- Martha Cubillos es una de las mujeres de la localidad de Suba que lleva más años dedicada a sembrar la semilla de la agricultura urbana.
- Hace dos décadas montó una huerta en el patio de su casa, ubicada en el barrio Taberín, y la convirtió en un proyecto comunitario de educación ambiental.
- Se trata de Agrovid, un grupo de 50 personas de diferentes profesiones y talentos que lideran actividades agroecológicas, terapéuticas y de seguridad alimentaria con niños, jóvenes y adultos mayores.
Taberín, un barrio de la localidad de Suba ubicado en lo más alto de un cerro donde aún sobrevive el verde de cientos de pinos y eucaliptos que han sido testigos de la historia del territorio, tiene su propia leyenda huertera.
Se trata de Martha Cubillos Cubillos, una mujer de estatura baja, piel trigueña y temperamento fuerte que lleva dos décadas inculcando el arte de la agricultura urbana a los niños, niñas, jóvenes y adultos mayores.
“En 1998, con la ayuda de varios amigos de diferentes profesiones y talentos, le dimos vida a una huerta en el patio de mi casa que se convirtió en Agrovid, un proyecto comunitario dedicado al tejido social; somos una familia de confraternidad de más de 50 personas”.
Cuando la ven caminar con su bastón por las calles empinadas del sector, algunos vecinos le preguntan si tiene lechugas, acelgas, tomates, tallos, pepinos o fríjoles para vender. También le mandan saludos a Elina Cubillos, su mamá de 91 años.
“Agrovid va mucho más allá de sembrar y cosechar en comunidad. Acá hacemos procesos de terapia ocupacional con personas desde la primera infancia hasta el adulto mayor, algunos de ellos con discapacidad”.
Desde la terraza de su casa, una edificación de tres pisos donde vive con su mamá hace 35 años, se puede ver una panorámica del noroccidente de la ciudad y el tejado del invernadero que protege los cultivos de la huerta.
La coraza de Martha desaparece cada vez que observa el sitio de trabajo de Agrovid, una familia comformada por universitarios, campesinos y profesionales de enfermería, trabajo social, medicina alternativa, odontología, ingeniería y biología.
“No puedo evitar sentir nostalgia por este proceso que suma 26 años y el cual le ha transformado la vida a muchos ciudadanos. Me siento feliz porque a través de la agricultura urbana hemos mejorado la calidad de vida y rescatado valores y saberes ancestrales”.
La vida antes de la huerta
Martha nació el 31 de agosto de 1958 en Bogotá. Es hija única, no habla de su papá y doña Elina, su mamá, siempre ha sido su gran compañía. Sin embargo, las raíces campesinas de su progenitora no le llamaron mucho la atención durante su niñez y adolescencia.
“Mi mamá nació en Fusagasugá y es experta sembrando hortalizas y todo tipo de plantas. En los barrios donde vivimos, como San Miguel, Cedritos y El Batán, ella montó su huerta; a mi no me gustaba y le decía que parecía un monte”.
A los 17 años recibió una noticia que define como el mayor golpe de su vida. Fue diagnosticada con menopausia, es decir que no iba a poder tener hijos; por eso tomó la decisión de hacerle el quite a las relaciones amorosas.
“Esquivé tener amores y rechacé buenos partidos, como varios médicos e ingenieros. El no poder ser madre, sumado a otros golpes de la vida que prefiero no recordar, me volvieron una mujer cruda, prepotente, irónica y a veces hiriente”.
Al graduarse como bachiller, Martha inició su vida laboral en un laboratorio farmacéutico como recepcionista. En los 10 años que estuvo allí, pasó por otras dependencias como facturación y costos.
“Luego trabajé en empresas de salud, petróleo, flora, arte, comunicaciones e ingeniería mecánica, donde adquirí muchos conocimientos. Manejé varios temas logísticos en Corferias y así nació una bonita amistad con ellos”.
En 1989, cuando trabajaba en una de las cadenas radiales más importantes del país, Martha y su mamá llegaron a Taberín, barrio ubicado en el cerro sur de Suba. Doña Alina inmediatamente llenó el patio de la casa con algunas hortalizas y plantas medicinales.
