• Hace dos años, la bióloga Marisabel Téllez se propuso consolidar un corredor de varias huertas y bosques en el barrio Mirandela, proyecto que llamó La Llovizna. 
  • Con 12 vecinos del sector conformó un colectivo comunitario que ya le dio vida a la primera huerta en un terreno que estuvo afectado por escombros, donde ahora siembran hortalizas y plantas medicinales, hacen abonos y reutilizan el agua lluvia.
  • Luego de cumplir con los requisitos y criterios del protocolo de huertas urbanas y periurbanas en espacio público, dicho huerto fue autorizado para continuar con las actividades agroecológicas. 
Huertas de Suba

Varios habitantes de la localidad de Suba llevan dos años dándole forma a una huerta comunitaria.

Aunque nació en Suecia y pasó parte de la niñez en varios países europeos, Marisabel Téllez Rojas tiene muy marcadas y alborotadas sus raíces campesinas colombianas. Sus manos muestran algunas ampollas y callos e indican que se la pasa metida entre la tierra, mientras que su voz está libre de acentos extranjeros y mezcla tonos andinos y caribeños.

“No tengo linaje europeo. Mi papá nació en tierras boyacenses y toda su familia es de Santander, mientras que mi mamá es de Mompox, municipio del departamento de Bolívar; por eso soy igual o más colombiana que la arepa, la papa o el ajiaco. Mis padres se conocieron en Bogotá mientras estudiaban en la universidad y fueron novios desde muy jóvenes”.

Esta sueca con sangre colombiana asegura que su sitio de nacimiento fue fruto de un accidente laboral. “Fabio Téllez, mi padre, fue becado por el gobierno alemán debido a las buenas notas que tuvo en su carrera de ingeniería electrónica en la Universidad Distrital. Por eso decidió irse con mi mamá a Suecia y allí nací”.

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Aunque nació en Suecia, Marisabel Téllez tiene muy alborotadas sus raíces colombianas.

Durante sus primeros cinco años de vida, Marisabel recorrió con sus padres varios parajes de Europa, como Suecia, Alemania, Francia, Inglaterra, Checoslovaquia y Austria. La aventura extranjera terminó cuando su papá encontró un trabajo fijo en Popayán, capital del departamento del Cauca.

“Pero mi papá seguía viajando mucho por todo el país, algo que le incomodó a mi mamá porque casi no nos veía; cuando volvía no lo reconocía por la barba larga que se dejaba. Por eso le puso un tatequieto radical: salir de Popayán para echar raíces en Bogotá y así tener una vida más estable. En las tierras del Cauca estuve hasta los 12 años”.

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La familia Téllez Rojas se organizó en un apartamento del norte de la ciudad, en la localidad de Usaquén, donde al poco tiempo nació el segundo hijo. “A los 18 años conocí a Jaime Romero, el amor de mi vida, y nos ennoviamos. Como siempre he sentido una gran pasión e interés por la biodiversidad, decidí estudiar biología en la Universidad de Los Andes”.

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Desde muy pequeña, Marisabel sintió un gran interés por la naturaleza.

Marisabel interrumpió su carrera como bióloga para trabajar en varios proyectos agroecológicos en el Valle del Cauca y Risaralda, como en el zoológico de Pereira. “Luego regresé a Bogotá para terminar la carrera, pero en los Andes no me sentía a gusto y me pasé a la Universidad Javeriana, donde me gradué”.

En esos años universitarios y laborales, la bióloga consolidó su relación con Jaime. “Duramos 13 años de novios, tiempo en el que yo vivía en la casa de mis papás en Usaquén y él en Kennedy. Luego llegó nuestra primera hija, Clara Elisa, nos casamos y empezamos a buscar el sitio para formar nuestro hogar”.

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En Suba, Marisabel Téllez mezcla sus dos pasiones: la naturaleza y el trabajo comunitario.

