• Durante décadas, los habitantes del barrio Mirandela en la localidad de Suba vieron cómo una zona verde palideció por toneladas de escombros depositados por las constructoras.
  • Hace más de tres años, Marisabel Téllez, bióloga y experta en gestión del riesgo y cambio climático, se metió de cabeza en la recuperación del predio y conformó La Llovizna, un colectivo comunitario y ambiental en el que han participado más de 70 personas.
  • El objetivo es consolidar un amplio corredor ambiental y huertero desde la Autopista Norte (carrera 45) hasta la carrera 58. Huertas comunitarias, composteras, viveros y sistemas de captación del agua lluvia, hacen parte de este proyecto agroecológico.

Hace 22 años, Marisabel Téllez y Jaime Romero encontraron el sitio ideal para conformar su hogar: un apartamento en el conjunto residencial Mirandela 6, sitio del norte de la ciudad donde criaron a sus dos retoños, Clara Elisa y Santiago.

Una imagen que veía todos los días desde la ventana le causaba un gran dolor de cabeza, corazón y alma a la madre de la familia, una bióloga de la Universidad Javeriana apasionada por la gestión del riesgo y el cambio climático.

Se trataba de un relleno de escombros con más de tres décadas de vida, un panorama sombrío fruto de la urbanización de la zona por parte de las constructoras y los comportamientos irresponsables de algunos vecinos.

“Las constructoras echaron tierra sobre los escombros y luego sembraron árboles de especies como guayacán de Manizales, eucalipto, sauco y acacia. Sin embargo, el corredor verde se convirtió en el botadero de basura del barrio”, recuerda la bióloga.

Marisabel trató de poner fin a la problemática ambiental de la zona, un corredor que va desde la Autopista Norte (carrera 45) hasta la carrera 58 y que colinda con el patio zonal 191 de TransMilenio.

“Con varios conocidos limpiamos un poco el área que colinda con el conjunto de Mirandela 6 y construimos un camino con varios ladrillos. Sin embargo, el Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) nos dijo que, por ser una zona de reserva ambiental y vial, no estaba permitido hacer ningún tipo de infraestructura”.

Trabajo mancomunado

En 2020, la bióloga tomó la decisión de recuperar el amplio corredor cuando se enteró que el Departamento Administrativo de la Defensoría del Espacio Público (DADEP) iba a emitir una nueva resolución sobre la agricultura urbana agroecológica.

“Comencé a movilizar a la comunidad y propuse montar un huerta agroecológica al lado del conjunto Mirandela 6. Recuerdo que hice muchos afiches, panfletos y publicidad y los pegué en las administraciones de todo el barrio”.

12 vecinos empezaron a intervenir parte del predio, un trabajo que Marisabel cataloga como apoteósico. “El reto era enorme porque todo estaba invadido por pasto kikuyo y ojo de poeta, una de las especies de plantas más invasoras que ahoga a la vegetación nativa”.

Durante varios meses, los ciudadanos retiraron la selva de maleza, una limpieza que dejó al descubierto todos los escombros depositados por las constructoras; este material estaba oculto por la vegetación invasora.

“Antes de montar la huerta debíamos hacer el saneamiento ambiental de la zona. Sacamos una cantidad enorme de escombros y llegamos a llenar 1.600 lonas con piedras y rocas en tan solo una parte”.

Con la limpieza parcial del terreno, Marisabel y sus amigos montaron las primeras cuatro camas o eras sobre 50 centímetros de ladrillos y 20 centímetros de tablas de madera reciclada. “No podíamos sembrar directamente en el suelo por los escombros”.

Con algunos ladrillos, Juan Guillermo Guerrero, habitante de Mirandela 6, lideró la construcción del círculo de la palabra, una estructura que tiene tres hileras en forma de media luna donde la comunidad se sienta a conversar y compartir.

“El paso a seguir fue el compostaje de los residuos orgánicos, como cáscaras de frutas y huevos y el estiércol de las vacas, para producir abonos. Montamos un lombricultivo con lombrices rojas californianas y conseguimos varios tanques para recolectar el agua lluvia”.

El proyecto comunitario debía tener un nombre. Marisabel propuso La Llovizna, un homenaje a Lluvina Dilullo, una amiga y vecina que falleció de cáncer. “Su nombre italiano significa llovizna ligera”.

Luego de cuatro meses de arduo trabajo, el 30 de diciembre de 2020, el DADEP emitió la resolución 361 con la reglamentación de la actividad de agricultura urbana y periurbana agroecológica en el espacio público.

“Como ya teníamos un proceso y demás recibíamos asesoría del Jardín Botánico de Bogotá (JBB), La Llovizna se constituyó en un sitio del espacio público habilitado solo para las actividades de agricultura urbana y agroecología”.

La bióloga mandó a hacer un logo de la iniciativa comunitaria y ambiental, un colibrí con una rama del guayacán de Manizales. También instaló un pendón en el único punto de acceso a la huerta en Mirandela 6.

“La publicidad dice: Agroecología Mirandela – La Llovizna, espacio creado en el marco de la resolución 361 del DADEP; no arrojar basura, colillas de cigarrillo y desechos de las mascotas”, afirmó Marisabel.

Luz verde

El huerto de Mirandela 6 no sería la única actividad que realizaría la comunidad. Según la bióloga, su objetivo siempre ha sido recuperar y conservar el extenso corredor ambiental, el cual colinda con cerca de 49 conjuntos residenciales.

“Nuestro sueño es montar varios huertos a lo largo del corredor, pero conservando las zonas de importancia ambiental como el bosque de Quintas de San Pedro II, el arbolado y la fauna nativa. El ideal es conectarnos con los cerros de La Conejera”.

Marisabel y los 12 vecinos de Mirandela constituyeron el colectivo agroecológico La Llovizna, un grupo que espera aumentar el número de sus participantes con más habitantes de la zona que quieran participar.

“Consolidar huertas y asociarlas al arbolado del corredor, no será fácil. Por ejemplo, tenemos que trabajar en cerca de siete zonas que deben contar con cerramiento; es un proyecto ambicioso donde requerimos de una participación activa”.

Antes de esto, el colectivo debía formalizar la actividad agroecológica a través de los requisitos del protocolo de huertas urbanas y periurbanas en espacio público, un proceso liderado por el JBB.

“En agosto de 2021, cuando el protocolo fue aprobado, comencé a reunir toda la documentación para la solicitud de La Llovizna, como las evidencias del trabajo comunitario, un plan de trabajo y una carta con los nombres de todos los participantes”, informó Marisabel.

Luego de enviar todos los papeles, profesionales del JBB visitaron el huerto y evaluaron los criterios técnicos, ambientales y sociales del proyecto. “El Jardín Botánico radicó todo en el IDU, la entidad administradora y encargada de este espacio público”.

Mientras esperaban la respuesta del IDU, los miembros del colectivo agroecológico continuaron con sus labores diarias en el huerto, es decir sembrando hortalizas, plantando plantas medicinales y haciendo abonos en el lombricultivo que montaron.

El 3 de marzo de 2022, luego de pasar por varios problemas de salud, Marisabel se enteró que la solicitud de La Llovizna había sido aprobada, es decir que el colectivo comunitario y ambiental puede continuar con las actividades agroecológicas.

Con la buena noticia, estos huerteros de la localidad de Suba siguieron reverdeciendo el futuro corredor de las Mirandelas. Por ejemplo, crearon un sitio exclusivo para las plantas aromáticas y medicinales.

“En otras zonas sembramos semillas de perejil liso, rúgula, rábanos y zanahorias y utilizamos envases plásticos para las fresas y ajíes. Luego del protocolo, empezamos a trabajar en la compostera y un pequeño vivero”.

La bióloga también se dedicó a tocar las puertas de los demás conjuntos residenciales para que los habitantes participaran en las otras huertas y áreas ambientales del corredor. “Pero convencer a la comunidad no es para nada fácil”.

Este ambicioso proyecto también incluye el componente social. Según Marisabel, el ideal es que las huertas sean autosostenibles y así poder ayudar a las personas que lo necesiten. “Con los excedentes podemos elaborar jabones, esencias y otros productos para comercializarlos”.

Tres años después…

La Llovizna se consolida cada día más en un colectivo agroecológico que quiere dejar huella en esta zona de la localidad de Suba. La bióloga asegura que luego de recibir el visto bueno por parte del IDU, el proceso ha arrojado muchos frutos.

“Como hemos hecho mucho ruido, han llegado más personas a participar de una manera natural. A mí no me gusta forzar al agricultor; el que se acerca es porque le gusta y quiere trabajar por la naturaleza”.

El año pasado, 77 ciudadanos de varias zonas de Bogotá y todas las creencias religiosas e inclinaciones políticas se vincularon al trabajo agroecológico y ambiental en La Llovizna, la mayoría adultos mayores y pensionados; la huertera mayor tiene 85 años.

“De este total, 18 personas somo fijas y trabajamos casi a diario en el proyecto. Sin embargo, lo más importante es que la comunidad aprendió que este espacio es una zona de mitigación y un corredor ambiental donde la única política y religión es la ecología”.

Entre los proyectos agroecológicos y ambientales más emblemáticos de La Llovizna están los sistemas de composteras y de recolección de agua lluvia para el riego (conformado por varios tanques comprados por la comunidad y algunos donados por TransMilenio) y un vivero que está protegido por un invernadero.

