- Flor Marina Vargas y varias mujeres del barrio Marsella, ubicado en la localidad de Kennedy, lograron convertir un botadero de basuras en un terruño lleno de hortalizas, frutales y plantas medicinales.
- Este grupo femenino lleva más de una década sembrando y cosechando en una huerta comunitaria, espacio que se ha convertido en un aula ambiental para niños jóvenes y universitarios.
- El reciclaje y el compostaje también hacen parte de esta iniciativa que ha contado con el apoyo de entidades como el Jardín Botánico y la Junta de Acción Comunal del barrio.
- Crónica de la huerta Marsella, uno de los cinco proyectos que conforman la tercera ruta agroecológica de Bogotá, llamada ‘Las huertas del barrio’.
Hace 62 años, en el municipio cundinamarqués de Junín, nació una de las personas que más ha trabajado por la comunidad y los recursos naturales de la localidad de Kennedy, una madre y abuela con sangre campesina y un corazón que solo bombea cariño.
Se trata de Flor Marina Vargas Velásquez, una mujer que lideró un proceso comunitario que muchos ciudadanos consideraban como un sueño imposible: poner fin a un botadero de escombros y basuras en el barrio Marsella para convertirlo en una huerta repleta de verde.
Con la ayuda de varias vecinas del barrio, esta juninense lleva 12 años luchando por mantener con vida la huerta agroecológica Marsella, un terreno de 600 metros cuadrados cubierto por hortalizas, frutales y plantas medicinales ubicado cerca de la Avenida Las Américas con carrera 69.
“Estoy dedicada de lleno a liderar este proyecto de agricultura urbana, una huerta comunitaria que tiene alma y corazón de mujer. Con mis amigas nos encargamos de sembrar, cosechar y darle mucho amor y cariño a este espacio tan especial para la comunidad”.
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Este grupo de 13 mujeres ha recibido varios reconocimientos por su trabajo comunitario de una década, como la mención de honor entregada en 2019 por el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) debido al compromiso, dedicación y contribución al medio ambiente.
“Además de sembrar y cosechar en la huerta, logramos consolidar un fuerte proceso de reciclaje. Las vecinas del barrio nos entregan los residuos orgánicos de las cocinas para convertirlos en abonos en nuestra compostera”.
Hace poco, Marsella recibió el aval para continuar con su actividad comunitaria y agroecológica, luego de ser aprobada por el protocolo de huertas en espacio público. “Eso nos puso muy contentas porque somos un grupo de mujeres muy organizado que solo busca ayudar a la comunidad”.
A esta buena noticia se sumó la selección de la huerta Marsella como una de las cinco iniciativas comunitarias de la localidad de Kennedy que conforman la tercera ruta agroecológica ‘De huerta en huerta’ de Bogotá, llamada ‘Las huertas del barrio’.
“No cabemos de la felicidad porque esta iniciativa liderada por el Jardín Botánico permitirá que muchos ciudadanos nos visiten para conocer la historia de la huerta; también podremos obtener recursos económicos que serán destinados para mejorar nuestro proyecto”.
Mientras recorre la huerta, un sitio cerrado con mallas y rodeado por árboles de gran porte que fueron plantados hace años por las mujeres del grupo, los ojos de Flor Marina se llenan de lágrimas de alegría y satisfacción.
“Lograr consolidar esta hermosa huerta no ha sido fácil. Llevamos más de una década luchando por sacarla adelante y creando un fuerte tejido social en el barrio. Los invito a conocer parte de mi historia como líder comunitaria y huertera”.
Niña de campo
Flor Marina tiene frescos los recuerdos de su niñez en el municipio de Junín, un territorio montañoso de Cundinamarca lleno de agua ubicado en la provincia del Guavio y que primero fue poblado por los muiscas.
“Junín es un paraíso terrenal donde su principal atractivo es el agua. Este líquido vital abunda en todo el municipio, tanto en la cordillera que protege el pueblo, en los frondosos árboles y en lagunas como La Bolsa, Juan Vaca, Tembladares y El Soche”.
Según esta juninense, la explosión de agua del sitio que la vio nacer y donde permaneció hasta la adolescencia, es la principal razón de que la zona sea bastante productiva para los cultivos de papa, arveja, maíz, fríjol, tomate de árbol, mora y feijoa.
“Tenemos buenos cultivos por esa gran cantidad de agua. Cuando era una pequeña niña, mi papá me enseñó a sembrar sin la necesidad de utilizar químicos y además me inculcó un gran amor por los árboles y toda la naturaleza”.