Líder ambiental en Suba

En 2002, Marisabel y Jaime encontraron el apartamento de sus sueños en una de las torres del conjunto residencial Mirandela 6, ubicado en la carrera 54D con calle 189, en la localidad de Suba, donde al poco tiempo llegó Santiago, su segundo hijo.

“Le bajé el ritmo a mi vida laboral por varios quebrantos de salud de mis hijos. Clara Elisa nació baja de peso y con asma y Santiago fue diagnosticado con parálisis cerebral, lo que le ocasionó problemas de tipo motriz en la pierna derecha”.

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La salud y estabilidad de los niños fueron la prioridad de la pareja de esposos. “Cuando su salud mejoró, decidí reactivar mi carrera como bióloga, esta vez en un tema que siempre me gustó: la gestión del riesgo. Me metí en el consejo local de Suba y soy consejera local de gestión de riesgo de cambio climático”.

Huertas de Suba

Con los residuos y escombros de la construcción, Marisabel comenzó a darle forma a una huerta comunitaria.

Desde la ventana de su apartamento, ubicado en un tercer piso, Marisabel veía con tristeza un corredor verde creado desde la construcción del barrio Mirandela, hace más de 35 años, que se había convertido en un botadero de escombros por parte de las constructoras y algunos vecinos irresponsables.

“Lo que hicieron las constructoras fue echar tierra sobre los escombros, sembrar árboles como guayacanes de Manizales, eucaliptos, saucos, fucsias y acacias, y dejar el terreno a la deriva. Por eso, el corredor verde se convirtió en el botadero de basura del barrio”.

La bióloga recuerda que trató de hacer algo para recuperar el predio con algunos vecinos del barrio, un sitio que colinda con el patio zonal 191 de TransMilenio y donde parquean y les hacen mantenimiento a los buses del Sistema Integrado de Transporte Público.

Huertas de Suba

El nuevo proyecto de Marisabel es consolidar un corredor huertero y de bosques en el barrio Mirandela.

“Limpiamos un poco la zona y construimos un pequeño camino con los ladrillos que encontramos en el corredor. Fuimos al Instituto de Desarrollo Urbano (IDU) para continuar con el proyecto, pero nos informaron que era una zona de reserva ambiental y vial y no estaba permitido hacer ningún tipo de infraestructura”.

Con ese revés, Marisabel, su esposo y varios vecinos pusieron sus ojos en el patio zonal de TransMilenio, una zona de 32.000 metros cuadrados que funciona desde 2014. “Durante esa época, muchas personas de la zona se enfermaron por los gases que arrojaban los buses del patio zonal más grande de Latinoamérica”.

Según la bióloga, el ruido de los buses no dejaba descansar a la comunidad de Mirandela. “Mi esposo, que es abogado, se encargó de liderar una acción popular para que frenaran las problemáticas, pero fue negada. Hoy la situación ha mejorado bastante”.

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Un corredor ubicado al lado del conjunto donde vive, se convirtió en su nuevo proyecto de vida.

La Llovizna

En 2020, Marisabel decidió retomar la idea de recuperar el corredor que veía a diario desde la ventana de su apartamento, un amplio cordón verde que va desde la Autopista Norte (carrera 45) hasta la carrera 58, justo en el costado occidental del conjunto Villa del Norte 3.

La bióloga se enteró que el Departamento Administrativo de la Defensoría del Espacio Público (DADEP) iba a emitir una nueva resolución sobre la agricultura urbana agroecológica en espacio público. “Comencé a movilizar a la comunidad y propuse montar un huerta agroecológica al lado de nuestro conjunto Mirandela 6. Hice afiches, panfletos y mucha publicidad”.

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Cerca de 12 vecinos le copiaron la idea y comenzaron a darle forma a una huerta urbana, un trabajo que Marisabel cataloga como apoteósico. “El reto era enorme porque todo estaba invadido por pasto kikuyo y ojo de poeta, una de las especies de plantas más invasoras y que ahoga a toda la vegetación nativa”.

Huertas de Suba

El colectivo comunitario La Llovizna está conformado por personas de diferentes edades.

A punta de palas, picas y azadones, la docena de vecinos de Mirandela fueron retirando la selva de maleza, una limpieza que dejó al descubierto los escombros depositados por las constructoras desde hace décadas y los cuales estaban ocultos por la vegetación invasora.

“Era evidente que antes de montar la huerta debíamos hacer un saneamiento ambiental en la zona. Duramos varios meses sacando una cantidad indescriptible de escombros y llegamos a llenar 650 lonas con piedras y rocas en tan solo una parte del lugar».

Durante esas jornadas comunitarias, donde apareció un planchón de cemento parecido a una tumba, varias personas se enfermaron. “Cuando quitamos el ojo de poeta, una planta que sigue agobiando la zona, salieron muchos bichos y nos dio conjuntivitis”.

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La huerta comunitaria La Llovizna está ubicada al lado del patio zonal de TransMilenio.

Luego de la limpieza parcial del terreno, Marisabel y sus amigos dieron paso a la construcción de las primeras cuatro camas o eras para sembrar hortalizas y plantas medicinales. “Como no podíamos sembrar directamente en el suelo por los escombros, hicimos las eras sobre 50 centímetros de ladrillos y 20 centímetros de tablas de madera reciclada”.

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En las camas sembraron papa, brócoli, tallos, calabacín, zanahoria, rúgula, rábano, cebolla larga y algunas plantas aromáticas. “Los ladrillos los sacamos de una obra que hizo el conjunto Mirandela 6, cuando se retiraron todos los adoquines de los senderos para echarles cemento y nos los donaron”.

Con esos ladrillos, Juan Guillermo Guerrero, habitante de Mirandela 6, lideró la construcción del círculo de la palabra, una estructura que tiene tres hileras con ladrillos viejos en forma de media luna donde la comunidad se sienta a conversar y compartir.

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Marisabel destina su tiempo libre en consolidar el corredor huertero y ambiental de Mirandela.

“Posteriormente, comenzamos a trabajar en el compostaje de los residuos orgánicos para producir los abonos de los cultivos, como cáscaras de naranja, banano y huevos y huesos sobrantes de las cocinas, además del estiércol de las vacas. También montamos un lombricultivo con lombrices rojas californianas y conseguimos tanques para recolectar el agua lluvia”.

En esa época, Juan Guillermo construyó una pérgola para colgar decenas de cojines llenos con tierra y plántulas, los cuales fueron elaborados por la comunidad. “Hicimos el proceso de carga y los amarramos con cabuyas, pero unos meses después se cayeron porque las cuerdas no resistieron el peso”.

El huerto de Mirandela 6 debía tener un nombre. Algunas de las personas del sector pensaban que el proyecto era para fines recreativos y de esparcimiento, por lo cual propusieron llamarlo ‘Biospa Mirandela’; Marisabel se opuso y rechazó la idea de tajo.

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El círculo de la palabra fue construido con los ladrillos retirados de los senderos del conjunto Mirandela 6.

“El objetivo de la huerta no es venir a relajarnos sino recuperar el corredor ecológico. Me impuse y nombramos el huerto como La Llovizna, un homenaje a mi amiga y vecina Lluvina Dilullo que falleció de cáncer por las problemáticas ambientales de la zona; su nombre italiano significa llovizna ligera”.

El 30 de diciembre de 2020, el DADEP emitió la resolución 361 con la reglamentación de la actividad de agricultura urbana y periurbana agroecológica en el espacio público. “Cuando salió la resolución, nosotros ya llevábamos como cuatro meses trabajando en La Llovizna y nos habían visitado varios profesionales del Jardín Botánico de Bogotá (JBB)».

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Según Marisabel, esto permitió que La Llovizna se constituyera como un sitio del espacio público habilitado exclusivamente para las actividades de agricultura urbana y agroecología. “Lo primero que hice fue hacer el logo, un colibrí con una rama del guayacán de Manizales, el árbol emblemático de la zona”.

La bióloga instaló un pendón en el único punto de acceso a la huerta, ubicado en una reja del parqueadero del conjunto Mirandela 6. La publicidad dice: Agroecología Mirandela – La Llovizna, espacio creado en el marco de la resolución 361 del DADEP; no arrojar basura, colillas de cigarrillo y desechos de las mascotas.

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Todo lo que sale de la huerta La Llovizna es para el consumo de las familias del colectivo comunitario.

Luz verde

El proyecto comunitario no consiste únicamente en montar una huerta comunitaria al lado del conjunto Mirandela 6. Marisabel asegura que el objetivo siempre ha sido recuperar y conservar el extenso corredor ambiental, que nace en la Autopista Norte y abarca cerca de 49 conjuntos residenciales.

“La meta es montar varios huertos a lo largo del corredor, pero conservando zonas de importancia ambiental como el bosque de Quintas de San Pedro II, el arbolado que tenemos y la fauna nativa. Buscamos consolidar un corredor huertero y ambiental en Suba que llegue hasta los cerros de La Conejera”.

Con los 12 vecinos de Mirandela que participaron desde el inicio del primer huerto, la bióloga constituyó el colectivo agroecológico La Llovizna, un grupo que espera aumentar el número de sus participantes con más habitantes de la zona que quieran participar.

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Los miembros del colectivo La Llovizna están muy comprometidos en consolidar el corredor huertero.

“Consolidar las huertas y asociarlas al arbolado del corredor, no será una tarea sencilla. Por ejemplo, es necesario trabajar en cerca de siete zonas que deben contar con cerramiento; es un proyecto ambicioso donde requerimos de la participación activa de muchas personas”.

El año pasado, el Jardín Botánico convocó a la ciudadanía para que participara en la creación del protocolo de huertas urbanas y periurbanas en espacio público, un proceso que fue socializado en todas las localidades de la ciudad y en el cual Marisabel participó activamente.

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“En agosto, cuando el protocolo fue aprobado, me dediqué a reunir toda la documentación requerida para enviar la solicitud de La Llovizna, como las evidencias del trabajo comunitario, el plan de trabajo para el desarrollo de la agricultura urbana y una carta con los nombres de todos los participantes”.

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La comunidad ha encontrado varios animales en el corredor de La Llovizna. Fotos: Marisabel Téllez.

A finales de octubre, Marisabel le envió toda la documentación al JBB. Un tiempo después, varios profesionales de la entidad visitaron el huerto constituido para evaluar los criterios técnicos, agrícolas y sociales del proyecto. “Nos fue muy bien y el Jardín Botánico radicó todo en el IDU, la entidad administradora y encargada de este espacio público de Suba”.

Mientras esperaban la respuesta del IDU, los miembros del colectivo agroecológico La Llovizna continuaron con sus labores diarias en el huerto, es decir sembrando hortalizas, plantando plantas medicinales y haciendo abonos en el lombricultivo que montaron.

A mediados de enero, justo cuando se aplicó la vacuna de refuerzo contra el covid-19, Marisabel comenzó a sentirse mal de salud. «Solo trabajaba tres horas en el huerto porque me sentía cansada y ahogada. No orinaba, engordé más de lo normal y estaba como deprimida sin saber por qué”.

Huertas de Suba

El sueño de Marisabel Téllez es consolidar el corredor huertero y de bosques en Suba.

El 28 de enero fue a cine con su esposo y decidió darse un gusto exagerado: comer perro caliente con muchas salsas, gaseosa y palomitas de maíz saladas y dulces. “Al día siguiente me desperté con un dolor abdominal horrible y el estómago hinchado. Pensé que era el colón por el descuido en la comida, pero la médica domiciliaria me mandó para la clínica”.

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Los médicos evidenciaron que tenía el intestino detenido y una falla renal. La bióloga recibió varios tratamientos para salvar el riñón y colón, pero su estado de salud nada que mejoraba. “Pensaron que era covid, pero la prueba salió negativa. Un ginecólogo dio con el problema: dos tumores grandes en el útero, uno de ellos con espículas”.

La solución más viable era hacer una histerectomía, es decir sacar todo su aparato reproductor. “No iba a tener más hijos, así que le dije al médico que sacara todo de una. Me operaron y estuve meses eternos en la clínica, donde no paraba de llorar por el futuro del corredor huertero de Mirandela”.

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A futuro, el colectivo La Llovizna quiere comercializar las hortalizas de la huerta para ayudar a las personas más necesitadas.

El 3 de marzo de este año, una fecha que atesora en su memoria, Marisabel se enteró que el IDU le había dado viabilidad para continuar con la primera huerta creada dentro del futuro corredor. “Llevaba dos días en casa recuperándome de la cirugía cuando Nidia Rodríguez, coordinadora de agricultura urbana del JBB en Suba y Usaquén, me dio la noticia”.

Con la luz verde del IDU, la bióloga y los demás miembros del colectivo La Llovizna pueden continuar con las actividades agroecológicas en el primer huerto del corredor huertero. “Anhelaba estar trabajando en el huerto, pero debí cumplir con los 40 días de incapacidad para así estar fuerte y alentada”.

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El objetivo del colectivo La Llovizna es crear varios huertos a lo largo de todo el corredor.

Mucho por hacer

Luego de recuperarse de la cirugía que le salvó la vida, Marisabel volvió a La Llovizna para seguir liderando y coordinando el proyecto. La primera obra que hizo con sus amigos agricultores fue crear un sitio exclusivo para las plantas aromáticas y medicinales.

El colectivo agroecológico hizo seis círculos y rectángulos con los ladrillos viejos de Mirandela 6, donde sembraron especies como menta, romero, hierbabuena y caléndula. “La zona está cubierta por dos eucaliptos viejos y enormes, los cuales les brindan sombra a las plantas y han permitido que crezcan”.

En las eras construidas al inicio del huerto, la comunidad sembró más semillas de perejil liso, rúgula, rábanos y zanahorias. “Ahora vamos a reactivar la pérgola: tenemos 60 cojines listos donde caben 540 plántulas. El ideal es experimentar para ver si crecen mejor en la pérgola o en las eras”.

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El huerto de Mirandela 6 será replicado en otras zonas del extenso corredor.

Los miembros del colectivo La Llovizna también están aumentando la cantidad de envases plásticos donde siembran fresas y ajíes, y van a construir una compostera y un pequeño vivero. “El primer paso para el corredor huertero es dejar bien montado el huerto de Mirandela 6, para que así la gente de los demás conjuntos se motive a participar en las otras zonas”.

Marisabel está tocando las puertas de los demás conjuntos residenciales de la zona para empezar a trabajar en las otras huertas y áreas ambientales del corredor. “Estoy hablando con las administraciones para que se metan en el proyecto”.

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Nidia Rodríguez, ingeniera agrónoma del Jardín Botánico, les va a brindar cursos de agricultura urbana a los habitantes que estén interesados en participar en el proyecto. “El ideal es que se motiven y conozcan todo lo que podemos hacer si sacamos a flote este corredor huertero y ambiental”.

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Las fresas de La Llovizna son sembradas en materas viejas y envases plásticos.

Durante los meses más críticos de la pandemia, la comunidad comprendió los beneficios que puede arrojar una huerta comunitaria. “En esa época, muchos de los adultos mayores del barrio pasaron hambre, algo que se hubiera podido mitigar con los productos derivados de las huertas. Con el colectivo hicimos vaca y armamos 90 mercados para estas personas”.

El ambicioso proyecto de este colectivo agroecológico de Suba, el cual ya cuenta con viabilidad por parte de la entidad gestora y administradora del espacio público, incluirá el componente social.

“Cuando montemos las huertas a lo largo del corredor, el ideal es que sean autosostenibles para así llevar alimentos sanos a nuestras casas y ayudar a las personas que lo necesiten. Además, con los excedentes podemos elaborar jabones, esencias y otros productos para comercializarlos y hacer obras sociales”.

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En esta estructura de madera, los residuos orgánicos de las cocinas se transforman en abonos.

Marisabel está buscando más manos amigas para consolidar un inventario de la biodiversidad del corredor, una zona donde han encontrado ranas, culebras sabaneras, varias aves e incluso las huellas de un zorro perruno. “Voy a comunicarme con organizaciones como la ABO para pajarear por el corredor”.

Aunque actualmente hay 12 personas inscritas formalmente en el colectivo, el cual se ha constituido en un espacio de inclusión y fortalecimiento de tejido social y comunitario, esta cifra ha venido creciendo en los últimos meses.

“Aproximadamente contamos la ayuda de alrededor de 27 hombres, mujeres, niños, jóvenes, abuelos, extranjeros, personas discapacitadas y de la comunidad LGBTI; en La Llovizna tiene cabida cualquier persona que quiera trabajar comunitariamente”.

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El futuro corredor huertero y ambiental contará con varias zonas de bosque que serán protegidas por la comunidad.

El compostaje también será fortalecido. Según Marisabel, todas las personas que participen en el proyecto agroecológico recibirán baldes plásticos reciclados para que incorporen los residuos orgánicos de las cocinas picados y los lleven a las huertas.

“Todo el material orgánico lo vamos a pesar y anotaremos las cifras en una bitácora. A la vuelta de seis meses, le informaremos a la UAESP la cantidad de residuos que evitamos que llegaran al relleno sanitario Doña Juana”.

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El corredor huertero y ambiental de Mirandela contará con zonas especiales para las personas con alguna discapacidad, como rampas y mesas ecológicas. “Este ambicioso proyecto es de largo aliento y el afán no tiene cabida. Vamos despacio pero con pasos firmes y nuestra meta es conservar este corredor ambiental con la participación comunitaria”.

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El compostaje y reciclaje también hacen parte de este futuro corredor huertero.

El ingeniero de la huerta

Juan Guillermo Guerrero, habitante de Mirandela 6, es uno de los miembros del colectivo La Llovizna que ha acompañado a Marisabel desde el inicio del corredor huertero y ambiental. Aunque es colombiano tiene muy marcado un acento español, por lo cual muchos piensan que es nativo del país del viejo continente.

“Viví más de 20 años en España y el acento se quedó aferrado. También estuve un tiempo en Sudáfrica y Finlandia, donde conocí a mi esposa, por lo cual soy un ciudadano del mundo. Llegué a Mirandela en noviembre de 2018, cuando compramos el apartamento”.

Una de las cosas que más recuerda de su llegada al barrio fue ver la selva de maleza del corredor, donde Marisabel intentaba limpiar la zona. “Me contó sobre el proyecto y decidí participar; no quería que el vecino de nuestro conjunto fuera un botadero repleto de maleza”.

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Juan Guillermo fue el encargado de liderar la construcción del círculo de la palabra.

Con otros habitantes del sector, Juan Guillermo y su esposa se metieron de lleno a limpiar el monte. “Hicimos turnos y todos nos reuníamos los domingos. Fue un trabajo muy pesado donde llenamos dos volquetas con escombros, piedras, rocas, concreto, arena y hasta botellas rotas, y bajamos la capa del suelo unos 60 centímetros”.

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Algunos vecinos se desmotivaron al no ver un avance significativo. “Para hacer una sola era nos demoramos hasta ocho domingos, días en los que seguíamos encontrando latas, baldes y escombros. La malla que separaba el terreno del patio de TransMilenio estaba a punto de caerse por la cantidad de ojo de poeta”.

Este ciudadano del mundo fue el artífice de la idea de comprar varios tanques para almacenar el agua lluvia. “Las directivas del patio nos donaron uno que ya no utilizaban y nosotros compramos dos más. Pusimos plásticos por la zona para recolectar el agua lluvia y luego la metíamos en los tanques”.

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Los miembros del colectivo instalaron varios tanques para recoger el agua lluvia.

El ingeniero civil también lideró la construcción del círculo de la palabra. “Conocí esta obra en Sudáfrica y me pareció muy interesante. Primero hicimos el círculo de la fogata con ladrillos y arena, tomando las precauciones necesarias para no generar incendios; el segundo círculo es un muro cortafuego y el tercero es donde nos sentamos a conversar”.

La pérgola es otra de sus obras, la cual contó con la asesoría de Marisabel. Ambos compraron palos rollizos para el armazón de la estructura y en la parte superior pusieron unas pestañas que sostienen los cojines. “Yo fui el conejillo de indias para probar la pérgola, la cual soportó mis 82 kilos de peso”.

Su próximo proyecto en La Llovizna será mejorar el sistema de riego de las aguas lluvias. “Voy a adecuar una zona del terreno con una pendiente, donde pondremos plásticos que conduzcan el agua hacia alguno de los tanques. También lideraré la construcción de la primera rampa de acceso; aún tenemos muchas cosas por hacer”.

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El colectivo La Llovizna está consolidando un banco de semillas en la huerta.

La hormiga trabajadora

Clara Inés Valbuena, habitante del conjunto Tejares 2, ubicado entre los centros comerciales Santa Fe y Mirandela, parece una hormiga entre el huerto de La Llovizna. No le gusta quedarse quieta un solo minuto y antes de terminar una actividad ya está pensando en hacer otra.

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“Conocí a Marisabel en la junta de acción comunal. Un día nos invitó a participar en la conformación de la huerta de Mirandela 6 los domingos por la mañana, pero admito que me dio pereza porque esos días son para descansar y estar con la familia”.

En julio del año pasado, Clara Inés venció la pereza y se animó a visitar el terreno. Desde que ingresó quedó maravillada con el trabajo comunitario y decidió involucrarse de una manera activa. “Vengo sagradamente los lunes, miércoles y viernes, entre las 10 de la mañana y 12 del mediodía, y a veces otros días cuando hay cosas pendientes”.

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Clara Inés es la persona que más le ayuda a Marisabel con el cuidado del huerto de Mirandela 6.

Recuerda que cuando conoció La Llovizna, los vecinos del sector ya habían hecho varias actividades. “Sacaron una cantidad enorme de escombros y estaban retirando el ojo de poeta de la reja que separa la huerta del patio de los buses. Me propuse dedicarme primero al retiro de esa planta, la cual corto de raíz».

Lo primero que hace Clara Inés los días que va a la huerta es recoger el agua lluvia de un extenso plástico, líquido que lleva hasta los tanques donde es filtrado. “Luego riego las plantas que lo necesitan y sigo retirando las semillas del ojo de poeta. Aún hay muchos escombros, tubos, latas, azulejos y varillas, los cuales recojo durante todo el día”.

Las plantas, tanto comestibles como ornamentales, son su mayor pasión. En el jardín de su casa tiene una pequeña huerta con caléndula, lulo, pimentón, granadilla, uchuva, tomate y arándano, y de algunas saca semillas para llevarlas a La Llovizna.

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Como nunca se queda quieta, Clara Inés es conocida como la hormiga de la huerta La Llovizna.

“En esta huerta siempre estoy ocupada. Además de cuidar y regar las uchuvas, calabazas, fresas, aromáticas, brócolis, rúgulas, curubas, zanahorias, cilantros, papas criollas y lechugas, traslado los tréboles al alrededor de los más de 15 árboles grandes que hay”.

Clara Inés es la encargada de hacer purines con la ortiga, una mezcla que controla las plagas. “Lo que hago es dejar fermentar la ortiga durante 15 días para luego colarla y aplicarla a las plantas, una mezcla que huele muy mal pero es bendita. También recojo los palitos que caen de los árboles para hacer nuevas estructuras”.

Esta ama de casa sembró más de 50 semillas de guayacán de Manizales en pequeñas cajas de leche, una nueva guardería de árboles. “Estoy totalmente comprometida con este corredor de huertas, un proyecto que nos arrojará un nuevo pulmón en el barrio y en la localidad de Suba”.

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La unión comunitaria es el espíritu de este futuro corredor huertero.

Mujeres huerteras

Marion Barragán vive en una de las 203 casas del conjunto Villa Norte 3, donde está la última zona hasta donde llegará el corredor huertero y ambiental de La Llovizna. La agricultura urbana no le es ajena, ya que hace una década trató de hacer una huerta en la zona.

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“Tenía todas las ganas y disposición para montar un huerto en el eje ambiental ubicado al lado de mi conjunto, pero muchas personas se opusieron y el proyecto quedó en el limbo. Han sido 10 años de lucha que hasta ahora están dando sus frutos”.

En enero de este año, luego de pasar un largo periodo viajando por varias partes de Colombia, a Marion le llegó un mensaje de WhatsApp a su celular donde la invitaban a conocer la huerta de Mirandela 6, una noticia que la hizo llorar de felicidad.

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El número de miembros del colectivo La Llovizna ha crecido en los últimos meses.

“Una vecina del conjunto fue la que me escribió. Fui a La Llovizna y Marisabel me contó todos los pormenores del proyecto del corredor y decidí participar de inmediato, ya que por fin iba a poder montar la huerta con la que he soñado durante 10 años”.

Gabriela, su hija, también quiso participar. Ambas ayudaron a construir las seis estructuras redondas para las plantas aromáticas y el círculo de la palabra del huerto de Mirandela 6, y también retiran escombros y el ojo de poeta y siembran semillas de rábano, lechuga, zanahoria y acelga roja.

Siete vecinos de su conjunto, que antes no querían saber nada de una huerta, ahora quieren participar en el proyecto. “Esto me tiene muy contenta y motivada porque voy a cumplir ese sueño de antaño. Somos un colectivo dedicado a la práctica de la agricultura urbana, el ambientalismo y el tejido social”.

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El domingo es el día en que más se reúnen todos los miembros del colectivo La Llovizna.

Olga Patricia Ospina vive con Dios y la Virgen en otra de las casas del conjunto residencial Villa Norte 3. Es uno de los miembros más nuevos del colectivo agroecológico La Llovizna, ya que lleva apenas dos meses.

“Aunque conozco a Marisabel desde 2017, no había tenido la oportunidad de conversar con ella. Un día me metieron en un grupo de WhatsApp de la junta de acción comunal y vi que ella estaba ahí; le escribí para contarle sobre una problemática que teníamos en el conjunto”.

Según esta bogotana, la comunidad lleva más de 12 años luchando por una zona ambiental que colinda con el conjunto. “Cuando le conté a Marisabel me dijo que ese terreno está dentro del futuro corredor, así decidí participar en la iniciativa”.

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Este será el futuro invernadero del primer huerto del corredor de La Llovizna.

En La Llovizna, esta ciudadana aprende sobre agricultura urbana, algo que desconocía. “Yo soy muy citadina y jamás había sembrado una hortaliza o plantado un árbol. En la huerta estoy aprendiendo sobre las semillas y especies y hasta ahora me entero que hay muchas variedades de zanahorias y lechugas”.

También conoció que el ojo de poeta, una planta con una flor naranja que le parecía muy hermosa, es una especie invasora bastante perjudicial para la biodiversidad bogotana. “Le estoy perdiendo el miedo a los animalitos que hay en la tierra, como las lombrices y babosas”.

Olga sueña con ver consolidado el corredor huertero y ambiental de esta zona de la localidad de Suba. «Es un proyecto muy completo: cuidamos los bosques y la naturaleza, sembramos alimentos sanos, aprendemos sobre agricultura urbana y consolidamos un grupo comunitario basado en el respeto».

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Marisabel escogió un colibrí y la rama del guayacán de Manizales como el logo de La Llovizna.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá