• La vida no ha sido fácil para María Elisa Muñoz, una madre soltera que, debido a amenazas, persecuciones y situaciones amargas, tuvo que perderse durante años de sus familiares y amigos.
  • Desde octubre del año pasado, cuando ingresó al programa ‘Mujeres que reverdecen’ con el Jardín Botánico de Bogotá (JBB), empezó a recuperar el amor por sí misma a través de la siembra en las huertas urbanas de Usaquén.
  • También creó su propio emprendimiento ambiental de chocolates rellenos con frutas y plantas medicinales de las huertas de su barrio, como uchuvas, papayuelas, moras, feijoas, yacón, cidrón y manzanilla.
Mujeres que reverdecen

María Elisa Muñoz presentó sus chocolates con las frutas de las huertas en el mercado campesino del JBB.

La sonrisa cálida y ojos cafés soñadores de María Elisa Muñoz Martínez, una girardoteña de 62 años que actualmente vive con su hija menor en un pequeño apartamento del barrio Cerro Norte de la localidad de Usaquén, esconden un pasado lleno de obstáculos, tristezas y decepciones.

“En este largo viaje me han pasado muchas cosas complicadas, algunas tan difíciles que incluso perdí las ganas de reír y la alegría que siempre me ha caracterizado. Yo amo la vida, tanto así que me gustaría vivir para siempre, pero en una época todo se oscureció”.

María Elisa fija su mirada en un cielo azul sin rastro de nubes decorado por las hojas blancas de un árbol de yarumo y comienza a narrar su historia. “Nací en Girardot por pura casualidad, pues toda mi familia tiene sus raíces clavadas en Bogotá. Viví hasta los 18 años en el barrio El Campín, en la localidad de Teusaquillo, años de pura felicidad”.

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En el programa ‘Mujeres que reverdecen’, María Elisa recuperó su sonrisa y ganas de salir adelante.

Con sus dos hermanos, uno mayor y el otro menor, se la pasaba jugando en los parques de Sears, barrio que luego cambió de nombre a Galerías. “En la mañana íbamos al colegio y en la tarde jugábamos baloncesto en el parque San Luis. Eran otros tiempos donde la delincuencia y el miedo no existían. Hice muchos amigos que aún conservo y son parte de mi familia”.

Cuando cumplió la mayoría de edad, María Elisa, sus padres y hermanos se mudaron al barrio Las Villas, en el norte de la ciudad. Su pasión por la lectura la llevó a matricularse en la Universidad de Los Andes para estudiar derecho, carrera en la que fue una de las alumnas más aplicadas y comprometidas.

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Mientras estudiaba para ser abogada, la joven se casó y conformó su propio hogar en una unidad residencial del norte de la ciudad, donde tuvo a sus dos hijas: Raison y Natalia. “Luego nos mudamos al barrio Morato, justo al frente de la clínica Shaio en una casa blanca que llené de bonsáis, unas plantas que amo con todo el corazón”.

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María Elisa aprendió que podía fusionar las frutas de las huertas en sus chocolates.

Antes de graduarse, los problemas empezaron a agobiarla. “Me metí muy hondo en la tesis, un trabajo que realicé en la oficina de investigaciones especiales de la Procuraduría y el cual no le gustó a ciertos sectores. Comencé a recibir amenazas muy fuertes y mi vida dio un cambio radical”.

La futura abogada logró terminar los 10 semestres de derecho, al igual que la tesis, preparatoria y judicatura, pero no pudo graduarse por las constantes amenazas. “Tuve que esconderme por mucho tiempo y mantener un perfil muy bajo, tanto así que perdí el contacto con mis padres y hermanos”.

Panorama oscuro

Cuando las amenazas mermaron, María Elisa regresó a la casa de sus padres con Natalia, su hija menor. Estaba recién separada de su esposo, un artista, escultor y pintor que falleció el año pasado y con quien tuvo una relación amena.

“Me puse a estudiar una tecnología en desarrollo de software. En esa época conocí a una persona con mucho poder y dinero y mi vida se puso aún más dura. Pasé siete años tratando de alejarme de él porque era una mala persona, pero no lo lograba. Tuve que demandarlo por tortura, la tercera demanda de ese tipo en el país, y volví a perderme del mapa”.

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María Elisa es una de las ‘Mujeres que reverdece’ que han participado en los mercados campesinos del JBB.

María Elisa volvió a cortar contacto con sus familiares y amigos y trató de construir un nuevo con su hija menor en el barrio Toberín. Corría el año 2016 y para sobrevivir, su retoño le propuso que hicieran chocolates, actividad que al comienzo no le llamó mucho la atención.

“Nos pusimos a averiguar cómo se hacían los chocolates y yo quedé enamorada. Primero los rellenamos con gomas y dulces, una bomba de azúcar, y los vendíamos en la calle. Luego, en un curso que hizo en la Alcaldía de Usaquén, mi hija conoció a un chef que le enseñó a rellenar los chocolates con cremas de licor; eso fue una sensación y vendíamos bastante”.

Pero como el dinero no alcanzaba para los gastos de ambas, la madre hacía cualquier trabajo que encontraba y los chocolates pasaron a un segundo plano. “En esa época sufrí una caída y me partí ambas manos, un accidente que le causó una profunda depresión a Natalia”.

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Los chocolates de María Elisa contienen frutas y plantas medicinales de las huertas de Usaquén.

Madre e hija se mudaron a un apartamento del barrio Barrancas, también en Usaquén, donde las desgracias las persiguieron. “Mi hija ama leer, por lo cual teníamos el apartamento lleno de libros. Un día me fui a trabajar en un edificio y Natalia le prendió una velita a la Virgen y se generó un incendio”.

Casi todo lo que tenían quedó calcinado por el fuego y solo se salvaron dos colchonetas, un balde y un trapero. “Me tocó pagar el arreglo del edificio, ya que se quemó el cableado. Mi hija estuvo muy enferma por haber respirado todo el humo del incendio y su depresión se incrementó”.

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Su hija mayor, ya estaba y con un hijo, le propuso que buscara un apartamento por el barrio Cerro Norte, ubicado arriba de la carrera 7 con calle 161 y que colinda con los cerros orientales de Usaquén. “Al comienzo no me gustó la idea porque había escuchado que la zona era gobernada por Los Pascuales, una banda dedicada a vender droga por los cerros. Mi hija me dijo que buscara en la parte más alta del barrio, donde había más tranquilidad y no pasaban cosas malas”.

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La manzanilla es una de las plantas medicinales que María Elisa fusiona en sus chocolates.

Y así lo hizo. Encontró un apartamento con balcón y se mudó con las dos colchonetas, trapero, balde y algo de ropa. “Poco a poco fui reverdeciendo el nuevo hogar con los bonsáis, esas plantas hermosas que me generaban el amor y la paz que había perdido”.

Renacer con plantas y hortalizas

Cuando se presentó el incendio en el apartamento de Toberín, María Elisa conoció a un ingeniero del Instituto Distrital de Gestión de Riesgo y Cambio Climático (IDIGER), con quien mantuvo un contacto constante.

“Un día me llamó y me dijo que quería conocer mi nuevo hogar en Cerro Norte. Lo invité al apartamento como en mayo del año pasado y vio todos mis bonsáis. Luego me comentó que una amiga que trabajaba en la Alcaldía de Usaquén, en la parte ambiental, tenía ganas de conocerme”.

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La tristeza de María Elisa se ha ido desvaneciendo con su trabajo en las huertas de Usaquén.

La conocida del ingeniero del IDIGER le comentó que la Alcaldía de Bogotá estaba buscando ciudadanas con algún grado de vulnerabilidad para que hicieran parte del programa ‘Mujeres que reverdecen’, el cual las iba a ayudar y capacitar en varias temáticas ambientales.

“Pasé los papeles que pedían. En septiembre, el Jardín Botánico de Bogotá (JBB) me informó que había sido seleccionada como una de las cerca de 1.000 mujeres que le ayudarían a reverdecer la ciudad con el fortalecimiento de huertas urbanas y nuevos jardines y árboles”.

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María Elisa recuerda que uno de los primeros sitios que visitó como ‘Mujer que reverdece’ fue el Centro de Desarrollo Comunitario de Servitá, ubicado cerca al hospital Simón Bolívar. Allí empezaron las clases sobre agricultura urbana.

“Marcela Piracun, la experta del JBB encargada de liderar a más de 20 mujeres de Usaquén, nos puso a jugar para que perdiéramos la timidez. Luego nos mostró la huerta, que estaba bastante descuidada, y nos dio las indicaciones para limpiar el terreno con palas, picas y azadones”.

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Todas las frutas que fusiona en los chocolates, las obtiene de las huertas urbanas de Usaquén.

Luego, la ‘profe’, como las mujeres llaman a Marcela, dio inicio a las capacitaciones sobre las plantas y hortalizas de las huertas, lecciones que María Elisa amó profundamente. “Amo a toda la flora, en especial a los bonsáis. Pero la profe nos enseñó a distinguir cada una de las plantas por sus formas, colores y propiedades; uno piensa que todas son iguales”.

La madre cabeza de familia recuerda una anécdota que vivió con su mamá, quien estaba muy curiosa por su nuevo trabajo ambiental. “No entendía qué era lo que estaba estudiando en las huertas y jardines. Le dije eran clases triple X de plantas porque algunas son sexuadas y otras asexuadas, y mi mamá se torció de la risa”.

Como ‘Mujer que reverdece’, María Elisa ha aprendido sobre agricultura urbana en las huertas y jardinería y arbolado en varias zonas del espacio público de Usaquén. La primera actividad es la que más le gusta porque asegura que está generando vida con la siembra y cosecha de hortalizas, frutas y plantas aromáticas.

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María Elisa deleitó a los visitantes del mercado campesino con sus chocolates.

“Conocí muchas huertas en Cerro Norte lideradas por mujeres guerreras y aprendí que uno puede autogestionar sus alimentos sanos montando una huerta, así sea pequeña. Tomé la decisión de ayudar a mejorar varias huertas del barrio, donde voy seguido por las mañanas a echar pico y pala y en las noches a regar las plantas; me parece maravillo rociarlas y ver el anochecer bogotano”.

Uno de sus logros más importantes como huertera fue en la parte más alta del barrio, donde está la estación de Carabineros El Fuerte. “Hablé con ellos y les dije que hiciéramos una huerta, una de las experiencias más hermosas de mi vida. Aunque ya no sigo allá, dejé mi semilla en todas las hortalizas y plantas que sembré”.

Chocolates con olor y sabor a huerta

Uno de los objetivos del programa ‘Mujeres que reverdecen’ es que las ciudadanas puedan crear sus propios emprendimientos ambientales utilizando todos los conocimientos adquiridos sobre agricultura urbana, jardinería y arbolado.

María Elisa primero pensó en crear un negocio con los bonsáis que tanto ama, pero descartó la idea porque son plantas de lento crecimiento. La profesora Marcela Piracun le sugirió que hiciera algo relacionado con la producción de plántulas, algo que le sonó un poco.

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Las moras de las huertas de Usaquén están entre las frutas que más utiliza para hacer los chocolates.

“En Cerro Norte conozco a una señora líder y experta en plántulas, pero yo quería un emprendimiento propio. Como tengo experiencia en la elaboración de chocolates, le pregunté a la profe si podía fusionar la agricultura urbana con esta actividad”.

La respuesta de Piracun fue que podía utilizar las frutas de las huertas para rellenar los chocolates, una idea que le llenó de alegría sus ojos soñadores. “Llamé a una de las líderes del barrio que conoce muchas huertas para que me dijera en dónde podía sacar las frutas; me contestó que en ‘Los Abuelos’ y ‘Saberes y Sabores’ podían ayudarme”.

La nueva emprendedora ambiental fue a dichas huertas para comprar papayuelas, moras, uchuvas y feijoas, pero también vio un potencial en las plantas medicinales. “Los chocolates se pueden rellenar con todo. Así que pensé en hacer chocolates con yacón y moringa, una bomba de salud, y cidrón con manzanilla”.