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La cabeza de la familia Vargas Velásquez, quien trabajó en varias obras públicas de Cundinamarca, les dejaba varias tareas a sus hijos en los cultivos de la finca, como preparar el abono, deshierbar y sembrar papa y frijol.
“Con mis hermanos dividíamos el tiempo entre el colegio y las actividades del campo. También le ayudábamos a mi mamá con los cuidados de la casa y preparar una comida deliciosa con todo lo que nos daba la tierra”.
Amante del estudio
Cuando Flor Marina terminó el bachillerato en el colegio Normal Superior de Nuestra Señora del Rosario, tuvo que tomar una decisión que le apachurró el alma: salir de su paraíso hídrico y biodiverso para radicarse en Bogotá.
“En Junín no podía realizar mis estudios universitarios. Por eso me fui a la capital a los 16 años para cumplir mi sueño de ser maestra; me matriculé en la Universidad Pedagógica en la carrera de administración y supervisión educativa”.
Mientras se curtía para convertirse en docente, la estudiosa adolescente encontró un trabajo que le llenó el corazón de felicidad. “Trabajé en la vereda Laguna Verde, sitio de la localidad de Usme que hace parte del páramo más grande del mundo: Sumapaz”.
En la ruralidad paramuna de Bogotá, Flor Marina recordaba su infancia en Junín. “Seguí enamorándome del agua y los cultivos que conocí en mi pueblo gracias al trabajo comunitario y ambiental en Sumapaz, una de las experiencias más hermosas que he tenido”.
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Luego de culminar su carrera de pregrado en la Universidad Pedagógica, el amor tocó a su puerta. Conoció a Adriano Romero, se casaron y decidieron organizarse en un barrio de la localidad de Kennedy, donde al poco tiempo llegaron sus dos hijos: Edison y Adriana Milena.
“No me conformé con el diploma de administración y supervisión educativa. Soy una amante del estudio y por eso hice una especialización en ambiente en la Universidad Nacional y otros cursos en la Universidad Javeriana”.
Marsella: amor a primera vista
Con el dinero que ganaba como docente y el trabajo de su esposo, Flor Marina consolidó su hogar en la localidad de Kennedy y logró darles estudios a sus dos retoños. Sin embargo, el caos vehicular de la zona la llevó a buscar nuevos aires.
“Hace 14 años visitamos el barrio Marsella, ubicado cerca de la Avenida Las Américas y el río Fucha, y me enamoré inmediatamente del sector. Había muchas zonas verdes, calles sin tanto tráfico y era un sitio muy residencial”.
Al poco tiempo de comprar y mudarse a una nueva casa, Flor Marina decidió vincularse a la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio Marsella, ya que siempre ha sentido una pasión desbordada por el trabajo comunitario.
“Dividí mi tiempo entre mi trabajo como docente, las labores del hogar y las actividades comunitarias. Me propuse convertirme en una líder para solucionar las principales problemáticas sociales y ambientales del barrio”.
Un botadero de escombros y basuras, ubicado atrás del parque Marsella y cerca de la carrera 69, le quitaba el sueño. “Era un predio repleto de toda clase de residuos sólidos que se estaba convirtiendo en un sitio gobernado por la delincuencia”.
Los miembros de la JAC del barrio se trazaron una meta que, para la mayoría de los habitantes, parecía imposible: poner fin al botadero de escombros para convertirlo en un sitio que pudiera ser utilizado por la comunidad.
“Muchos vecinos no creían que fuera posible porque el botadero era de un tamaño descomunal. Todos los días aparecían montones de desperdicios y con eso aparecían cientos de roedores”.
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Miriam Velazco, una de las amigas de Flor Marina que lleva décadas viviendo en Marsella, recuerda que, antes del botadero, en la zona se construyó un vivero para reverdecer el barrio con varias especies de árboles.
“El vivero quedó abandonado por la falta de agua y por eso se convirtió en un botadero. Mi esposo, que hace parte de la JAC, dijo que debíamos recuperar el espacio para que fuera utilizado por los adultos mayores”.
Sembrar para recuperar
¿Cómo recuperar un predio invadido por las basuras? Esa era la pregunta que se hacían todos los días los miembros de la JAC del barrio Marsella. Luego de varias propuestas que no calaron en la comunidad, salió a flote una idea en la que todos estuvieron de acuerdo.
“En 2010 decidimos que la mejor opción para poner fin al botadero era montar una huerta comunitaria, una chispa de sabiduría que entusiasmó a varios de los habitantes del barrio y por eso decidieron apoyar a la Junta de Acción Comunal”, recuerda Flor Marina.
Sin embargo, la comunidad no contaba con los conocimientos suficientes para limpiar y adecuar la zona. “Por eso, lo primero que hicimos fue llamar al Jardín Botánico, entidad que llevaba varios años trabajando la agricultura urbana por toda la ciudad”.
Con ayuda de los profesionales del JBB y y las manos de muchas personas de la comunidad, el predio empezó a cambiar de aspecto. “Sacamos una cantidad gigante de escombros y basuras. Con el retiro de ese material dimos paso a la desinfección, adecuación de lugar y remoción de la tierra”.
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Más de 30 habitantes del barrio ayudaron en las primeras actividades que le darían vida a la huerta. Sin embargo, con el paso de los días la mayoría no volvió a la zona; Flor Marina, Miriam Velazco y otras mujeres como Flor Álvarez, quedaron solas.
“Hicimos una nueva convocatoria y logramos consolidar un grupo de más de 10 mujeres mayores del barrio Marsella, todas muy comprometidas con lograr sacar adelante nuestra huerta comunitaria agroecológica”.
Luego de adecuar y limpiar el terreno, el grupo femenino comenzó a reverdecer la zona con la siembra de plántulas y semillas de hortalizas, frutales y plantas medicinales.
“El JBB nos envió a Evelyn, una ingeniera muy trabajadora y emprendedora que nos ayudó a montar la huerta. Todos los días veníamos al sitio entre las siete de la mañana y las seis de la tarde para hacer las camas y sembrar”.
A los pocos meses, el arduo trabajo de las mujeres dio sus frutos. “Logramos consolidar unos cultivos espectaculares, un resultado que no hubiéramos alcanzado sin el apoyo del JBB y la ingeniera Evelyn; ella es una integrante de nuestro grupo”.
Emporio agroecológico
La nueva huerta agroecológica, nombrada por las mujeres como Marsella y con un tamaño de 600 metros cuadrados, necesitaba de más actividades para que no se viera afectada por los habitantes de calle o las personas que no tenían sentido de pertenencia con el lugar.
“El cerramiento de la huerta era vital. Por eso, el presidente de la Junta de Acción Comunal empezó a buscar ayudas y recursos con entidades como la Alcaldía Local de Kennedy, quien nos dio el presupuesto para encerrar el sitio con malla”.
Una zona del predio que ya estaba construida cuando se montó el vivero, fue adecuada para montar una cocina, un baño y un sitio para reuniones comunitarias. “También se mejoró el cuarto donde vive José Bermúdez, el único hombre que nos ayuda con la huerta y quien se encarga de que nadie ingrese sin permiso”.
Con la asesoría del JBB, las mujeres y José montaron varias camas en la huerta, donde separaron las plantas comestibles de las aromáticas y medicinales. “Al comienzo sembramos en forma de caracol, pero los expertos del Jardín Botánico nos dijeron que era mejor hacerlo en camas separadas”, recuerda Miriam Velazco.
También instalaron varios avisos de madera, CDs viejos y botellas plásticas con el nombre de las especies de la huerta. “La idea de utilizar elementos del reciclaje para la señalética la hizo mi hija Adriana Milena, quien utilizó pedazos de madera y unos CDs viejos que tenía mi esposo en un almacén”, afirma Flor Marina.
Dos espantapájaros llaman bastante la atención de las personas que visitan la huerta agroecológica Marsella, muñecos que fueron elaborados por las mujeres con la ropa vieja de sus casas.
“Uno de los espantapájaros lo hicimos con un vestido largo que era de mi nieta, quien nos lo regaló porque ya no se lo ponía. Sin embargo, cuando vio el muñeco con su ropa se puso brava y dijo que la quería de nuevo; me demoré mucho en convencerla de que nos lo dejara”, recuerda Flor.
Además de las lechugas, acelgas, arvejas, tomates de árbol, calabacín, caléndulas, moras, zanahorias, rúgulas, cilantros, perejiles y otras especies de la agricultura urbana, la huerta Marsella luce bastante verde por varios árboles de gran porte y plantas ornamentales que las mujeres plantaron hace años.
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“Nuestra huerta es muy biodiversa. Por ejemplo, todos los días llegan cientos de mariposas y aves de todos los colores, animales polinizadores que se sienten atraídos por las flores y frutos que dan las plantas”.
Una de las zonas que más quieren estas mujeres luchadoras es un pequeño vivero, sitio donde tienen las semillas y plántulas que luego son sembradas en la huerta. “Es una guardería que nos ha permitido contar con semillas y plántulas propias”, anotó Miriam.
Nunca paran
En los meses más críticos de la pandemia del covid-19, muchas huertas comunitarias de Bogotá, lideradas por personas de la tercera edad, sufrieron profundos estragos al quedar abandonadas por miedo al contagio.
La huerta agroecológica Marsella no fue una de ellas. Sus mujeres, como Flor Marina, Miriam Velazco, Estella Piza, Alicia Ayala, Lucía Serrato, Nancy Torres, Olga Salcedo, Sandra Daza y Socorro Correa, decidieron no quedarse encerradas en sus casas durante las cuarentenas y se dividieron en grupos de dos personas para regar las plantas y hacer otras actividades.
“Nos dolían mucho nuestras planticas”, afirmó Flor Marina. “Por eso tomamos la decisión de no parar con nuestro trabajo huertero y seguir con las actividades, que realizamos tres días a la semana. Eso sí, todas íbamos con tapabocas y respetando el distanciamiento”.
Sin embargo, la huerta no quedó invicta durante esos meses de confinamiento. Al no contar con una presencia tan seguida por parte de las mujeres, varios habitantes del barrio ingresaron sin permiso al predio para sacar las hortalizas.
“Como nuestra huerta es bastante productiva, le damos hortalizas o plantas medicinales al que lo necesite. Pero no nos gusta que ingresen sin permiso, ya que pueden afectar los cultivos al retirar las plantas en sitios que aún no están listos para cosechar”.
Todo lo que sale de esta huerta de la localidad de Kennedy es repartido entre sus mujeres y don José, quienes se encargan de su cuidado, o para los ciudadanos del barrio que realmente están pasando necesidades.
“Muchas personas vienen a la huerta con sus talegos para que les ayudemos con una lechuga, una rama de cilantro, papas o tomates. Como somos un aula de puertas abiertas, jamás le decimos a alguien que no”.
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Flor Marina es una de las mujeres que menos lleva los frutos de la cosecha a su casa. “No lo necesito porque aún tenemos nuestra hermosa finca en Junín. Cuando mi mamá viene a visitarme, siempre llega cargada de frutas, hortalizas y plantas”.
Manos amigas
La huerta agroecológica Marsella no solo ha contado con el trabajo de las mujeres del barrio y el apoyo de entidades como el Jardín Botánico, la Alcaldía Local de Kennedy, el Instituto Distrital de la Participación y Acción Comunal (IDPAC) y la Secretaría de Desarrollo Económico.
“Estudiantes de carreras ambientales de las Universidades Nacional y La Salle hicieron varios estudios de suelos en la huerta y nos dieron varias recomendaciones para mejorar nuestra producción”.
La alianza más reciente fue la Universidad Uniminuto, jóvenes que visitan la huerta para hacer sus trabajos de grado y de paso les ayudan a las mujeres con nuevos insumos técnicos y conocimientos.
“Nuestra huerta es un sitio de saberes de puertas abiertas para toda la comunidad que quiera participar. No le cobramos a nadie por el ingreso, lo único que tienen que tener es voluntad, ganas de trabajar y amor por la naturaleza”, dice Flor Marina.
Los niños y jóvenes de colegios visitan seguido este emporio de la agricultura urbana. “Nosotras nos encargamos de enseñarles las propiedades de las plantas y ellos nos ayudan a sembrar o cosechar. Este trabajo siembra la semilla de la conservación en los más pequeños”.
Por ser una de las huertas más reconocidas y prósperas de la localidad de Kennedy, y luego de ser aprobada por el protocolo de huertas en espacio público, Marsella ingresó en un nuevo proyecto del Jardín Botánico y el Instituto Distrital de Turismo (IDT).
Fue seleccionada como una de las cinco iniciativas de Kennedy que hacen parte de la tercera ruta agroecológica ‘De huerta en huerta’ de Bogotá, una estrategia que pretende apoyar estos proyectos de la agricultura urbana a través de recorridos turísticos.
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Marsella, Granja Mundo Aventura, Carvajal Osorio, Monterrey y El Alebrije de la Biblioteca El Tintal, son las huertas que conforman la ruta de Kennedy, llamada ‘Las huertas del barrio’; son terruños que cuentan con productos transformados a partir de las plantas y técnicas sostenibles como el reciclaje.
“Todas quedamos muy contentas por ser parte de esta ruta de huertas. Además de conocer nuestra historia comunitaria y ambiental, los ciudadanos que nos visiten nos apoyarán económicamente al comprar nuestras hortalizas y mermeladas que hacemos con las plantas”.
El futuro
Flor Marina y las demás mujeres del grupo sueñan con que su huerta se convierta en un sitio de aprendizaje para los niños y jóvenes del barrio y de la localidad de Kennedy, un proyecto que han tratado de consolidar.
“Hemos visitado varios colegios con el propósito de que los más pequeños visiten la huerta y aprendan sobre agricultura urbana. Sin embargo, a muchos no les gusta el trabajo con la tierra y prefieren estar pegados a sus celulares”.
Algunos grupos de niños que han aceptado visitar la huerta no se han comportado adecuadamente. “Recuerdo unos que pisaron las plantas de las camas y no querían sentarse a aprender sobre el trabajo de la huerta”.
Con los jóvenes universitarios la historia ha sido distinta. “Como ellos estudian carreras ambientales, quedan bastante sorprendidos con el trabajo de la huerta. Nosotras aprendemos con todos sus conocimientos y ellos pueden hacer sus tesis de grado”.
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Este grupo femenino quiere consolidar su proyecto de compostaje, una iniciativa en la que participan varios de los habitantes del barrio. “El JBB nos va a ayudar a mejorar nuestra compostera, donde hacemos abonos con los residuos de cocina que nos dan las vecinas”.
Aunque nunca ha sido una prioridad, estas mujeres también quieren ganar unos pesitos de más con la venta de sus hortalizas y plantas medicinales. “Por ahora vendemos muy poco, ya que todo lo de la huerta es para nuestro consumo propio o las personas que vienen a trabajar en la huerta”.
Las redes sociales se han convertido en una nueva ventana para mostrar todo el trabajo que realizan en este terruño agroecológico de la localidad de Kennedy. Tienen cuentas en Facebook e Instagram, donde cuentan su historia y actividades comunitarias como jornadas de reciclaje y sancochos para recolectar fondos.
“Esta huerta comunitaria y femenina es nuestro proyecto de vida. Aún nos falta mucho por hacer y aprender, pero estamos seguras que, con nuestro amor, respeto y compañerismo, vamos a seguir cosechando grandes frutos”, concluyó Flor Marina.
Miriam Velazco comparte con su compañera huertera las ganas de seguir aprendiendo. “Participamos en todos los cursos de agricultura urbana que encontramos. Ahora estamos enfocadas en mejorar nuestro compostaje, un proyecto que ya es muy reconocido en el barrio. Nuestro objetivo es seguir aprendiendo para mejorar”.
Gracias por tanto Apoyo.en todo momento siempre hemos contado con la Junta de Acción Comunal Jardín Botánico profesionales de todas las carreras.Gracias por convertirnos en líderes que influimos positivamente en una Comunidad nuestra Misión Servir y poder dejar un legado a las nuevas Generaciones para un mejor Futuro Y ser capaces de inspirar talento éxito y compromiso social
Mujeres entregadas al amor por la naturaleza, solidarias y emprendedoras.
En la vida se aprende a Aceptar retos, de hacer cosas que nunca dejo de hacer , crecer como persona al lado de un Grupo de mujeres y hombres soñadores , que poco a poco alcanzamos metas construyendo saberes , compromiso ambiental y fortaleciendo tejido Social , Realmente Felices de realizar la tarea Bien desde la primera Vez convertiremos nuestro espacio en Aulas de Investigación científica y de experimentación
Gracias, por ese reconocimiento para nuestra vecina y líder comunal Flor Marina , la cual es un ejemplo a seguir
Este es un espacio de la comunidad para la comunidad, nos ayuda a liberar tensiones, a la salud mental y enriquecer nuestra mente y espíritu positivamente.
Necesitamos de muchas manos laboriosas y solidaridarias para continuar sembrando con Amor y consolidarnos como Huerta sostenible. Acércate a la Huerta Marsella y disfruta de este espacio.
Excelente trabajo e iniciativa, para generar cambios en el medioambiente,espacio de aprendizaje para niños niñas y jóvenes universitarios.
Cambiar la cara de un barrio y una comunidad y generar y producir alimentos sanos para personas con necesidades,
Me interesaria conocer el proyecto,ya que quiero hacer huerta en el campo,yo guardo todos residuos orgánicos y los uso en algunos cultivos de naranja y limones que tengo.
Las Felicito por ese emprendimiento y ganas de hacer algo que en verdad deja una huella importante en las localidades y su comunidad.
EL COLECTIVO DE MUJERES IMPLEMENTAMOS LA AGRICULTURA URBANA PARA GENERAR APRENDIZAJES SIGNIFICATIVOS , TEJIDO SOCIAL VALORES TRANSFORMACION DE RESIDUOS ORGANICOS EN COMPOSTAJE , REDUCIR LA CONTAMINACION ASEGURAR UN MEJOR FUTURO CON MEJOR CALIDAD DE VIDA CONTRIBUYENDO A LA SOBERANIA ALIMENTARIA Y BUENAS PRACTICAS
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