- Maritza Gómez es una de las habitantes del barrio Suba Compartir que siembra de una manera agroecológica en un circuito de huertas comunitarias ubicado a lo largo de la carrera 117.
- Además de obtener alimentos sanos y relajarse con las actividades diarias de la huerta, esta mujer capta el agua lluvia por medio de un sistema artesanal que está oculto entre el verde de las plantas.
- “A través de varias tejas plásticas, el agua lluvia llega a un balde que enterré en el suelo de la huerta. Esto permitió que las plantas no se vieran tan afectadas durante los días más críticos de la pasada sequía”.
Hace 20 años, cuando llegó a vivir con su esposo a un apartamento de uno de los conjuntos residenciales del barrio Suba Compartir, Maritza Gómez Sierra quedó maravillada con la abundante presencia de verde en el sector.
Esta bogotana recuerda que los árboles de gran porte eran visitados por aves rapaces y las flores de los jardines atraían a cientos de abejas y mariposas. “En esta zona de Suba se respira un aire más puro por esa hermosa naturaleza”.
Con el paso del tiempo, Maritza se convirtió en madre y fue testigo de cómo una extensa línea verde ubicada a lo largo de la carrera 117 y que inicia en la calle 149, se fue deteriorando por el comportamiento inadecuado de la ciudadanía y las constructoras.
“El sector se convirtió en un botadero de escombros y demás residuos sólidos. Parecía una montaña de desperdicios llena de roedores y moscas donde el olor era insoportable. Era como un baño público al aire libre”.
Hace aproximadamente cuatro años, la ciudadana vio cómo un grupo de habitantes del barrio empezó a recuperar la zona a través de varias jornadas de limpieza. Aunque quería participar, sus ocupaciones laborales y la crianza de su único hijo se lo impidieron.
“Antes de la pandemia del coronavirus, mis ojos se llenaron de felicidad cuando vi que el antiguo botadero había desaparecido y ahora estaba lleno de flores muy coloridas, además de hortalizas y frutales”.
Un día, cuando dejó a su hijo en el colegio Compartir, ubicado al frente del recuperado terreno, Maritza conoció a María Betsabé Rivera, una caldense y habitante del barrio que lideró la limpieza y trabajaba con varios vecinos en la consolidación de un circuito de huertas comunitarias en la zona.
“Le dije que quería sumergirme dentro de esa naturaleza y le pregunté si podía participar en el proyecto comunitario. La señora Betsy, como es conocida en el barrio, me respondió: cuando gustes puedes venir, solo se necesitan ganas de trabajar la tierra”.
En los meses más críticos del covid-19, Maritza encontró en el circuito huertero un aliciente para afrontar el estrés del encierro de las cuarentenas. “Actividades como el deshierbe, me relajaron mucho”.
Nueva huertera
Estar casi a diario en la huerta de María Betsabé, un terreno más bien amplio donde siembra más de 30 especies de hortalizas, frutales y plantas medicinales con la ayuda de su hijo menor Jesús David, la motivó a convertirse en una nueva huertera.
“La señora Betsy tiene una muy buena mano con las plantas. Le dije que quería aprender a sembrar y conocer ese arte que ella hace en la agricultura urbana; mi gran deseo era sembrar vida”.
Durante su niñez y juventud, Maritza nunca sembró una sola planta alimenticia. Sin embargo, como estudió gestión gastronómica, contaba con muchos conocimientos sobre la alimentación sana y la buena nutrición.
“En este circuito de huertas comunitarias no se utiliza ningún químico. Quería aprender a sembrar para llevar productos sanos a la casa y así prepararles recetas saludables y nutritivas a mi esposo e hijo”.
Betsy le dijo que podía trabajar en una pequeña área ubicada al lado de su huerta. Según Maritza, el terruño se convirtió en su aula de clases y laboratorio de experimentos, siempre bajo la batuta de la huertera caldense.
“Al principio fui muy torpe. Recuerdo que me la pasaba pisando las plantas y no lograba diferenciar las especies. Con mucha paciencia y dedicación, poco a poco le fui aprendiendo a la señora Betsy todas sus técnicas de siembra”.
Uno de los primeros retos fue retirar los escombros del suelo. Según Maritza, este trabajo le sacó ampollas en las manos y debió destinar muchas semanas para limpiar su pequeña huerta, llamada Malú.
“Fue un trabajo muy pesado, pero totalmente necesario. Las señoras que antes sembraban en esta zona tuvieron muchos problemas porque la mayoría de productos no se daban bien debido a todas esas piedras en el suelo”.
Agua lluvia
Maritza se percató que las plantas que sembraba en su terruño no crecían igual de verdes y vigorosas a las de su maestra. La razón: el suelo, ya libre de piedras y escombros, no tenía una buena humedad.
“La señora Betsy me enseñó a hacer suelo por medio del compostaje de los residuos orgánicos de la cocina, como cáscaras de huevo, verduras y frutas. Con ese material pude empezar a darle forma a mi proyecto agroecológico”.
La nueva huertera se inscribió en un curso de agricultura urbana del Jardín Botánico de Bogotá (JBB) para aumentar sus conocimientos. En la Manzana Verde del barrio, aprendió a hacer los cajones para montar su compostera.
“Tengo dos composteras en la huerta. La materia orgánica que arrojan le cambió totalmente el aspecto a la zona: todas las semillas y plántulas empezaron a crecer hermosas y con unos colores muy llamativos”.
Sin embargo, Maritza evidenció que debía trabajar en un nuevo proyecto donde el agua lluvia fuera la gran protagonista. Asegura que llevar el agua desde su apartamento para regar las plantas, era un proceso agotador y poco práctico.
“Lo primero que hice fue instalar varias botellas plásticas con agua a lo largo de las eras que tengo en la huerta. Pero me percaté que ese mecanismo no era suficiente: necesitaba montar algo para recolectar el agua lluvia”.
Con la ayuda de Betsy, la huertera montó un sistema artesanal de captación de agua lluvia en uno de los extremos de la huerta. Consiste en un balde plástico enterrado en el suelo con varias tejas a su alrededor.
“Cuando llueve, el agua cae en las tejas y estas la conducen hacia el balde que tengo enterrado y cubierto por una enredadera. Estoy muy contenta con este sistema porque pude tener agua para regar durante los días más críticos de la pasada temporada seca”.
Postres novedosos
Antes de ser huertera, Maritza creó un emprendimiento de repostería llamado Malú, el mismo nombre que le dio a su terruño agroecológico ubicado en una de las zonas más concurridas de la localidad de Suba.
“Escogí ese nombre por dos razones: son las dos primeras letras de mis nombres (Ludy y Maritza) a la inversa y además Malú aparece en la biblia como la hija amada de Dios”.
Un proyecto que ya está andando es combinar su pasión por la repostería con varias de las plantas que siembra en la huerta, como yacón, uchuva, tomate, frijol, cilantro, apio, lechuga, acelga, rábano, curuba, ají, kale, caléndula, papa, ajo y cebolla.
“Estoy jugando con el yacón, un tubérculo que sirve para ayudar a regular el azúcar en la sangre, para hacer tortas, jaleas y un dulce que mezclo con ají. Varias personas los probaron y ya hacen parte de mi emprendimiento de repostería”.
Maritza también utiliza las semillas del amaranto y calabaza tostadas para elaborar salsas de varios sabores. “Ahora utilizo el orégano fresco de la huerta para condimentar las comidas; su sabor es una cosa del otro mundo”.
Con los proyectos de recolección de agua lluvia y compostaje, Maritza ha visto un cambio radical en la apariencia de su huerta. Asegura que es la primera vez que el lugar luce totalmente reverdecido.
“Esto es fruto del aprendizaje, esfuerzo y todo el amor que les doy a cada una de las plantas. También estoy haciendo varios semilleros en los cascarones de huevo y sigo captando conocimientos de todo lado”.
Cada vez que recorre y trabaja en la huerta, es decir todos los días en horas de la mañana, Maritza viaja a la época de su niñez en las fincas que tenía su abuela en varios municipios del departamento de Boyacá.
“Cuando era niña, mi abuela me ponía a recoger las moras. Nunca me enseñó a sembrar porque consideraba que sus plantas podrían sufrir al recibir otras energías. En la huerta siempre la recuerdo porque fue una mujer totalmente dedicada al campo”.
Maritza seguirá captando conocimientos sobre la agricultura urbana para mejorar su huerta. “Para mí, el éxito de estos proyectos está en la investigación, dedicación y amor por la tierra, además de darle importancia al trabajo de los campesinos”.