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Los chocolates de María Elisa tienen formas de hojas, corazones y flores.

Con la materia prima lista, madre e hija comenzaron a fusionar las frutas en los chocolates de colores cafés y blancos. “Tenemos moldes con formas de flores y mariposas. En su interior metemos pequeños trozos y líquido de las frutas de las huertas, sitios donde se cultiva de una manera agroecológica, es decir sin ningún químico”.

Con las semillas de la calabaza, material que también saca de las huertas de Cerro Norte, María Elisa hace chocolates semiamargos. “También plasmo fotos en los chocolates. Por ejemplo, cojo la fotografía de un paisaje y la transformó en un papel comestible que pego en el chocolate; es un regalo muy lindo”.

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El emprendimiento de esta mujer conversadora se llama Kuis-Kuis, una palabra rara que tiene un significado lleno de amor. “En medio de todos los avatares que he vivido, empecé a decirle a mi hija Kuis-Kuis, un vocablo que ambas utilizamos para decirnos te amo o te quiero y el cual se convirtió en costumbre”.

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La papayuela es otra de las frutas de las huertas que utiliza María Elisa en su emprendimiento.

El pasado mercado campesino agroecológico del Jardín Botánico, realizado el pasado sábado 2 y domingo 3 de abril, fue la presentación oficial de los chocolates Kuis-Kuis. María Elisa y su hija llevaron más de 100 y todos se vendieron.

“Quedé muy contenta por los resultados alcanzados, pero más que todo con las palabras que me dijeron los visitantes al probar los chocolates. A todos les informé que podían hacerme pedidos de los chocolates a través de mis redes sociales: @m.muñozmartinez en Instagram o María Elisa Muñoz en Facebook. También pueden escribirme al correo mariaelisamm@yahoo.com.mx”.

Nueva mujer

María Elisa asegura que el programa ‘Mujeres que reverdecen’, donde lleva seis meses, le cambió la vida, la reverdeció como mujer y persona y la hizo volver a sonreír, algo que había perdido por tanta tristeza y desgracia.

“Estaba muy triste y sin ganas de sonreír. Cuando empezó la pandemia del coronavirus había conseguido un trabajo, pero al mes me sacaron por la crisis económica. Luego pasé papeles en una empresa y me seleccionaron, pero antes de firmar el contrato vieron mi edad y se arrepintieron. Ese día lloré como una Magdalena y me sentí como una cucaracha”.

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María Elisa está dedicada de lleno a su emprendimiento de chocolates con plantas de las huertas.

Durante sus primeros días en las huertas y jardines de Usaquén, sus compañeras notaron que era una persona triste y sombría. “Me decían que sonriera y viera lo hermosas que estaban quedando las huertas, pero no me salía; estaba sumergida en una tristeza enorme”.

Poco a poco, untándose de tierra, sembrando, y cosechando hortalizas y frutales, su rostro, alma y corazón cambiaron. “Volví a sonreír y ahora me la paso muerta de risa todo el tiempo. El programa, la profe y mis compañeras han hecho que olvide un poco el oscuro pasado”.

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En esta experiencia ambiental, María Elisa afirma que volvió a amarse como mujer y valorar sus capacidades. “A diferencia de los hombres, que salen y juegan fútbol, las mujeres nos terminamos encerrando en el hogar y dedicándonos a los hijos y el esposo. Nos comemos todo y olvidamos lo que es ser una mujer por convertirnos sólo en esposas y madres. En este programa yo reverdecí”.

Al compartir con sus compañeras también abrió su corazón y perdió un poco el miedo generado por los años de amenazas y maltratos. “Varias de mis nuevas amigas también han sufrido mucho en esta vida. Al contar nuestras vivencias se exorcizan los demonios y florecemos como mujeres. El contacto con la naturaleza ha sido el bálsamo para mi transformación en una nueva mujer proactiva, emprendedora y luchadora”.

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Kuis-Kuis, una palabra que inventó con su hija, es el nombre de su emprendimiento de chocolates.

Jhon Barros
Author: Jhon Barros

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Jardín Botánico de Bogotá