- Johanna Marinkelle, una psicóloga, artista, ambientalista y amante de las plantas, lleva más de 10 años cuidando la huerta que montó en el patio de su casa, ubicada en el barrio Alhambra de la localidad de Suba.
- Esta madre de tres hijos asegura que no existen las malas hierbas y que cada pedazo de verde tiene su propósito. “Por eso, mi huerta es una selva rústica donde todo nace donde quiera”.
- Crónica de una huertera que se enamoró de las plantas en uno de los humedales más biodiversos de Bogotá y gracias a las lecciones de su padre, un médico y científico holandés.
Nació en Bogotá y gran parte de su niñez la pasó en el barrio Ilarco, una zona residencial de la localidad de Suba donde sus padres llenaron de verde el patio de la casa familiar con plantas de varias especies con múltiples propiedades medicinales.
“Mis padres adoraban las flores y los pájaros. Mi papá era un médico y científico holandés y mi mamá una valluna experta en el arte de cocinar, por lo cual sembraron muchas maticas tanto en la casa como en la finca que teníamos en Pandi; ese era el descanso de mi padre luego de sus clases e investigaciones en la universidad”, recuerda Johanna Marinkelle.
Aunque se la pasaba jugando con sus hermanos en el reverdecido patio de la casa, su amor profundo por las plantas nació en una esponja hídrica del norte de la ciudad, un ecosistema que los muiscas nombraron Itzatá, el dominio sagrado de la princesa del agua.
“Conocí el humedal Córdoba cuando era muy pequeña y enseguida me enamoré de sus plantas y árboles. También quedé maravillada con la gran cantidad de aves que sobrevolaban por el espejo de agua y el canto de las ranas bajo la luz de la luna”.
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Johanna recuerda que en esa época el humedal Córdoba, ubicado en la localidad de Suba, no estaba tan fragmentado como hoy en día. Debido a la construcción de corredores viales como la calle 127 y las avenidas Córdoba y Suba, sus 40,5 hectáreas quedaron distribuidas en tres sectores.
“En mi infancia no estaba presente el puente de cemento que hay sobre el humedal por la Avenida Suba. En esos años, en el río Molinos podíamos ver una cantidad enorme de renacuajos”.
La curiosa niña visitaba el humedal con sus hermanos y amigos del barrio. Uno de sus sitios favoritos era el parque del Oso, donde se sentaba durante horas a apreciar el verde de las plantas y escuchar el canto de las aves.
“Me conecté profundamente con el humedal, tanto así que todas las noches soñaba con sus plantas, aves y ranas. Recuerdo que un día nos metimos por un sector donde apareció una nube de pájaros hermosos”.
Lecciones de vida
Cada vez que regresaba del humedal a la casa, Johanna conversaba con su papá y le contaba sobre las plantas y animales que observaba. En esas tertulias ambientales, su progenitor le dio una lección que atesora en su mente y corazón.
“Mi papá, que sabía mucho sobre las enfermedades tropicales que les transmiten los animales a los humanos, me dijo que las llamadas malas hierbas tienen propiedades especiales. Como yo veía tantas de esas plantas en el humedal, esa lección me marcó”.
Por cuestiones laborales, su padre tuvo que mudarse a Cartagena. Sin embargo, Johanna no se desprendió de la biodiversidad del humedal Córdoba que tanto la había maravillado desde niña.
“En esa época comencé a pintar las plantas que recordaba del humedal, un ecosistema que con el paso de los años se vio afectado por la acelerada urbanización y la presencia de vertimientos y aguas residuales”.
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En la capital de Bolívar también recordaba la casa donde pasó su niñez, un lugar que su madre llenó con muchas plantas de jardín y una amplia diversidad de hortalizas, aromáticas y medicinales.
“Soñaba con volver a la casa y recorrer el humedal, un sitio que para mí representa toda mi niñez. En Cartagena estuvimos tres años y nos regresamos a Bogotá, donde estaba mi mamá, pero a vivir al barrio Tierra Linda, en la Autopista Norte con calle 128”.
