- Soley Durán nació hace 42 años en Buenaventura, municipio del Valle del Cauca donde aprendió a cocinar los platos tradicionales del Pacífico colombiano y tuvo a tres de sus cuatro hijos.
- La violencia y las pocas oportunidades laborales de su pueblo la obligaron a alzar vuelo. Lleva siete años en Ciudad Bolívar y ha trabajado como vigilante, obrera y haciendo oficio en casas de familia.
- En octubre del año pasado ingresó a ‘Mujeres que reverdecen’, programa que le permitió vencer su extrema timidez y crear un emprendimiento ambiental de vinagretas.
- “El mayor regalo que me dio este programa fue conocer el amaranto, una semilla ancestral muy nutritiva con la que preparo todas mis recetas. Ahora me alimento mejor y quiero montar una pequeña huerta en mi casa para sembrar esta planta morada y poderosa”.
Su cabello crespo, corto y pintado de un rubio encendido, resalta entre los campos púrpuras y violetas de las plantas de amaranto de ASOGRANG, una huerta comunitaria de la localidad de Ciudad Bolívar que conoció a finales del año pasado.
Soley Durán, nacida hace 42 años en Buenaventura, municipio del Valle del Cauca, se la pasa metida en este terruño del sur de Bogotá sacándole las semillas negras y diminutas a esta planta de tres metros de alto, la cual era considerada por los indígenas muiscas como el alimento de los dioses.
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“Nunca había visto a esta hermosa planta porque no la cultivan en el Pacífico colombiano. Tampoco conocía todos los poderes nutricionales que tiene, como altas concentraciones de hierro y calcio, y menos que era la carne de los vegetarianos”.
La espigada morena quedó enamorada del amaranto desde que ingresó al programa ‘Mujeres que reverdecen’ con el Jardín Botánico de Bogotá (JBB), una iniciativa que le ha permitido fortalecer varias huertas urbanas, parques y jardines de Ciudad Bolívar y Tunjuelito.
“De todas las plantas que he conocido en este programa, el amaranto es definitivamente mi favorita. Al conocer esa explosión de nutrientes que tiene, ahora le hecho esas semillas a todas mis recetas, como arroces, sopas, lentejas, jugos y pescados”.
Las personas que lideran la huerta ASOGRANG, creada hace aproximadamente 16 años por Saulo Benavides, le han enseñado a sacarle las semillas a estas plantas con espigas púrpuras y violetas, un proceso al que Soley quisiera dedicarse de lleno.
“En la maloca que hay en la huerta, una de las mujeres que lideran ASOGRANG me enseñó el proceso para sacar las semillas. Primero se cortan las largas espigas y luego se ponen en unas sábanas pegadas al techo para que se sequen. Cuando están bien secas, las semillas son extraídas con el viento”.
Además de ayudar a sacar las semillas del amaranto y fusionarlas en sus platos del Pacífico, Soley las incluyó en el emprendimiento ambiental de vinagretas que creó en el programa ‘Mujeres que reverdecen’ con la ayuda de los expertos del Jardín Botánico.
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“La profe Diana Castro, ingeniera del JBB encargada de liderar a 30 mujeres de Ciudad Bolívar y Tunjuelito, me ayudó a crear mis vinagretas saludables, productos que elaboro con algunas de las plantas de la huerta ASOGRANG, cilantro, perejil, menta y cidrón que son sembrados de una manera agroecológica, es decir sin químicos”.
Hace poco, Soley decidió aplicar las semillas de amaranto a la vinagreta de cidrón, un experimento que no pensaba que le iba a gustar a la clientela. “Las llevé por primera vez a una feria de emprendimientos en la localidad de La Candelaria. Cuando les di demostraciones a los turistas, todos quedaron maravillados con el sabor”.
Su hijo menor, Santiago, con quien vive en el barrio Jerusalén de Ciudad Bolívar, también quedó flechado con las semillas de amaranto. “Cuando hago arroz, mi hijo siempre me dice que le eche las pepitas negras. También le llevo los cereales de amaranto que venden en ASOGRANG, una huerta donde me gustaría estar por el resto de mi vida”.
