- El Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) acaba de darle viabilidad a la continuación de la actividad de agricultura urbana en esta huerta del barrio Teusaquillo, ubicada en el andén y jardín de una casa cultural pintada con murales que hacen alusión a la siembra y cosecha.
- Wasi Minka nació hace año y medio durante la pandemia, cuando Diego Gutiérrez comenzó a sembrar hortalizas con varios amigos. El grupo comunitario que lidera este bogotano fue uno de los primeros en diligenciar el formulario y anexar los documentos del protocolo de agricultura urbana y periurbana en espacio público.
- El Jardín Botánico de Bogotá (JBB) tiene identificadas más de 200 huertas urbanas en espacio público, de las cuales 60 ya iniciaron los trámites del protocolo.
En 2019, Diego Gutiérrez Jaimes, un publicista y amante del arte y la naturaleza, estaba dedicado de lleno a los tres hostales que tenía en el barrio Galerías, un negocio bastante próspero que le permitió ampliar sus horizontes.
Como el dinero fluía y veía que por varias zonas de la localidad de Teusaquillo transitaban muchos turistas, este bogotano comenzó a buscar otra casa para montar un nuevo hostal, cerca de los barrios La Soledad y Armenia o por sitios aledaños al Park Way, ese cordón arbóreo con espíritu bohemio.
Mientras caminaba por la calle 32 A con carrera 18, en el barrio Teusaquillo, Diego vio una casa antigua de dos pisos cubierta por las largas ramas de un sauce llorón. Uno de los cinco ventanales con rejas tenía un aviso de arriendo, por lo cual se comunicó de inmediato con los dueños.
“En la primera visita comprendí que había encontrado la casa de mis sueños para el nuevo hostal: era bastante amplia, con muchas habitaciones y salones, un parqueadero y estaba en muy buen estado por dentro”, recuerda Diego, hoy con 41 años de vida.
Este bogotano se percató que la vieja casona no había sido habitada desde hace varios años. Su jardín y andén, ambos invadidos por pasto kikuyo de gran tamaño, eran el hogar de los habitantes de calle de la zona y el depósito de basuras de los vecinos. El fuerte olor a amoniaco le indicó que también eran utilizados como baño.
“Me tocó hacer muchas jornadas de limpieza para mejorar el aspecto externo de la casa, además de conversar pacíficamente con los habitantes de calle que llegaban todas las noches. Poco a poco fui recuperando esos espacios y el hostal comenzó a funcionar muy bien”.
En marzo de 2020, luego de algunos meses prósperos con el nuevo hostal, la pandemia del coronavirus puso fin al alto flujo de turistas. “Con las cuarentenas decretadas el negocio llegó a su fin. Nadie podía ingresar al hostal y yo me quedé mirando para el techo”.
Nace la huerta
Con la ausencia de los turistas, Diego decidió transformar el hostal de Teusaquillo en un tipo de residencias estudiantiles, un nuevo emprendimiento que le permitía sobrevivir a duras penas y pagar el arriendo de la antigua casona.
“No pude seguir con los tres hostales que tenía en Galerías. En la casa de Teusaquillo vivíamos cuatro personas, todas bastante afectadas por las cuarentenas y los estragos de la pandemia. Como teníamos bastante tiempo libre, decidimos ponernos a hacer algo para no enloquecernos”.
Diego puso su mirada en el andén y jardín de la casa, los cuales aún seguían siendo víctimas de la falta de cultura ciudadana. “Una bióloga de la Universidad Nacional que conocía me dijo que en esas pequeñas áreas podía sembrar hortalizas, es decir construir una pequeña huerta en esas zonas del espacio público”.
Una de las primeras preguntas que se le vino a la mente fue de dónde iba a sacar el material para cultivar. Entonces recordó que había conocido a una joven que tenía un emprendimiento de venta de plántulas y la contactó.
“Luisa, de la que no recuerdo el apellido, visitó la casa y me dijo que la zona era ideal para la huerta. Le compré varias plántulas de lechuga, tomate y cebolla, y me reuní con los tres jóvenes que vivían conmigo, artistas que estaban sin puesto por la pandemia, para proponerles que sembráramos”.
Todos aceptaron y comenzaron a ‘huertear’. El primer paso fue retirar todo el pasto, la basura que arrojaban algunos vecinos de la cuadra y los excrementos de los perros. “A punta de palas y azadones limpiamos el jardín, que mide 12 metros de largo por 1,8 de ancho, y el andén”.