En el nuevo hogar, uno de sus hermanos que también tenía un gran amor por las plantas y el humedal, hizo una granja en el patio. “Tenía gallinas, curíes y quería un caballo. En esos años alquilaban caballos por la zona y nosotros íbamos a cabalgar”.
La familia regresó a Ilarco luego de dos años de vivir en Tierra Linda. Johanna, ya adolescente, fue la más feliz del mundo por volver a ser vecina del humedal Córdoba. “Nuestra conexión seguía intacta. Aunque vi muchas aves y plantas, evidencié que estaba muy afectado por las aguas residuales de las nuevas edificaciones”.
Épocas estudiantiles
Cuando se graduó como bachiller, Johanna tuvo un gran dilema para escoger su carrera. Primero pensó en estudiar botánica debido a su pasión por las plantas y luego quiso convertirse en artista.
“Muchas personas me dijeron que hiciera una ingeniería para tener más plata en el futuro. Sin embargo, un profesor me aseguró que ese no era mi camino y que yo tenía más perfil de psicóloga”.
Se matriculó en psicología en la Universidad de los Andes y luego de graduarse trabajó varios años en el área organizacional de algunas empresas. “Mi amor y conexión con las plantas me llevó a hacer una maestría en gestión ambiental en la Universidad Javeriana”.
Johanna logró mezclar sus dos pasiones: la naturaleza y las relaciones humanas. Sin embargo, no abandonó la pintura, una actividad que le permitía comunicar y plasmar sus emociones en forma de arte.
“Mi papá siguió siendo mi gran maestro. Nos trasnochábamos muchas noches conversando sobre las plantas y los animales; no me he conectado con un adulto como él y aún tengo muchos de sus libros aún sin leer por falta de tiempo”.
Al cumplir los 30 años, Johanna decidió formar su propio hogar. Con su pareja se fue a vivir al barrio Batán e hizo una pausa en su vida laboral para convertirse en madre, un sueño que la perseguía desde hace años.
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“Primero llegaron un par de gemelos hermosos y al poco tiempo otro niño hermoso. Ser madre me dio muy duro porque yo era una mujer libre en todos los sentidos, pero tomé la decisión de ser mamá de tiempo completo. Me alejé de mis intereses personales y laborales”.
Cuando sus hijos crecieron un poco, Johanna trató de retomar su vida laboral. Sin embargo, no encontró opciones que le permitieran trabajar y estar pendiente de sus tres retoños. “Para una madre no es fácil dar con un trabajo formal que te deje tiempo para la familia; ser mamá no sirve en la hoja de vida”.
Casa de sus sueños
La nueva familia se mudó a un edificio del barrio Puente Largo, un sitio cercano al humedal Córdoba. Aunque el apartamento era amplio y cómodo, cuando los tres hijos varones crecieron Johanna y su pareja se percataron que era el momento de buscar una casa.
“Hace 12 años empezamos a buscar casas por el sector, ya que yo quería seguir visitando el humedal que me enamoró de niña. Un día, en una caminata con toda la familia, dimos con un sitio en el barrio Alhambra”.
La nueva morada de dos pisos tenía un patio amplio donde los primeros dueños sembraron plantas de jardín y aromáticas. “Inmediatamente me enamoré del sitio porque iba a poder cumplir un sueño: montar una huerta con los consejos de mi papá”.
Diosme, cidrón, romero, menta, sábila, ruda, incienso y muchas rosas y helechos, decoraban el lugar. Otra cosa que la enamoró de la casa fueron los dos sietecueros del antejardín, árboles que siempre quiso tener.
“Tengo plantas que cuidar”, fue lo primero que pensó Johanna, una nueva actividad que iba a mezclar con la crianza de sus hijos y su trabajo como independiente en finca raíz. “Por el tiempo no pude empezar de una a darle una nueva forma a la huerta”.
