• Mirian Cañón, Luz Marina Páez y María Cristina Garay, habitantes de la localidad de Tunjuelito, elaboran adobos con las plantas de las huertas del sur de la ciudad.
  • Con su negocio ambiental, estas ‘Mujeres que reverdecen’ que estuvieron vinculadas voluntariamente al Jardín Botánico de Bogotá (JBB), quieren demostrar que la edad no es un impedimento para emprender.
  • “Cuando llegamos a cierta edad nos cierran las puertas y no podemos trabajar más. Con estos adobos demostramos que nunca es tarde para emprender y salir adelante”.
Adobos

Estas tres ‘Mujeres que reverdecen’ han presentado sus adobos en varias ferias de la capital.

Cuando se enteraron que iban a participar en los mercados campesinos agroecológicos del Jardín Botánico de Bogotá, Mirian Cañón, Luz Marina Páez y María Cristina Garay, habitantes de la localidad de Tunjuelito, brincaron de la felicidad y no cabían de la dicha.

Y no era para menos. Era la primera vez que iban a presentar oficialmente su emprendimiento ambiental de adobos elaborados con las plantas condimentarias y hierbas finas de varias de las huertas del sur de la ciudad, una iniciativa que crearon en su paso por el programa ‘Mujeres que reverdecen’.

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Al conocer la noticia, Mirian y María Cristina visitaron algunas huertas urbanas para comprar el romero, orégano, pimentón, apio, perejil y cebolla cabezona, mientras que Cristina se sentó en su máquina de coser para hacer los uniformes de color blanco con los cuellos y bolsillos verdes.

Mujeres que reverdecen

Los adobos de estas tres mujeres son elaborados con las plantas de las huertas.

Luego, estas mujeres prendieron el fogón en una de sus casas para preparar los adobos, productos que tienen como base principal el aceite de oliva y los cuales empacan en frascos grandes y pequeños con una pegatina que revela el nombre del emprendimiento: ‘Adobos de la huerta’.

“Preparamos más de 60 adobos y los dejamos listos para venderlos en el mercado campesino. Luego fuimos a unos almacenes para comprar los gorros de tela que ocultarían nuestro cabello y los guantes de plástico para manipular los alimentos”, aseguraron las mujeres.

Las tres amigas llegaron antes de las ocho de la mañana a la plazoleta principal del Jardín Botánico para mostrar su primer emprendimiento verde, un trabajo que les permitió graduarse como ‘Mujeres que reverdecen’.

Mujeres que reverdecen

Mirian ha presentado los adobos en otros escenarios, como una feria de emprendimientos femeninos en La Candelaria.

“Desde octubre del año pasado, la profesora del JBB Diana Castro nos capacitó sobre agricultura urbana, arbolado y jardinería. Un día nos dijo que teníamos que pensar en crear un emprendimiento que estuviera relacionado con alguna de esas temáticas ambientales, por lo cual le dimos vuelo a la imaginación”, recuerda Mirian.

Según María Cristina, los adobos con las plantas condimentarias de las huertas no fueron la primera opción. “Primero pensamos en hacer empaques con las hojas de las plantas que sobraban en las huertas, pero la compactación es muy complicada. Luego se nos ocurrió un emprendimiento de botones con tapas plásticas, pero debíamos tener una máquina de calentamiento”.

Como habían ayudado a fortalecer varias huertas de Tunjuelito y Ciudad Bolívar, como ASOGRANG y El Edén, las tres mujeres cayeron en cuenta que en estos espacios con manejo agroecológico, tendrían la materia prima ideal para crear su negocio ambiental.

Mujeres que reverdecen

Estas tres mujeres ayudaron a reverdecer la huerta ASOGRANG, ubicada en Ciudad Bolívar.

“Nuestros adobos, los cuales elaboramos las tres en alguna de nuestras casas, son productos ecológicos que no tienen preservantes ni colorantes. Además, con la compra de las plantas condimentarias y finas hierbas, estamos ayudando a los huerteros del sur de la ciudad”.