Del Pacífico a la nevera
Soley Durán vivió durante 35 años en Buenaventura. Por sus venas corre sangre del Pacífico: su papá nació en el municipio de El Charco (Nariño) y su mamá en la zona de Naya (Valle del Cauca), dos campesinos expertos en la pesca y algunos cultivos.
“Lamentablemente, cuando era niña no me enseñaron a cultivar o pescar porque con mis siete hermanos nos criamos en los barrios urbanos de Buenaventura. Lo que sí aprendí fue a cocinar varios de los manjares del Pacífico y heredé la sazón de mi madre y abuela”.
La morena rubia asegura que tuvo una niñez tranquila, a pesar de que su familia tenía pocos recursos económicos. “Nací en el barrio Mata Siete, pero me crie en San Luis y El Cambio. Mi infancia estuvo libre de conflictos o violencia, pero cuando llegué a la adolescencia todo cambió para mal”.
Según Soley, Buenaventura se convirtió en una zona roja y caliente por el accionar de los grupos armados al margen de la ley y las bandas locales. “Mi hermoso pueblo quedó gobernado por la violencia y la delincuencia. Pero como no había más opciones, nos tocó quedarnos ahí”.
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Con mucho esfuerzo, la bonaverense se graduó como bachiller. Al poco tiempo, cuando cumplió los 20 años, se casó y tuvo a sus dos primeros hijos: Dayana y Juan Sebastián Valencia. “Mis primeros años como madre los destiné a la crianza de mis hijos, ya que mi esposo no me dejaba trabajar”.
Pero como el dinero era escaso, su esposo la dejó trabajar y hacer cursos de manicurista. Soley montó un puesto ambulante en el muelle turístico de Buenaventura, donde vendía jugos, gaseosas y aguas, y también lo trasladaba a varios parques del municipio.
“Mi pareja me puso los cachos y la relación empezó a deteriorarse. Lo perdoné e intentamos seguir adelante, pero el amor se había acabado. Nos separamos y yo me quedé con los dos niños, trabajando en el muelle o haciendo oficio en casas de familia”.
Soley volvió a darse una oportunidad en el amor y tuvo a su tercera hija, Yermany Obregón. “Seguí con el puesto ambulante y haciendo otras actividades para llevarles comida a mis hijos. Así estuve muchos años, hasta que la situación se tornó insoportable”.
Las mafias de Buenaventura comenzaron a pedirle la vacuna para que pudiera seguir con el puesto de bebidas. “La cuota era cada vez más alta y todas las ganancias eran para ellos. Si uno no pagaba la vacuna, esa gente lo mataba”.
Una amiga con la que trabajaba en el muelle y los parques le propuso alzar vuelo hacia Bogotá para buscar una mejor suerte. Se fueron en flota y Soley dejó a sus tres niños al cuidado de su pareja y otros familiares.
“En 2015, hace siete años, llegué a la nevera, específicamente al barrio Jerusalén de Ciudad Bolívar. Fui a varias entidades del Distrito para declararme como desplazada y me aprobaron todos los papeles; me quedé 15 días en la casa de una conocida de mi amiga”.
Luego se trasladó a una pieza donde vivía una de sus hermanas con el esposo. “Los tres dormíamos en una cama chiquita; era eso o dormir en el piso. Conseguí trabajo en un sitio de comidas rápidas vendiendo salchipapas y empanadas, y con el primer sueldo compré una cama y muchas cobijas para soportar el frío”.
La bonaverense arrendó una pieza en el mismo barrio y le dijo a su familia que le mandaran a sus tres hijos. El amor con su segunda pareja había llegado a su fin y Soley se convirtió en madre soltera y trabajadora.
“Primero trabajé en una pescadería y luego una amiga me llevó a una obra de construcción, un trabajo muy pesado pero que saqué a flote. En los pocos tiempos libres hacía oficio en casas y les ayudaba a los niños con las tareas del colegio”.
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En 2017 conoció a un hombre y tuvo una relación fugaz que le dio un nuevo hijo: Dilan Santiago Rodríguez. “Fue un niño colado porque no estaba en mis planes ser madre de nuevo y además estaba planificando. No me organicé con el papá de Santiago porque estaba casado”.
Venció la timidez
Soley trabajó varios meses en la obra de construcción mientras Santiago crecía en su vientre. También pasó papeles en varios programas sociales de Ciudad Bolívar para tener más recursos económicos o mercados.
