- En su paso por el programa ‘Mujeres que reverdecen’, cinco ciudadanas oriundas del norte y occidente del país montaron una huerta en un centro de encuentro para las víctimas del conflicto armado de la localidad de Bosa.
- En este terruño siembran las plantas medicinales y aromáticas con las que elaboran aceites, pomadas y jabones naturales que ayudan a combatir las dolencias del cuerpo.
- Rosemary Herbal Organic, nombre de su emprendimiento ambiental, fue presentado en varias ferias y eventos como los mercados campesinos agroecológicos.
Desde octubre del año pasado, más de 20 mujeres uniformadas con trajes y cachuchas verdes y sosteniendo palas, rastrillos y azadones en sus manos, ingresaron al Centro de Encuentro para la Paz y la Integración Local de víctimas del conflicto armado de Bosa para realizar sus prácticas ambientales.
Se trataba de algunas de las cerca de mil ciudadanas que estuvieron vinculadas voluntariamente al Jardín Botánico de Bogotá (JBB) a través de ‘Mujeres que reverdecen’, un programa distrital que pintó de verde la ciudad con el fortalecimiento de las huertas urbanas, jardines y el arbolado del espacio público.
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A María Elsy Rivas, Dannis Sequeira, Alejandra Vivas, Yolanda Rodríguez y Betzaida Estupiñán, les dieron un pequeño espacio dentro del centro, ubicado en el barrio Metrovivienda, para que pudieran montar una huerta con manejo agroecológico, es decir sin utilizar ninguna clase de químicos y realizando prácticas con bases ecológicas.
“Nos tocó empezar de cero”, recuerda María Elsy, una chocoana espigada y amante del atletismo. “Con la ayuda de Miguel Herrera, uno de los psicólogos del centro de encuentro, lo primero que hicimos fue adecuar la zona, un rectángulo que estaba lleno de piedras; no se imaginan todo lo que sudamos durante ese trabajo”.
Con el terreno limpio, estas mujeres oriundas de municipios del norte y occidente de Colombia, la mayoría del Pacífico y Caribe, esparcieron la tierra con abono y comenzaron a sembrar ruda, manzanilla, albahaca, hierbabuena, cilantro, lavanda, romero, toronjil, canelón y caléndula; plantas aromáticas y medicinales utilizadas en la agricultura urbana.
Las ‘Mujeres que reverdecen’ plantaron algunas suculentas en pequeños recipientes plásticos, como envases de gaseosas y detergentes, y los colgaron en la reja que protege la huerta. “Todos los pintamos con colores llamativos para que el lugar se viera más hermoso y vistoso. También hicimos un camino empedrado en la mitad para poder sembrar y cosechar”.
En una pequeña puerta de madera, el único sitio de ingreso al lugar, las ciudadanas colgaron un aviso con el nombre de la huerta: Rosemary Herbal Organic, y una coneja marrón vestida con un vestido rojo de flores y un corazón en una de sus manos.
“El objetivo de esta huerta era contar con la materia prima para poder crear nuestro emprendimiento femenino y ambiental de aceites, pomadas, ungüentos y jabones cien por ciento naturales, el cual también llamamos Rosemary Herbal Organic”.
Cuando las primeras plantas medicinales brotaron de la tierra fértil, estas mujeres las cosecharon y dieron marcha a la producción. “Luego de limpiar muy bien las plantas, las maceramos entre 30 y 60 días y luego las fusionamos con los aceites neutros y colorantes naturales”.
Todo este proceso es realizado en la casa de una de las mujeres, donde se reúnen seguido para envasar los productos. “Ya hemos mostrado nuestro emprendimiento en varias ferias locales de Bosa y en los mercados campesinos agroecológicos del Jardín Botánico; en todos hemos vendido casi todos los productos”.
Según María Elsy, estos productos son benditos para sanar las heridas y quebrantos de salud. “Por ejemplo, el aceite de ruda sirve para combatir los calambres y dolores musculares, mientras que el de manzanilla combate el estrés y las alergias. El ungüento de caléndula mejora mucho la piel manchada y hasta hace desaparecer los orzuelos”.
Estas mujeres que se volvieron amigas durante los más de seis meses que duró el programa, aseguran que su emprendimiento es totalmente natural. “Las plantas las sembramos sin aplicar ningún químico y todo el proceso es natural. Los aceites y jabones de caléndula son los que más se venden, ya que es una planta que cura todo”.
Aunque ‘Mujeres que reverdecen’ ya culminó su primera fase, las puertas del Centro de Encuentro para la Paz e Integración de las víctimas del conflicto de Bosa estarán siempre abiertas para estas nuevas emprendedoras.
“El profe Miguel nos dijo que podemos continuar con nuestra huerta y que además vamos a ser parte de los diversos proyectos que se realizan en el centro. Estamos muy comprometidas y motivadas con nuestro emprendimiento, el cual promocionaremos muy pronto en las diferentes redes sociales”.
Mujer de agua
María Elsy Rivas exhibe con orgullo el Pacífico colombiano en todo su cuerpo. Tiene el cabello trenzado y siempre utiliza prendas de colores encendidos y aretes y collares grandes y con figuras de la biodiversidad chocoana.
“Nací en un pueblo pequeño y hermoso llamado Istmina, uno de los tesoros más biodiversos del Chocó. Tuve una crianza muy linda con mis dos abuelos, Pedro Rafael y María Isidra, mi madre y 10 hermanos; a mi papá no lo conocí porque falleció al poco tiempo que llegué a este mundo”.
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Esta morena alta y espigada tiene bastante vivos los recuerdos de su niñez, como bañarse a diario en los ríos Atrato y San Juan, estudiar en escuelas rodeadas por la densa selva del Pacífico y alimentarse de los regalos que da la naturaleza.
“También recuerdo que toda la familia sobrevivía de los cultivos de maíz y arroz, la pesca y la minería artesanal, aquella que no degrada los ríos. Mi abuelo me enseñó a sembrar, pescar y amar la naturaleza”.
Cuando cumplió los 15 años y aún no terminaba su bachillerato en el colegio integrado San Pablo Industrial, sus abuelos tomaron la decisión de enviarla a Bogotá para que tuviera un mejor futuro.
“Teníamos muchos inconvenientes y dificultades económicas y además el pueblo empezaba a vivir los coletazos del conflicto armado. Yo me fui primero por ser la mayor de mis hermanos y llegué a donde unos familiares en un barrio de la localidad de Rafael Uribe Uribe”.
Su cambio extremo de vida la golpeó como una cachetada con un guante de boxeo. “Fue muy traumático llegar a Bogotá, una ciudad donde me sentía enjaulada. Yo estaba acostumbrada a bañarme en los ríos, sacar los pescados de esos afluentes y coger las frutas de los árboles”.
En sus primeros días en la gran ciudad, María Elsy fue víctima de la delincuencia. “Sentía terror de que me robaran y así sucedió. Un día un ladrón me rapó un arete de oro que llevaba en una de mis orejas y me la desgarró”.
Poco a poco, la joven chocoana se fue adaptando al ritmo de la capital y encontró un escape en el deporte, en especial el atletismo. “Competí varios años en la liga de atletismo y también jugaba baloncesto en los parques del Olaya y Restrepo”.
A los 24 años, cuando vivía en el barrio Bosque de San Carlos, el amor tocó a su puerta. “Quedé flechada de Jairo Enrique Torres, un hombre muy elegante oriundo de Pacho (Cundinamarca). Poco a poco fuimos consolidando una familia divina que mezcla el Pacífico con la región Andina”.
Su hogar lo complementan tres flores: Vivian Nicol, Ana María y Sara Linney. “Con mucho esfuerzo y trabajo logramos comprar una casa en el barrio Bosa Recreo en el año 2002. Siempre he trabajado en ventas en empresas de colchones, electrodomésticos y papelerías”.
En septiembre del año pasado, Vivian, su hija mayor que estudia periodismo en la Universidad Distrital, le informó que la Alcaldía de Bogotá estaba buscando mujeres para participar en un programa ambiental y social.
“Ella me inscribió en el programa ‘Mujeres que reverdecen’ y a los 20 días me dijeron que había sido seleccionada. El 14 de octubre fui al Jardín Botánico para firmar el acta de compromiso, una entidad que no conocía y me enamoré de inmediato por toda su hermosa naturaleza”.
Al comienzo, María Elsy ingresó al grupo de mujeres de Lucero Alto, en Ciudad Bolívar, un sitio que le quedaba muy lejos de su casa. “Llamé al formador y le pedí que por favor me cambiara. Me ubicaron en el grupo de Bosa Porvenir, donde tuve la dicha de conocer a más de 30 mujeres maravillosas y luchadoras”.
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En los más de seis meses que estuvo como ‘Mujer que reverdece’, esta chocoana ayudó a embellecer varios sitios del sur de Bogotá, como la huerta de Los Sanabria y los humedales La Isla y Tibanica.
“No sabía que Bogotá tenía humedales, ecosistemas que me transportaron a mi hermoso pueblo de Istmina. Me duele mucho ver cómo la gente les arroja basuras y escombros, cuando deberían recibir un trato especial por ser tesoros de biodiversidad. Soy una mujer de agua y además soy del signo Acuario”.
La morena tampoco sabía que en la ciudad se podía sembrar y cosechar. “Ignoraba todo lo relacionado con las huertas. El JBB nos enseñó mucho sobre agricultura urbana y aprendimos que nos podemos alimentar sano en nuestras casas”.
Aunque valora cada uno de los aprendizajes y a las compañeras que conoció en el programa, María Elsy asegura que los mayores regalos que le dejó el programa son la huerta y el emprendimiento que creó con sus cuatro nuevas amigas del alma.
“Somos cinco mujeres echadas para adelante que construimos fuertes lazos de amistad. Estamos bastante comprometidas con lograr que nuestro emprendimiento ambiental crezca y nos permita vivir de eso”.
Hace cinco años, María Elsy visitó su pueblo natal, donde se recargó con las energías de su pasado y el poder de la naturaleza. “Me dio mucha tristeza ver las pocas oportunidades que hay en Istmina y la crítica situación del conflicto armado. Además, la minería ilegal ha contaminado los ríos con mercurio y los bosques son cada vez más escasos. Me duele mucho mi Chocó biodiverso”.
Criada a punta de pescado
Alejandra Vivas, una joven de 31 años, es la más espontánea, risueña y extrovertida de las cinco mujeres que crearon la huerta de plantas medicinales en el centro para las víctimas de la localidad de Bosa.
Esta morena delgada con el cabello trenzado no para de sonreír. La timidez no hace parte de su ser y a todo el que conoce lo enamora con su candor y dentadura totalmente blanca. Pero sus ojos brillantes se tornan nostálgicos cuando recuerda sus primeros años en el Pacífico colombiano.
“Nací en Tumaco, un paraíso del departamento de Nariño bañado por las aguas verdosas del océano Pacífico. Toda mi familia es campesina y mis padres me enseñaron desde muy pequeña a sembrar cacao y plátano, además de pescar en el mar”.
Toda su niñez y parte de su adolescencia la vivió en este municipio del Pacífico, donde con sus 10 hermanos se la pasaban metidos en el mar o en las selvas húmedas tropicales. «Todo llegó a su fin cuando cumplí los 24 años y me tocó abandonar el pueblo”.
Le faltaba solo un año para graduarse como bachiller cuando uno de los miembros de los grupos armados ilegales que sembraban el miedo y la zozobra en Tumaco, se enamoró de ella. “Me empezó a cortejar y decía que me iba a llevar para otra zona lejos de mi familia. Mis padres me sacaron de Tumaco para que ese señor no me raptara y me metiera en los grupos guerrilleros”.
Alejandra llegó a Bogotá a la casa de una prima en el barrio Bosa Porvenir. “Me vine sola y estuve unos pocos meses donde mi prima. Una hermana que se quedó en Tumaco me ayudaba económicamente y con eso pude pagar una pieza”.
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Durante las noches terminó el bachillerato y luego se matriculó en una universidad para hacer un técnico en preescolar. “Lo terminé y encontré trabajo en varios jardines infantiles del sur de Bogotá; no se gana mucho, pero es un trabajo muy hermoso”.
El amor llegó al poco tiempo, pero no fue un cuento de princesas. “La relación con mi pareja no funcionó, pero me dejó a mis dos grandes regalos: María Valentina, hoy con ocho años, e Ian Felipe, de cuatro; soy una madre soltera que guerrea por sus retoños”.
A finales del año pasado, una amiga le comentó del programa ‘Mujeres que reverdecen’ y Alejandra se inscribió inmediatamente porque sabía que iba a tener contacto con la naturaleza.
“Entré al grupo de 30 ‘Mujeres que reverdecen’ de Bosa Porvenir. Cuando empezamos con las charlas y capacitaciones ambientales quedé matada porque todas mis prácticas serían en la naturaleza, una actividad que debí interrumpir en Tumaco por la violencia”.
Dannis Sequeira, una costeña y madre cabeza de familia, fue su primera amiga. “Aunque ella es cristiana y tenemos personalidades totalmente opuestas, nos entendimos muy bien. Luego se sumaron Betzaida, María Elsy y Yolanda y conformamos un grupo muy hermoso donde la risa es la protagonista”.
Durante los seis meses del programa, la joven tumaqueña fortaleció varias huertas y arbolados de los parques de Bosa con sus nuevas amigas. También conoció a muchas personas que llevan en sus venas la sangre de los muiscas.