Durante los primeros años en la casa de Alhambra, el patio se convirtió en el sitio de juegos de los tres hijos. “Estaba pendiente de que no afectaran a las plantas que ya había y decidí plantar una buganvilia”.
Con el paso de los años y cuando sus hijos dejaron de jugar fútbol en el patio, Johanna se propuso mejorar el terreno para luego convertirlo en la huerta casera de sus sueños, un espacio donde pudiera sembrar varios alimentos para la familia.
“Lo primero fue deshierbar varias plantas que se habían regado por todo lado, como el incienso, y luego comencé a sembrar una que otra planta, como fue el caso del plátano y un manzano. Mi mamá, que siempre ha tenido huerta, fue una de las que más me aconsejó”.
Huerta rústica
Según Johanna, uno de los objetivos de la huerta era investigar o conocer más a fondo las malas hierbas que su papá le había presentado cuando era niña. Por eso, en una época no le metió la mano al terreno.
“Aprendí que no todas son malas hierbas; eso depende del contexto. Luego de deshierbar durante varios meses, tres especies me dieron una lucha dura: la primera fue una con forma de estrella y espinas, la cual se regaba por todo lado y me tocó dejarla aislada en un sitio”.
La ortiga también hizo estragos porque se riega con facilidad y bajo ella no crece nada. “La tengo controlada en un punto porque tiene usos medicinales increíbles, como depurar y combatir las alergias; también sirve para hacer los purines que controlan las plagas”.
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La otra planta que le ha costado bastante trabajo controlar es la verbena. “Deshierbar el monte que forma es muy complicado. Sin embargo, también la dejé en una zona porque tiene varios usos y sus flores son hermosas”.
La nueva huertera tomó la decisión de no quitar definitivamente las plantas arvenses o las llamadas malas hierbas. “Aunque no se el uso de la mayoría, ellas si lo saben y por eso las dejo. Mi huerto es un terreno rústico y salvaje donde las plantas nacen donde quieran”.
En sus pocos tiempos libres, Johanna comenzó a investigar sobre plantas y descubrió que algunas presentan asociaciones increíbles. “La lavanda se pone negra con la ortiga y a otras se les tuerce el tronco cuando están cerca del romero”.
Un profesional del Jardín Botánico de Bogotá (JBB) que visitó su huerta le comentó sobre otras asociaciones. “La zanahoria y el cilantro se llevan bien: primero sale el cilantro y da cosechas enormes y luego aparece la zanahoria a ras de suelo. El maíz y el frijol también están conectados”.
Sin hacer una erradicación total de las malas hierbas, Johanna empezó a sembrar nuevas hortalizas en la huerta, como un repollo al que solo le quita las hojas y varias acelgas que han dado muchas semillas.
“La abundancia de la tierra y la comunicación que hay entre las plantas son maravillosas. Por eso, tomé la decisión de guardar las semillas en tarros para hacer un banco en el futuro y así contar con estos alimentos”.
El terruño rústico y salvaje, que bautizó como ‘La huerta de Joha’, supera las 50 especies de plantas, como barbasco, manzanilla dulce y amarga, lavanda, amaranto, ruda, sígueme, hierbabuena, romero, mora, frambuesa, acelga, repollo, suelda con suelda, uchuva, orégano, granadilla, zanahoria, menta, mejorana, cidrón, mirto y sábila.
Laboratorio de aprendizaje
Johanna asegura que las plantas de su huerta son sus maestras, tesoros que la convirtieron en una agricultora urbana. “Este terruño de mi casa es un laboratorio de aprendizaje y experimentos”.
Por ejemplo, aprendió que el agua donde prepara los frijoles y las lentejas sirven para que la tierra sea más fértil, y que algunas plantas crecen más vigorosas si tienen a su lado pepas de aguacate.