“Cuando nació Santiago dejé de trabajar en la obra y a los siete meses me metí de vigilante, pero no seguí porque me tocaba ir de domingo a domingo y yo quería criar y cuidar a mi bebé. Me dediqué a hacer oficio en casas de familia”.
En septiembre del año pasado, una amiga del barrio le comentó que la Alcaldía de Bogotá estaba buscando mujeres para reverdecer la ciudad y le envió un link por WhatsApp para que se inscribiera.
“Les compartí el link a varias amigas y a mi hermana. A los pocos días las llamaron a todas del Jardín Botánico para informarles que habían sido seleccionadas como ‘Mujeres que reverdecen’, menos a mí”.
La morena se comunicó con el JBB para averiguar por qué no la habían seleccionado. Le dijeron que tuviera paciencia y que en los próximos días le iban a avisar si estaba dentro del grupo de mujeres que fortalecerían las huertas urbanas, jardines y arbolado de Ciudad Bolívar.
“Y así pasó. Primero me citaron en el Jardín Botánico para firmar un acta de compromiso y me dijeron que tenía que ir el 19 de octubre al salón comunal del barrio Juan José Rondón en Ciudad Bolívar, un sitio muy escondido que casi no encuentro”.
Soley ingresó a un grupo de 30 ‘Mujeres que reverdecen’ de las localidades de Ciudad Bolívar y Tunjuelito, liderado por la ingeniera del JBB Diana Castro. “Al ver a todas esas mujeres se me alborotó la timidez. Aunque soy del Pacífico, me cuesta mucho socializar y me considero una persona bastante tímida”.
Según la vallecaucana, antes de empezar a aprender sobre agricultura urbana, jardinería y arbolado urbano, Castro les hizo varios talleres a las mujeres, como meditación, autoconocimiento y perdón. “Al comienzo me daba pena hasta hablar. Siempre he creído que por mi dialecto del Pacífico la gente no me va a entender y pienso mucho antes de pronunciar una sola palabra. La lengua se me enreda y eso me genera una pena enorme”.
Pero poco a poco, la morena se fue soltando con la ayuda de la profesora Diana y las demás compañeras, “unas mujeres espectaculares que me acogieron muy bien. Logramos crear un grupo muy bonito basado en el respeto, compañerismo y amor propio”.
Las 30 ciudadanas, casi todas madres solteras, han ayudado a reverdecer seis huertas de Tunjuelito y Ciudad Bolívar, como Chihiza-Ie, El Edén, Renacer, ASOGRANG y Años Dorados. “Hemos aprendido mucho sobre las plantas y las formas correctas para sembrar y cosechar”.
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Una de las lecciones que más atesora Soley es el reciclaje de los residuos sólidos, una actividad que desconocía. “Yo no sabía que era reciclar y todo lo botaba mezclado en la misma bolsa. Ahora separo todo en la casa y le enseño a mi hijo Santiago”.
Además de enamorarse de las semillas de amaranto e incluirlas en su emprendimiento de vinagretas, esta vallecaucana aprendió a alimentarse mejor en los seis meses que lleva como ‘Mujer que reverdece’.
“Yo antes no comía ensaladas, solo arroz, papa y yuca. Algunas personas incluso me decían que no comía verduras porque me rompían las tripas. Al conocer todas las hortalizas y plantas de las huertas, las cuales no tienen químicos, decidí incluirlas en mi dieta diaria”.
Ahora tiene en mente montar una pequeña huerta en su casa, para así prepararles platos saludables a sus hijos. “Mis dos hijos mayores ya alzaron vuelo: la mayor está fuera del país y el segundo vive en Medellín, donde le va muy bien. Ahora solo me acompañan la tercera y Santiago, que tiene cinco años”.
En diciembre del año pasado, Soley volvió a Buenaventura por la partida de su abuela. “Me causó una enorme tristeza ver el estado en el que está el pueblo. Por ejemplo, mis familiares viven en una zona de bajamar, donde hacen tiros al aire. Aunque amo a mi municipio no quiero vivir allá ; mi objetivo es seguir trabajando en Bogotá en cosas relacionadas con el medio ambiente”.
Gracias a DIOS por haberle dado esta maravillósa oportunidad a mi Madre, ella es mi más grande orgullo TE AMO MAMI.