- 20 habitantes del barrio La Española llevan 13 años sembrando hortalizas, frutales y plantas aromáticas en un predio ubicado a las espaldas de la parroquia Santísimo Redentor.
- Esta unión comunitaria le dio vida a la huerta agrourbana La Española, donde actualmente se desarrollan actividades de educación ambiental, soberanía alimentaria y mitigación del cambio climático.
- Conozca la historia de uno de los procesos comunitarios y agroecológicos más consolidados de la localidad de Engativá.
Una cerca viva de ligustros, plantas similares a los limoncillos con espinas que se utilizan en los exteriores de las fincas, protege a uno de los principales emporios agroecológicos de la localidad de Engativá, una huerta que nació por iniciativa de la comunidad.
Las personas que caminan por los alrededores de la parroquia Santísimo Redentor, ubicada en el barrio La Española, solo ven las copas frondosas de un durazno cargado de frutos y un papayuelo florecido, árboles que han sido testigos de un proceso comunitario que suma 13 años.
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“Se trata de la huerta agrourbana La Española, un proceso que iniciamos 20 personas del barrio el 4 de julio de 2009 cuando comenzamos a recibir capacitaciones y talleres de agricultura urbana por parte del Jardín Botánico de Bogotá (JBB)”, recuerda Carlos Alfredo Yopasa Pinzón, un líder comunitario con 82 años recién cumplidos.
Al abrir el candado de la puerta de madera de la huerta, Carlos mira con nostalgia las lechugas, acelgas, remolachas, frutales y plantas medicinales. Su mente se transporta a un pasado lleno de reminiscencias y luchas comunitarias que le hacen aguar sus ojos de color negro.
“En esa época, el terreno donde empezamos a construir la huerta era mucho más extenso, tanto así que llegaba hasta la avenida Cali. El sitio antes contaba con un parqueadero y estaba bastante afectado por las basuras y escombros, por lo cual nuestro primer reto fue limpiarlo”.
Carlos lideró a 20 vecinos de La Española para sanear el predio, un grupo conformado por adultos, personas de la tercera edad y jóvenes. “Fue una tarea bastante dura, pesada y larga, la cual nos dejó con las manos llenas de ampollas. Pero en lugar de desmotivarnos, esas heridas nos generaron más ganas de seguir adelante”.
A punta de palas, picas, azadones y rastrillos, el grupo comunitario retiró todas las basuras y el pasto kikuyo, un nuevo panorama que le dio paso a la aplicación de tierra fértil para poder cultivar hortalizas, frutales y plantas medicinales y aromáticas.
“Gestionamos con el JBB los primeros envíos de tierra con abono, pero como el terreno era tan grande reunimos dinero para comprar más en el municipio de Cota. Poco a poco, los escombros, basuras y pasto quedaron en el olvido para darle paso a un lugar ideal para sembrar”.
Según Carlos, un hombre con sangre muisca y campesina, al comienzo la comunidad implementó cultivos hidropónicos en la huerta, es decir infraestructuras en forma de pirámide que funcionan solo con agua y soluciones nutritivas.
“El agua nos la suministraba la Junta de Acción Comunal (JAC) de La Española, pero como era tanto el consumo los recibos llegaban muy costosos. Eso puso fin a los cultivos hidropónicos y decidimos sembrar de la manera tradicional, es decir en el suelo”.
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Con varias plántulas y semillas, los 20 vecinos del barrio dieron marcha al reverdecimiento de la huerta. Carlos recuerda que lo primero que sembraron fueron acelgas, lechugas y cebollas, y al poco tiempo habas y papas criollas y sabaneras.
“En esa época también planté el durazno y el papayuelo que hoy en día están en la huerta, además de un curubo y varios lulos y brevos que nos han dado grandes cosechas que llevamos a nuestras casas”.
Empezar de cero
La comunidad y personas de la JAC acordaron que trabajarían los días martes y jueves en la huerta: un grupo en la mañana y otro en la tarde. Pero como había tanto trabajo por hacer, también destinaron los sábados.
“Una huerta requiere de mucho trabajo y amor. Por eso decidimos reunirnos los sábados en la mañana, tiempo que destinamos para regar las plantas, quitar la maleza y consentir las hortalizas, frutales y plantas medicinales; la cosecha es repartida entre los miembros del grupo”.