“Entre los regalos que más atesoro están crear la huerta en el centro para las víctimas de Bosa y que el Jardín Botánico nos enseñó a hacer los aceites, pomadas y jabones con las plantas medicinales, un emprendimiento que queríamos hacer desde el comienzo”.
Los poderes y propiedades de las plantas no eran desconocidos para Alejandra. “Desde muy pequeña supe que las plantas son benditas para combatir las enfermedades. En Tumaco todas las personas hacen su medicina con estos tesoros verdes y también las fusionamos con los pescados, alimento con el que me crie”.
Esta joven madre afirma que el programa ‘Mujeres que reverdecen’ fue una bendición. “Aprendimos cosas nuevas, hicimos grandes amigas, crecimos como personas y volvimos a conectarnos con nuestras raíces campesinas”.
Guerrera de la vida
Los 38 años de Dannis Sequeira no han sido color de rosa y mucho menos cuentos de hadas o princesas. Desde muy pequeña vivió en carne viva el maltrato, el hambre y la carencia de las cosas básicas para vivir.
“Nací en Plato, el sexto municipio más poblado del departamento del Magdalena. Con mis tres hermanos padecimos de maltrato intrafamiliar, en especial por parte de mi papá que era un conductor que tomaba mucho alcohol, y pasamos mucha hambre y dificultades”.
Cuando sus padres se separaron, debido a los problemas con la bebida de su progenitor, las cosas mejoraron un poco. “Mi madre, una docente guerrera, nos sacó adelante con lo necesario y pudimos terminar el bachillerato”.
Recién graduada como bachiller, con 17 años de vida, Dannis atravesó por un momento amargo. “Un señor intentó abusar sexualmente de mí y con mucha violencia me destruyó el rostro. A los ocho días del incidente volvió a intentarlo; no tenía otra opción que abandonar el pueblo”.
Su mamá la envió a la casa de una de sus hermanas en un barrio del norte de Bogotá, donde obtuvo algo de calma. “Me puse a estudiar mucho: auxiliar de enfermería, tecnología en primera infancia y contabilidad; también hice varios cursos de cocina y manualidades”.
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En esos años como estudiante y trabajadora, Dannis se enamoró y tuvo a sus tres hijas: Lina María, Elvia Tatiana y Yeilin Paola. “Nos organizamos en el barrio Bosa Porvenir, pero el matrimonio no funcionó y me convertí en madre cabeza de hogar”.
Cuando Yeilin Paola cumplió los cuatro años, la costeña tuvo que cambiar su ritmo laboral. “Mi hermosa niña tiene un hueso de cristal en la pierna derecha, por lo cual no puede valerse por sí misma. Tuve que dejar de trabajar en empresas porque tengo que estar pendiente de ella y llevarla a sus controles médicos”.
Su objetivo siempre ha sido sacar adelante a sus tres hijas, pero como no puede trabajar durante las ocho horas exigidas por las empresas debido a la salud de su retoño menor, a Dannis le ha tocado ingeniárselas para pagar el arriendo y darles comida y estudio.
“Hago muñecos de trapo y juegos de baño y también preparo comidas típicas o internacionales. Siempre busco algo que hacer en el poco tiempo que puedo trabajar; así no quisiera me toca porque mi prioridad son las niñas”.
El septiembre del año pasado, una amiga le envió un link sobre el programa ‘Mujeres que reverdecen’. “Era ideal para mí porque estaban buscando madres cabeza de hogar, víctimas de la violencia y madres cuidadoras. Además, eran solo cuatro horas diarias y por eso decidí inscribirme”.
La plateña ingresó al grupo de 30 mujeres de Bosa Porvenir, donde inmediatamente se hizo amiga de María Elsy, Alejandra, Yolanda y Betzaida. “Ellas han sido como ángeles para mí. Al comienzo del programa me tuve que ausentar porque mi niña pequeña estuvo hospitalizada y mis amigas me colaboraron mucho”.
Sara Sofía Reyes, la formadora del Jardín Botánico que lideró al grupo, la introdujo al mundo de las plantas. “Para mí todas las plantas eran iguales y les decía matas. Con la profe aprendí mucho sobre los beneficios y propiedades de los árboles, hortalizas y plantas medicinales; ahora tengo unos ojos más ambientales”.
La huerta creada por las cinco mujeres en el centro de encuentro para las víctimas de Bosa, la llena de orgullo. “Rosemary significa romero en inglés, Herbal es hierbas y Organic es orgánico. Decidimos bautilizarla así porque nos parece que suena más bonito en ese idioma”.
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Dannis recuerda lo duro que fue darle forma a esta huerta. “Sacar los escombros y luego rellenar la zona con más de 30 bultos de tierra fue algo muy pesado. Ver los frutos de nuestro trabajo me eriza la piel porque el cambio fue extremo”.
A los dos meses de sembrar las primeras semillas, estas mujeres lloraron de felicidad cuando brotaron las hojas de las manzanillas. “Fue muy lindo porque sembramos vida. Es un orgullo ver esas plantas tan hermosas y luego sacarlas para hacer los productos de nuestro emprendimiento”.
Cada vez que va a la huerta, Dannis sana un poco las heridas de su pasado oscuro. “Jamás olvidaré que fui víctima del desplazamiento forzado y el feminicidio, pero el trabajo con la tierra sí ayuda a que las heridas no sean tan dolorosas”.
Esta costeña afirma que las mujeres necesitan más oportunidades como el programa ‘Mujeres que reverdecen’. “Esta experiencia fue una bendición porque me permitió adquirir conocimiento, hacer grandes amigas y montar un emprendimiento de aceites, pomadas y jabones, el cual queremos convertir en empresa”.
Sanando el corazón partido
Yolanda Rodríguez nació hace 38 años en Málaga, municipio de Santander que se caracteriza por tener campesinos trabajadores, de genio templado y con un acento bastante marcado que se confunde con un regaño.
“Vengo de una familia campesina bastante numerosa conformada por 13 hijos. Nuestros padres nos sacaron adelante con los cultivos de la finca, como tabaco, maíz, frijol, yuca y café, y a todos nos enseñaron a sembrar”.
A los 19 años, la santandereana tomó la decisión de salir de Málaga para encontrar una mejor calidad de vida en Bogotá. “Había acabado de tener a mi primer hijo, Bryan Mauricio, pero el papá no quiso responder. Con varias de mis hermanas llegamos a una casa en arriendo en el barrio Bosa Recreo”.
En la gran ciudad encontró trabajo en un restaurante de Corabastos, donde se encargaba de promocionar los menús en las bodegas y llevar los domicilios. “Luego estuve en una panadería y por último en una empresa donde fui vigilante, guarda de seguridad y operadora de medios”.
En esos años de arduo trabajo, Yolanda se enamoró perdidamente y tuvo a su segundo retoño, Javier Matías. Su hogar marchaba a la perfección hasta que llegó la pandemia del coronavirus y le destrozó su alma y corazón.
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“El covid-19 se llevó a mi esposo, una pérdida que jamás superaré porque era un hombre muy responsable y amoroso, un ser humano irremplazable que siempre habitará en mi corazón. Quedé muy mal cuando mi esposo se fue para el cielo”.
Durante esa época oscura y llena de tristeza, la santandereana recibió un correo sobre el programa ‘Mujeres que reverdecen’. “Decidí inscribirme porque además de aprender cosas nuevas, me iba a servir como terapia para sobrellevar la pérdida del amor de mi vida”.
Yolanda ingresó al grupo de Bosa Porvenir en horas de la mañana. “Mis compañeras ya llevaban 15 días en el programa, pero no recibí ningún rechazo por ser la nueva. María Elsy, Dannis, Alejandra y Betzaida me acogieron en el grupo y nos volvimos grandes amigas”.
Esta madre cabeza de hogar asegura que jamás olvidará el trabajo ambiental realizado en el centro de encuentro para las víctimas de Bosa, donde las cinco amigas lograron montar la huerta de plantas medicinales y aromáticas.
“Hoy en día nuestra huerta está muy bella, pero el trabajo que tuvimos que hacer fue apoteósico. El terreno estaba lleno de piedras y nos tocó trabajar largas horas bajo el sol y la lluvia para remover la tierra y adecuar el lugar. El semillero es uno de nuestros grandes frutos”.
En esa huerta femenina, Yolanda recordó sus años de felicidad como campesina en Málaga y ha aprendió a manejar un poco mejor la tristeza causada por la pérdida de su esposo. “El contacto con la tierra es la mejor terapia. Además, el cariño de mis compañeras me ha servido mucho con mi proceso”.
Las cinco huerteras seguirán cuidando el terruño de plantas medicinales y aromáticas. “La Alcaldía de Bosa nos va a ayudar con insumos para mejorar más la huerta. Esto nos permitirá hacer crecer nuestro emprendimiento de aceites y jabones, productos de muy buena calidad con muchos beneficios para la salud”.
Muchas felicitaciones soy también víctima de desplazamiento forzado y quisiera compartir con ustedes mis conocimientos en botánica y artesanías en plástico les agradezco simedan la oportunidad mi #clr 3207945672