“Mi mamá se hizo muy amiga de una vecina. Uno de sus hijos me empezó a cortejar y tomé la decisión de darme una oportunidad en el amor. Nos casamos y fui a varios médicos para ver si había oportunidad de ser madre: todos me dijeron que genéticamente no podía concebir”.
El sueño de ser madre
La única opción para cumplir el sueño de ser madre era adoptar. Cuando trabajaba como asistente de odontología en la empresa Unión Médica del Norte, el dueño le propuso que se hiciera cargo de una niña pequeña.
“Me ilusioné mucho, pero mi esposo no estaba de acuerdo. Un hermano de mi mamá me dijo que le criara y educara a uno de sus hijos, pero la idea tampoco le sonó a mi pareja. El matrimonio llegó a su fin a los cuatro años de casados”.
Sin embargo, el haber estado casada sí le permitió cumplir su gran sueño. Claudia Romero, la sobrina de su exesposo, empezó a visitarla cada vez más y Martha prácticamente la crio; le dio todo el amor que guardaba su lastimado corazón.
“Ella se convirtió en la hija que biológicamente no pude tener. No fue una adopción formal porque ella tiene su familia, pero casi todos los días de la semana se la pasaba en mi casa y así se convirtió en mi gran compañera”.
Para sobrevivir, Martha empezó a cuidar a una persona con Alzheimer, un trabajo duro que la motivó a estudiar enfermería. “Debido a la experiencia que adquirí con ese trabajo, me homologaron varios semestres”.
Claudia la ayudada con las tareas y poco a poco fue captando los conocimientos de su madre de vida. “Ella estudió conmigo y le propuse que hiciera esa carrera. Al comienzo no le gustaba y la verdad creo que lo hizo casi obligada”.
Huertera y líder
En 1998, Martha se metió de lleno al trabajo social en Taberín, un barrio de estratos bajos y con una población vulnerable. Comenzó a participar en la Junta de Acción Comunal e incluso hizo campaña para ser edil.
“Claudia fue mi asistente y también se enamoró del trabajo por la comunidad. Aunque no ganamos por una diferencia mínima de votos, fue una gran experiencia que me permitió conocer más gente en el barrio”.
Algunas amistades le propusieron consolidar una huerta comunitaria agroecológica en el patio de su casa, un terreno amplio donde su mamá sembraba y tenía varios arbustos de duraznos y manzanos.
“A través de la JAC nos comunicamos con el Jardín Botánico de Bogotá (JBB), entidad que empezaba a trabajar el programa de agricultura urbana en la ciudad. Recibimos asesoría e insumos y poco a poco le fuimos dando forma a una huerta donde no utilizamos químicos”.
Un técnico del barrio le ayudó a montar un invernadero en el patio. Martha gestionó recursos para comprar el plástico y la madera. “Varias personas participaron en el montaje de la huerta. Yo no podía sola porque no tenía ni idea de sembrar”.
Por ejemplo, la líder social recuerda que le tenía pavor a las babosas y lombrices y sentía algo de asco al coger la tierra húmeda. Jesús Moreno, un pensionado de la Embajada de Canadá, fue el que la convirtió en huertera.
“Él me enseñó a manejar la pala y el azadón y me contó sobre las propiedades de varias de las hortalizas y plantas medicinales. Jesús se convirtió en el papá que nunca tuve y otro abuelo para Claudia”.
Con muchas manos amigas, el patio de la casa se consolidó en una huerta comunitaria con más de cinco eras donde se siembra tomate, acelga, ají, tallos, hierbabuena, pepino, apio, frijol, kale, quinoa y varias plantas medicinales y aromáticas.
Proyecto social y ambiental
Martha no solo quería sembrar y cosechar en la huerta. Su objetivo era consolidar un proyecto de tejido comunitario con las personas que comparten su amor por la naturaleza y el trabajo social.
“Así nació Agrovid, palabra que significa la vida del agro. Es una unidad productiva polifacética que busca mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y rescatar los valores perdidos y saberes ancestrales del territorio”.