La mayoría de los habitantes de La Española estaban contentos con el trabajo comunitario liderado por Carlos. Sin embargo, algunos trataron de poner fin a la consolidación de la huerta, argumentando que era un sitio que incentivaba el desorden.
“Unos vecinos llamaron a la Policía para que no siguiéramos trabajando porque supuestamente estábamos construyendo un sanitario público y un sitio de libertinaje. Las entidades nos visitaron y constataron que estábamos reverdeciendo la zona y evitando la llegada del cemento”.
En 2014 hubo un proceso de restitución del espacio público en la zona, el cual obligaba a construir un sendero peatonal al frente del salón comunal, a espaldas del centro de salud y en la mitad de la huerta comunitaria.
“Decidimos trasladar la huerta a un terreno contiguo a la pared de la parroquia, una decisión que contó con la aprobación de los curas. Luego de varios meses sembrando y trasladando algunas de las hierbas y árboles, encerramos la huerta con las plantas de ligustros”.
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La JAC y la Secretaría de Integración Social les dieron una mano para construir un sistema de riego con el agua lluvia. “Uno de los Centros Día de la Secretaría nos ayudó a instalar un tanque para recoger el agua lluvia, líquido que llevamos a la huerta a través de varias mangueras instaladas en el suelo”.
Poco a poco, la huerta agrourbana La Española se convirtió en uno de los sitios más conocidos en la localidad de Engativá. Según Carlos, muchas personas quedaban sorprendidas al ver que la comunidad sembraba y cosechaba sin la necesidad de aplicar químicos.
“Los químicos e insecticidas están prohibidos en la huerta. Aprendimos a hacer biopreparados para combatir las plagas y compramos muchas lombrices rojas californianas para montar nuestro lombricultivo; las alimentamos con los residuos orgánicos de las cocinas y ellas los transforman en abonos”.
Los curas de la parroquia Santísimo Redentor han sido grandes aliados en la huerta, por lo cual la franja que está pegada a la iglesia fue reverdecida con muchas plantas con flores. “Uno de los párrocos visitaba la huerta para hacer sus oraciones mientras nosotros trabajábamos la tierra”.
La nefasta pandemia
El coronavirus causó heridas profundas en la huerta agrourbana La Española. Debido a las cuarentenas, los miembros de la comunidad, la mayoría de la tercera edad, no podían salir de sus casas para sembrar y cosechar en este terruño con manejo agroecológico.
“Teníamos prohibido salir de nuestras casas, algo que nos apachurró el corazón y generó estragos en la huerta porque estuvo totalmente abandonada durante todo el 2020. Casi todos los cultivos murieron y el pasto y la maleza se apoderaron del lugar”.
A comienzos de 2021, cuando las restricciones de la pandemia bajaron su intensidad, Carlos regresó a la huerta. “Sentí una tristeza enorme al ver su deteriorado aspecto. Con Amparo, Martha y Luis, quienes han estado desde el inicio de este proyecto comunitario, y Mario Torres, el presidente de la JAC, empezamos a revivirla”.
Pero la salud le jugó una mala pasada. En marzo de 2021, Carlos se sintió bastante ahogado y tuvo que salir corriendo al médico. “Me diagnosticaron problemas del corazón y estuve como un mes hospitalizado. La huerta quedó en manos de mis compañeros”.
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Cuando salió de la clínica, el huertero debió volver al encierro en su casa para guardar reposo y solo salía a recibir las terapias que le ordenó el médico. “Duré como cuatro meses sin ir a la huerta, un tiempo que para mí fue toda una eternidad porque me hacía una falta enorme”.
En septiembre del año pasado, Carlos y sus compañeros de lucha recibieron una buena noticia: el Centro Día de la Secretaría de Integración Social los iba a ayudar con la renovación de la huerta por medio de un programa que tenía recursos económicos.
“La tercera transformación de la huerta inició con nuevas manos amigas e insumos. Con el dinero que nos dieron pudimos comprar ladrillos para los cerramientos de las eras, además de abonos, tierra y plántulas”.
En noviembre, este bogotano tuvo que volver a ausentarse de la huerta para ponerse un marcapasos. “Afortunadamente me fue bien en la operación y aún sigo con las terapias. Los médicos me recomendaron no hacer actividades físicas pesadas, como echar pica y pala, pero sí estar al aire libre y caminar”.
La huerta le ha servido mucho como terapia durante los meses de recuperación. “En este hermoso lugar sigo activo y dejo las tristezas y lo negativo en el olvido. Sigo trabajando, con un ritmo más calmado, para que la huerta siga reverdeciendo”.
La nueva cara de este lugar insignia de la localidad de Engativá está en proceso. La comunidad ya logró modernizar la huerta un poco al cambiar las antiguas tablas de madera de las eras por ladrillos y botellas plásticas. “Vamos a construir un invernadero para poner un banco de semillas y producir las plántulas que vamos a sembrar”.
Para Carlos, la huerta agrourbana La Española es un hijo más que no se cansará de consentir. “Este espacio nos da comida sana sin químicos y nos genera una felicidad indescriptible. Aunque ya me cortaron las alas porque no puedo echar pica y pala, seguiré trabajando por este tesoro comunitario”.
Nuevos proyectos
Mario Torres, habitante de la Urbanización La Española, lleva más de 30 años trabajando en el reverdecimiento de esta zona de la localidad de Engativá. “Empecé en 1986 cuando nos dimos a la tarea de reverdecer los 12 parques, 25 zonas verdes pequeñas y varios senderos peatonales de La Española”.
Este ingeniero agrónomo de la Universidad de Nacional lideró la plantación de 400 chicalás en los parques, árboles con flores amarillas que aún engalanan la zona, y otros 400 en 10 sectores del barrio.
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Sumado a sus actividades verdes, Mario lleva 28 años vinculado a la Junta de Acción Comunal. Primero fue afiliado y luego coordinador del comité ambiental, fiscal, secretario, delegado de la asociación y presidente, cargo que ha ocupado durante los últimos ocho años.
“Por eso he sido testigo y apoyo en todo el proceso comunitario que Carlos ha liderado en la huerta agrourbana La Española, el cual ahora estamos fortaleciendo a través de un Proceso Comunitario de Educación Ambiental (PROCEDA) que gira en torno a la soberanía alimentaria y el cambio climático”.
En este PROCEDA, 18 jóvenes, adultos mayores (incluido Carlos), mujeres y profesionales de distintas ramas, trabajan en la producción agrícola y de plantas medicinales y ornamentales. “Realizamos un proceso de formación desde lo básico, es decir desde las semillas. También buscamos que las personas aprendan a alimentarse de una manera más saludable».
Con las plantas medicinales, este proceso comunitario busca que la comunidad conozca sus propiedades y aprenda a elaborar jabones, champús y cremas. “Le estamos apuntando a recuperar la ancestralidad de nuestros antepasados y a pintar las zonas verdes del barrio con el color de diversas plantas ornamentales y frutales».
El nuevo grupo comunitario que hace parte del PROCEDA se reúne todos los sábados en la huerta, donde realizan talleres y diálogos de saberes. “En estos espacios todos socializamos nuestros conocimientos y nos retroalimentamos. Cada persona realiza charlas sobre los productos que más le gusta cultivar y compartimos tortas de remolacha y zanahoria”.
Hombre de campo
Aunque nació en Bogotá, Carlos Yopasa tiene sangre indígena y campesina. Los abuelos y bisabuelos de su padre son descendientes de los muiscas y fueron fundadores de Suba, en una época donde los cultivos y la naturaleza marcaban la parada.
“Arcadio y Matilde, mis padres, tuvieron 12 hijos. Ellos decían que era mejor tener chinos por docenas, como los 12 apóstoles, y que así vendrían con el pan bajo del brazo. Siempre se dedicaron a las labores de la tierra y la alfarería”.
Cuando cumplió los cinco años, sus padres le encargaron varias tareas, como sacar a pastar el ganado y cultivar varios productos en la finca, además de elaborar figuras en barro.
“Solo estudié hasta quinto de primaria y me dediqué al campo. Cuando me convertí en adolescente, conseguí trabajo en un laboratorio norteamericano donde estuve 30 años”.
