- “Mujeres que Reverdecen” les cambió la vida a Rosa Belén, María Sofía Díaz y Paulina Quiroga, habitantes del sur de la capital que se vieron muy afectadas durante la pandemia del coronavirus.
- En este programa recibieron ingresos económicos por ayudarle al Jardín Botánico de Bogotá (JBB) a fortalecer las huertas, jardines y arbolado de la ciudad.
- También crearon su propio emprendimiento de dulces de duraznos sin preservantes ni colorantes, negocio que presentaron en los Mercados Campesinos Agroecológicos.
Las cuarentenas decretadas durante la pandemia del covid-19 en Bogotá causaron serios estragos en la vida de Rosa Belén Díaz, una boyacense, madre de tres hijos y habitante del barrio Calvo Sur de la localidad de San Cristóbal.
“Desde que obtuve la pensión me dediqué a pasear con mi esposo Anselmo Sánchez y compartir con las amigas del barrio. Todo eso llegó a su fin por el encierro de la pandemia y caí en una profunda depresión”.
Rosita, como le dicen cariñosamente, quedó postrada en la cama y perdió las ganas de seguir viviendo. “Mis hijos no podían visitarme y me hacía mucha falta salir y compartir con mis amigas. Sentía el corazón y alma rotas y perdí la alegría; solo quería irme de este mundo”.
Cuando dieron luz verde para salir de las casas, esta campesina ya había perdido su espíritu sociable y sonrisa expresiva. “Nunca había vivido una depresión tan grande, una enfermedad que muchas personas no toman en serio”.
En diciembre de 2021, Rosa recibió la inyección de vida que tanto necesitaba. “Mi esposo recibió una llamada del Jardín Botánico de Bogotá (JBB) y le dijeron que estaban buscando mujeres para que participaran en un programa ambiental”.
Al comienzo rechazó el ofrecimiento para convertirse en una de las cerca de 1.000 “Mujeres que Reverdecen” que estarían vinculadas voluntariamente con el JBB para fortalecer las huertas, jardines y arbolado.
“Dije que no porque estaba cuidando a una nieta. A los pocos días me volvieron a llamar y algo dentro de mí me dijo que aceptara porque iba a reencontrarme con las labores del campo que aprendí desde niña en Chinavita, el pueblo que me vio nacer”.
En enero de 2022, Rosita comenzó a reverdecer varias zonas de Bogotá con más de 20 mujeres de las localidades del sur. Salir de su casa y tener un contacto directo y constante con la naturaleza, le sirvieron como bálsamo para dejar atrás la depresión.
“Aún no sé cómo dieron con mis datos para participar en el programa, pero estoy segura que fue un regalo de Dios. Untarme con la tierra fértil y plantar hortalizas, plantas de jardín y árboles, son los mayores alicientes para seguir adelante”.
En “Mujeres que reverdecen” conoció a María Sofía Díaz y Paulina Quiroga, también habitantes de la localidad de San Cristóbal. “Son guerreras que también han pasado por muchas cosas difíciles. Nos convertimos en amigas del alma sembrando hortalizas en las huertas”.
Emprendimiento propio
Adelina Montealegre, coordinadora del JBB que dirigió a estas mujeres del sur de Bogotá, les dijo que tenían que crear un emprendimiento ambiental basado en todos los conocimientos ambientales adquiridos durante el programa.
“Como se podía en grupos, conformamos uno con María Sofía y Paulina. Además de vivir relativamente cerca, habíamos consolidado una amistad muy fuerte basada en el respeto, el diálogo y el trabajo en equipo”, asegura Rosita.
Los frutales que vieron en algunas de las huertas de San Cristóbal, las inspiró a desarrollar un emprendimiento de dulces sin preservantes ni colorantes: lo bautizaron “Mujeres emprendedoras”.
“Como a todas nos gustan los duraznos, decidimos comenzar con esa fruta jugosa y deliciosa. Fuimos a varias huertas para compararlos, pero no había suficiente producción para el negocio. Comenzamos a averiguar dónde podíamos encontrar más”, recuerda Paulina.
Las tres amigas fueron a Corabastos para comprar los duraznos que le faltaba al emprendimiento. “La primera persona que nos atendió se convirtió en nuestro proveedor y nos dio precios especiales y duraznos deliciosos”.
