- Alejandra Mogollón lleva 11 años sembrando suculentas, pequeñas plantas con hojas popochas que resisten fuertes sequías al almacenar el agua en sus tejidos.
- En la terraza de un edificio ubicado en el barrio Colombia de la localidad de Barrios Unidos, esta madre de dos hijas tiene más de 3.000 suculentas, las cuales vende a través de las redes sociales y en ferias locales.
- En este sitio de 72 metros cuadrados también montó una huerta casera, un terruño que va a reactivar con la asesoría del Jardín Botánico de Bogotá (JBB).
A las seis de la mañana, el silencio sepulcral de la madrugada llega a su fin en la carrera 17 con calle 70, un sector del barrio Colombia ubicado en la localidad de Barrios Unidos donde el verde brilla por su ausencia.
Decenas de carros y buses azules del SITP pasan a toda velocidad por la opaca avenida, un tránsito que aumenta con el paso de las horas y despierta a los habitantes de la zona con el ruido de los pitos y motores de los vehículos.
Algunos vendedores de tintos y cigarrillos se apoderan de las esquinas del lugar mientras los restaurantes abren sus puertas para ofrecer desayunos tradicionales. El olor de los tamales, caldos de costilla y huevos pericos se mezcla con el humo de los carros.
Las fachadas de las edificaciones están pintadas con colores opacos y el robusto cableado que sostiene decenas de postes de gran porte hace imposible apreciar la belleza del cielo bogotano.
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El sector está repleto de negocios de vitrales, lámparas, porcelanas, iluminaciones, galerías y marqueterías, establecimientos que suben sus rejas hacia las nueve de la mañana. Dos pinos enanos y marchitos son la única muestra aparente de la biodiversidad.
En la mitad de la transitada carrera 17, un edificio beige de cinco pisos y ocho ventanas con bordes vino tinto, llama la atención de los transeúntes. Uno de ellos detiene su paso acelerado y eleva la mirada hacia lo más alto de la edificación.
El ciudadano agudiza la vista para poder descifrar algunas manchas verdes que decoran el borde de la terraza del edificio, pequeñas y delgadas ramas que sostienen hojas de diversas formas y tamaños.
“Parece que en esa terraza hay un jardín lleno de plantas. Ojalá fueran más altas y frondosas para que así la zona no se viera tan opaca y gris”, le dice el joven transeúnte a una muchacha que le agarra su mano derecha.
Una guardería de suculentas
El curioso ciudadano no estaba equivocado. En la terraza del edificio habitan más de 3.000 suculentas, plantas que se caracterizan por tener hojas, tallo y raíces carnosas para así poder almacenar mucha agua.
Alejandra Mogollón Sánchez, una bogotana de 35 años, es la mamá de estas plantas, una colección que inició hace más de una década cuando se enamoró de una suculenta que vio en el Bioparque La Reserva, ubicado en el municipio de Cota (Cundinamarca).
“Hace 11 años me enfermé de estrés y los médicos me recomendaron visitar un espacio natural. En este bioparque, donde les dan una nueva oportunidad a los animales silvestres víctimas del tráfico de fauna, me enamoré de una suculenta de la especie Graptosedum Bronze”.
La joven compró una de estas suculentas de color bronce rojizo que alcanza a medir 15 centímetros de altura. La llevó a su apartamento, ubicado en el tercer piso del edificio beige de la carrera 17 con calle 70, inmueble que es de su papá.
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“Jefferson, mi esposo, y mis dos hijas Sara Sofía y Mariana, también se enamoraron de la suculenta, la cual creció y dio varios hijos. Luego compré más plantas y llegué a tener 15 en el apartamento; como son pequeñas y resistentes, todas crecieron hermosas”.
Poco a poco, el apartamento de Alejandra se llenó con más suculentas que ubicó en los bordes de las ventanas y en el mesón de la cocina. “Tenía más de 60 y como quería comprar más, Jefferson me dijo que las subiera a la terraza; yo no quise porque era el hogar de mi perrita”.
Hace tres años, la pareja montó una pizzería en el barrio Alfonso López (localidad de Teusaquillo), negocio que llegó a su fin por los estragos de la pandemia del coronavirus. “Cuando cerramos el local, mi esposo me dijo que era el momento de subir las suculentas a la terraza, la cual mide 72 metros cuadrados”.
Alejandra compró varias estibas para ubicar algunas de sus suculentas en una zona de la terraza. Para evitar que el sol y la lluvia las afectaran, Jefferson les construyó un techo. “Ubiqué otras en un espacio descubierto para ver cómo se comportaban. Un día cayó un aguacero terrible y luego todas se pusieron más hermosas”.
Al constatar que la mayoría de suculentas no sufrían por las fuertes lluvias, la bogotana las subió a la terraza y comenzó a sembrar más. “Por recomendación de una sobrina que estudia ingeniería sanitaria en la Universidad Distrital, empecé a sembrar algunas en botellas plásticas”.
Huerta e importaciones
Durante el primer año de la pandemia, Alejandra se dedicó a darle vida a su jardín de suculentas, sembrándolas en varios envases como botellas plásticas, materas y hasta en guacales.
“Con este último contenedor no me fue bien y muchas suculentas murieron. Entonces decidí destinar varios guacales para sembrar papa, un cultivo que mi papá, un campesino de Norte de Santander, maneja perfectamente”.
Su padre le informó que también podía sembrar papa en tarros de pintura. “Luego de seis meses todo floreció y alcancé a sacar 25 papas criollas y 10 pastusas. Así nació mi huerta casera, un proyecto que me unió mucho con mi papá”.
Debido a los buenos resultados obtenidos con las papas, la nueva huertera sembró otros alimentos, como lechugas, repollos, acelgas y tomates, en guacales, cajones y botellas. “A las hortalizas y plantas de la huerta no les aplicaba ningún tipo de químico y toda la cosecha era para el consumo de mi familia”.
Pero Alejandra no descuidó a sus suculentas, que para esa época ya superaban las 1.000. Subió a la terraza unas vitrinas que tenía su progenitor en el local del primer piso del edificio, donde vendía vitrales, para así organizar mejor su jardín.
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“Allí puse muchos semilleros de suculentas y todo el material que utilizaba para sembrarlas, como piedras muy pequeñas y tierra fértil. En esa época, una amiga me propuso importar suculentas, algo que al comienzo me dio mucho susto”.
La bogotana sentía pánico de pagarle a un extraño a través de un medio virtual. “Me daba miedo que me robaran los datos y la plata, pero mi amiga me convenció y comencé a importar suculentas como loca; cada 15 días llegaban pedidos de varias partes del mundo”.
Nuevo negocio
Cuando la terraza del edificio se tornó mucho más verde, Alejandra decidió comenzar a venderles suculentas a sus conocidos; lo hizo para ayudarle a su esposo con los gastos de la casa.
“Después del cierre de la pizzería por la pandemia, mi esposo encontró un trabajo virtual en una empresa que hace reconstrucciones de accidentes de tránsito. Yo me dedicaba al cuidado de mis dos hijas, la casa y el jardín, y por eso me propuse sacarles provecho a las suculentas para tener un nuevo ingreso”.
Lo primero que hizo fue hacer el inventario de suculentas, el cual arrojó como resultado más de 3.000 plantas. Luego decidió utilizar su cuenta personal de Facebook para comercializarlas con sus amigos y comenzó a publicar fotografías y videos.
“Así comencé a vender las suculentas. Un día, una prima me preguntó si también ofrecía las plantas por Instagram, una red social que no me gustaba. Cuando le dije que no me regañó, porque según ella era el espacio ideal para comercializarlas”.
En un asado familiar, sus sobrinos le dijeron que debía crear una página en Facebook y una cuenta en Instagram exclusivas para el negocio de suculentas, pero antes tenía que dejar volar su imaginación para crear un nombre llamativo.
“Uno de ellos propuso como nombre ‘La loca de las plantas’, el cual descarté de tajo. Se me ocurrió adaptarlo y quedó como ‘La señora de las sucus’. Busqué en internet para ver si había otro negocio llamado así y no encontré ninguno”.
‘La señora de las sucus’ llegó al ciberespacio en Facebook e Instagram, redes sociales donde publica a menudo las plantas que tiene a la venta. “No soy esclava de estas redes. Publico algo una vez por semana y por ahora esa estrategia me ha funcionado bastante”.
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La mayoría de sus clientes están en ciudades como Medellín, Popayán, Manizales, Pereira y Cúcuta. “Aprendí a empacar las suculentas en un tutorial de YouTube. Al comienzo las enviaba sembradas en materas, pero comprendí que era mejor vender la planta a raíz desnuda porque el sustrato de Bogotá no es apto en otras ciudades por el clima”.
Además de sus cuentas en las redes sociales, Alejandra utiliza otras herramientas tecnológicas para vender sus suculentas. “Estoy en muchos grupos de WhatsApp donde se hacen subastas, intercambios y se promocionan eventos”.
¡A la calle!
Esta madre y emprendedora es fanática de inscribirse en todos los cursos gratuitos que encuentra en el ciberespacio, en especial los que están relacionados con los temas ambientales o el marketing.
