- Catalina Quinceno y las hermanas Bertha y Gloria Cepeda se volvieron amigas mientras hacían ejercicio en el parque del barrio Pensilvania.
- En sus caminatas matutinas, estas ciudadanas compartieron las reminiscencias de su pasado campesino y decidieron aplicar sus conocimientos en una huerta casera.
- Durante los meses más críticos de la pandemia del coronavirus, las tres mujeres le dieron forma a su proyecto agroecológico: La Amistad, donde siembran lechugas, pepinos, uchuvas, fríjoles, arvejas, papas y cebollines.
Uno de los pasatiempos favoritos de Catalina Quinceno es dar largas caminatas cuando el sol apenas empieza a despuntar sus primeros rayos, una rutina diaria que realiza desde hace varios años para despejar la mente, dejar atrás el estrés del trabajo y ejercitar un poco los músculos.
En una de esas jornadas matutinas por el parque del barrio Pensilvania, ubicado en la localidad de Rafael Uribe Uribe, Catalina conoció a las hermanas Bertha y Gloria Cepeda, que compartían el amor por el campo, los cultivos y las plantas.
“Con Bertha y Gloria nos conocimos hace más de tres años caminando en el parque y poco a poco fuimos consolidando una bonita amistad. Teníamos varias cosas en común, como ser madres trabajadoras y venir de familias que han trabajado la tierra”, dice Catalina.
Las tres amigas empezaron a compartir experiencias durante las caminatas, como el pasado campesino de sus familias en el sur de la ciudad cuando el verde era más extenso que la mole de cemento. También intercambiaron números de celular para poder chatear por WhatsApp.
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“Le contamos a Cata que nuestra mamá tenía una huerta llena de hierbabuena, caléndula, manzanilla y menta, plantas medicinales que amaba y con las que preparaba remedios. Ella era una curandera y jamás se tomó una pastilla de las que recetan los médicos”, recuerda Bertha.
Catalina, por su parte, les comentó a las hermanas que su madre también era huertera. “Cuando era niña vivíamos en el centro de Bogotá en una casa con un solar, donde mi mami sembró hierbas aromáticas en un cajón. También criaba gallinas para tener huevos frescos”.
Estragos de la pandemia
Las caminatas llegaron a su fin hace dos años debido al confinamiento decretado por la pandemia del coronavirus. Sin embargo, estas mujeres siguieron cultivando su amistad a través de la tecnología.
“Como estábamos encerradas decidimos hacer uso del celular para comunicarnos. Todos los días, sin falta alguna, nos veíamos por video llamadas y nos poníamos al tanto de las últimas noticias de nuestras vidas”.
Durante los primeros meses de la cuarentena, Catalina tuvo que mudarse a Suba, al barrio Villa Gladys, pero su amistad con las hermanas no se vio afectada gracias a las constantes llamadas y por celular.
“En esas charlas virtuales les comenté que en una matera, la cual ubiqué en la terraza, había salido por accidente una planta de tomate. Bertha, que había participado en un curso de agricultura urbana, me dijo que la trasplantara con cuidado y me dio la idea de cultivar otras cosas. En otros envases sembré semillas de arveja y pepino”.
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La dueña de la casa donde vivía Catalina le prohibió tener cultivos en la terraza, argumentando que estaba ocupando espacios comunes. “Yo no quería acabar con los cultivos. Entonces, me Bertha comentó que Ana, una de sus hijas, tenía un patio grande en su casa, en el barrio Pensilvania, y ahí podía dejarlos”.
Al poco tiempo, Catalina regresó a la localidad de Rafael Uribe Uribe para arrendar otra casa en el barrio Príncipe de Bochica, a pocos metros de los hogares de Bertha y Gloria. “Llegué con los cultivos de tomate, arveja y pepino que había sembrado en macetas. Ana nos dio permiso para que hiciéramos algo en el patio”.
Amistad en forma de huerta
Hace año y medio, las tres amigas se encontraron en la casa de Ana para ver qué podían hacer en el patio, el cual estaba lleno de pasto y piedras que eran utilizadas para la construcción de la casa.
“Además, ese terreno fue rellenado en el pasado con muchos escombros, por lo cual no podíamos sembrar directamente en el suelo. Sumado a esto, como el patio está destapado, la gente de la zona le arrojaba mucha basura”, indicó Catalina.
Las mujeres limpiaron la zona, cortaron el pasto y acomodaron pilas de piedra para poner encima los guacales donde pensaban cultivar. “Nuestro objetivo era crear una huerta urbana y la decidimos llamar La Amistad”.
Empezaron con tres guacales y dos canecas, donde Catalina puso los cultivos que había sembrado en Suba: tomate, arveja y pepino. “La profesora era Bertha, ya que en el curso de agricultura urbana aprendió a sembrar en envases, macetas y botellas plásticas. Yo me nutría de conocimientos a través de tutoriales en Youtube”.
Catalina y Bertha se encontraban mínimo dos veces por semana en el lote de Ana para darle forma a la huerta. Gloria, que tiene una miscelánea en su casa y no se puede mover casi de allí, les llevaba el almuerzo, tinto o aguapanela para soportar las largas jornadas.
Poco a poco, las amigas fueron consiguiendo más guacales y productos del reciclaje para sembrar. “Yo tenía guardada desde hace 13 años la tina donde bañaba a mi nieta Helen cuando era pequeña; cuando la vi pensé inmediatamente que nos servía para sembrar. Con Gloria vimos en la calle un tocador y lo arreglamos para cultivar”, apunta Bertha.
La huerta La Amistad fue reverdeciendo con cultivos de pepino, arveja, tomate chonto, uchuva, lechugas, papa, cebollín y zanahoria, productos que cosechan para llevar a sus casas. “Ya hemos comercializado algunos productos con las vecinas del barrio”.
Manos amigas
En agosto del año pasado, las tres amigas volvieron a caminar por el parque del barrio Pensilvania. Luego del ejercicio vieron que una funcionaria del Jardín Botánico de Bogotá (JBB) estaba haciendo un curso básico de agricultura urbana.
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“Inmediatamente pensamos que nos podía ayudar a mejorar la huerta. Esperamos a que se desocupara y le contamos la historia de La Amistad. Alma Melo, la técnica del JBB, tomó nuestros datos y a los pocos días fue a visitar la huerta”.
La profe Alma, como la llaman las mujeres, les dio varias recomendaciones para mejorar la producción en la huerta. “Lo primero fue que teníamos que encerrarla y cubrirla con polisombra o plástico, para así evitar que le arrojaran basura y que entraran los gatos a hacer sus necesidades y contaminar el suelo”.
Con el dinero de los trabajos de Catalina, quien vende productos de belleza y nutrición, y de la miscelánea de Gloria, las amigas compraron los materiales para encerrar la huerta. “Luego, la profe Alma nos llevó semillas, tierra abonada y nos enseñó a hacer compostaje con los residuos orgánicos de la cocina”.
En noviembre, las amigas ampliaron un poco la huerta para sembrar más de 30 plántulas de lechuga en un cajón de madera, las cuales lograron vender en el barrio. “De La Amistad sacamos comida limpia para nuestras casas, ya que no utilizamos ningún tipo de químico”.
La meta que tienen estas tres bogotanas con la huerta es comercializar las hortalizas. “Seguiremos haciendo todas las mejoras que nos indique la profe Alma. El ideal es que la huerta nos genere ganancias y así ayudar más que todo a Bertha porque no tiene ningún ingreso; ella se encarga de cuidar a sus nietos”, dice Catalina.
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Bertha asegura que con su trabajo en la huerta se transporta a sus épocas de infancia, cuando su mamá le enseñó a cultivar plantas medicinales. “La Amistad también es un homenaje a nuestra madre, una mujer que curaba todo con sus matas y tenía una mano milagrosa”.
Por eso, ya tienen pensado sembrar plantas aromáticas y medicinales en la huerta. “Por el momento solo tenemos hierbabuena, pero poco a poco vamos a sembrar más de estas plantas. La medicina ancestral la hemos perdido y nosotras queremos rescatarla”.
Las tres afirman que con su huerta fortalecen la amistad, siembran vida, cuidan la naturaleza y se alimentan más sano. “Si sabemos cultivar bien podemos sacar beneficios económicos y le damos una ayuda al medioambiente. Todos los bogotanos pueden tener huertas en sus casas, así sea en espacios pequeños”.