- Carolina Parra y Sonia Álvarez se volvieron grandes amigas mientras fortalecían las huertas y jardines de la localidad de San Cristóbal, actividades que realizan en el programa ‘Mujeres que reverdecen’.
- Ambas son madres solteras y las une el trabajo social, la rebeldía, las habilidades para las ventas y el amor por la naturaleza, características que las llevaron a crear su propio emprendimiento ambiental.
- Con las plantas medicinales de las huertas del sur de la ciudad, estas mujeres elaboran jabones artesanales, un negocio verde que han presentado en eventos como el Mercado Campesino Agroecológico.
- Carolina hace parte de la cooperativa de ‘Mujeres que reverdecen’ del Jardín Botánico y el centro comercial Gran Estación, una iniciativa que le permitirá trabajar como jardinera y huertera.
En octubre del año pasado, 24 mujeres de diversas edades de la localidad de San Cristóbal, un sitio ubicado en el suroriente de la capital y que hace parte de los Cerros Orientales, viajaron al pasado para convertirse de nuevo en estudiantes.
Estas ciudadanas con algún grado de vulnerabilidad e historias de vida llenas de resiliencia y superación, comenzaron sus primeras clases teóricas y prácticas sobre arbolado, jardinería y agricultura urbana con los expertos del Jardín Botánico de Bogotá (JBB).
Su objetivo era convertirse en ‘Mujeres que reverdecen’, un programa ambiental y social de la Alcaldía de Bogotá que busca pintar de verde la capital y ayudar económicamente a más de 4.000 mujeres de todas las localidades.
Carolina Parra, una bogotana de 43 años y madre soltera de dos hijos, recuerda que sus primeros trabajos en ‘Mujeres que reverdecen’ fueron en los parques de los barrios de San Cristóbal, sitios donde ayudó a plantar varios árboles.
“Esa actividad es ‘pa machos’. En unos sitios nos tocó retirar una cantidad enorme de pasto kikuyo con raíces gruesas enterradas en el suelo, algo que nos sacó ampollas y cicatrices en las manos. Pero como somos mujeres guerreras de todas las edades, nada nos quedó grande”.
Desde que ingresó al programa, Carolina tuvo una conexión inmediata con Sonia Álvarez, una mujer de 33 años con la que tenía varias cosas en común. Cuando conversó con ella, supo que se convertiría en una gran amiga.
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“Ambas somos madres solteras, hemos participado en proyectos sociales y ambientales y tenemos habilidades para vender. Además, nadamos contra la corriente, es decir que somos mujeres rebeldes”.
Mientras reverdecían la localidad de San Cristóbal, Carolina y Sonia empezaron a forjar una bonita amistad al compartir sus experiencias de vida, como luchar solas por sus hijos, rebuscar el dinero para llevar comida a la casa y vencer cientos de dificultades.
“Conocer a Sonia es uno de los mayores regalos que me ha dado la vida. Desde que la vi me enamoré de su forma de ser y se me pareció mucho a Jaime Garzón, tanto por su físico como por sus pensamientos”.
Sonia, por su parte, asegura que quedó maravillada con el trabajo social que Carolina ha liderado durante varios años como presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio Las Brisas, ubicado en San Cristóbal.
“Es una mujer guerrera que ha hecho muchas cosas por la comunidad, como liderar el montaje de una huerta para que las personas de bajos recursos tengan alimentos sanos. Me convertí en su coach sentimental y ella me ha ayudado mucho a valorarme más como mujer”.
Estas mujeres rebeldes y emprendedoras ayudaron a montar desde cero la huerta urbana Los Balcanes, ubicada en la carrera 4 con calle 11 sur. “El terreno estaba repleto de pasto y mugre. La limpieza fue dura, pero logramos darle forma y llenarla con hortalizas y plantas medicinales”.
Las nuevas amigas también fortalecieron la huerta del Centro de Desarrollo Comunitario (CDC) del barrio San Blas, un sitio que quedó pintado de verde con una explosión de lechugas, acelgas, arvejas, romero y caléndula.
“De esa huerta hemos logrado sacar varias cosechas y es el lugar de donde proviene la materia prima de nuestro primer emprendimiento ambiental, un negocio que los expertos del JBB nos ayudaron a crear”.
De la amistad al emprendimiento
Paralelo al trabajo ambiental en la localidad de San Cristóbal, los técnicos e ingenieros del Jardín Botánico les dijeron a todas las ‘Mujeres que reverdecen’ que debían crear un emprendimiento ambiental con los conocimientos adquiridos durante el programa.
Carolina tenía experiencia en la elaboración de chocolates, por lo cual le propuso a Sonia que reemplazaran los dulces por jabones. “Hacer chocolates y jabones es muy parecido y yo tenía muchos moldes, pero el profesor del JBB nos dijo que debíamos incluirles algo ambiental”.
Las plantas aromáticas y medicinales sembradas de forma agroecológica en la huerta del CDC San Blas, es decir sin químicos, fueron escogidas como las materias primas para hacer los jabones. Carolina y Sonia seleccionaron la manzanilla, la menta y el hinojo.
“De las 24 mujeres del grupo, seis nos fuimos por el tema de los jabones. Nosotras, por nuestros lazos de amistad y esa rebeldía que nos caracteriza, nos aliamos para crear los jabones ‘Amor y naturaleza’, los cuales preparamos en la casa de alguna”, dijo Carolina.
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El primer paso del emprendimiento es cosechar las hojas y flores de estas plantas medicinales en la huerta. Luego, Sonia y Carolina las ponen a secar en sus casas y después las fusionan con la glicerina.
“Hemos aprendido que las hojas y flores deben estar bien secas, ya que si están húmedas el jabón se pone mohoso. Cada jabón tiene un precio de 10.000 pesos, el valor de nuestro tiempo, esfuerzo y dedicación”.
Según Carolina, estos productos son benditos para la salud. “Por ejemplo, la manzanilla es una planta que ayuda a limpiar y nutrir la piel, es antiinflamatoria y alivia los escozores, irritaciones y alergias. También tiene propiedades relajantes y humectantes”.
Sonia afirma que estos jabones desmanchan, previenen el envejecimiento prematuro y no resecan la piel. “Caro sabe mucho de plantas y yo aporto mi experiencia en ventas. Estamos muy comprometidas con este emprendimiento porque demuestra que las mujeres sí podemos trabajar juntas sin peleas ni conflictos”.
Estos jabones naturales fueron presentados por primera vez en el Mercado Campesino Agroecológico ‘Bogotá es mi Huerta’, una iniciativa del Jardín Botánico y la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico.
“Nos fue muy bien e hicimos varios contactos. También les estamos vendiendo los jabones a los conocidos, familiares y amigos. Es un negocio que nació de la amistad y el cual estamos decididas a fortalecer”.
Estas amigas también les ayudan a varias de sus compañeras a comercializar sus emprendimientos. “En el Mercado Campesino llevamos los encurtidos de cubios que hacen unas compañeras porque a ellas les da pena vender. Si entre mujeres nos ayudáramos más, no estaríamos tan fregadas”.
Líder comunitaria
Como desde pequeña ha vivido en muchos barrios del sur de Bogotá, Carolina Parra se define como una nómada. “Eso me ha permitido conocer mucha gente y las problemáticas sociales de los territorios; por eso digo que mi pasión por el trabajo comunitario nació en mi niñez”.
Fue una niña rebelde, curiosa y tremenda. Recuerda que se la pasaba jugando con sus hermanos y amigos por todos los recovecos de los barrios y no le tenía miedo a meterse en peleas. “Me encantaba ingresar a las tuberías grandes del agua para hacer pilatunas”.
Cuando sus padres la llevaban de vacaciones a varios sitios del Meta, como Granada, Puerto Gaitán y Villavicencio, Carolina tuvo su despertar de amor por la naturaleza. Conoció muchos ríos y extensas sabanas llaneras y se volvió experta en montar a caballo y alimentar los marranos.
Luego de terminar el bachillerato, la joven bogotana se organizó con el futuro padre de sus dos hijos. Sin embargo, hoy en día asegura que nunca estuvo perdidamente enamorada de su compañero.
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“La rebeldía quedó en pausa porque me convertí en madre y ama de casa. Seguí como nómada por varios barrios del sur de la ciudad hasta que eché raíces en el barrio Las Brisas, en la localidad de San Cristóbal”.
Andrey Steven y Laura Sofía, sus dos hijos de 18 y 13 años, son sus verdaderos amores. “Durante muchos años no trabajé porque quería estar muy pendiente de su crianza. Lo que sí hice fue inscribirme en todos los cursos gratuitos que encontraba”.
Carolina hizo varios cursos de recetas, pinturas y manualidades mientras dejaba a sus hijos en talleres de teatro, títeres y lectura. “Les he inculcado mucho amar la naturaleza, ayudar a las personas más necesitadas y mi pasión por el rock, una música que siempre me ha gustado”.
Los problemas maritales comenzaron cuando su esposo quedó parcialmente ciego de un ojo, una situación que lo llevó a tomar mucho alcohol y lo convirtió en una persona agresiva y conflictiva. “Ahí tomé la decisión de separarme y encargarme sola de mis hijos”.