Luz Marina recuerda que al comienzo no le sonó mucho la idea de hacer adobos, ya que nunca le ha gustado cocinar. “La verdad no soy buena cocinera. Pero poco a poco comprendí que era una iniciativa sencilla y que además de generar recursos económicos para nuestras familias, ayudamos al medio ambiente y a los huerteros”.

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El mercado campesino agroecológico del Jardín Botánico, donde hicieron la presentación oficial de los ‘Adobos de la huerta’, puso fin a toda duda sobre el emprendimiento. “Tuvimos una muy buena acogida. A todas las personas que llegaron a nuestro puesto les dimos muestras de los adobos en trozos de pan francés, y así logramos vender todos los frascos”.

Mujeres que reverdecen

Los adobos de las huertas se vendieron como pan caliente en el mercado campesino.

Estas tres mujeres y habitantes de Tunjuelito, quienes ya sobrepasan los 40 años de vida, aseguran que con su emprendimiento quieren vencer los prejuicios de la edad. “La gente piensa que cuando llegamos a cierta edad ya no servimos para nada. Eso no debería ser así porque somos mujeres con mucho conocimiento, experiencia y unas ganas enormes de salir adelante”.

Con los buenos resultados alcanzados en el mercado campesino del JBB, estas amigas ratifican que nunca es tarde para aprender. “La edad no es un impedimento para emprender. Estos adobos son una nueva oportunidad en nuestras vidas con la que esperamos dejar huella”, dice Mirian.

Además, Luz Marina indica que con los adobos están aportando a que la alimentación de las personas sea más sana. “Son productos sin químicos, ya que así se cultiva en las huertas urbanas. Las tres ahora queremos tener nuestras propias huertas para sacar de ahí los insumos y crecer como emprendedoras”.

Mujeres que reverdecen

Estas madres hicieron parte de uno de los grupos de ‘Mujeres que reverdecen’ del sur de la ciudad.

Valorar a las mujeres

Mirian Cañón, hoy con 62 años, se crio en el barrio El Carmen de la localidad de Tunjuelito. Aunque sus padres eran campesinos expertos de Boyacá y Cundinamarca, no pudieron inyectarle esa sabiduría sobre los cultivos a su hija debido a la falta de espacio.

“Nos hablaban mucho del campo, pero en la casa familiar no había un sitio para sembrar. Mis papás tuvieron que abandonar sus pueblos en los años 50 por la violencia y llegaron como desplazados a la capital”.

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Esta bogotana solo pudo estudiar hasta cuarto de bachillerato y se casó con Hernando Campo a los 20 años. Construyó su hogar en una casa vecina a la de sus padres, donde poco a poco fueron llegando las cinco flores de su jardín: Jenny Marcela, Denny Johanna, Ruby Aidé, Laura Sorley y Lidan Esperanza.

Mujeres que reverdecen

Mirian es la más comprometida con el emprendimiento ambiental de adobos de las huertas.

“Al poco tiempo de tener a mi última hija, mi esposo falleció y quedé sola con mis cinco niñas. Me puse a trabajar en lo que saliera y por suerte logré ubicarme en varias empresas de una forma gracias a que hice varios cursos de secretariado general, economía y atención al cliente”.

Con mucho esfuerzo, Mirian compró casa propia en el barrio Marruecos, donde crio a sus hijas y les pudo dar estudio. “Cuando fueron creciendo y se organizaron, vendí esa casa y compré otra en el barrio Fátima, donde vivo con la menor de 32 años”.

La rola asegura que su mayor orgullo es la familia que logró construir. “Las cinco estudiaron carreras técnicas y cuatro ya tienen sus hogares, pero están muy pendientes de mí. Somos una familia grande y unida: tengo siete nietos y tres bisnietos”.

Mujeres que reverdecen

Mirian se dio cuenta que tiene mucho talento para vender.

En octubre del año pasado, una de sus hijas le contó que la Alcaldía de Bogotá estaba buscando mujeres para participar en un programa ambiental, una oportunidad que le cayó como caída del cielo.

“Como en algunos de los trabajos no coticé la seguridad social, aún me faltan varias semanas para lograr la pensión. Por mi edad no encontraba trabajo, así que el programa ‘Mujeres que reverdecen’ fue la oportunidad ideal para hacer algo, recibir recursos y aprender cosas nuevas”.

Mirian admite que al comienzo le dio algo de susto porque la agricultura urbana, jardinería y arbolado eran temas totalmente desconocidos. “La profe Diana nos tuvo mucha paciencia y con sus capacitaciones aprendimos demasiado. Es una formadora espectacular que me inyectó un gran amor por la naturaleza”.

Mujeres que reverdecen

Mirian está metida de lleno en hacer crecer el emprendimiento de los adobos.

Con sus manos, esta cachaca ayudó a fortalecer varias huertas del sur de Bogotá, como ASOGRANG, Suiza, El Edén y Chihiza. También plantó muchos árboles en parques de Ciudad Bolívar y Tunjuelito, y en Navidad ayudó a pintar varios murales.

“Siempre estaré eternamente agradecida con el programa ‘Mujeres que reverdecen’ porque me dio otro aire, una nueva forma de ver las cosas y nos valoraron a pesar de nuestra edad. Estamos demostrando que podemos hacer cosas buenas, grandes y valiosas, y además forjamos amistades y lazos con las compañeras”.

Huertera fortalecida

Luz Marina Páez ha vivido sus 62 años de vida en la casa de sus padres, ubicada en el barrio San Vicente de la localidad de Tunjuelito, cerca de Colmotores. Allí tuvo una infancia tranquila entre la disciplina de su papá y el cariño de su mamá.

“Mi papá era muy exigente. A sus seis hijos nos ponía a repetir las cosas que no nos quedaban bien, una disciplina que agradezco mucho hoy porque me formó como trabajadora. Mi mamá es lo opuesto, una mujer llena de amor, paciencia, tolerancia y comprensión”.

Mujeres que reverdecen

Luz Marina asegura que es una mujer disciplinada gracias a su papá.

Los métodos basados en la disciplina de su padre le despertaron un gran interés por el estudio. Por eso, después de graduarse como bachiller, comenzó a trabajar para pagarse su carrera de diseño industrial.

“Cuando crecimos, mi papá nos dijo a todos sus hijos que si queríamos seguir en la casa teníamos que pagar arriendo y ayudar con los servicios, para que así nada nos fuera a quedar grande de adultos. Él nos dejó un legado de sabiduría y conocimientos y aprendimos a no depender de nadie y hacer las cosas bien”.

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Aunque trabajó en grandes empresas, Luz Marina quiso ser independiente y montó su propio negocio de costura. Pero nunca quiso apartarse de sus padres, ni siquiera cuando se casó a una edad bastante avanzada: 40 años.

“De mis seis hermanos yo soy la hija bombril. Duré 12 años casada, tiempo en el que permanecí en la casa de mis papás y ayudé a criar a dos sobrinos, que son como los hijos que nunca tuve. Con ellos fui mamá y me encargué de que nada les faltara”.

Mujeres que reverdecen

Para atraer a la clientela, estas mujeres dan demostraciones de sus adobos.

Actualmente, Luz Marina vive con su mamá y uno de los sobrinos que crio en la casa del barrio San Vicente. Sigue con su emprendimiento de costura y en octubre del año pasado decidió participar en el programa ‘Mujeres que reverdecen’ con el Jardín Botánico.

“Lo hice por experimentar y porque me iban a enseñar cosas nuevas, como arbolado y jardinería. Además, siempre me ha gustado la naturaleza y tener contacto directo con las plantas”.

La agricultura urbana no era un mundo desconocido para ella, ya que en la terraza de su casa tiene una pequeña huerta casera donde siembra lechuga, ají y plantas aromáticas, además de dos jardines. “Sin embargo, en el programa fortalecí mis conocimientos como huertera. Por ejemplo, la profe Diana nos enseñó a hacer biopreparados para combatir las plagas y abonos orgánicos por medio del compostaje”.