El año pasado se topó con una publicación en la página de Facebook del Jardín Botánico de Bogotá (JBB), la cual anunciaba un curso de agricultura urbana. “Como tenía mi huerta casera y quería aprender a manejar plagas como la polilla, me inscribí de una”.
Rodrigo Intencipa, profesional del JBB que en 2021 apoyaba a los agricultores urbanos de las localidades de Chapinero y Barrios Unidos, la contactó para conocer su huerta. Cuando el experto subió los cinco pisos del edificio y llegó a la terraza, quedó sorprendido con las suculentas.
Alejandra recuerda perfectamente las primeras palabras que le dijo Rodrigo cuando vio su jardín. “Lo que tienes es una huerta de suculentas. Yo me reí y le dije que esa no era mi huerta, pero él insistió en que sí se trataba de una huerta”.
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Luego de apreciar a las más de 3.000 suculentas que decoran la terraza, Intencipa le propuso ofrecer sus plantas en los mercados campesinos agroecológicos del JBB, un evento que se realiza el primer fin de semana de cada mes.
“Me contacté con Luis Carlos Hernández, profesional del Jardín Botánico que lidera estos mercados, quien luego de visitar la terraza me invitó al mercado campesino agroecológico y logré vender muchas suculentas”.
En esos eventos, Alejandra conoció a varios funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Económico, quienes también le abrieron las puertas de sus mercados campesinos y ferias. “Desde ahí participo casi todos los fines de semana en diversas ferias y mercados por toda la ciudad”.
Al poco tiempo, ‘La señora de las sucus’ se enteró que el Instituto para la Economía Social (IPES) también apoyaba a los emprendedores de la capital.
“Me inscribí en uno de sus cursos de marketing y luego me invitaron a varias de sus ferias; mi esposo es el que me lleva en el carro a todos los eventos, ya que detesto utilizar el transporte público y no puedo llevar las suculentas en la bicicleta”.
Negocio rentable
Alejandra, quien en la adolescencia soñaba con estudiar filosofía, está metida de cabeza en su negocio de suculentas. No hay un solo día que no les de amor a sus más de 3.000 plantas y todas las semanas va mínimo a una feria de emprendedores.
“También trato de estar pendiente de los pedidos que me hacen en las redes sociales, aunque admito que no me la paso pegada al celular. Soy más chapada a la antigua y me gusta hacer otras cosas, como recorridos por los cerros orientales”.
En los 11 años que lleva en el mundo de las suculentas, esta emprendedora asegura que ha aprendido mucho sobre el negocio. “Por ejemplo, en México es donde más se ven suculentas, ya que casi todas son originarias de este país. Allí se hacen grandes eventos de estas plantas y les compro seguido semillas”.
España es otro de los países que le sirve para hacer importaciones, aunque en los últimos meses este mecanismo lo tiene suspendido. “En enero hice un pedido de suculentas a España, pero por decisiones del Gobierno Nacional solo pude recogerlo en mayo; muchas plantas se murieron”.
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Debido a los inconvenientes con las importaciones, Alejandra se vio obligada a vender algunas de las 180 suculentas que hacen parte de su colección personal. “La mayoría de mis consentidas son suculentas comunes, como senecios y crassulas. Me tocó vender algunas porque me las pidieron por las redes”.
Esta mujer afirma que las suculentas son un negocio rentable. “Lo máximo que he pagado por una suculenta fueron 280.000 pesos, planta a la que le saqué varios hijos y todos los vendí; poco a poco he recuperado la inversión, tanto con los pedidos en las redes sociales como en las ferias”.
En sus primeros años como ‘La señora de las sucus’, esta bogotana no invertía más de 10.000 pesos por planta. “Ahora veo una a 200.000 pesos y la compro de una porque puedo sacarle muchas ganancias. Este mundo se mueve bastante pero te exige cada vez más: por ejemplo, muchas personas no piden las plantas tradicionales sino las más raras”.
Los lithops, suculentas más conocidas como piedras vivas, hacen parte del grupo de rarezas de estas plantas. “Son suculentas muy pequeñas que parecen piedras y solo se reproducen por semilla. En la terraza tengo varios lithops que llevan más de siete años conmigo”.
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En las ferias de Bogotá donde muestra sus plantas, Alejandra solo ha encontrado tres coleccionistas de suculentas. “Comprendí que tengo muchas posibilidades de hacer crecer mi negocio, pero para eso es necesario que se detengan los problemas con las importaciones”.
Según esta emprendedora, sus suculentas están libres de químicos: solo las abona dos veces al año con vermiculita para mantener la humedad del sustrato. “Las suculentas de los viveros son abonadas todos los días, por lo cual mueren con facilidad cuando la gente las compra y lleva a sus casas”.
Seguirá aprendiendo
Esta madre de dos hijas nutre sus conocimientos intercambiando experiencias con varios coleccionistas de suculentas, la mayoría de México y España. También sigue participando en todos los cursos que encuentra por las redes sociales.
“Aunque he aprendido un montón sobre estas plantas, como que muchas se pueden propagar por sus hojas, aún me queda bastante por conocer. Por ejemplo, ahora voy a techar una parte de la terraza para ver cómo crecen y se comportan”.
Hace poco, esta bogotana recibió tres millones de pesos a través de Impulso Local, un programa de la Alcaldía de Bogotá, dinero que invirtió en la compra de algunas plantas e insumos. “El local de mi papá lo tengo lleno de cajas y materiales que compré con esta plata”.
Ahora está muy interesada en consolidar una colección de Echeveria Crispate Beauty, suculentas con los bordes de sus hojas ondulados y de tonos rosados. “Pero los precios de esta planta han estado muy variables: antes se conseguían a 110.000 pesos y últimamente las encontré a 12.000”.
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En enero de este año, debido a una operación donde le sacaron la matriz, Alejandra no pudo dedicarle tiempo a las papas y hortalizas de su huerta, por lo cual este terruño con manejo agroecológico se vio bastante afectado.
“Como ya estoy bien de salud y tengo mucha energía, ahora voy a reactivar mi huerta con el apoyo del Jardín Botánico. Mi proyecto de vida es seguir creciendo como ‘La señora de las sucus’ y alimentarme sano con las hortalizas y plantas de la huerta”.
Un largo camino
Su amor extremo por las suculentas no nació durante su niñez y adolescencia, épocas en las que vivió en una casa esquinera del barrio Colombia, muy cerca del edificio donde actualmente habita con su familia y tiene el jardín en la terraza.
“Aunque desde niña siempre me ha gustado hacer caminatas por las montañas, jamás sentí un sentimiento profundo por alguna planta en especial. Siempre he respetado y cuidado a la naturaleza y soy una persona que detesta ir a los centros comerciales”.
Cuando terminó el bachillerato, un curso de orientación arrojó que debía estudiar filosofía, psicología o derecho. “Yo quería estudiar filosofía, pero mi hermano me dijo que eso no daba plata. Mi papá me obligó a matricularme en derecho, una carrera en la que no me fue bien y me tiré el semestre”.
En esos años universitarios tuvo a su primera hija, Sara Sofía, pero por perder el semestre su papá la echó de la casa. “Encontré trabajo en una empresa de celulares, donde me tocaba anotar desde la calle cuántas personas salían de los locales con celulares. Cogí el coche de mi hija y puse un puesto ambulante para vender dulces y cigarrillos”.
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Luego trabajó en una cadena de almacenes de venta de ropa, época en la que conoció a Jefferson, su actual esposo. “Alcancé a ser administradora de uno de los locales, un trabajo muy duro que no me dejaba ver casi a mi hija y me adelgacé mucho, a pesar de que comía bien”.
Su papá, con quien no se hablaba desde hace varios años, trató de limar asperezas. “Me dijo que renunciara al almacén, le ayudará a manejar la panadería y me fuera a vivir con Jefferson y la niña a uno de los apartamentos del edificio de la carrera 17 con calle 70”.
En el nuevo hogar, su esposo la convenció de matricularse en la Universidad Pedagógica para estudiar licenciatura en educación infantil. “Me fue muy bien, aunque en las prácticas me la pasaba llorando por los casos de niños maltratados. Mi papá puso una cigarrería en el edificio y me encargué de ese negocio”.
Cuando terminó el octavo semestre, Alejandra decidió hacer una pausa en sus estudios. “Para sorpresa mía quedé embarazada, pero eso no evitó que me matriculara de nuevo. Sin embargo, la Pedagógica había cambiado el pensum y yo quedaba en segundo semestre”.
Decidió retirarse de la universidad y siguió trabajando en la cigarrería de su papá mientras Mariana crecía en su vientre. “Mi padre se encargó del negocio cuando nació mi segunda hija. Luego nos dedicamos a montar otros negocios con mi esposo, como la pizzería, y luego la pandemia me convirtió en ‘La señora de las sucus’, emprendimiento al que me pienso dedicar toda la vida”.
Muchas felicidades Alejandra, te sigo y admiro desde Honduras, muy bella tu historia que motiva a más amantes de las suculentas como yo.
Felicitaciones por tus éxitos y empuje