“Participamos en un proyecto de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP) que nos dio las composteras. También gestionamos recursos para comprar una trituradora que funciona con una bicicleta, baldes y balanzas”, informó la líder.

El compostaje es el corazón de La Llovizna. Por eso, Marisabel socializa el proyecto con los habitantes de la zona para cada semana lleven los residuos orgánicos en pequeños baldes con tapa que el colectivo les entrega.

“Acá se pesa, tritura y composta. Queremos que sea un proceso continuo donde alcancemos a producir hasta 200 kilos de compostaje y así ser autosostenibles para las actividades diarias de la agricultura urbana”.

El colectivo ya trabaja en la creación de formatos para consignar toda la información del compostaje, datos que la bióloga le entregará a la UAESP. “Un señor de la zona, al que le decimos el Mono, tiene un Fruver y nos da 100 kilos de residuos orgánicos para el compostaje”.

El año pasado, cuando un fuerte sismo sacudió a Bogotá, el corazón de Marisabel se aceleró cuando escuchó un fuerte golpe que provenía del huerto de Mirandela 6. Se trataba de la caída de un guayacán de Manizales, uno de los árboles más antiguos de la zona, el cual alcanzó a afectar varios de los tanques de agua y el techo de una zona del patio zonal de TransMilenio.

“Menos mal ninguno de nosotros estábamos en el huerto ese día. Como varios árboles quedaron bastante inclinados, llamé a la Secretaría de Ambiente para que analizara el arbolado del corredor. La autoridad ambiental ordenó la tala y poda de algunos: con algunos troncos y ramas hicimos cercas para mejorar las eras de los cultivos y con el material del chipeado cubrimos los senderos para regular la temperatura y los charcos de las lluvias”.

Luego de la emergencia por el temblor, dos biólogas se contactaron con Marisabel y le propusieron ser parte de La Llovizna. Estas docentes e investigadoras jóvenes le ayudarán a concretar varios proyectos nuevos que tiene en mente, como el de orellanas, polinizadores e inventarios de especies.

“Llevamos tres años y ocho meses de trabajo en este corredor. Ya podemos decir que llegamos al punto de inflexión para mejorar los procesos, como los tanques de cosechas de agua lluvias y el vivero para propagar 5.000 plántulas semanales”.

Proyección a futuro

La líder de La Llovizna afirma que este proceso huertero y ambiental es fruto de una articulación entre la comunidad con el Distrito y la empresa privada. En los más de tres años del proyecto, varios aliados han permitido que todo fluya.

“La Alcaldía de Suba, bajo el mandato de Julián Moreno, nos permitió montar estructuras y jalonar recursos a través de tres de sus contratos relacionados con agricultura urbana. El JBB nos ha fortalecido mucho técnicamente y la UAESP nos ayudó con el tema del compostaje”.

TransMilenio ha aportado en mano de obra y algunos insumos para instalar las canaletas de agua lluvia; la empresa Amazon les donó 50 estibas de madera; y la ciudadana María Elvira Naranjo les ayuda económicamente con lo que se necesite.

“Sumando a esto, hacemos vacas para recoger fondos y tenemos una alcancía en forma de marrano que se llama Dominic, la cual nutrimos entre todos. Ahora requerimos del material para el techo de la zona donde guardamos las herramientas”.

Actualmente, la seguridad en el trabajo es uno de los componentes que Marisabel lidera y fortalece. Esto se debió a la caída del frondoso guayacán de Manizales y varios accidentes leves con el manejo de las herramientas.

“Ya estamos utilizando guantes y gafas y compramos un botiquín por si se llega a presentar un accidente. El objetivo es que cada zona del huerto, como la de compostaje, herramientas y vivero, cuente con estos equipos”.

Con el huerto de Mirandela 6 bastante consolidado, la bióloga considera que cada vez se acerca más el momento de empezar a trabajar en las otras seis zonas de este corredor ambiental y huertero del norte de la ciudad.

“Vamos a desarrollar un proceso de agroecológica que contará con la programación de cada cuánto vamos a germinar semillas para tener plántulas y rotación de cultivos. El vivero de Miranda 6 nos va a permitir contar con el material para las otras zonas”.

Según Marisabel, en la zona contigua a Mirandela 3 ya se han hecho actividades como la poda del pasto kikuyo, algunos cerramientos con materiales gestionados por la comunidad y la creación de una puerta para el ingreso.

“El objetivo es replicar en las otras zonas la mayoría de procesos que hemos hecho en el primer huerto. Sin embargo, antes de eso necesitamos que la autoridad ambiental revise el estado del arbolado; algunos están en riesgo y otros requieren de poda”.

El retamo espinoso está totalmente aferrado en las zonas verdes de las Mirandelas 3 y 4, una planta invasora que debe ser retirada y manejada por la Secretaría de Ambiente. “Además, en Mirandela 5 varios ciudadanos plantaron unos árboles que están generando daños”.

Los escombros enterrados en las otras zonas son un tema de suma urgencia. Para Marisabel, es necesario sanear todo el terreno para luego aplicar el suelo que sale de las composteras y finalmente poder sembrar.

“Si en Mirandela 6 sacamos 1.600 lonas de escombro, en las demás áreas este material será más numeroso; ya hemos visto una gran cantidad de inodoros, sofás y rocas de gran tamaño enterrados e incluso invasión al espacio público”.

Los nuevos retos de La Llovizna necesitan de muchas manos amigas. Por eso, el Jardín Botánico inició una serie de cursos de agricultura urbana para que los demás ciudadanos del sector participen en las actividades del colectivo.

“El ideal es pegarlos al proceso para que se queden y por eso estamos trabajando de la mano con la Escuela de Agricultura Urbana de Suba. Nos va a tocar trabajar los fines de semana, pero de una forma rotativa y por turnos”.

La actividad más cercana será realizar recorridos por todo el corredor para que la gente aprenda sobre las propiedades, funciones y características de las coberturas vegetales presentes, en especial los árboles.

“Debemos mirar los espacios ambientales de Suba con otros ojos. Todas las personas que hacemos agricultura urbana en un bosque somos parte del ecosistema, es decir un componente más”.

La comunidad estudiantil también está en el radar de la bióloga. Quiere que varios colegios visiten el corredor para que tengan la posibilidad de sembrar sus propios vegetales y aprendan sobre el compostaje.

“Con la Universidad UDCA vamos a generar una alianza para que sus estudiantes puedan hacer los trabajos de grado o prácticas. El mayor reto es robustecer y fortalecer cada uno de los proyectos que hemos liderado”.

Semillas y trueques

Marisabel sueña que La Llovizna cuente con una gran participación de adultos mayores, en especial los que tienen raíces campesinas para vuelvan a poner en práctica todo lo que aprendieron en el pasado en el campo.

“Una señora vino hace poco y me dijo que una de las plantas que tenemos en el huerto es muy utilizada en Santander para hacer los huevos batidos. Se trata de la guaca, un tesoro que no conocía y es deliciosa; hay mucha gente con conocimientos muy valiosos”.

La bióloga le solicitó al JBB un taller de gastrobotánica y transformación para que la comunidad conozca nuevos usos que se le pueden dar a las plantas de los huertos. La meta es aprender a hacer extractos, aceites, aromáticas deshidratadas e incluso vino.

“La comunidad de las Mirandelas es muy variada y diversa. Muchas personas están interesadas en aprender a preparar platos gastronómicos sofisticados y por eso vamos a hacer más cursos con el JBB donde las plantas de nuestro primer huerto serán las protagonistas”.

La líder ambiental y social le acaba de proponer un nuevo proyecto a la Red de Agricultores Urbanos de la localidad de Suba, un grupo conformado por más de 186 huertas comunitarias, caseras e institucionales.

“Vamos a apadrinar huertas aprovechando las potencialidades de cada proyecto. Por ejemplo, les ayudaremos a las huertas pequeñas a montar sus infraestructuras a cambio de recibir conocimientos ancestrales de las semillas”.

Como La Llovizna tiene experiencia en compostaje y recolección de agua lluvia, Marisabel va a compartir esos conocimientos con sus colegas huerteros. “Hay que fortalecer esos procesos comunitarios y siempre pensar en red”.

Un futuro banco de semillas la tiene bastante motivada. Por ejemplo, no conoce otro huertero que cuente con semillas de quinua negra, un regalo que le dio un agroecólogo venezolano que visitó su proceso.

“Ni Carmen González, una de las huerteras más antiguas e icónicas, tiene esa semilla. Ya llevamos cuatro generaciones de semillas de cilantro y perejil, es decir que en la octava vamos a contar con semillas limpias”.

La casa de la guaca y quinua negra será el posible nombre para este reservorio de productos ancestrales. Un profesional del banco de semillas del Jardín Botánico los está asesorando para aterrizar ese nuevo sueño.

“La Llovizna es un proyecto agroecológico, ambiental y comunitario de largo plazo. En los más de tres años que llevamos ya hemos cosechado varios frutos, pero no vamos ni por la mitad. Mi llamado siempre será a que más personas se vinculen para lograr transformar todas las zonas de este corredor de la localidad de Suba”, concluyó la bióloga.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá