- Desde que llegó al barrio Santa Marta, ubicado en la localidad de Usme, Ana Lucila Orjuela pintó su casa de verde con 180 plantas ornamentales y una pequeña huerta llena de hortalizas y plantas aromáticas.
- Hace dos años, esta campesina del municipio de La Vega y enamorada de las plantas partió de este mundo y dejó a la familia González Orjuela con el corazón roto.
- Sin embargo, el espíritu de esta madre amorosa sigue con vida gracias a su hija y esposo, quienes se encargan de cuidar los tesoros verdes que dejó en la casa.
Ana Lucila Orjuela e Israel González, dos campesinos del departamento de Cundinamarca, aprendieron a trabajar la tierra desde muy pequeños. Crecieron en medio de cultivos de café, caña de azúcar, plátano y cítricos y cuidando las vacas, gallinas, conejos y ovejas.
Ella pasó su niñez y adolescencia en los campos del municipio de La Vega y él en las tierras fértiles de Pacho. Ambos soñaban con consolidar un hogar donde la agricultura, el trabajo y la honestidad fueran los protagonistas, pero el amor estaba esquivo.
Debido a varios problemas financieros, sus familias tomaron la decisión de salir de sus terruños agrícolas para buscar una mejor suerte en Bogotá, una ciudad donde el destino les tenía preparada una jugada que les permitiría cumplir el sueño de crear una familia.
El barrio El Socorro, ubicado en la localidad de Usme, fue testigo del nacimiento de un amor eterno. Allí se conocieron, se enamoraron y al poco tiempo arrendaron una pequeña casa donde tuvieron a sus dos hijos: primero Wilson y luego Jeimy, la niña de los ojos de los padres.
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“En un diciembre, cuando yo aún estaba en la cuna, mi mami se fue a caminar con una amiga para buscar el chamizo del árbol de Navidad. En esa caminata vio que estaban vendiendo un lote en el barrio Santa Marta, también en Usme, y se enamoró perdidamente de la zona”, recuerda Jeimy.
Con mucho esfuerzo y dedicación, los esposos compraron el lote y comenzaron a construir su hogar de ensueño. Primero fue una casa de un solo piso, la cual Ana Lucila pintó de verde con muchas plantas ornamentales de diferentes especies.
“Desde que tengo uso de razón recuerdo a mi mami amando a sus plantas, a las que llamaba mis niñas. Con el paso de los años mis papás fueron ampliando el hogar hasta consolidar tres pisos, el último una terraza con una vista hermosa de la localidad de Usme”, asegura Jeimy.
En su niñez, Jeimy aprendió mucho de su padre sobre las actividades del campo, como que para cultivar debía respetar las fases de la luna. “Cuando íbamos a las fincas familiares, mi papi me contaba todo lo que le inculcó mi abuelo, como no utilizar químicos en los cultivos”.
Un bosque en la casa
Mientras sus hijos estudiaban y su esposo trabajaba, Ana Lucila siguió reverdeciendo la casa con todo tipo de plantas de interior y exterior, las cuales organizaba meticulosamente en las escaleras, la sala y la terraza.
“Recuerdo que en esa época mi mami hizo un curso de agricultura urbana en la Universidad del Rosario, donde le enseñaron a cultivar hortalizas y plantas medicinales en pequeños espacios y a hacer compostaje”, cuenta Jeimy.
Con esos conocimientos, Ana Lucila montó su propia huerta urbana en la terraza de la casa, terruño que llamó Lucy, como le decían sus amigos y familiares. “Mi papá le ayudó a construir los cajones para los cultivos y los tubulares en bolsas plásticas que pusieron en las paredes”.
Israel tiene frescas las reminiscencias de los inicios de la huerta. “Yo hice cajones grandes y traje tierra fértil de Boyacá. Cada vez que de una semilla salía una hortaliza, mi esposa no cabía de la felicidad. Todo lo que fueran plantas la apasionaba”.
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Poco a poco, las manos de Ana Lucila pintaron de verde la huerta con hortalizas como acelga, lechuga romana, tomate, cebolla, arveja, espinaca, remolacha y frijol, además de plantas medicinales y aromáticas como prontoalivio, hierbabuena y manzanilla.
La casa de la familia González Orjuela se fue convirtiendo en un bosque. Cada vez que iba al campo, Ana Lucila sacaba piecitos de plantas y luego los sembraba en macetas y envases plásticos en su hogar; de la huerta sacaba productos para preparar los alimentos de sus hijos y esposo.
“Mi mami alcanzó a tener más de 180 plantas en la casa, niñas que cuidaba y amaba a diario. También logró consolidar una huerta bastante próspera, tanto así que empezó a ser conocida en el barrio como una de las mejores huerteras”, apunta Jeimy.
El Jardín Botánico de Bogotá (JBB) le ayudó a la huertera con capacitaciones y asistencias técnicas para mejorar la calidad de sus cultivos, además de algunos insumos como tierra, semillas, plántulas y abono.
Según Jeimy, la fama como agricultora urbana de su madre la llevó a ayudar a montar otras huertas en el barrio. “La llamaron del colegio Santa Marta para que les ayudara con una huerta comunitaria y les enseñara a sembrar y cosechar a los jóvenes estudiantes”.