“En una época sembré maíz y con ese cultivo experimenté bastante. Evidencié que compite mucho por el espacio y la luz y en una ocasión un maíz que llegó a un tamaño grande, se desplomó”.
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Uno de los recuerdos que más atesora es una calabaza que apareció por obra de los pájaros. “Yo no había sembrado sus semillas y de repente una parte de la huerta quedó cubierta por las hojas de la planta y salió una calabaza naranja enorme”.
Cuando la podó porque había cubierto toda la menta, la calabaza se resintió y murió. “Yo creo que me escuchó cuando dije que era una especie invasora. Hay que aprender a manejar bien las plantas, como desviarlas hacia las paredes; así hice con la mora y la granadilla”.
“Las plantas de mi huerta crecen, invaden, aparecen y desaparecen. Sueño con hacer un libro con todos los aprendizajes y hacer talleres con niños y jóvenes para que aprendan sobre los poderes de las plantas”.
La pintura también ha estado presente en el proceso agroecológico de la huerta: la casa de Johanna está llena de cuadros de plantas y naturaleza, “una inspiración que me llega luego de contemplar y estudiar la biodiversidad durante horas”.
Nutrir el suelo
Con la asesoría de varios profesionales del Jardín Botánico, Johanna aprendió a hacer compostaje con los residuos orgánicos que salen de su cocina, como las cáscaras de frutas, verduras y huevos.
En la huerta tiene varios baldes plásticos tapados donde deposita estos desperdicios, un material que luego de varios meses se convierte en el abono que le aplica al suelo para que las semillas germinen.
“La huerta para mí no solo es sembrar y cosechar alimentos agroecológicos sin ningún químico. El espíritu de este terruño es nutrir la tierra y completar el ciclo del suelo, es decir reutilizar los alimentos que consumimos para que este recurso siga con vida”.
Según Johanna, una huerta con suelo de mala calidad repercute en todas las plantas. “Ellas están conectadas por debajo. Si alguna planta está enferma o mal nutrida por un mal suelo, las demás se van deprimir porque todas comparten el alimento”.
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Esta huertera asegura que todos los seres humanos tienen que aprender a hacer compostaje. “Nutrir la tierra debería ser una obligación, no es solo comer y arrojar los desperdicios a la basura. Por ejemplo, el pasto es uno de los elementos más fáciles de compostar y son pocos los que lo hacen”.
Esta amante de las plantas se indigna cada vez que ve a algún jardinero botar a la basura las hojas que caen de los árboles y conforman tapetes de colores tierra en los parques. “La hojarasca es vital para el suelo”.
Emprendimiento verde
Las plantas medicinales y aromáticas son las grandes protagonistas de la huerta de Johanna, cultivos que comenzó a fortalecer desde que el médico de la familia se lo recomendó para combatir las enfermedades de sus hijos.
“Nuestro médico es experto en las propiedades de las plantas medicinales, un conocimiento que ha adquirido de varios grupos indígenas. Cuando empecé a sembrar varias de estas plantas dejé de ir tanto a urgencias porque solo bastaba con hacer infusiones”.
Poco a poco, Johanna fue nutriendo su mente con nuevos aprendizajes sobre las plantas medicinales que encontraba en libros o con otros expertos en botánica. “Estudié mucho sobre aceites esenciales, sembré varias plantas medicinales que traje del Jardín Botánico de Cota cuando lo acabaron y pensé que debía hacer algo con eso”.
Como en su huerta contaba con la materia prima suficiente, Johanna decidió vender plantas medicinales en algunas ferias de la localidad de Suba, un nuevo emprendimiento que fusionó con su espíritu de artista.
“Empecé a vender puchos de plantas medicinales decorados con mi arte. La gente se acercaba a preguntar sobre el emprendimiento, pero eran pocos los que compraban. Eso me causó mucha tristeza porque sembrar es una actividad de mucho trabajo”.