En la Suba rural, Carlos se enamoró de Mariela Elena García, con quien se casó y tuvo cuatro hijos: Claudia Elena, Liliana, Cesar Alfredo y Carlos Andrés. “Vivimos cuatro años en el barrio Patria, pero luego regresamos a Suba cuando a mi esposa le asignaron una casa a través de la cooperativa de la empresa donde trabajaba”.
Uno de sus hijos fue diagnosticado con síndrome de Down, por lo cual era muy difícil llevarlo a los controles médicos debido a la lejanía de Suba. “En esa época Suba era la despensa agrícola de Bogotá y no había casi transporte ni vías. Por eso empezamos a buscar otro sitio para vivir mejor con la familia”.
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Carlos y su esposa encontraron una casa en el barrio La Española, en Engativá, y allí echaron raíces. “Es un sitio muy bonito y tranquilo. Mientras mi esposa se encargaba de la crianza de los hijos, yo viajé por muchas partes del país controlando los medicamentos piratas en las droguerías”.
En 2005, el laboratorio norteamericano llegó a su fin, lo que lo obligó a buscar trabajo en empresas de lácteos y comercializadoras de vino. “Así estuve hasta que recibí la pensión y al poco tiempo empecé con mi trabajo en la huerta, el cual realizaré hasta que Dios me lo permita”.
«Sembramos vida»
Desde que era niña, Amparo Guevara comprendió que el trabajo del campo es uno de los más difíciles y necesarios para la sociedad. Es hija de campesinos y se crio entre los cafetales que tenían sus padres en las montañas de Manizales.
“Tengo sangre campesina, algo que digo con mucho orgullo. Con los cultivos y la cría de ganado y gallinas, mis padres sacaron adelante a sus 14 hijos y nos inculcaron un gran respeto por todas las labores del campo. Cada papa que nos comemos o el tinto que tomamos viene de las manos de un campesino”.
Aunque lleva más de 40 años viviendo en Bogotá, Amparo no ha perdido un solo tono de su acento paisa. “En la gran ciudad estudié administración de empresas, pero dejé la carrera a la mitad para dedicarme al hogar y la crianza de mis tres hijos en una casa familiar que consolidamos en el barrio La Española”.
Según esta paisa dicharachera, escogió vivir en La Española por todo el verde que alberga. “Es conocido como el barrio de los parques, un verde que me recuerda mucho a los paisajes que veía cuando era niña en Manizales. Acá vivo muy contenta y me quedaré hasta que me vaya de este mundo”.
Luego de que sus dos hijos mayores conformaran sus propias familias, Amparo decidió participar en la consolidación de la huerta agrourbana La Española, donde Carlos Yopasa le enseñó todos los secretos de las plantas y la tierra.
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“Carlos es un genio en el manejo de la tierra. Tiene secretos que nos ha compartido a todos los que participamos en la huerta desde hace más de 10 años. Él es un ejemplo maravilloso para cualquier persona, un maestro y un verdadero líder. Cuando uno está al pie de alguien bueno solo va a aprender cosas buenas y valiosas”.
Amparo está desde los inicios de la huerta, un hito en Engativá que asegura solo ha sido posible por el liderazgo de Carlos. “Él siempre ha liderado la huerta con sus saberes ancestrales; es una persona muy estudiosa a quien llamamos el papá de la huerta”.
Esta paisa recuerda con nostalgia cuando tuvieron que reubicar la huerta. “Era el doble de lo que tiene hoy. Nos dio muy duro su reducción, pero como somos personas echadas para adelante, seguimos con nuestro trabajo y llevamos varias plantas a nuestras casas. Yo en la mía tengo una huerta casera, la cual me da hasta 45 tomates”.
En los más de 10 años que lleva sembrando y cosechando en la huerta, Amparo ha aprendido sobre semillas, los arreglos de las eras, el compostaje con el material orgánico y los cultivos de lombrices para hacer abono. “El apoyo del Jardín Botánico ha sido fundamental en nuestro proceso comunitario”.
Con el nuevo proceso ambiental del PROCEDA, Amparo ha quedado maravillada con la participación de los jóvenes. “Yo les cuento mis aprendizajes y ellos me enseñan cosas nuevas. A mis cuatro nietos también los traigo a la huerta para que sepan de dónde vienen los alimentos».