Encontró trabajo en Casa Limpia, una de las empresas de aseo más reconocidas de la ciudad. Con el dinero que ganaba arrendó una pequeña casa en el barrio Las Brisas para seguir educando a sus dos retoños.
“En ese renacer como mujer me topé con unos ingenieros del Jardín Botánico, quienes hacían cursos gratuitos de agricultura urbana en San Cristóbal. Decidí inscribirme y me motivé a montar una huerta urbana”.
Pero Carolina no tenía un espacio adecuado en su casa para hacer la huerta, por lo cual comenzó a buscar terrenos por el barrio. “La Junta de Acción Comunal tenía un sitio ideal, donde con la asesoría del JBB conformamos una huerta que nos dio muchas cosechas de acelgas, lechugas y espinacas”.
En ese proceso agroecológico con el Jardín Botánico, la nueva huertera aprendió a hacer biopreparados, mezclas naturales que permiten combatir las plagas; y abonos con los residuos orgánicos del compostaje.
Sin embargo, por problemas internos la Junta de Acción Comunal tuvo que cerrar el predio y la huerta llegó a su fin. “En esa época me postulé como presidenta de la junta de Las Brisas y me escogieron. Uno de mis propósitos es revivir la huerta para ayudar a la gente que no tiene qué comer”.
En septiembre del año pasado, Carlos Eduardo Gómez, su mejor amigo y quien trabaja en la Alcaldía de Bogotá, le comentó sobre ‘Mujeres que reverdecen’, programa al que se inscribió sin pensarlo dos veces.
“He aprendido montones sobre jardines, arbolado y huertas. Pero lo que más agradezco es haber conocido a este hermoso grupo de 24 mujeres de San Cristóbal, en especial a Sonia que es mi guía espiritual y emocional, además de mi compañera en el emprendimiento de jabones artesanales”.
Experta en ventas
Sonia Yadira Álvarez tiene sus raíces clavadas en Usme. Nació, se crio y aún vive en el barrio Villa Diana, ubicado en una zona montañosa donde ha tenido un contacto directo con los cultivos y la naturaleza.
“Mi papá, Mariano Antonio, es un fontanero y líder social que hacía parte de una asociación cívica. Mi mamá, Laura María, es una mujer emprendedora que me inyectó desde pequeña el amor por las ventas”.
Sus padres compraron dos lotes en el barrio: en uno construyeron la casa y en el otro montaron una huerta con cultivos como papa, lechuga, arracacha y plantas aromáticas. “Antes de la huerta había canchas de tejo y allí vendíamos cerveza, huevos y galguerías”.
Aunque de niña nunca sembró una sola lechuga, Sonia aprendió un poco a cultivar al ver a sus padres labrar la tierra. “Siempre me ha gustado la naturaleza, tanto así que nunca me tomo una pastilla cuando me enfermo; lo que hago son menjurjes con las plantas medicinales”.
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Luego de graduarse como bachiller, la joven se inscribió en todos los cursos y talleres gratuitos que encontraba en Usme, como de habilidades socio-laborales, emprendimientos y ventas. “El que más me gustó fue el último y empecé a trabajar como asesora comercial”.
Al poco tiempo descubrió que tenía una habilidad oculta: la actuación. “Hice de extra en varios programas de televisión y como me gusta imitar y hacer personajes, me inscribí en algunas agencias. Luego trabajé en logística para eventos masivos, conciertos y partidos de fútbol”.
También sintió un gran gusto por las danzas e hizo varios cursos, pero sus papás no creían que bailando fuera a ganar recursos económicos. “Luego quedé embarazada y las presiones de la familia fueron mayores. Hasta ahí llegó el sueño de ser bailarina”.
Nunca estuvo enamorada del padre de su hijo. “Aunque suene feo, él fue un dotante natural. Esa fue una profecía que tuve años atrás, cuando le dije a una de mis amigas que sería madre sin la necesidad de casarme; iba a buscar un hombre lindo para que me hiciera el favor, y así pasó”.
Mientras Martín Alejandro crecía en su vientre, Sonia se puso a trabajar con su mamá vendiendo arepas. Todo cambió cuando un día vio por las redes sociales que la gente hacía plata vendiendo ropa usada.
“Monté mi emprendimiento digital de compra y venta de ropa de segunda, el cual empecé con la ropa que me regalaron las amigas de mi mamá. Durante la pandemia del coronavirus me salieron muchos envíos a varias partes del país y con eso estoy sacando adelante a mi hijo”.
En septiembre del año pasado, una conocida le comentó del programa ‘Mujeres que reverdecen’ y decidió inscribirse para aprender cosas nuevas y tener más recursos económicos para ayudar a su familia.
“Como vivo en Usme me iban a poner en el grupo de mujeres de esa localidad. Hablé con los técnicos y les pedí que por favor me dejaran en San Cristóbal, ya que desde mi casa puedo llegar más fácil a esa localidad”.
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La citaron en el barrio Granada Sur de San Cristóbal y empezó a recibir las capacitaciones de arbolado, agricultura urbana y jardinería. A los pocos días decidió llevar empanadas para vendérselas a las mujeres.
“Desde el primer día hice conexión con Carolina, una mujer igual de conversadora que yo y con un espíritu comunitario enorme. Nos volvimos amigas del alma y nos unimos para crear el emprendimiento de jabones artesanales, el cual estamos decididas en sacarlo adelante”.
Según Sonia, ‘Mujeres que reverdecen’ le ha permitido recuperar su autoestima, en especial por los consejos que le da su amiga Carolina. “Ella es un ángel que me motiva a seguir adelante y me hace sentir valiosa”.
Además, lograron consolidar un grupo muy bonito con mujeres de todas las edades. “El programa nos ha mostrado que tenemos un gran potencial para ser mujeres emprendedoras e independientes y así luchar por nuestros sueños”.
Cooperativa femenina
En mayo de este año, en una ceremonia de gala, Carolina y Sonia recibieron sus diplomas por haber cumplido con las actividades ambientales durante la primera fase del programa ‘Mujeres que reverdecen’.
Debido a su trabajo en las huertas, jardines y arbolado de la ciudad, además de lograr sacar a flote su emprendimiento de jabones, ambas fueron llamadas a participar en la segunda fase del programa, invitación que aceptaron encantadas.
Las amigas continúan reverdeciendo las coberturas vegetales de la localidad de San Cristóbal. Sin embargo, Carolina quiso ir más allá y decidió participar en un nuevo proyecto del Jardín Botánico, esta vez con el apoyo del centro comercial Gran Estación.
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El 5 de agosto, en la celebración de los 67 años del Jardín Botánico, fue anunciada una alianza estratégica entre la entidad y Gran Estación, la cual le brindará nuevas oportunidades laborales a varias beneficiarias del programa ‘Mujeres que reverdecen’.
Dicha alianza busca aportar al cuidado de la jardinería y la generación de estrategias de embellecimiento en el centro comercial, además de implementar el Programa de Agricultura Urbana.
“Aunamos esfuerzos con el centro comercial para cuidar el entorno a través de las manos de estas mujeres luchadoras. Es maravilloso que todas ellas, que se han formado en jardinería, agricultura urbana, arbolado, viverismo y restauración, puedan contribuir al reverdecer de la ciudad desde lo laboral”, dijo Martha Liliana Perdomo, directora del JBB.
En el marco de esta alianza, el JBB y Gran Estación le dieron vida a una cooperativa conformada únicamente por ‘Mujeres que reverdecen’. “Inicialmente se seleccionaron 15 mujeres, pero en el proceso quedaron finalmente 10”, dijo Yenny Rosas, profesional social del Jardín Botánico.
Las 10 mujeres de esta cooperativa fueron capacitadas por expertos de Gran Estación, donde les brindaron un proceso de formación en cooperativismo y una asesoría jurídica por parte de un abogado, quien les explicó los alcances que puede tener una cooperativa.
Paralelo a este proceso de formación, el JBB fortaleció los conocimientos técnicos sobre jardinería, arbolado y agricultura urbana de estas 10 mujeres. “También aprendieron sobre la manera de proyectar una propuesta financiera y técnica”, afirmó Rosas.
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Sumado a esto, el Jardín Botánico definió los polígonos de intervención y acciones que deben tener las mujeres para que comprendan a qué se van a dedicar. “Han recibido asesoría en proyección de costos y elaboración de cotizaciones”.
Según Rosas, el objetivo es que esta cooperativa femenina sea contratada por las empresas privadas. Las 10 mujeres se encargarán de realizar actividades como el montaje de huertas urbanas y jardines.
“La cooperativa está terminando todo el proceso jurídico para ser constituida formalmente. La primera empresa que las contratará será Gran Estación, pero el ideal es que luego trabajen para otros centros comerciales y empresas privadas”.
Carolina está muy motivada con este nuevo reto laboral que le regaló el programa ‘Mujeres que reverdecen’. “Voy a poder seguir trabajando en lo que me gusta: cuidar la naturaleza. Aunque Sonia no pudo participar en la cooperativa por falta de tiempo, cada logro que alcance es de ambas”.