Sin embargo, la nueva emprendedora no se desmotivó y prefirió mejorar su negocio verde. Compró varias bolsitas artesanales hechas con cabuya para meter los puchos de las plantas medicinales e hizo figuras de tortugas con cáscaras de naranja para decorar el stand de las ferias que visitaba.
“Mi emprendimiento es de aromaterapia (bolsitas solo para oler) y plantas para hacer infusiones. El objetivo de mi nuevo negocio es llevar salud a la gente y dejar el mensaje de nutrir la tierra; no es solo tomarse una aromática, sino tener conciencia de cuidar el espíritu”.
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Hace poco, Johanna fue una de las huerteras invitadas al Mercado Campesino Agroecológico del Jardín Botánico “Bogotá es mi Huerta”, donde sus bolsitas de plantas aromáticas deleitaron a varios de los visitantes.
“Allí conocí a otros huerteros e intercambiamos experiencias y conocimientos. Mi puesto fue uno de los que más llamó la atención porque siempre decoro todos los productos minuciosamente. A todas las personas con las que conversé les dije: cuidar las plantas es vital, sin animales se puede vivir, pero sin plantas no”.
Su casa es la oficina del nuevo emprendimiento, el cual arrancó formalmente en diciembre del año pasado. Allí cosecha las plantas medicinales, las lava, las deja secar y las empaca en las pequeñas bolsas artesanales.
“El valor agregado es el arte: cada bolsita está perfectamente decorada y ahora tengo proyectado fusionar mis dibujos en las bolsitas. El nombre del emprendimiento aún está en fase de creación: quiero que fusione la salud, la tierra y el arte”.
Córdoba: siempre presente
Todos los días, sin falta alguna, Johanna recorre su huerta. Asegura que siempre hay algo que hacer, ya sea deshierbar, sembrar, recoger semillas, aplicar abono o cosechar alimentos o las plantas medicinales de su emprendimiento.
Ámbar, una perrita criolla que siempre la acompaña, también comparte el gusto por las plantas. “Como le gusta estar metida en la huerta me tocó cerrar la zona para que no ingrese; los cultivos y la tierra se estaban afectado por las acciones de mi perrita”.
Cada vez que ingresa a la huerta, Johanna no puede evitar transportarse a su niñez en el humedal Córdoba, un ecosistema que atesora y el cual no pudo visitar durante los meses más críticos de la pandemia del coronavirus.
Según la Fundación Humedales Bogotá, Córdoba es el humedal con mayor cantidad de especies de aves en la ciudad, 155 en total. También alberga 125 especies de árboles, más de 25 de arbustos y 79 de plantas acuáticas.
“Este humedal siempre estará presente en mi corazón y alma porque allí fue donde nació mi amor profundo por las plantas. Por eso, cada vez que siembro una semilla, veo germinar una planta o aprecio las aves y mariposas, me transporto a ese pulmón tan hermoso de la localidad de Suba”.
Su padre, quien ya falleció, también hace parte de su huerta casera. “Lamentablemente mi papi no alcanzó a conocer la huerta. Sin embargo, en todas las actividades está presente porque él fue el primero en enseñarme sobre la importancia de las mal llamadas hierbas malas”.
Johanna asegura que, si su padre estuviera con vida, sería uno de sus mayores maestros en temas como el compostaje. “Me explicaría muchas cosas sobre los organismos y microorganismos presentes en la tierra. Me encantaría poder volver a hablar con él sentados en la huerta”.
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Cuando tiene tiempo, esta huertera saca su celular y hace varios videos sobre las plantas que alberga su terruño, un material que espera divulgar cuando su emprendimiento madure un poco más y cree redes sociales.
“A mí me gusta divulgar y enseñar, pero no soy muy experta en el manejo de la tecnología. Cuando lo logre, espero llevar el mensaje del cuidado de la tierra a través de las redes sociales y abrir las puertas de mi huerta para que la ciudadanía conozca el proceso”.