Esta bogotana asegura que el contacto diario con la naturaleza, la sensibilizó como persona. “Sembrar es una manera de sentirse útil con el medio ambiente y uno mismo. Como ‘Mujer que reverdece’ me sentí plena, salí de la rutina y me reencontré con la naturaleza”.

Mujeres que reverdecen

En el programa ‘Mujeres que reverdecen’, Luz Marina fortaleció sus conocimientos sobre agricultura urbana.

Este trabajo ambiental también les sirvió como terapia a varias de sus compañeras. “Por ejemplo, algunas de las compañeras tenían cargas emocionales fuertes y eran muy agresivas, algo que cambió con las actividades en la naturaleza”.

Luz Marina nunca había tenido la oportunidad de plantar un árbol, una actividad con la que ahora dejó huella. “Es como dejar una prolongación de uno mismo. Cuando veo alguno de los árboles que sembré, me siento muy feliz y orgullosa”.

Regreso a la infancia

María Cristina Garay es la más joven del trío de mujeres emprendedoras de adobos de las huertas. Tiene 46 años y vive en el barrio Tunjuelito, donde tuvo una infancia y adolescencia en medio de los cultivos más representativos de las huertas.

“La casa de mis papás tenía un solar grande donde cultivamos cebolla, cilantro, curuba, maíz, arveja, lechuga y plantas aromáticas. También había muchos rosales, árboles de breva, duraznos, cerezos y hasta criamos gallinas; con mis cuatro hermanos tuvimos un tipo de infancia en el campo”.

Mujeres que reverdecen

Aunque nació en Bogotá, María Cristina aprendió a sembrar en una huera en la casa de sus padres.

Su mamá le enseñó a sembrar y cosechar, además de utilizar el excremento de las gallinas para que la tierra de la huerta fuera más fértil. “Tuve el privilegio de aprender sobre el campo en una casa de ciudad, algo que se quedó aferrado en todo mi ser”.

Cuando tenía 14 años, su madre falleció y tuvo que hacerse cargo de sus hermanos. “Soy madre desde chiquita. Como un homenaje a mi madre, decidí seguir con la huerta y cuidando todas las plantas hermosas del solar”.

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La joven se puso a trabajar y estudiar auxiliar de enfermería. A los 21 años se casó y luego llegaron sus tres hijos: Bryan, David y Ana. “Nos organizamos en una casa en arriendo cerca de la de mis papás, la cual tuvimos que vender unos años después”.

Hace siete años, María Cristina se separó y luego decidió darse una nueva oportunidad en el amor. “Con mi nueva pareja tuve a Killian, mi bebé de tres años. Compramos una casa del barrio Tunjuelito y allí decidí hacerle un homenaje a mi madre montando una huerta donde cultivo aromáticas, cebollas y lechugas».

Mujeres que reverdecen

Diana Castro, formadora del JBB, fue la encargada de enseñarles a reverdecer Bogotá.

En octubre del año pasado, la profesora de su hijo menor le contó sobre el programa ‘Mujeres que reverdecen’. “Me inscribí feliz porque era una iniciativa relacionada con las plantas y huertas, algo que me iba a permitir revivir la infancia que tuve en el solar de mi mamá”.

Aunque ya tenía varios conocimientos sobre agricultura urbana, María Cristina amplió su sabiduría. “La profe Diana Castro nos enseñó mucho sobre las propiedades de las plantas, a hacer abonos y biopreparados y técnicas para mejorar los suelos”.

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Con el programa ‘Mujeres que reverdecen’, esta bogotana volvió a su infancia e incrementó su amor por la naturaleza. “Es una de las experiencias más bonitas porque hice cosas que ayudaron al medio ambiente; además, demostramos que la edad no es un impedimento para trabajar”.

Su hijo menor sigue el camino ambiental de su mamá, ya que replica todo lo que ella hace en la huerta y jardines de su casa. “Les dice niñas a las plantas. Yo le digo que el alimento de ellas es el agua, por lo cual cuando las vamos a rociar se frota la barriga”.

Mujeres que reverdecen

María Cristina se convirtió en huertera desde muy pequeña.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá