• Alejandra Zamora siempre supo que su gran amor serían las plantas, un sentimiento que desde niña le inculcaron su mamá, abuelas y tías.
  • Las plantas de jardín fueron su primera pasión. Llenó una enorme terraza con estos tesoros y luego decidió tatuarse una orquídea y un lirio en su brazo derecho.
  • Durante la pandemia del coronavirus se dejó conquistar por la agricultura urbana. Con la ayuda de sus tres hijos montó dos huertas pequeñas en su casa, ubicada en la localidad de Ciudad Bolívar.
  • Esta nariñense asegura que la clave para tener hermosas las plantas alimenticias, medicinales y ornamentales es hablarles con mucho cariño y amor.
Huertas de Ciudad Bolívar

Desde que era niña, Alejandra Zamora se enamoró perdidamente de las plantas.

No hace falta que Alejandra Zamora pronuncie una sola palabra para saber que ama profundamente las plantas. Las prendas y collares que utiliza, varias áreas de su casa y en especial uno de sus brazos, la delatan con facilidad.

Esta pastusa y arista decidió tatuarse una orquídea y un lirio en su brazo derecho, dos de sus especies favoritas. Siempre viste pantalones anchos, vaporosos, cómodos y con dibujos pequeños de algunas plantas imposibles de identificar.

Una cruz y dos cuarzos sobresalen en el pecho de esta mujer de 45 años. Una de estas figuras está envuelta con un tipo resina verde y varias hojas, una piedra preciosa que asegura cambia de color con su estado de ánimo.

Huertas de Ciudad Bolívar

Las plantas están presentes en la casa, prendas y cuerpo de Alejandra Zamora.

En su casa de tres pisos, ubicada en el barrio Madelena de la localidad de Ciudad Bolívar, el verde es el color que predomina. El antejardín está lleno de baldes y materas plásticas con lechugas, uchuvas, tomates, manzanillas y caléndulas; una enredadera cubre toda la ventana principal.

Varias paredes de la sala y el comedor, sitios donde se reúne a conversar con sus tres hijos adolescentes, están pintadas de negro y exhiben figuras blancas con pétalos, tallos y hojas bastante similares a las de los helechos.

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El patio de la casa resguarda su mayor tesoro verde, una zona de seis metros cuadrados (tres de largo por tres de ancho) donde Alejandra y sus tres retoños lograron montar una huerta construida solo con materiales reciclados.

“Esta huerta casera nació durante la pandemia del coronavirus, cuando Javier Alejandro, mi hijo mayor y que estudia biología, propuso destinar una parte del patio para sembrar algunas hortalizas sin aplicarles químicos. Sin embargo, mi historia con las plantas es mucho más antigua; nació cuando era una pequeña niña en la ciudad de Pasto”.

Huertas de Ciudad Bolívar

El amor por las plantas de Alejandra empezó en Pasto, ciudad donde nació y se crio.

Tradición femenina

En la capital del departamento de Nariño, las mujeres de la familia, como sus dos abuelas, madre, tías y primas, le inculcaron un amor desbordado por todas las plantas, un sentimiento que se aferró en todo su ser.

“Las casas de las mujeres de la familia siempre estuvieron repletas de flores y plantas de todos los tamaños. Mi mamá tenía centenares en la terraza, tanto así que la gente le decía que se le iban a meter por las orejas”.

Una de las primeras lecciones que recibió fue que las plantas necesitan escuchar palabras cariñosas. “Así lo hacían todas mis tías, abuelas y madre y los resultados eran evidentes: las plantas crecían más hermosas y coloridas cuando las consentían con palabras de afecto”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra inmortalizó el amor por las plantas con varios tatuajes en su cuerpo.

Cuando su madre y abuelas visitaban las veredas de la zona rural de Pasto, los campesinos les regalaban piecitos de helechos y otras plantas. “Me crie en ese ambiente y a todas las plantas de las mujeres de la familia les cantaba y hablaba; fue una época muy hermosa”.

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A los siete años, la pequeña pastusa recibió su primera planta: una lágrima de bebé. Sin embargo, por razones que aún desconoce, no prosperó. “La lágrima de bebé se me secó. Fue algo muy triste y pensé que no estaba hecha para cuidar plantas”.

Esta pérdida la desmotivó bastante, tanto así que no quiso encargarse por sí sola del cuidado de ninguna planta. “Cuidaba las plantas que había en la casa, pero no respondía por una sola en particular debido a esa amarga experiencia que marcó mi corazón”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra asegura que los colores de las flores la llenan de felicidad.

Alejandra vivió en la capital nariñense hasta los 12 años, edad en la que llegó con sus papás y dos hermanos a Bogotá. “Nos radicamos en el barrio San Carlos, al frente del Parque El Tunal, donde mi mamá, como era tradición, llenó la casa con muchas plantas”.

Luego de terminar el bachillerato, la joven pastusa se enamoró y abandonó la casa paterna. “Me casé a los 20 años. Con mi esposo primero vivimos en San Carlos y al poco tiempo nos fuimos para el Danubio, a la casa de mi entonces suegra”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra prepara ensaladas saludables con las hortalizas de sus huertas caseras.

En su nueva morada tuvo a su primogénito, Javier Alejandro, una llegada que la motivó a retomar el cuidado de las plantas: esta vez en la terraza de su suegra, un sitio bastante amplio e ideal para replicar lo que aprendió de sus familiares.

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“Mi mamá me regaló varias de las plantas que tenía en su casa y con ellas empecé a reverdecer la terraza, donde solo había dos maticas y un helecho medio seco. Les hablaba y cantaba todo el tiempo y esta vez el resultado fue mágico: todo brotó”.

Huertas de Ciudad Bolívar

El verde es el protagonista en la casa de tres pisos de Alejandra Zamora.

Casa propia y verde

Al poco tiempo, Alejandra y su esposo cumplieron un sueño que pocos alcanzan: tener casa propia. La encontraron en el barrio Madelena, en la etapa tres de un conjunto residencial ubicado en la localidad de Ciudad Bolívar.

“Nos la entregaron en obra gris, un color que poco me gusta. Luego de algunos arreglos, el primer viaje del camión de la mudanza fue para las más de 60 plantas ornamentales que tenía en la terraza de mi suegra”.

Alejandra las organizó en el patio y antejardín. “Les seguí hablando y cantando y ninguna se murió. Yo hago pruebas para que la gente me crea que eso funciona: a las que les hablo con cariño crecen vigorosas y hermosas, algo que no les ocurre a las que no les digo palabras bonitas”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Las plantas ocupan varias zonas de la casa de Alejandra, como el patio y el antejardín.

Durante 17 años, esta pastusa estuvo dedicada al cuidado de sus plantas ornamentales, una actividad que mezclaba con la elaboración de artesanías y muñecos de su trabajo en casa como independiente.

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“En esa casa dieron los primeros pasos mis otras dos hijas: María Camila y Ángela Sofía. Éramos una familia muy bonita de cinco personas, pero con el paso del tiempo el amor con mi pareja llegó a su fin y nos separamos”.

Con las plantas ocurrió todo lo contrario: su amor siguió creciendo y se lo inculcó a sus hijos, como lo hicieron su madre, abuelas y tías. “Mis tres hijos me ayudan mucho con el cuidado de las plantas. A Javier Alejandro siempre le gustó el tema ambiental y por eso estudia biología”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Las flores de la curuba engalanan la entrada de la casa de Alejandra.

Hortalizas y plantas medicinales

Aunque nació y se crio en Nariño, una de las mayores despensas agrícolas del país, Alejandra nunca sembró una sola hortaliza. Por eso, todo su amor siempre estuvo enfocado en las plantas ornamentales.

En Bogotá, las hortalizas y plantas medicinales y aromáticas solo las veía en las tiendas de barrio, plazas de mercado o en los grandes almacenes. “En esa época jamás pasó por mi mente sembrar esas plantas en mi casa”.

Unos meses antes de la pandemia del coronavirus, es decir hace dos años, Javier Alejandro, su primogénito, le pidió permiso para utilizar un pedazo pequeño del patio y así montar una huerta casera, algo que no le llamó mucho la atención.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra tiene dos huertas en su casa: una en el patio y otra en el antejardín.

“Debido a sus estudios de biología, mi hijo visitó varias huertas comunitarias en la localidad de Suba y quiso replicar lo aprendido en casa. Admito que al comienzo no estaba muy interesada porque era quitarles espacio a mis plantas de jardín”.

Durante el encierro de las cuarentenas, la pequeña huerta de Javier Alejandro se convirtió en un proyecto familiar. “Las actividades en la huerta nos permitieron no volvernos locos por el encierro”.

En esa época, el patio solo contaba con una pequeña cama elaborada con estibas para sembrar. “La encerramos con plástico y sembramos papa y frijoles. Pero por falta de luz, la cosecha de la papa no se dio muy bien. En ese momento me propuse mejorar la huerta”.

Huertas de Ciudad Bolívar

La huerta del patio fue elaborada con materiales reciclados.

Alejandra sacó las bicicletas y varias plantas ornamentales del patio para poder ampliar la huerta. “Utilizamos 20 canecas plásticas e hicimos varias camas de madera reciclada para sembrar las semillas y plántulas de las hortalizas”.

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La pastusa retiró los plásticos del patio y cambió el techo para que le entrara más luz a la huerta. Varias de sus plantas ornamentales fueron enviadas a la casa de su mamá para que siguieran creciendo fuertes, hermosas y vigorosas.

“La huerta terminó ocupando casi todo el patio con todas las canastas plásticas y camas de madera. También hicimos un pequeño lombricultivo para hacer abonos con los residuos orgánicos de la cocina”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra y sus hijos montaron un lombricultivo para hacer abonos.

Con la ayuda de su hijo mayor, Alejandra le dio vida a un sistema artesanal de recolección de agua en el techo de la casa. “Una botella conectada con una manguera lleva el agua lluvia hasta el lavadero; eso es para el riego de las hortalizas y varias actividades de la casa”.

La nueva huertera dejó varias orquídeas y bromelias en el patio. “Aunque las plantas ornamentales siempre ocuparán un lugar enorme en mi corazón, ahora comparto ese amor con las especies de la agricultura urbana”.

Huertas de Ciudad Bolívar

La agricultura urbana es la nueva pasión de esta pastusa amante de las plantas.

Beneficios

Todos los elementos que Alejandra y sus hijos utilizan para la huerta provienen del reciclaje: las camas fueron hechas con estibas y partes de muebles; las materas vienen de botellas plásticas cortadas; y los platos desechables son utilizados como señalética.

“En los platos escribimos el nombre del cultivo y a cada uno le hicimos un dibujo. Tenemos lechugas, acelgas, tomates, frijoles, tabaco y varias plantas medicinales y aromáticas, todas en recipientes reciclados”.

Huertas de Ciudad Bolívar

La señalética de la huerta fue elaborada con materiales reciclados.

Esta familia huertera amplió su proyecto de agricultura urbana en el antejardín de la casa, donde sembraron varias hortalizas, frutales y plantas ornamentales. La curuba, que es una enredadera, sirve como barrera del lugar.

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“Lo que nos dan estas dos huertas, es decir productos sin químicos, es para el consumo de la familia. A veces hacemos trueques con los vecinos, como lechuga por cilantro y tomate por frutas o acelgas”.

Alejandra asegura que el trabajo en la huerta los unió mucho más como familia, un proyecto donde fortalecieron sus lazos a través de la siembra y se enamoraron perdidamente de las plantas alimenticias y medicinales.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra les habla cariñosamente y canta a las plantas de su huerta.

Sus dos huertas caseras también han recibido el apoyo y asesoría técnica del Jardín Botánico de Bogotá (JBB). Mauricio Cabrera, coordinador de agricultura urbana en las localidades de Ciudad Bolívar y Tunjuelito, las visita seguido.

“Mauricio nos ha hecho varias recomendaciones para que los cultivos sean mucho más prósperos. También nos ayudó a mejorar el lombricultivo y nos enseñó a hacer biopreparados para combatir las plagas”.

Esta huertera pastusa afirma sus dos huertas son fruto del trabajo en equipo de su familia. “Una huerta te sana y conecta con la naturaleza. Lo que menos importa son los resultados de las cosechas, sino tejer lazos de amor, cariño y respeto con mis hijos”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Las dos huertas le permiten a Alejandra contar con alimentos saludables.

A las hortalizas y plantas medicinales de las huertas también les habla cariñosamente. “Hice una prueba con dos plantas de tomate afectadas por la palomilla blanca. A la que le hablé con amor sanó rápido, mientras que a la otra me tocó aplicarle biopreparados con ajo y ají”.

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Cuando hay cosechas, Alejandra prefiere no retirar toda la planta. “Lo que hago es quitarle algunas hojas a las lechugas, espinacas y acelgas cuando están listas. Hago lo mismo con las aromáticas: sacarles cositas sin retirar toda la planta”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra asegura que el amor es la clave para que la huerta prospere.

Esta pastusa amante de las plantas invita a todos los habitantes de Bogotá a que se conviertan en agricultores urbanos, una actividad que según ella no necesita de extensos terrenos.

“Lo podemos hacer en una matera, ventana, patio pequeño o antejardín, como yo lo hice. La cuestión está en querer hacerlo, arriesgarse y llenar de amor a las plantas. La huerta es un sitio de terapia, sanación y reconexión con las raíces, la tierra, la esencia, la luz y la oscuridad”.

Huertas de Ciudad Bolívar

Alejandra invita a todos los ciudadanos a subirse al bus de la agricultura urbana.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá