles, acelgas, remolachas, rábanos, cubios, arracachas, papas y maíz.
“También hacían pucheros, sancochos y carnes sazonadas con tomillo, laurel, albahaca, salvia, guascas, perejil y cilantro de la huerta. El mayordomo José Palacios le hacía remedios a Bolívar con hierbabuena, toronjil, cidrón, canelón, limonaria, menta y manzanilla”.
Hugo fue el encargado de reverdecer la huerta oculta de Simón Bolívar, un terreno que fue nombrado Mestiza. “Luego de limpiar el terreno y picar y revolver la tierra, comencé a sembrar las semillas de muchas hortalizas y plantas medicinales que cuidaba en varios semilleros”.
La huerta Mestiza hoy en día alberga una explosión de hierbabuena, toronjil, albahaca, cidrón, té, hinojo, descansé, orégano, arveja, zanahoria, repollo, ajo, cebollín, cebolla criolla, tomate de árbol y algunas variedades de maíz, papa nativa, fríjol y lechuga (crespa, lisa y morada).
“Todo lo que se cosecha en la huerta es para la Quinta y sus trabajadores. Hacemos desayunos y onces con sus productos y cuando sobran se los repartimos en bolsitas a los empleados. Acá todo es saludable porque no aplicamos químicos”.
Este santandereano se siente en casa desde que asumió el trabajo de mantener verde la huerta del Libertador. “Fue muy lindo volver a sembrar, como lo hice durante toda mi infancia en el municipio de San Andrés. Recordé a mi mamá y abuela, que sembraban en ollas de aluminio o en los canecos de la leche”.
En 1981, año en el que llegó a Bogotá, Hugo nunca se imaginó que iba a volver a sembrar y cosechar hortalizas. “Pero Dios me dio ese gran regalo en la huerta de la Quinta de Bolívar, algo que la mayoría de campesinos que salen de sus tierras nunca vuelven a hacer”.
El jardinero y huertero fiel de la Quinta de Bolívar afirma que el trabajo de la tierra debe realizarse con las manos desnudas. “Cuando veo personas sembrando con guantes me pongo de mal genio. Ese material maltrata las plantas y contamina los suelos con sus químicos”.
Esa lección la aprendió de sus padres y abuelos en Santander, donde incluso comía tierra porque le sabía rico. “Embarrarse y untarse con la tierra es algo maravilloso. En la huerta Mestiza, donde llevo casi 40 años, siempre me transportó a mi infancia campesina”.
Ruta huertera
Mestiza fue seleccionada por el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) para ser parte de “De regreso a la tierra”, la segunda ruta agroecológica de la capital conformada por otras cuatro huertas de las localidades de Santa Fe y La Candelaria.
El objetivo de esta iniciativa es promover nuevas oportunidades de crecimiento económico para los agricultores urbanos por medio de recorridos turísticos en las huertas, la visibilización de los talleres y productos transformados y el enfoque educativo para todo tipo de público.
Los bogotanos y turistas que quieran conocer las cinco huertas de la ruta agroecológica del centro de Bogotá deben enviar un correo a rutaagroecologica@jbb.gov.co informando el número de personas, las huertas que quieren recorrer y el objetivo de la visita.
Hugo es el encargado de liderar los recorridos turísticos por la huerta Mestiza. “Es un proyecto muy lindo del JBB que busca promover la agricultura urbana y el turismo ecológico. Ya han venido varios grupos de ciudadanos y todos salen maravillados”.
En esos recorridos les cuenta a los turistas varios de sus conocimientos sobre las plantas. Por ejemplo, Hugo asegura que el hinojo es bendito para las mujeres que acaban de dar a luz porque al beber infusiones les sale más leche de los pechos.
“Tenemos muchos tallos, plantas que son la base para hacer el cuchuco de maíz, la sopa de trigo, la mazamorra chiquita boyacense e incluso las frijoladas. Con el ruibarbo hago mermeladas deliciosas y saludables y se las unto a las galletas y calados de las onces”.
Con esta ruta agroecológica y turística, este santandereano ha consolidado nuevas amistades y lazos con otros huerteros como María Elena Villamil de la huerta Santa Elena y los líderes de la Fábrica de Loza y el Botánico Hostel.
“Es muy importante conocer a los otros huerteros para compartir experiencias y mejorar nuestras prácticas sobre agricultura urbana. Esta actividad creció mucho durante la pandemia cuando los ciudadanos montaron huertas caseras como una terapia para el encierro”.