Luego compraron la materia prima en varios locales de San Cristóbal, como frascos de vidrio y papel para estampar la publicidad del negocio. Sus hijos les ayudaron a crear el logo: el cuerpo de una mujer decorado a su alrededor con hojas verdes, azules, amarillas y naranjas.
“El logo lo imprimimos en la parte de atrás de unas camisetas blancas que compramos. En la parte de adelante está una lechuga sostenida por un par de manos, figura que representa el trabajo que hemos hecho en las huertas”.
Las tres amigas fueron seleccionadas para presentar su emprendimiento en los Mercados Campesinos Agroecológicos del JBB, evento que se realiza el primer fin de semana de cada mes,
“Ya habíamos mostrado los dulces en una pequeña feria local en San Cristóbal, pero nuestra prueba de fuego fue el Mercado Campesino. Tuvimos una acogida excelente, vendimos más de 50 frascos con los dulces de durazno y nos felicitaron por su delicioso sabor”.
Rosa, María Sofía y Paulina no quieren quedarse solo a los duraznos. “Tenemos muchas expectativas con el emprendimiento y queremos hacer dulces con otras frutas, en lo posible de las huertas del sur”.
Con su emprendimiento, estas amigas quieren demostrar que la edad no es un impedimento para crecer. “Las puertas laborales se cierran cuando llegamos a cierta edad. Con nuestros dulces queremos romper con esa estigmatización y darles ejemplo a otras mujeres”.
El que persevera…
Paulina Quiroga nació hace 53 años en Bogotá y se crio en el barrio San Blas de la localidad de San Cristóbal. Fue hija única y por eso tuvo una infancia controlada por parte de su padre, un hombre bastante disciplinado.
“Mi papá quería tener un niño. Recuerdo que me puso hacer cosas de hombres desde muy chiquita, como coger el azadón y la pala para ayudarle a sembrar en un lote que teníamos cerca del municipio de La Calera”.
Logró culminar el bachillerato e hizo hasta tercer semestre de diseño gráfico, pero debido a las deudas tuvo que suspender los estudios y ponerse a trabajar. “Seguía viviendo en la casa de mis padres y los ayudaba con los gastos”.
Paulina encontró trabajo en una fábrica de textiles, donde estuvo más de 13 años como vendedora, secretaria y en la parte administrativa. En 2003, su madre falleció y perdió las ganas de vivir.
“La pérdida de un ser tan querido y especial como la mamá es algo terrible. Le pedí a Dios que me enviara una razón para seguir viviendo: sentía que me moría por dentro y solo quería irme del mundo para reencontrarme con mi mami”.
La volvieron a llamar de la fábrica de textiles, pero cuando se hizo los exámenes médicos recibió la respuesta que le pedía a Dios. “Estaba embarazada. Mi primer hijo, Cristian David, fue mi salvavidas y nueva razón para vivir”.
Paulina siguió viviendo en la casa de sus progenitores para cuidar a su papá. “Mi papi, como siempre quiso un varón, se puso feliz con la llegada Cristian David. Él se convirtió en la luz de sus ojos”.
Luego de separarse del padre de su primogénito, la bogotana conoció a otra persona y se casó. En 2013 tuvo a su segundo hijo, Joseph Alejandro. “Seguí en la casa de mi papá para cuidarlo, pero al poco tiempo que nació Joseph, mi papi falleció”.
Heredó la casa paterna y se dedicó a criar a sus dos hijos con la ayuda de esposo. “A finales del año pasado, una amiga me comentó que la Alcaldía de Bogotá necesitaba mujeres para un nuevo programa ambiental”.
Paulina se inscribió en un link y pasó la documentación requerida, pero a los pocos días cayó en cuenta que había hecho algo mal. “Puse un número de celular viejo y por eso no me llamaron. Averigüé si podían hacer una excepción conmigo, pero ya era muy tarde”.
A finales de febrero de 2022, el Jardín Botánico la contactó para que ingresara al programa. “Me convertí en una de las ‘Mujeres que Reverdecen’ desde el 1 de marzo, una noticia que me llenó de ilusión porque iba a aprender muchas cosas”.
En uno de los Centros de Desarrollo Comunitario (CDC) de San Cristóbal, Paulina y sus compañeras le dieron vida a una huerta en un terreno que estaba lleno de pasto kikuyo. “Lo limpiamos y se convirtió en una huerta hermosa llena de hortalizas y plantas medicinales”.
Huertera de corazón
Rosa Belén Díaz nació en Chinavita, un pueblo boyacense donde estuvo hasta los 20 años sembrando arracacha, frijol y maíz y criando ganado en la finca de sus padres junto a sus seis hermanos.
“Mis padres eran campesinos de pura cepa. Ambos labraban la tierra y nos enseñaron a sembrar y valorar el trabajo del campo. Por eso siempre me ha gustado tener un contacto directo con la tierra y la naturaleza”.
En Chinavita hizo hasta quinto de primaria y luego se dedicó a trabajar en los cultivos, darles de comida a las vacas y encerrar los terneros en los corrales.
“Mi papá había fallecido y mi mamá estaba muy cansada de su trabajo como jornalera. Por eso nos fuimos del pueblo y nos radicarnos en un barrio del sur de Bogotá, donde estaba mi hermano mayor”.
Rosa se puso a trabajar como mesera y cocinera en varios restaurantes. Al mismo tiempo se enamoró de Anselmo Sánchez y luego tuvieron tres hijos. “Nos organizamos en una casa del barrio Calvo Sur en San Cristóbal, donde criamos a Diana Carolina, Camilo Andrés y Óscar Javier”.
La boyacense trabajó en el Instituto Materno Infantil durante 10 años y luego en el Policlínico del Olaya, donde logró la pensión. “Con mi esposo compramos casa propia en Calvo Sur y sacamos adelante a nuestros hijos”.
En enero de 2022, luego de una dura depresión causada por los encierros de la pandemia, Rosa revivió sus años felices en el campo en “Mujeres que Reverdecen”, programa que define como un aliciente.
“Allí conocí a mis nuevas dos mejores amigas: Paulina y María Sofía. Aprendí mucho de agricultura urbana, jardinería y arbolado y pude superar la depresión”.
En la terraza de su casa montó una pequeña huerta casera donde siembra lechuga, remolacha y tomate. “Nunca había tenido la oportunidad de sembrar en Bogotá y por eso me siento de nuevo conectada con el campo de Boyacá”.
Poder femenino
María Sofía Díaz estuvo hasta los nueve años en Sasaima, municipio de Cundinamarca donde aprendió el trabajo de campo. Su padre era matarife, es decir que despresaba la carne y les sacaba las vísceras a las vacas; su mamá vendía gallina, rellena y tamales.
“Mi papá puso a sus ocho hijos a trabajar desde pequeños. Nos llevaba todos los fines de semana al matadero para ayudarle a quitarles la piel a las vacas, lavar las vísceras y tripas y repartirlas en las famas”.
Solo pudo estudiar hasta quinto de primaria. Cuando sus padres se separaron, su mamá decidió irse con sus hijos a Funza, donde trabajaron en una empresa de flores durante tres años.
“Luego llegamos al barrio Guacamayas en la localidad de San Cristóbal, donde vivimos como 20 años. Fue una época muy dura porque yo era la mayor de mis hermanos y me tocó trabajar; me levantaba a las cuatro de la mañana y me dormía a las 11 de la noche”.
A los 22 años se casó y luego tuvo a sus tres hijos. “Nos fuimos a vivir a Cazucá, en Soacha, donde nacieron mis hijos y perdí a mi esposo. Era una casita de madera y latas donde estuvimos como 15 años, hasta que casi queda sepultada por un derrumbe”.
María Sofía y sus hijos fueron reubicados en el barrio Horacio Orjuela de San Cristóbal, en una casita humilde donde aún vive con su hijo menor. “Trabajo en todo lo salga, en especial en restaurantes y asaderos debido a mis conocimientos de la carne”.
En enero de 2022, una cuñada que hacía parte de “Mujeres que Reverdecen” le dijo que se inscribiera en el programa. “Fue una experiencia maravillosa porque me aprendí los nombres de las plantas y hacer abonos y el mantenimiento a los árboles”.
Con los conocimientos adquiridos, María Sofía construyó un semillero en su casa para montar una huerta pequeña. “Tengo rábano, cilantro y zanahoria y cubrí parte de la terraza con una polisombra parecida a la de los invernaderos”.