El publicista sabía que no podía sembrar directamente en el andén, ya que los perros o las personas harían estragos en los cultivos. Por eso, decidió llamar a un amigo ingeniero mecánico que tiene un taller en Ibagué para ver si le podía regalar algunos cajones para sembrar las hortalizas.
“Mi amigo importa repuestos, los cuales vienen empacados en cajas de madera que no utiliza. Cuando le conté la idea de la huerta decidió regalarme cerca de 10 cajones de 80 por 60 centímetros para sembrar las plántulas y las pusimos a lo largo del andén. En el jardín construimos una cerca de madera como medida de protección”.
Wasi Minka
Mientras le daba forma a la huerta y aprendía de manera autodidáctica sobre agricultura urbana en varios canales de YouTube, Diego le dio vida a un nuevo proyecto: crear una casa cultural.
“Como la casa ya no funcionaba como hostal decidí destinarla para actividades relacionadas con el arte. La llamé Wasi Minka, una palabra quechua que significa casa y minga, una reunión de saberes, tejido y trabajo en pro del bien común».
En la casa cultural Wasi Minka, varios artistas que Diego conoce dan clases de pintura, violín, guitarra, percusión, pintura, teatro para niños y adultos, tejidos para las personas mayores y conciertos musicales.
“Fue algo muy bonito porque en esa época todos los sitios dedicados al arte estaban cerrados y nosotros abrimos las puertas para que la gente pudiera ensayar y trabajar. Lo hice también como una protesta al encierro, donde todos estábamos fregados”.
Diego y sus tres compañeros agricultores decidieron nombrar Wasi Minka a su huerta, ya que está fuertemente relacionada con la casa culturar. “Por ejemplo, en la casa pusimos una cocina oculta, donde una chef preparaba ensaladas saludables con los primeros productos de la huerta, como lechugas, tomates, cebolla, cilantro y rábano”.
En la huerta, este bogotano ha conocido que hay una amplia variedad de lechugas y que el ajo ayuda a controlar las plagas. “También he experimentado con maíz y café, cultivos bastante complicados, y estoy fortaleciendo la siembra de plantas aromáticas y medicinales como hierbabuena y cidrón”.
Para que los cultivos de Wasi Minka fueran mucho más prósperos, los cuales superan las 15 especies, Diego construyó una compostera que nutre con los residuos orgánicos que salen de la cocina, como las cáscaras de huevo, frutas y verduras.
“Este proceso ya suma como año y medio. La huerta hace un tipo de coqueteo, ya que las personas que pasan a su lado se detienen curiosas y quedan sorprendidas al ver las hortalizas y plantas que alberga. Cuando eso ocurre salgo de la casa y les doy semillas”.
La mayoría de las personas del sector apoyan este emprendimiento verde de Teusaquillo. Por ejemplo, con Tatiana, una vecina que también tiene huerta, Diego realiza trueques de hortalizas y plantas. “Hace poco me dio una planta de tabaco, la cual lamentablemente se robaron. Los dueños de una ONG que hay al frente de la casa quieren que los ayude a hacer una huerta”.
Los trueques comunitarios no solo son con hortalizas y otras plantas. Según el publicista, lo que más intercambian son conocimientos. “Yo aporto las enseñanzas adquiridas con mi huerta y ellos me enseñan cosas nuevas. Con ayuda de mi amiga Luisa, también hemos realizado talleres de agricultura urbana con varios niños”.
El coqueteo de la huerta es bastante poderoso. Por ejemplo, las personas que trabajan en el sector o los estudiantes universitarios, quedan atraídos cuando salen a almorzar. “Siempre me preguntan cómo logré sembrar en un espacio tan pequeño. La cara de la gente es de admiración”.
Una señora que quedó maravillada con la huerta le dijo a Diego que si le regalaba una lechuga. “Por supuesto que se la di y se la llevó en una matera. Al poco tiempo volvió y me propuso que la ayudara a sembrar en dos guacales. Esta huerta motiva mucho a la gente a subirse al bus de la agricultura urbana”.
La fachada de la casa es otro valor agregado que llama la atención de los transeúntes por los dos murales coloridos que alberga. Uno tiene las palabras siembra, cosecha, vive y canta, además de figuras de hortalizas, frutas, un agricultor, una bailarina de cumbia y un jaguar.
“Ese mural nació en una de las ferias que hacemos en la casa cultural, cuando nos visitó un muchacho que es ilustrador empírico y hace calcomanías. Le dije que quería hacer un mural que dejara el mensaje de sembrar, cosechar y cantar, algo que debemos hacer todos los seres humanos, y él se le midió”.
El otro, pintado en la pared de la ventana principal de la casa, es de tonos azules y morados y con figuras de ángeles y mujeres afrodescendientes. “Este fue producto de un taller de acuarela urbana en la casa. Para graduarse, unos jóvenes debían hacer un mural y yo les di el espacio. Las casas de Teusaquillo, por tener esas fachadas gigantes, son ideales para este arte”.
Huerta pionera
A mediados del año pasado, Diego se enteró que el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) contaba con un proyecto de agricultura urbana, el cual les da asesoría técnica y capacitación a los huerteros y les ayuda a mejorar sus huertas con insumos.
“Mi amiga Luisa me puso en contacto con el JBB y la ingeniera Lala Yara vino a conocer la huerta. Fue una experiencia muy bonita porque me dio varias recomendaciones para mejorar la producción”.
Como Wasi Minka no está ubicada en un predio privado o institucional, la experta del Jardín le comentó que debía hacer los trámites del protocolo de agricultura urbana y periurbana en espacio público para formalizar su actividad.
La tarea de Diego y el grupo comunitario vinculado a la huerta consistía en presentar una solicitud ante el JBB a través del diligenciamiento de un formato y anexar documentos como la fotocopia de la cédula, evidencias de trabajo, una propuesta o plan de trabajo para el desarrollo de la agricultura urbana y una carta del grupo designando un representante, en este caso el publicista.
“La ingeniera Lala me asesoró con la presentación de los requerimientos y los radiqué en diciembre del año pasado. Al poco tiempo volvió a visitar la huerta para medirla, evaluar algunos criterios agrícolas y sociales y elaborar un concepto, que sería enviado al Instituto de Desarrollo Urbano (IDU), la entidad administradora de este espacio público”.
Según Diego, el proceso para presentar la documentación no fue engorroso o difícil, como varios ciudadanos han manifestado. “Fue más bien sencillo por la buena asesoría que recibí por parte de la ingeniera. Se le nota que ama su trabajo y lo que quiere es ayudar. Cuando hay buena disposición todo fluye”.
En marzo de este año, el huertero recibió un correo electrónico donde el IDU le informaba la respuesta de su solicitud. “Al comienzo me asusté, por lo cual no leí bien el texto del correo. Luego, con algo más de calma, me percaté que la respuesta era positiva, es decir que le daba viabilidad a la actividad de agricultura urbana en el espacio público al frente de la casa”.
A los pocos días, expertos del JBB se comunicaron con Diego para invitarlo a una socialización con la Comisión Ambiental Local (CAL) de Teusaquillo en el barrio La Esmeralda, donde informarían la autorización dada por el IDU.
“Me dijeron que yo estaba incluido dentro del orden del día, algo que me llenó de felicidad porque ya iba a ser una realidad la aprobación de mi huerta. Uno de los requisitos del protocolo es socializar la decisión de las entidades administradoras con la comunidad”.
Al parque de La Esmeralda llegaron más de 20 personas para debatir varias temáticas ambientales con las entidades del Distrito. Cuando llegó el turno de socializar el proceso de la huerta Wasi Minka, Diego quedó sorprendido con otra noticia.
“Los expertos del JBB revelaron que mi huerta era la primera de Teusaquillo con luz verde para continuar sembrando en espacio público luego del proceso del protocolo. Me sorprendí aún más cuando contaron que era una de las pioneras en toda la ciudad, junto a una en Usme”.
Sandra Moreno, profesional que lidera el protocolo de huertas en espacio público desde el JBB, fue la encargada de leer la respuesta. “Luego de hacer la solicitud y anexar los documentos, el JBB hizo un oficio y lo tramitó ante el IDU, entidad que contestó: el predio de la huerta Wasi Minka se encuentra disponible para su uso en agricultura urbana y no tenemos objeción para la ejecución de la actividad”.
Con el aval de la entidad administradora de este espacio público, Diego y el grupo vinculado a la huerta recibirá ayudas para mejorarla. “Lo que nos permite el protocolo es hacerles un acompañamiento a estas huertas para que luego del proceso reciban asistencia técnica, capacitaciones e insumos, algo que ya estamos haciendo con la huerta comunitaria liderada por Diego”, dijo Rodrigo Intencipa, ingeniero del JBB encargado de agricultura urbana en Teusaquillo.
“El llamado a todos los agricultores urbanos que tenemos huertas en el espacio público es que realicen los trámites del protocolo. Es un proceso bastante sencillo que no requiere de largas horas para adjuntar los documentos. Además, podemos contar con la asesoría del JBB para que todo sea aún más sencillo”, apuntó Diego.
Según Wilson Rodríguez, coordinador del grupo de agricultura urbana del Jardín Botánico, a la fecha se tienen identificadas cerca de 200 huertas en espacio público en la ciudad, de las cuales aproximadamente 60 ya presentaron la documentación exigida por el protocolo y están en el proceso ante las entidades administradoras.
“Wasi Minka en Teusaquillo, una huerta en Usme y tres en Suba ya fueron aprobadas para continuar con su actividad de agricultura urbana. Seguiremos apoyando a todos los huerteros para que sigan reverdeciendo a la ciudad con sus huertas, donde cultivan de una manera agroecológica y les permite alimentarse sano”.
Amor por la naturaleza y el arte
Cuando apenas tenía cinco años, Diego conoció el mundo del teatro. Su mamá, Jacqueline Jaimes, una periodista que se dejó contagiar por las artes escénicas, siempre lo llevaba a sus funciones de teatro y lo inscribió en cursos de caricatura y poesía.
“Me crie en el teatro, donde desarrollé un gran respeto por las artes. Sin embargo, cuando llegué a la adolescencia no quise seguir los pasos de mi mamá, algo que aun no comprendo. Pero la vida da muchas vueltas y tiempo después volví a conectarme con eso”.
A los 17 años tuvo a su primera hija, Laura, y se fue con su pareja para Ibagué, donde culminó sus estudios de bachillerato y empezó a estudiar agronomía. “Fue algo raro porque nunca me han gustado las matemáticas, algo indispensable para ser ingeniero. No me gustó la carrera y la abandoné”.
Diego y su familia cogieron rumbo hacia la selva amazónica colombiana. Su mamá llevaba algunos años viviendo en Mitú (Vaupés) y decidió visitarla. “Ya tenía 18 años, pero saqué la cédula en Mitú. Allá estuvimos un año largo, donde conocí muchas comunidades indígenas y me enamoré perdidamente de la naturaleza”.
En las selvas del Vaupés, el joven aprendió mucho sobre las propiedades de las plantas y los usos que les dan los indígenas. “También me bañé en el río Apaporis, donde hay muchas pirañas. Debido a esas experiencias es que estoy tan comprometido con el cuidado de los recursos naturales”.
Pero como en Mitú no podía estudiar una carrera universitaria, Diego regresó a Bogotá con su hija y pareja. Decidió convertirse en publicista, ya que iba a aprender sobre arte, fotografía, pintura y diseño, y al poco tiempo llegó su otra hija: Juana.
“La relación con mi pareja no funcionó y me encargué de la crianza de mis hijas Laura y Juana. Vivimos muchos años en una casa que tenía mi mamá en el barrio Palermo, donde había un jardín interior de 40 metros cuadrados lleno de rosas”.
En esa amplia casa, Diego dio marcha a su primer emprendimiento natural: sembrar plantas de cannabis. “Las pepas de la marihuana se las echaba al jardín y al poco tiempo salieron como 10 matas enormes. En esa época no sabía de dónde venía la hierba que fumaba, por lo cual quedé maravillado; una mata llegó a los tres metros de altura y al fotografiarla me gané un concurso de fotografía en una universidad”.
Sus matas de cannabis no cayeron bien en la familia por la estigmatización que hay con esas plantas. “Mis tías mayores casi me dejan de hablar. No les paré bolas y empecé a consultar en internet cómo hacer cremas y alcohol con la marihuana, un proceso que fue muy rápido y exitoso”.
Poco a poco, Diego fue comercializando sus nuevos productos con amigos y conocidos, en especial personas que sufrían de algunas dolencias crónicas. “Mis tías, que sufren de las articulaciones, fueron mis primeras clientas. Eso fue hace siete años y hoy sigo con este emprendimiento natural llamado AncesNabis que promociono en Facebook e Instagram”.
En la casa de la cultura Wasi Minka tiene sembradas cerca de 20 materas con marihuana, además de un centenar de suculentas. No las puso en la huerta para evitar problemas con la comunidad. “Mi mamá es la mejor vendedora de los productos que hago con estas plantas, como cremas, labiales y aceites. Son naturales porque solo utilizo aceite de oliva o almendras y cera de abejas, y a las plantas les aplico abonos con residuos orgánicos”.
Futuro verde
Consolidar su huerta no ha sido fácil. Diego recuerda que desde los inicios de Wasi Minka, una vecina de la cuadra le hizo la vida imposible. “Cuando empezamos a sembrar, la señora nos gritaba todos los días y decía que éramos unos acaparadores por quitar el pasto del andén, algo irrisorio porque ella le puso cemento a su parte del andén”.
El conflicto con la vecina fue tan crítico que debió presentar el caso en una comisaría. “Además de la huerta, la señora se quejaba por las actividades culturales de la casa; nos acusaba de ladrones. Puse una querella y la alcaldía local nos dio la razón porque solo estábamos haciendo agricultura urbana y arte”.
Con los humos ya mermados, la vecina se interesó en unos brócolis de la huerta. Con un tono ameno le dijo a Diego que cuánto costaba una de esas plantas, a lo que él respondió que 5.000 pesos, un precio que la escandalizó.
“Se puso brava y aseguró que en la tienda la conseguía en 3.000 pesos. Para evitar más conflictos le dije que se lo regalaba, algo que tampoco le gustó. Quería pagar, pero no le bajé al precio porque ahí estaba todo el trabajo que hicimos para sembrar y cosechar. La vecina se fue iracunda y sigue mirándonos mal”.
A pesar de los inconvenientes, como el robo constante de las hortalizas y plantas, Diego y el grupo de la huerta ya tienen proyectadas varias actividades para que este espacio sea mucho más próspero. La primera es pintar en uno de los murales las palabras ‘Huerta Wasi Minka’ e informar que está aprobada por el Distrito.
“Esa será una ventana para que la gente sepa que se trata de una huerta aprobada. También voy a poner letreros en cada uno de los cultivos, algo con lo que espero sensibilizar a la comunidad sobre todo el proceso de siembra y cosecha”.
Wasi Minka seguirá como un aula de puertas abiertas para aprender sobre agricultura urbana y cultura. “Quiero hacer talleres en la casa, un trabajo que contará con el apoyo del JBB. El ideal es contar mi experiencia, aprender de los conocimientos de los demás y ayudar a hacer más huertas comunitarias”.
Con los demás huerteros de Bogotá, este publicista con alma de artista y agricultor sueña con consolidar una red para vender e intercambiar sus productos. “He pensado en crear unos mercados campesinos locales para conocernos, apoyarnos y fortalecernos. El trueque debe ser el espíritu de este emprendimiento”.
En el año y medio que lleva con su huerta, Diego ha comprendido que la agricultura urbana no solo permite alimentar el cuerpo con productos sanos. “El consumo sano alivia muchas cosas más. En una huerta tenemos alimentos sin químicos y plantas con el poder de sanar muchas dolencias físicas y del alma, productos que van a prevenir que nos enfermemos”.
También ha vivido en carne propia lo duro que es el trabajo del campo. Por ejemplo, recuerda un cultivo de papa criolla que le ayudó a sembrar un campesino que llegó a la casa sin un peso para hospedarse. “Venía con su hija y les abrí las puertas de la casa. A cambio, él me ayudó a sembrar las papas y con sus conocimientos saqué una buena cosecha con mi mamá, un trabajo que nos dejó la espalda vuelta un ocho”.
Esa experiencia le permitió comprender lo verracos que son los campesinos. “Por eso jamás le pido rebaja a un campesino o a las personas que venden hortalizas y frutas en la calle; eso es un insulto a su trabajo. Ya tomé la decisión de no volver a comprar alimentos en los grandes almacenes”.
Otra enseñanza que le ha dejado la huerta es que los humanos tienen una vida muy similar a la de las plantas. “La vida empieza con la semilla y luego creces, pero si te tuerces no vas a dar frutos y terminas marchito. Es necesario encontrar un equilibrio basado en el respeto y ser una buena persona”.
Cuando sale de su casa, lo primero que hace es contemplar todo el trabajo que ha hecho con sus amigos en la huerta, una imagen que le permite tener otra mentalidad. “Eso mismo le debe pasar al cantante con sus canciones y al pintor con sus pinturas. Yo ahora quiero ser agricultor o granjero, ese es mi sueño”.
Por eso, Diego ya tiene proyectado comprar un terreno fuera de la ciudad para continuar con su vida como agricultor. “Otro de mis sueños es hacer ecoturismo en un lugar campestre y lleno de naturaleza, pero sin abandonar la huerta de la casa cultural que tantas alegrías me ha dado”.
Muy buena la felicito hay que sacar esos proyectos adelante en los hogares y casa casa donde tenga patio todo para que su espacio no se pierde ni ayudar
Asi se hace patria. .El escrito : inmejorable