Cuando la huerta comunitaria del colegio llegó a su fin, Ana Lucila se sintió muy desmotivada. Sin embargo, según su hija, las profesoras, estudiantes y vecinas le inyectaron más ganas para que siguiera con su huerta familiar.
“Las hortalizas y plantas de la huerta, todas libres de químicos, eran cosechadas para consumo de la familia o para vender en el barrio. Recuerdo que mi esposa le vendía mucho a las profesoras y nunca nos faltó comida para llevar a la mesa”, afirmó Israel.
Herencia verde
La hija de la familia recuerda que el gran amor de su mamá eran sus dos retoños, su esposo, las plantas y la huerta. “Por eso sentía una gran preocupación por el futuro de sus niñas, las plantas, cuando tuviera que irse de este mundo”.
Jeimy calmó las angustias de su madre con un juramento. “Me comprometí de por vida a cuidar sus niñas, además de darles todo el amor que ella me enseñó desde niña. Mi mami siempre les habló y las consideraba parte de su ser”.
Hace dos años, Ana Lucila partió de este mundo terrenal y dejó a toda la familia con el corazón y alma rotas. Sin embargo, Jeimy recuerda que todas las plantas que su mamá tanto amó se manifestaron de una forma muy hermosa.
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“Cuando mi mami falleció todas las plantas de la casa florecieron. Para mí fue un regalo que ella nos envió desde el cielo, una señal para que las siguiéramos cuidando. Recuerdo que las hojas de una enredadera tomaron forma de corazón”.
Israel, Jeimy y Wilson decidieron que el mejor homenaje que podían hacerle a esa madre y esposa incondicional y amorosa era continuar cuidando y amando sus plantas y cultivos. “Comprendimos que de esa forma mi mami seguirá viva en la casa”, apuntó la hija menor.
Unos meses después del fallecimiento de Ana Lucila, la familia recibió la visita de algunos profesionales del Jardín Botánico. “Además de darnos palabras de cariño para seguir adelante, nos preguntaron por el futuro de la huerta. Mi papá y yo les contestamos que queríamos continuar, pero para eso necesitábamos de su apoyo”.
Con la asesoría del JBB, padre e hija fueron reverdeciendo la huerta Lucy. “Daniela Cubillos, ingeniera del Jardín Botánico, ha sido nuestra mano amiga. Como mi mami era la que sabía cuidar bien la huerta, perdimos algunos cultivos; pero ya estamos dándole de nuevo forma”.
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En la terraza de la casa, que ahora está cubierta por una teja plástica, Israel y Jeimy siembran en cajones de madera pequeños y macetas especies como cilantro, zanahoria, frijol, acelga, lechuga, rúgula, brócoli y plantas aromáticas.
“Con la ayuda de la ingeniera Daniela, vamos a ampliar la huerta con varios tubulares de lechugas que colgaremos en las paredes de la terraza. También estamos aprendiendo a hacer compostaje con los residuos orgánicos que salen de la cocina”.
Sigue viva
Las niñas o plantas de jardín y los cultivos de la huerta le sirvieron como remedio a la familia González Orjuela para afrontar la partida de Ana Lucila. Por ejemplo, durante los meses más duros de la pandemia del coronavirus, encontraron una terapia en todo el verde que heredaron.
“Cada vez que la tristeza se apoderaba de mi cuerpo y alma, yo subía a la terraza para conversar con mi mami a través de sus plantas. Mi papi también encontró en ese legado una terapia para que el dolor no fuera tan fuerte”.
La naturaleza continúa dando muestras de la presencia espiritual de su madre. Según Jeimy, el pasado 24 de diciembre, cuando fue al cementerio donde están las cenizas de Ana Lucila, una libélula se posó sobre el morral que llevaba y la acompañó durante toda la visita.
“Fui con mi papi. La libélula era de color azul y estuvo en mi morral durante horas. Se trataba de mi mami y por eso le dije: hola mi reina, tus niñas están muy hermosas y preguntan por ti. Siempre estás en nuestros corazones y pensamientos”.
En la casa familiar de tres pisos viven Israel, Wilson con su hijo y Jeimy con su esposo y único retoño de 19 años: Andrés Felipe. “Todos cuidamos las plantas y la huerta de mi mami, además de una coneja y un perrito que ella tenía. No lo hacemos por obligación, sino como un homenaje a la mujer que nos dio todo”.
Israel, hoy con 75 años de vida, asegura que, con todas las actividades en la huerta y el cuidado de las 180 plantas de la casa, su esposa sigue acompañándolo.
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“En la huerta agrandé un poco los cajones porque eran muy panditos y no he dejado morir ninguna de las plantas de jardín que hay en la casa. Mi misión es mantener todo hermoso y seguir cuidando el legado de mi esposa hasta que Dios me llame para acompañarla”.
La familia González Orjuela seguirá cuidando las plantas de Ana Lucila. “Estoy segura que mi mami debe estar feliz en el cielo por esa unión familiar en torno a la herencia verde que nos dejó. Yo seguiré cumpliendo la promesa que le hice hasta que nos volvamos a encontrar”, puntualiza Jeimy.