Este grupo está conformado por más de 50 personas campesinas, universitarios y profesionales del medio ambiente, cocina, alfarería, diseño gráfico, medicina tradicional y alternativa, odontología, enfermería, cosmetología, terapias, trabajo social, biología, química e ingenierías.
“Somos una familia de confraternidad dedicada al tejido social a través de la agricultura urbana y la terapia ocupacional. Trabajamos con niños, jóvenes, adultos mayores y personas con discapacidad auditiva, cognitiva y visual”.
En la huerta se dictan talleres de alelopatía, reciclaje, recuperación de residuos orgánicos, compostaje, seguridad alimentaria, lombricultivos, semilleros, conservación de semillas y transformación de algunas hortalizas y plantas medicinales.
“Estos cursos teóricos y prácticos nos han permitido capacitar a varias personas a nivel local y departamental. Algunas han consolidado emprendimientos ambientales que hemos presentado en mercados verdes y ferias locales, distritales y nacionales”.
Según Martha, Agrovid ha sacado adelante 10 proyectos productivos por medio de alianzas comunales e institucionales. Además, un grupo de 50 estudiantes de la Universidad Javeriana los visita dos semanas cada año para hacer diferentes procesos sociales y ambientales.
“Ellos tienen un programa de reinserción y por eso cada año vienen a este cerro a hacer un intercambio de experiencias e interactuar con las comunidades más vulnerables. Esta ha sido una experiencia muy enriquecedora”.
Desde 2008, Corferias les brinda la oportunidad de participar en varios de sus eventos presenciales y virtuales a nivel nacional. Según la huertera, esto les ha permitido obtener nuevos conocimientos y aprender técnicas más avanzadas.
“Los lazos que tengo con ellos han fortalecido mucho a Agrovid, una familia que ya tiene 26 años de vida y donde han pasado muchas personas de todas las edades. Corferias es una ventana para que conozcan nuestros proyectos”.
Muchas manos amigas
Este proyecto de agricultura urbana y tejido comunitario de dos décadas ha contado con varias manos amigas. Entre las institucionales están el Jardín Botánico, la Alcaldía Local de Suba, el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) y el Hospital segundo nivel de Suba.
“También nos han apoyado fundaciones como Síntesis, Fumpabi, Fumplaneco, Asodesam y Huellas y Saberes. Entre nuestros aliados están la Universidad Javeriana, Universidad Nacional y Corferias”.
A Martha se le quiebra la voz cuando pasa las páginas de un álbum que tiene la reseña histórica y varias fotografías de los 26 años de Agrovid, un trabajo hecho por Claudia que también la hace llorar.
“Hemos perdido a varias personas de esta gran familia de confraternidad. Mi maestro y padre, Jesús Moreno, ya no puede venir a la huerta debido a problemas de salud. Nos dejó muchas enseñanzas y sé que siempre será parte del proyecto; no verlo me causa mucha tristeza”.
Al ver las fotografías de Lucy Pantoja, Edmundo Zamudio y Aurora, la líder de Agrovid rompe en llanto. “Ellos ya no están en este mundo. Aunque me causa una infinita nostalgia, se que todo su legado y cariño siempre nos acompañarán”.
Para Martha, Agrovid ha sido un proyecto de enseñanza que no busca recibir, sino dar. “Todo está basado en el tejido social y en compartir los saberes que todos tenemos. Cada uno tiene un talento especial: por ejemplo, Nélida Quintero se encarga de hacer talleres de reflexología oriental”.
El futuro de esta familia huertera está en las semillas que han sembrado en las nuevas generaciones. Tal es el caso de Claudia, la hija que la vida le dio a Martha, y sus dos hijos.
“Jesús Manuel, su hijo mayor, ha sido testigo de todo el proceso. En el álbum hay fotos de él cuando era bebé, niño y ahora adolescente. Creo que el legado de Agrovid va a seguir con ellos cuando nosotros ya no podamos y le van a inyectar sus nuevos pensares e ideologías”.